Edición original: .
Edición española: febrero de 2008; Norma Editorial.
Guión, dibujo y entintado: Will Eisner.
Formato: tomo recopilatorio de págs.
Precio: 30,00 €.
Nueva York. Centro neurálgico y ciudad más poblada de los Estados Unidos de América. Gigantesca metrópolis que ejerce su influencia más allá de las fronteras de la Nación más poderosa del Mundo, marcando tendencia a nivel global en campos financieros, comerciales, culturales y políticos. Durante las últimas décadas, su particular paisaje se ha convertido en toda una referencia de la cultura popular, alcanzando niveles icónicos gracias a innumerables retratos abordados desde las más variadas perspectivas por novelistas, pintores, músicos, cineastas, realizadores de televisión, guionistas o dibujantes de cómics, hasta el punto de hacerse identificable de forma casi inmediata incluso para quienes no hemos tenido la fortuna de pasear por sus transitadas calles.
Pero en muy contadas ocasiones la aproximación artística ha resultado tan emotiva, esclarecedora, enternecedora a la vez que universal, como la reflejada en el cómic que hoy centra nuestra atención. Entre 1981 y 1992, Will Eisner acometió la realización de una serie de historias que como nexo común evidenciaban la vocación de rendir tributo a su ciudad natal. En su edición original, Nueva York: La gran ciudad (1981-1986), El Edificio (1987), Apuntes sobre la gente de ciudad(1989) y Gente invisible (1991-1992) fueron publicadas por Kitchen Sin Press, para posteriormente ser recuperadas bajo el título Will Eisner’s New York: Life in the Big City en un tomo recopilatorio del sello The Will Eisner Library de DC Comics. Tomando como base este tomo, durante el mes de enero del presente año Norma Editorial publicó Nueva York: La vida en la gran ciudad, presentada en una lujosa edición en cartoné con sobrecubierta, a la altura de la calidad del material recopilado. Pero evidentemente, lo más relevante es el contenido, no el continente. Y en este punto, sólo cabe quitarse el sombrero ante la incuestionable maestría de Eisner.
Oriundo del barrio de Brooklyn, a buen seguro que el autor acumuló suficientes experiencias y anécdotas -como protagonista, testigo u observador- que le permitieran comprender a la perfección la idiosincrasia de “La Gran Manzana” y sus habitantes. Conocimientos y vivencias que le sirvieron para, a través de pequeñas historias sutilmente hilvanadas, componer un preciso y precioso retrato de la ciudad, analizada, radiografiada y diseccionada desde los más sorprendentes y recónditos puntos de vista para terminar ofreciendo una visión e interpretación tan lúcida como amplia de su propio concepto de ciudad. Un concepto alejado de la pretenciosidad y cercana a la versión más pura de la honestidad y sencillez: callejones, alcantarillas, vagones de metro, bocas de riego, edificios… Materia inerte convertida en testigo de cuanto acontece a su alrededor, y protagonista de la vida de sus habitantes, en la medida en que éstos se hallan condicionados por las peculiaridades del emplazamiento en la que tratan de desarrollar su existencia.
Evidentemente, en cada página de este tebeo se aprecia un profundo conocimiento no sólo de Nueva York, sino también de los neoyorquinos. Pero lejos de tratarse de un análisis localista, circunscrito y limitado a una época y lugar concretos, La vida en la gran ciudad parece condenada a mantener una vigencia plena, de carácter atemporal y universal, resultando prácticamente imposible que el lector no se sienta identificado con al menos alguna de las anécdotas y situaciones narradas, o que no reconozca en el comportamiento de los rostros anónimos que protagonizan estos pequeños relatos, los síntomas de muchos de los males que aquejan a la sociedad contemporánea. Y es que Eisner retrata con crudeza el modo en que nuestras aspiraciones y deseos se dan de bruces con la dura realidad, con una cotidaneidad que invariablemente amenaza con sepultar nuestras ambiciones e ideales, hasta que la individualidad inherente a cada uno de nosotros termina siendo eclipsada por la apatía, la soledad, los problemas de comunicación, la doble moral o el egoísmo, mostrando en el camino diferentes vertientes de la condición humana abordadas desde el cinismo, la amargura, la ironía, el sarcasmo, y la crudeza.
Todo ello partiendo de una inspirada ambientación que se vale de un estilo a medio camino entre lo realista y lo caricaturesco para hacer al lector cómplice y partícipe de su peculiar narración de la vida y muerte del paisaje -en la más extensa acepción del término- de la ciudad que ama. Sin por ello renunciar al peculiar sentido del humor que siempre evidenció el maestro entre maestros.
Lamentablemente, no es éste un artículo en el que se analiza a fondo la contribución de este autor al “Noveno Arte” -entre otras razones porque semejante tarea resulta realmente intimidatoria para quien escribe estas líneas- sino tan sólo un pequeño escrito en el que plasmar la fascinación que en mí suscita asistir desde una posición privilegiada -la de lector- a un apabullante dominio de los resortes de un medio cuya paternidad corresponde en buena medida a Will Eisner. Un genio que el 3 de enero de 2005, a los 87 años de edad, dejó huérfanos a una legión de incondicionales que con esta obra rememorarán algunos de los pasajes más brillantes de la carrera profesional de todo un pionero, innovador y vanguardista, cuya aportación al mundo del cómic resulta impagable e irrepetible. Un tebeo sencillamente imprescindible.
Un saludo y hasta la semana que viene! (eso espero)
Will Eisner es un maestro. A ver si hacéis pronto un (extenso) artículo sobre The Spirit.
Todo un reto, el que propones… espero poder asumirlo algún día, pero para hacerlo en condiciones (como merecen la obra y el autor), tengo que ponerme al día con la edición española de The Spirit. Demasiados tomos pendientes… 🙁
Un saludo!
Hola, David:
pues yo preferiría, con mucho, un artículo de su obra post-Spirit, que me gusta bastante más. Reconozco que The Spirit es una obra maestra (¡cada viñeta lo es!), pero me emociona muy poco, al revés que su obra posterior. Un ejemplo: desde la primera lectura de El Súper (El Casero), quedé turbado por su profundidad y por la enorme valentía de Eisner al adoptar ese punto de vista, que le habría costado hoy, época hipócrita y pacata, no pocos denuestos. En el caso, improbable, de que alguien hubiese tenido el valor de publicarla.
En resumidas cuentas: asusta el abordar una obra como la de este maestro, donde el adjetivo «maduro» adquiere verdadera carta de naturaleza.
Agradecimiento eterno a Will Eisner.
Para los demás, un saludo y Feliz Año Nuevo.