Edición original: Marvel Comics – abril 1990 – mayo 1992
Edición España: Comics Forum – octubre 1990 – diciembre 1992
Guión: John Byrne
Dibujo: John Byrne
Entintado: Bob Wiacek, John Byrne
Color: Glynis Oliver, Brad Vancata, Mike Thomas, Joe Rosas, Patt Garrahy
Portada: John Byrne
Precio: 300 pesetas (tomo en formato prestigio de cuarenta y ocho páginas)
A finales de la década de los ochenta del siglo pasado, la casa de las ideas afrontaba los fastos de su cincuentenario, a través de la conmemoración de los quincuagésimos aniversarios de sus personajes más longevos y duraderos. La Antorcha Humana (1939), el Hombre Submarino (1939) y el Capitán América (1941) serían debidamente agasajados, de forma proporcional a su importancia en aquellos días. Así, el abanderado tuvo hasta su propia película, en tanto que el pobre Jim Hammond tuvo que conformarse con una serie limitada. Por lo que a Namor se refiere, el personaje contó con una maxi-serie (La saga del Sub-Mariner) en la que se hacía repaso de su trayectoria hasta ese entonces y con un protagonismo destacado en el evento anual de 1989, ¡Atlantis ataca! La cincuentena pilló al hijo vengador listo para tentar a la suerte del mercado y contar con cabecera propia. El responsable de esa intentona sería un John Byrne que, con esta empresa, firmaría uno de sus trabajos más interesantes y, en cierto sentido, marcaría el fin de una época. El fin de la aventura anual atlante dejaría al Hombre Submarino oficialmente difunto y preparado para una colección que llevaría el subtítulo de «primer y más poderoso mutante de Marvel». Si tenemos en cuenta que Byrne había saltado a la fama en la colección de la Patrulla-X y la peculiar relación que tenía con esa franquicia y con su entonces director de orquesta -el guionista Chris Claremont- resulta inevitable pensar que la elección de esa frase tenía bastante retranca.
Don John -cuya presencia en cualquier colección marveliana o deceera era y es noticia de portada- venía de cerrar abruptamente una breve etapa al frente de la escudería vengadora. Sus siguientes puertos serían la serie del Hombre de Hierro -donde haría equipo con un retornado John Romita JR primero y con un competente Paul Ryan, después- y la colección dedicada a Namor, en la que emplearía dos años como guionista y dibujante, demostrando en ese segundo apartado un constante deseo de experimentación.
Al inicio de la colección, Byrne presenta a un Namor que viaja por el mundo, aprovechando que para la opinión pública es hombre muerto. Dos veces viudo, exiliado de su imperio marino y percibido como enemigo por el mundo de la superficie, su único vínculo presente parece ser su sobrina segunda Namorita -hija de su prima Namora, pero tratada igualmente como hija de hermana-. El deseo -evocado al final de ¡Atlantis ataca!- de que el solitario disfrute de una cierta paz parece truncado por otro de sus arranques de ira -del que es víctima la población indígena de una isla del océano Pacífico-. Este episodio es observado por los biólogos Carrie y Caleb Alexander, personajes de nuevo cuño que servirán de herramienta narrativa con la que justificar un cambio en la personalidad de Namor. Byrne ha decidido tratar con un hijo vengador menos irascible y, para ello, explica en este primer número que Caleb ha dedicado su vida a investigar la naturaleza del Hombre Submarino, como contraprestación moral al hecho de que le salvara la vida durante su infancia. Don John presenta el caso de uno de esos miles de personajes anónimos cuya existencia se ha visto afectada -en este caso, para bien- por la existencia de series dotados de poderes fuera de lo común. Alexander mantiene la teoría de que la condición híbrida de su salvador -parte sapiens, parte mermanus- es la responsable de los brotes de furia que asaltan al personaje y que le hacen ser alternativamente héroe y villano. La oportuna reaparición y el más oportuno encuentro le permite poner en práctica su hipótesis y, con ello, da a Namor la oportunidad de templar su temperamento y asumir una nueva empresa, metafórica y literalmente. En el camino, le tirará los trastos a Carrie, pero pronto quedará patente que la investigadora y su señor padre han cumplido con la función asignada. Su posición de secundarios se irá diluyendo, poco a poco, conforme Byrne vaya creando sub-argumentos y rescatando del pasado los elementos necesarios para desarrollarlos.
El nuevo proyecto vital de Namor pasa por la creación de una empresa -Oracle INC- construida a partir del rescate de tesoros sumergidos, cuya posición conoce bien. El príncipe de Atlantis va a cambiar el gobierno de un Estado -al que, siendo realistas, nunca le ha puesto excesivo asunto- por el control de una multinacional. No hay que olvidar que estamos en una época en la que los mundos de Yupi, perdón, el mundo de los «yuppies» está en franca decadencia y suenan fuertemente otro tipo de valores, como los ecologistas. Fiel a su defensa de los océanos, Namor intentará derrotar a uno de sus enemigos tradicionales -la contaminación medioambiental- usando las armas del capitalismo. Este movimiento provocará el interés de quienes habrán de ser sus principales antagonistas, al menos, en esta primera parte de la serie: los gemelos Desmond y Phoebe Marrs. Hermanos y residentes en Nueva York, Byrne los utilizará también como oponentes del Hombre de Hierro, al ser patrones de Kearson DeWitt -véase La II Guerra de las Armaduras– y simbolizan, en cierto sentido, el arquetipo de tiburón empresarial que alberga los vicios de su clase y contrasta con la filantropía de Tony Stark o la relativa simpleza de Namor McKenzie. El temperamento de este último -y la oportuna aparición de un viejo enemigo- revelarán su rediviva presencia a unos hermanitos que están dispuestos a emplear todos los medios necesarios a ambos lados de la legalidad, con el fin de deshacerse de sus oponentes.
La revelación de la supervivencia del Hombre Submarino ante el mundo, tendrá lugar con el primero de una serie de acontecimientos en los que Byrne enfrentará al personaje con unas cuantas catástrofes medioambientales. La primera, un clásico como es el vertido petrolífero. Un año antes, el mundo había asistido al desastre del Exxon Valdez; no había sido el mayor, pero, en un mundo cada vez más conectado por las noticias, sí uno de los que causó mayor impacto mediático. La mano de los Marrs está detrás del complot -camuflada oportunamente tras la fachada de un comando de «eco-terroristas»-. Ello dará para dos poderosas portadas, en las que Namor clama cubierto de crudo y en las que asiste a un colosal incendio en Nueva York, respectivamente. Como era de esperar, el protagonista salvará el día -aunque no sin ayuda- y, redivivo ante la opinión pública, tendrá que afrontar las consecuencias legales de sus actos de ataque a la superficie.
La segunda crisis ecológica vendrá de la mano de otro argumento recurrente, como es el de la experimentación científica que se ha salido de madre. El resultado será «Sluj» y será una gran muerte viscosa -surgida a partir de la mugre local- a la que Namor tendrá que hacer frente, con el coste de las alas de sus pies. La pérdida -temporal- de su capacidad de vuelo pondrá al personaje en dificultades, mientras continúa el argumento secundario del enfrentamiento con los Marrs. Byrne jugará con la ambigüedad de estos personajes -esbozada ya en la colección del Hombre de Hierro-; aliados empresariales, Desmond y Phoebe mantienen una relación de desprecio-animadversión, que se irá haciendo más profunda conforme sus interés empiecen a divergir. Él quiere ganarse la amistad de Namor, con el fin de destruirle; ella parece seguir el plan de su hermano, pero sus sentimientos hacia el oponente empiezan a derivar hacia la atracción y, quizá, el enamoramiento.
Estos devaneos corporativos introducirán a un personaje que simboliza plenamente el estereotipo de «yuppie»: Cazadora de Cabezas. Byrne presenta a una mutante con capacidad mesmérica que no tiene disfraz sino un atuendo de ejecutiva agresiva y que presta sus servicios en términos cuasi-mefistofélicos. Don John brinda una de esas creaciones, a caballo entre lo inquietante y lo terrorífico -como Lily Dorada en Alpha Flight- contra los que la fuerza bruta poco valen. Un concepto interesante, cuya vinculación con un período temporal ha hecho que esta creación se haya prodigado más bien poco. Entre tanto, autor y personaje dejarán en un segundo plano las tramas empresariales y se centrarán en otro aspecto de interés en el bagaje de este último: su pasado durante la edad dorada.
Namor es, junto al Capitán América y la Antorcha Humana original, uno de los supervivientes de la edad de oro del tebeo estadounidense. Aunque autores como Roy Thomas o J. M. Straczynski se preocuparan por rescatar del olvido a otros personajes, esa trinidad es la que, más o menos (porque el pobre Hammond tampoco ha sido usado en muchos trotes) tuvo la buena suerte de ser recuperada por Stan Lee y Jack Kirby, ya en los inicios de la edad de plata. En el oportuno ejercicio de retro-continuidad, los tres héroes conformaron el núcleo de un equipo, los Invasores, destinado a luchar contra las fuerzas del Eje. Esa antigua alianza sirvió para que los actos hostiles del Hombre Submarino, fueran percibidos con menos animadversión, dejando al caballero en la difusa frontera del anti-heroísmo. El recuerdo de la lucha contra la coalición liderada por Alemania, Italia y Japón pesa lo suficiente como para dar a Namor la oportunidad de unirse a los Vengadores -a petición del Capitán América, que será su valedor- durante la etapa escrita por Roger Stern. Este mismo guionista firmaría a su vez una breve etapa en la colección del abanderado, con Byrne como dibujante. En su aventura final, Steve Rogers se reencontraría en el Reino Unido con dos de sus antiguos camaradas invasores, los retirados Unión Jack y Spitfire, para combatir a una amenaza de los días de la guerra, el Barón Sangre. Como autor completo, don John usará estas premisas y las adaptará para Namor. El escenario será la Alemania unificada y los enemigos del pasado, una pareja llamada a simbolizar la superioridad de la raza aria, compuesta por el Hombre Supremo y la Mujer Guerrera.
En el año 1990 o, al menos cuando esta colección empezaba su andadura, Alemania aún estaba dividida en dos Estados, cuya existencia era un símbolo específico del telón de acero que se había abatido sobre el viejo mundo. La República Federal Alemana y la República Democrática Alemana eran el resultado final de una serie de proyectos, destinados a anular definitivamente el poderío germano y exorcizar el militarismo prusiano. La llegada de Mijail Gorbachov al poder en la URSS -tras los efímeros mandatos de Yuri Andropov y Konstantin Chernienko- se tradujo a medio plazo en el colapso del bloque soviético y en un rápido proceso de reunificación. En menos de un año, la Alemania oriental quedaba integrada en la estructura de su vecino del oeste, con lo que ciertas suspicacias empezaron a aflorar. ¿Volvería el país a las andadas? En una conversación entre primo y prima, Namor explica a Nita una viñeta del Daily Bugle, en el que se hace referencia a la recuperación del territorio de los Sudetes. La joven no capta la naturaleza del chiste y es el Hombre Submarino el que ha de explicarle el significado del mismo. Entre tanto, supervivientes y simpatizantes el III Reich mueven sus piezas, con el fin de aprovechar la unificación y tomar el control. Como en las novelas ODESSA o Los niños del Brasil, algunos nazis con puestos de importancia utilizaron sus recursos para diseñar puertas de salida y re-entrada que, en esta aventura, se concretan en la puesta en juego de una pareja destinada a ser la respuesta -o revancha- germana al experimento que convirtió a Steve Rogers en el Capitán América. El hecho de tener en danza a la Antorcha Humana original y al mentado Capi, deja entrever que Byrne ya tenía pensada esta idea y que, muy probablemente, la hubiéramos visto en las colecciones vengadoras. Los Invasores volvieron, brevemente, en una versión actualizada en la que se utilizaría al Unión Jack de Los caballeros de Pendragón y en la que se recuperaría para la causa del pijama a Jacqueline Fansworth, la antigua Spitfire. La veterana de la II Guerra Mundial recuperará, por obra y gracia de la fantaciencia «lee-kirbiana» que tanto gusta a Byrne, juventud, forma física y poder, incorporándose al catálogo de personajes secundarios de la colección. Esta puesta a punto no será ni la última ni la más importante de cuantas realice el autor en esta cabecera. Ya durante los acontecimientos de esta aventura ha planteado el sub-argumento que llevará al regreso de un héroe con el que tiene un pasado en común: Puño de Hierro.
A principios de los noventa, Daniel Rand llevaba varios años criando malvas. La asociación con Luke Cage había tenido un abrupto final, con este último acusado de la muerte de su colega. Previamente, Danny había roto con su pareja -la investigadora privada Misty Knight- y había superado un proceso cancerígeno, cambiando su tradicional atuendo verde-oro por otro rojo-oro (como sucediera en la transición de Fénix a Fénix oscura). Para traerle de vuelta, Byrne orquestaría uno de los argumentos más enrevesados y «culebronescos» de cuantos se hayan visto en un género tan próximo al folletín como el súper-heroico.
Tomando como punto de partida el hecho de que Namor comanda una importante empresa con intereses y preocupación ecológicos, elabora una historia en la que la Rand-Meachum -la vieja corporación del padre de Danny y de su traicionero socio- se embarca en una propuesta de explotación de la Tierra Salvaje, el páramo antártico donde el tiempo se detuvo. La sorpresa -y el escepticismo- embargan a Misty y a su compañera Colleen Wing, cuando los medios de comunicación informan de que un redivivo Daniel Rand está al frente del proyecto. Tal parece que las pruebas están a favor de considerar que, efectivamente, Puño de Hierro ha vuelto pero, como con Byrne nunca se sabe del todo, lo que tenemos entre manos es el prólogo a una gran aventura en la que el autor echará mano del bagaje que trae el artista marcial, para dar a Namor un enemigo de envergadura.
Entretanto, tendremos otro misterio relacionado conceptualmente con el del intrigante retorno de Puño de Hierro: lady Dorma, la esposa de Namor a la que todo el mundo daba por muerto, ha reaparecido en Atlantis, con la mente de una niña pequeña. Como en un truco de prestidigitación, el desenlace a este enigma afectará profundamente a Namorita, al conocer su verdadero origen y, con ello, sentar las bases de futuros argumentos en la propia colección pero, sobre todo, en la de los Nuevos Guerreros.
La historia lleva a Namor -a lomos de un Grifo que se ha convertido en un servidor y mascota- de camino a la Tierra Salvaje -en otra de las potentes estampas que «Pataletas» Byrne brinda a la afición-. El lugar da ocasión para que volvamos a encontrarnos con Kevin y Shanna Plunder -Ka-Zar y la Diablesa- y para que el Hombre Submarino descubra y nos descubra la liosa trama: grosso modo, el autor modifica la historia de la muerte de Puño de Hierro, metiendo en danza a un personaje de sus tiempos en la colección de Alpha Flight y repitiendo una jugada que ya empleara cuando los Cuatro Fantásticos llegaron al número doscientos cincuenta de su colección. Lo que habíamos visto hasta ahora era una elaborada conspiración -desmontada en el último momento de una forma un tanto pedestre, hay que advertirlo- pero ojo: si bien este Puño de Hierro corporativo no era el verdadero, en el ataúd de Danny no hay más que hierbajos putrefactos.
Namor y las Hijas del Dragón se embarcarán en la búsqueda del auténtico Daniel Rand, viajando a K’un L’un -por cortesía del Doctor Extraño y obviando oportunamente ciertas premisas del viaje con dicha ciudad- y encontrarán al gran arquitecto tras las pasadas penurias de Danny y las presentes -y futuras- del Hombre Submarino. El Maestro Khan -viejo adversario de Puño de Hierro- es la mente maestra que ha movido todas las piezas, hasta un final en el que -con la puntual presencia de Lobezno- Rand volverá al mundo de los vivos, retomará su relación con Misty y pasará a formar parte del poblado catálogo de personajes de la serie. El fin de este arco argumental será también el de despedida -como dibujante- de Byrne, que dejará paso a un Namor salvaje y amnésico, así como a un joven prometedor en el campo de la ilustración: Jae Lee.
Como ya se contó en esta reseña, el autor permanecería como guionista un poco más, abandonando la serie justo antes de cerrar la gran trama del enfrentamiento contra Khan. Esta última parte contrasta poderosamente con la precedente, no solo por la clara diferencia estilística entre Byrne y Lee sino, además, por la sensación de que el primero ya va por la colección con el automático puesto. Esta aparente desgana -que en modo alguno puede traducirse como mediocridad- contrasta con la implicación que, hasta ese momento, había demostrado con el proyecto. Acostumbrados a su habitual productividad -que le daría el apodo de «el de las cien páginas mensuales»- quizá pasáramos por alto en su momento el hecho de que, además del guion y el lápiz, Byrne se encarga también del acabado, echando mano de técnicas que le sirvieran para remarcar la ambientación sub-acuática en la serie y conseguir, en definitiva, efectividad en los tiempos inmediatamente anteriores al empleo generalizado del ordenador. Byrne escribe, dibuja y hasta rotula, echando mano de una tipografía diseñada por él y digitalizada para la ocasión. Se documenta para presentar a un Namor cuyo físico sea el resultado de haber pasado muchos años nadando y, en definitiva, se implica durante veinticinco números para conseguir que el personaje cuente con una de las colecciones más interesantes del momento. Su labor se vería complementada por el buen hacer de veteranos de la tinta (como Bob Wiacek) o el color (como Glynis Oliver), pero, siempre, bajo la batuta del caballero británico-canadiense.
Sin embargo, también hay que reseñar la existencia de debilidades en el conjunto de la obra. Así, da la sensación de que el deseo de reciclar historias que no se pudieron contar en otra parte, o el de corregir algunas decisiones de otros autores, pesaron más que el deseo de dar protagonismo al teórico titular de la cabecera. La premisa ecologista de la serie deja paso al rescate de los Invasores y, luego, al de Puño de Hierro. En el primer caso, se justifica por la pasada militancia del Hombre Submarino pero, en el segundo, parece que este es simplemente la excusa para que la colección se convierta, de facto, en una obra coral que rememora la vieja cabecera en la que Byrne y Claremont iniciaron colaboración. La familia Alexander, primeros aliados de Namor, son despachados tan pronto como cumplen su función; los gemelos Marrs acaban convertidos en un caricato de su versión «férrica»: Desmond, reciclado en camello de tres al cuarto y Phoebe -a la que su creador intenta dotar de cierta tridimensionalidad- es, a ratos, posible interés romántico de Namor y, a ratos, la serpiente de su atribulado paraíso. Con todo y pese a todo, el Hombre Submarino no ha vuelto a ser la cabeza visible de un producto de semejantes nivel y calidad. John Byrne abandonaría Marvel por segunda vez a principios de los noventa, retornando pocos años después y firmando una serie de obras que van de la curiosidad al olvido. Por ello, opino que estos números constituyen su último gran trabajo en la casa de las ideas. Ahora que se ha publicado en la Red documento fotográfico de su encuentro con C. B. Cebulski, editor en jefe de Marvel, se han disparado los rumores en torno a un cuarto regreso del autor. La expectación se ha disparado, demostrando, una vez más, que John Byrne sigue siendo un nombre que no deja indiferente. ¿Volveremos a ver su firma en algún tebeo de Marvel? Y si es así ¿veremos un despliegue semejante al que demostrara hace treinta años? El tiempo lo dirá.
La publicación de la colección en estos barrios se hizo a finales de 1990, en el marco de un formato -prestigio de cadencia bimestral- que también se usó para el Spider-Man de Todd McFarlane. Estas cabeceras, definidas irónicamente como «otoñales» por la endeblez de su encuadernado, estuvieron presentes hasta 1992. En lo que a la del Hombre Submarino se refiere, esta vino acompañada de interesantes artículos firmados por José María Méndez, en los que se hacía repaso de la trayectoria de Byrne hasta ese momento, dentro y fuera de Marvel. Como curiosidad final, hay que indicar que también se recuperaron tres historias cortas de Namor en Marvel Fanfare y Marvel Comics Presents, firmadas por Mike Mignola y Bill Mantlo (las dos de la primera cabecera) y por un primerizo Jim Lee y Don McGregor (la última).
Genial reseña. Coincido en tu valoración y en tus comentarios, gran serie que recuerdo con mucho cariño (el comic del juicio al principio me llamó mucho la atención y ya me quedé enganchado). La edición por cierto ya tiene despegadas varias solapas, no hay manera con este formato…
Pena que la colección parase porque la dupla Byrne-Lee apuntaba maneras pese al cambio de registro. El Namor amnesico melenudo de Lee parece la inspiración estética del Acuaman encarnado por Momoa para el cine.
A mi humilde parecer, aunque el aspecto de Namor con melenas y barba es anterior, ya que es de 1993, creo que el aspecto de Aquaman en la pelicula que se estrena este año se inspira propiamente en él mismo, ya que en 1994 Peter David cambio su aspecto a melena y barba, así como un aspecto más rudo, pues David consideraba que era necesario que Aquaman impusiera más a quienes le rodeaban. 🙂
Esta etapa del personaje he de decir que esta entre mis obras Marvel favoritas. Recuerdo disfrutar de cada número y que la cadencia bimestral se me hacia eterna. 🙂
Una inteligente aproximación y ‘forth from the basics?’ del príncipe Submarino. Por esta época Byrne manifestaba sentir especial placer dibujando fondos (que siempre había odiado) y es algo que salta a la vista con un diseño de interiores, estilismo y experimentación de texturas y tramas que da un toque muy particular a la serie. Se nota que Byrne disfruta y nos hace disfrutar con su virtuosismo
Una serie realmente muy entretenida. La disfruté muchísimo; buen dibujo, mucha acción y una necesaria recuperación de personajes perdidos. Es verdad que Byrne dio varios volantazos argumentales (se vendió como una serie ecologista y pronto se olvidó de esta cuestión) y algunos personajes entraban y salían pero sagas como la de Los Invasores o la búsqueda de Puño de Hierro fueron de lo mejorcito en su momento. Una serie a reivindicar. La etapa con Byrne de guión y dibujos de Jae Lee comenzó bien pero acabo diluyéndose (por cierto publicada en España en uno de esos supertomos de Grandes Sagas)
Excelente artículo de una obra que cada año espero ver en el plan editorial de Panini. A ver si en el 2019 hay surte y se animan a editar un Marvel Heroes con esta etapa o parte de ella. Creo que es la única obra destacada de Byrne que falta por recuperar