Donde se nos explica que la revolución viene desde arriba, el caos desde abajo y en medio…
«Uno siempre parece gilipollas cuando está a punto de morir, pero bueno, es peor para los que se quedan»
Con
Los cimientos en que sustenta esta obra los conocemos todos de sobras; posapocalipsis, conspiranoia, steampunk, personajes mesiánicos, distopía… con las consabidas referencias a nuestra situación actual como especie pobladora, invasora y depredadora de este planeta.
En cambio, los puntos diferenciales se centran en la descripción de los personajes y en el sentido del humor. Cada uno de los protagonistas de Nathanaëlle tiene una personalidad propia, está lleno de vida y nos enamora con sus neuras y con sus virtudes, pequeñas pero entrañables. Curiosamente – o no – el personaje más plano, el que responde más al estereotipo es el de Nathanaëlle, la protagonista que da nombre a la obra, que en contadas ocasiones se sale de su papel de catalizador de la acción. En cambio, los secundarios como el robot Melville o su hijo, el pusilánime Vivier, la amargada Shirley e incluso el megalómano Tàbor le aportan al relato una buena dosis de locura, de ternura y sobre todo de humanidad.
Los referentes de Nathanaëlle son múltiples y muy distinguidos; quizás el más evidente sea la extraordinaria película Brazil dirigida por Terry Gilliam o la saga de El Incal escrita por Alejandro Jodorowsky y realizada gráficamente por Moebius pero también nos recuerda a 1984, la famosa novela de George Orwell o a la serie Horologiom de Fabrice Lebault… entre otros.
La acción urdida por Charles Barberian (1959) transcurre en un futuro no muy lejano ni tampoco muy cercano donde la población está dividida en dos niveles, en la superficie viven los más ricos que gozan de todas las comodidades que les ofrece una sociedad altamente tecnificada y que les permite incluso cambiar de cuerpo. Sin embargo es un régimen altamente totalitario. Bajo tierra sobreviven los más desfavorecidos que han sido engañados y creen que en el exterior no se puede vivir porque reinan los efectos de una destrucción nuclear. Estas mentiras están constantemente alimentadas por las redes sociales y los pobladores no se atreven a salir de sus catacumbas. Pero en todo este entramado de falsedades empieza a surgir una brecha y Nathanaëlle se encargará de ampliarla, ayudada desde la superficie por quien menos se espera…
Sobrevuela en todo el relato un humor ligeramente absurdo y de vocación burlona que ayuda a digerir mejor las diferentes escenas agrupadas en torno a los dos personajes protagonistas; Nathanaëlle y su padre Tàbor, el Gran Sabio y gobernante de esta desquiciada comunidad. El final de cariz metafórico y excesivamente abierto ha concitado numerosas reacciones que llegan a describirlo como excesivamente ambiguo o incluso como susceptible de una continuación, personalmente a mí me ha parecido hermoso pero demasiado anticlimático.
El arte de Fred Beltran (1963) es atractivo y bizarro al mismo tiempo.
La estructura de página predominante en esta obra es la compuesta por tres tiras con dos viñetas cada una, pero es un esquema que varía en numerosas ocasiones. Beltran retrata a sus personajes como unos seres algo deformes de cabezas exageradas y cuerpos gomosos. Sin embargo, domina perfectamente la descripción del lenguaje corporal y del facial dotándolos a todos de una humanidad desbordante. Su definición del entorno es asombrosa. El diseño arquitectónico y gráfico de la comunidad imaginada por Barberian es coherente, original y atractivo. El tratamiento de la maquinaria y de los edificios recuerda al trabajo del mejor Juan Giménez y su estética steampunk está perfectamente cohesionada con todo el conjunto. Como narrador, el dibujante de Megalex aporta solidez y equilibrio a la historia; un tratamiento expositivo clásico que compensa este tono ligeramente underground de su estilo.
El uso del color directo es otro de sus rasgos distintivos. Beltran se centra en una gama de grises metálicos, marrones desvaídos y verdes sucios que describen ambientalmente el universo de Nathanaëlle. Esta monotonía cromática la rompe usando el rojo, el violeta y el dorado que inserta de manera puntual y quirúrgica en la plancha y con los que consigue hermosos contrapuntos de color con evidente valor narrativo.
El arte de Beltran es otro de los puntos fuertes de esta obra. El artista francés nos regala uno de sus mejores trabajos con una sabia combinación de clasicismo y modernidad.
La edición física y técnica de este álbum por parte de Ponent Mon es excelente. El tomo es en tapa dura, tiene un tamaño adecuado, la reproducción e impresión son extraordinarias y el papel muy bueno. No cuenta con ningún texto de apoyo, salvo una breve introducción escrita por el propio guionista y unas escuetas biografías de los autores, pero incluye una amplia galería de bocetos, estudios preliminares e ilustraciones, realizada por el dibujante francés, que enriquece extraordinariamente el producto. El precio es el estándar en este tipo de ediciones.
Nathanaëlle de Charles Barberian y Fred Beltran es una obra modesta, curiosa y diferente que consigue atraparnos por la humanidad de sus personajes y por su humor absurdo, dos virtudes que disimulan una conclusión demasiado decepcionante.
Salut!
Lo mejor
• Los personajes; muy humanos, cada uno hijo de su padre y de su madre.
• El entorno urbano, arquitectónico y tecnológico plasmado por Beltran.
• El color directo.
Lo peor
• Un argumento que se queda a medias.
Guion - 6.5
Dibujo - 8
Interés - 8
7.5
Ladina
Una obra distópica, de personajes muy curiosos. Una propuesta postapocalíptica y distópica que aúna clasicismo y modernidad, humor taimado con tragedia ligera.