Estados Unidos tiene una gran tradición de asesinos en serie Si sumamos a aquellos que tienen un modus operandi solitario, las sectas, la cantidad de víctimas que han dejado atrás se dispara a cifras astronómicas. ¿Qué hace que una persona alcance tal nivel de retorcimiento? ¿Es la sensación de poder, de ser un dios inclemente que tiene el poder sobre la vida y la muerte (ajena)? ¿O las razones son lo más simples y aterradoramente comprensibles?
Por duro que cueste admitir, no hay buenos ni malos, solo hay grises. Y los monstruos, la moral humana tiene altibajos, que nos devuelven la mirada. Hasta el mayor psicópata del universo, es capaz de amar. Y, tal vez, a los que llamamos monstruos se parezcan más a nosotros de lo que nos gusta reconocer. En nuestra comodidad, hacemos daño a otros, aunque sea con los hechos más nimios, de forma inconsciente. El abismo siempre devuelve la mirada y pocas cosas hay más frágiles que la cordura y la moral.
Muerdeuñas en su primer tomo, no sorprendió, era un popurrí posmoderno y autoconsciente de las historias audiovisuales y literarias que estudian este tipo de sórdidas mentes. Alejado de la sobriedad y el análisis psicológico,
Hay personajes carismáticos, hay conflictos que tienen su interés, y alguna que otra aportación hay misterios sin resolver, pero sacrifica en credibilidad, en hace algo con lo que el lector pueda identificarse realmente, y lograr un impacto emocional. Para ello, le falta algo más de caracterización de los personajes, un raccord emocional de estos más coherente, una historia mejor hilada, ya que va dando bandazos. Pero, Muerdeuñas tiene un potencial y ha dado algunos pasos en la línea correcta respecto al primer tomo.
La primera historia de este tomo estudia, grosso modo, la naturaleza del fenómeno fan. Y es que si se produce una serie de asesinatos con la misma forma, no tardan en haber admiradores e imitadores de la “obra”. En esta primera historia, que abarca todo el primer número de este segundo tomo: el sexto, se nos presenta a una mujer que quiere dar a luz en Buckaroo, el pueblo en el que se ambienta la historia. Se trata de una breve historia que trata con ironía y un tono ligero y paródico (aun con el tono de “casquería de la serie y la atmosfera que se le pretende dar) a este controvertido asunto, pero, que no llega a ser todo lo que podría dar de sí una premisa interesante, quedándose simplemente en lo superficial.
La segunda historia, el número siete, sí que se podría afirmar que tiene más donde defender la serie. Tenemos una historia con un claro metatextualidad. No solo por la presencia protagónica del mismísimo
Sin embargo, la cuestión con mayor profundidad y carga dramática la encontramos en un interesante diálogo entre el personaje que da nombre a la serie y el propio Bendis en el que nos plantea la siguiente cuestión: ¿Quién es más sádico, un escritor o un asesino? Al fin y al cabo, ambos matan a seres queridos, ya sean ficticios o reales. ¿Cuál es la diferencia? Considero que este es la primera vez que este posicionamiento anticlasicista, realmente sirve para intentar hacer reflexionar al lector, más allá del mero divertimento o pasatiempo.
Los tres capítulos restantes, del octavo al décimo, hay una historia que realmente sí que hace avanzar la trama real. El punto de vista se vuelve a situar en Finch y en la sheriff Crane. La serie vuelve a recuperar algunas de las virtudes del primer tomo y mejora algunas de las carencias. Aquí tenemos un acercamiento mayor a los monstruosos habitantes del pueblo. Se amplía el microcosmos con distintas variantes de asesinos en serie, y en las motivaciones de algunos, dejando de lado el gran misterio del primer tomo, todavía sin resolver (aunque se presentan algunas anticipaciones que, tal vez, conduzcan a la respuesta).
A su vez, este tomo, el tomo juega con una subtrama y es la presencia de la iglesia como “estandarte moral y salvador” en un pueblo condenado. La visión de este personaje es tan corrupta como el resto de los habitantes y su principal motivación es cuestionar constantemente la autoridad de la sheriff.
A su vez, también se plantea la cuestión de la responsabilidad. El acercamiento a nivel psicológico mejor traído es, sin el menor atisbo de duda, el del personaje del conductor de bus. ¿Hasta qué punto afecta haber podido evitar tal reguero de sangre? ¿Y si para evitarlo te tienes que convertir tú en un monstruo como los que quieres erradicar? El famoso dilema de moral de: “¿matarías a Hitler cuando aún era un bebé para evitar el holocausto nazi?” se nos presenta aquí de una forma ambigua aunque, de nuevo, en búsqueda constante del entretenimiento, de la acción, de la tensión dramática y de la peripecia, no alcanza todo el potencial y las lecturas morales que podría haber alcanzado con otro enfoque u otro ritmo.
En estos tres últimos números, no resulta un ejercicio de metalenguaje como sí fue el primer arco, con influencias más que evidentes y reconocidas en la propia historia, si no que se opta por una narración más tradicional, lo cual hace más sencillo ver a los personajes como lo que son, y no como meras herramientas y clichés. Aquí
El arte de
La edición de Norma incluye, además de las portadas alternativas, algunos pin ups de otros artistas y la historia breve Tentempié Nocturno.
Concluyendo, este segundo tomo, sigue la tendencia marcada por el primer arco, heredando algunas de sus carencias y supliendo otros dando, en su conjunto, un tomo mejor hilado, aún con un gran margen de mejoría.