En el año 2112, los EEUU respondieron a un ataque terrorista sobre la Casa Blanca invadiendo el vecino país de Canadá de forma rápida y atroz, sin pararse a verificar mucho si realmente era culpable de la agresión. Doce años después, el país de la bandera de la hoja de arce continúa invadido por las fuerzas de ocupación estadounidenses, compuestas mayormente por gigantescos robots. En ése escenario,
El estilo de Skroce ha cambiado mucho en todo este tiempo: apenas resulta reconocible para quienes éramos sus seguidores en sus tiempos de Marvel y Awesome. Esto para nada significa que sea malo, sólo que es distinto: parece simplemente como si estuviésemos ante otro autor, un muy competente nuevo valor cuyo trazo acabásemos de descubrir y cuyo trabajo queda perfectamente embellecido por el color de
En cambio el que resulta reconocible del todo es Vaughan: muchas de sus características más reconocibles afloran en el guión que tiene preparado para esta miniserie de seis números. Empezamos por la propia premisa, llena de crítica subyacente ante la política exterior de los Estados Unidos, tan dados ante una agresión a invadir sin preguntar mucho países que han sido aliados suyos en el pasado. Porque puede parecernos una idea descacharrante y llena de humor surrealista sacada de South Park el que sea Canadá la nación a invadir, pero ha habido precedentes: tanto con otros países que hace no tanto eran aliados de Estados Unidos (Irak, Afganistán, Panamá…) y cuyos habitantes posiblemente ni se pudiesen imaginar en su día una ocupación norteamericana, como con el territorio natal de
Esto nos lleva a otra de las constantes reconocibles de Vaughan, su gusto por incluir instructivas anécdotas: en este caso nos recuerda que Canadá y los Estados Unidos ya han tenido en el pasado tensiones territoriales. Para los que no estamos muy duchos en historia, la sorprendente abundancia de conflictos entre ambos países ha sido desglosada con más detalle en Nothing but comics, revelando que la coexistencia entre ambos vecinos ha sido mucho menos pacífica de la idea que a priori ignorantes como yo podíamos tener. También, dentro de ese mismo tick de Vaughan, tendremos a un personaje recordándonos un pequeño detalle sobre historia comiquera, el cual somete a una simpática (aunque discutible) reflexión.
Y luego está la muerte, repentina, injusta, que aparece de forma cruel cuando uno menos lo espera, a costa incluso de lo que podría parecer la lógica de la construcción de relatos y personajes. Como en la vida real, en la que pocas veces asoma su fría cara cuando nuestras aspiraciones e historias están completas. Vaughan ha usado mucho este recurso a lo largo de su carrera, pero consigue que en sus manos nunca deje de resultar impactante.
Por otro lado, hay otro motivo por el que me resulta un producto típico de Vaughan: y aquí entramos en un plano totalmente subjetivo, ya que me pasa algo curioso con éste hombre, y es que ninguna de sus obras, a pesar de tener puntos de partida interesantes, me ha conseguido fascinar en sus primeras entregas. Sí, he de confesar que ni Y el último hombre ni Ex machina -ni siquiera Saga, lo reconozco- me cautivaron en su primeros números. Y con We stand on guard me ha sucedido lo mismo. Pero tras tal embarazosa declaración, he de decir que la experiencia es un grado y que soy consciente de que con éste escritor en concreto – con ninguno más- siempre me pasa igual: debo ser paciente y esperar, porque en todas y cada una de las ocasiones, en cuanto dejo pasar unos cuantos números y sigo leyendo, no sé cómo demonios lo hace pero sus historias consiguen llegarme para terminar atrapándome del todo. Y me transformo en incondicional de sus andaduras y personajes, los cuales, dentro de lo razonable, pasan a ser parte de mi día a día, emocionándome con ellos. Este patrón se ha dado de forma inevitable, como digo en todas sus obras (excepto tal vez con Los leones de Bagdad, que quizás por ser una historia de mucha menor extensión consiguió tenerme comiendo de su mano desde el principio), siendo éste para mi uno de los autores que mejor explotan el formato de serie más o menos larga, cocinando a fuego lento los sabrosos manjares que termina depositado sobre la mesa tras unos entremeses algo anodinos, y consiguiendo por tanto relatos que siempre van a más en calidad.
Como digo, ya me sé ese truquito de Vaughan, así que mi recomendación es que no perdáis de vista los próximos episodios de We stand on guard. Yo no pienso hacerlo.