Edición original: Micheluzzi: Air Mail, 2014, Mosquito.
Edición nacional / España: Micheluzzi: Air Mail Integral, julio 2014, Ninth Ediciones.
Guión, dibujo y tinta: Attilio Micheluzzi.
Formato: 200 páginas en blanco y negro editadas en cartoné.
Precio: 30 €.
Pues resulta que te conectas a la red, el café humea a tu lado, hace un calor de mil demonios, estás tentado de meterte a mirar un extracto de tu cuenta corriente, pero sabes que no hacerlo te hará dará hoy una ligera tregua. Prefieres menos realidad y más alegría en forma de papel impreso, así que, después de mirar el mail con aburrimiento, chequeas las novedades del mes en esta santa casa. Y resulta que los señores editores de Ninth Ediciones han tenido una de esas excelentes ideas, una de esas que te sacan la sonrisita y que te harán más llevadera la jornada. Editan un integral con todo el Air Mail de Micheluzzi, autor poco publicado por estos lares, y que a buen seguro va a dar un vuelco al corazón a todo aquel lector de BD que profese dos amores concretos: la aviación y la línea clara.
¿Qué es Air Mail? ¿Un capricho de Micheluzzi? Puede ser. Pero si así fue, bienvenido sea. Ojalá todos los caprichos de los demás fueran similares. El ya desaparecido autor italiano, quien pasó media vida dedicado a la arquitectura antes de verse forzado, por falta de trabajo, a dibujar fumetti, resultó ser él mismo un consumado viajero, forzoso durante su infancia y adolescencia debido a la profesión militar del padre y luego de manera voluntaria durante su madurez. Lo que no pude venir mejor para el resultado de un título como el que hoy toca reseñar. Air Mail es Aventura, con mayúsculas. Y Noir. Mucha serie negra, pero una muy sui generis, como no podía ser de otra forma para con el de Nápoles. Air Mail relata las andanzas de “Babel” Man, un piloto de correos en la Norteamérica de la ley seca. Esta premisa, este protagonista, ya implica juegos al borde de lo legal, ambientes malsanos, mucho jazz y mucho plomo. Y así es. Pero con un plus. El de la originalidad. Micheluzzi, con su trazo magistral y su pasión por la ambientación, podría haberse perdido en los diseños de una época de evidente belleza, donde el vestuario de los canallas estaba a la altura de la elegancia de las señoritas, tanto las de bien como las que iban directas al infierno. Pero no, el autor adapta su pluma no solo al capricho estético, sino que nos hace bailar con un guión a la altura de su talento como dibujante. Y todo radica en la soberbia caracterización y desarrollo de personajes. No recuerdo unos diálogos más afilados, unas frases mejor soltadas, ni unas actitudes más definidas. Aquí todo rodea el cliché para mejorarlo, para darle una vuelta y ofrecer algo más que lo mejor. Babel no deja de ser el arquetipo de aventurero socarrón y pagado de sí mismo. Pero hay una nada velada ironía con la que Micheluzzi envuelve a sus personajes que logra que estas historias brillen más cuando sus personajes hablan. Resultan más interesantes sus conversaciones, sus reacciones ante lo que sucede que el devenir de la historia. ¿Sabes ese placer que produce Tarantino cuando borda una secuencia de diálogo? Pues algo parecido pero con menos verborrea. Así, Babel es algo chulesco, pero deseas que ponga la guinda con su comentario. Su chica, la sin par “Bella” Palmer, le va a la zaga. Desde luego, no resulta una rubia al uso. No solo no se deja dominar por el héroe, no sólo es intrépida y tanto o más valiente que el piloto, sino que ella misma aprende a surcar los cielos, y escupe frases tajantes con la acidez del viejo más experimentado. Conocedora de sus armas de seducción, resulta la partenaire perfecta para un buscavidas del talante de Babel.
Así pues, serán las idas y venidas de esta pareja a la Bonnie & Clyde, pero sin robar otra cosa que nuestros corazones, quienes vehiculen las tramas de los cuatro volúmenes contenidos en este integral en blanco y negro, mucho negro, tanto que las tintas, aún contenidas bajo la línea clara del italiano, abarrotan las páginas, llenan de claroscuros y sombras unas planchas con una composición de viñeta que a priori resulta poco imaginativa: un conjunto casi constante de seis viñetas por página, todas del mismo tamaño. Parece como si Micheluzzi prefiriera jugar sólo dentro de las mismas cuatro paredes. Y así hace. Pero de qué manera. Si bien al ojo poco mareado ciertas composiciones pudieran parecerle cuanto menos arriesgadas, la libertad con la que el autor acomete la viñeta es del todo particular. Bocadillos que tapan bocas, escorzos al límite de la legibilidad y perspectivas extrañas provocan a veces un interrogante en el lector. Pero esa duda se convierte en frescura al descubrir que Micheluzzi juega con las formas con sabiduría pero con algo de capricho, como si al alejarse de la norma, supiera que de alguna manera vamos a divertirnos más. Así, esa elegancia formal de su trazo, esa evidente capacidad para dibujar lo que le da la gana, se ve domeñada por cierta subversión, la misma, qué casualidad, que representa el temperamento de sus dos figuras protagonistas. De esa manera, el autor nos hace algo más cómplices de las idas y venidas de la pareja de amantes.
Otra manera de enganchar la simpatía del lector es a través del narrador. Omnisciente en este caso, su Dios-que-todo-lo-ve no duda en opinar sobre lo que hacen sus muñecos, de modo que la burla cae sobre ellos, quitando hierro al asunto y creando un agradable tono de comedia. Es como si todos nos dejásemos empapar por la tremenda personalidad del piloto protagonista. Y, desde luego, es la mejor manera para poder llegar a decir “yo quiero ser como él”. ¿De veras que nunca has deseado pilotar un biplano de la Primera Guerra Mundial? ¿Nunca tuviste curiosidad por fumarte un habano mientras tratabas de logra una copa en la Florida de los años veinte? ¿No te gustaría saber hasta qué punto podrías excitarte con una rubia, antigua bailarina de charleston? Air Mail es entonces el tebeo adecuado para ti. Ojalá todas las historias tuvieran la capacidad evocadora con la que Micheluzzi engalana su obra.
Si a esto le sumamos el amor contagioso que el autor desprende sobre los pioneros de la aviación, el viaje resulta ya un escándalo. Y es que aquellos tipos que se jugaban la vida dentro de esos aparatos de tela, madera y latón no podrían disfrutar de una aureola de mayor romanticismo. Auténticos caballeros del aire, su oficio probablemente fue uno de los últimos actos de total temeridad del ser humano antes de la aparición de la más estudiada aviación comercial. Así pues, pericia, audacia y terquedad, creaban figuras ad hoc para con esas hermosas máquinas que empezaron surcando los cielos de comienzos del siglo XX, siendo el primer aldabonazo de una revolución que hizo el mundo más pequeño y al hombre más grande.
En definitiva, Air Mail es un lujo, pero uno barato. Uno que, como las mejores historias, te llevará de la mano a un mundo donde te gustaría pasarte semanas.
En cuanto lo vi en la estantería de la librería me lo llevé sin pensármelo. Y tampoco sé muy bien por qué, porque el caso es que tampoco conozco tanto el trabajo de Micheluzzi. Pero, no sé, me tenía buena pinta.
Cuando lo leí… Bueno; me costó un poco pillarle el gusto. La primera historia me estaba dejando bastante frío. Pero, conforme fui pasando páginas, más me iba gustando.
Y a mí, la figura del, llamémosle, narrador omnisciente, es algo que no me gusta. Me saca de la lectura. Pero aquí tiene su coña. Esa socarronería hacia los personajes y las situaciones le da un puntillo más ligero a la lectura.
Y el dibujo es una gozada. Y las viñetas con los aviones molan. Y eso que (en mi opinión) es difícil hacer que las escenas aéreas (como las de persecuciones de coches) queden dinámicas en un tebeo.
Que me ha molado, vamos. No me arrepiento nada de habérmelo pillado.