Edición nacional / España: El olor de los muchachos voraces, Colección CMYK, mayo 2016, Astiberri Ediciones.
Guión: Loo Hui Phang.
Formato: 112 páginas a color editadas en cartoné.
Precio: 22 €.
Frederik Peeters sigue empeñado en mejorarnos la vida. Y de qué manera. Después de un periplo de obras particulares escritas donde ejerció de autor completo, se vuelve a juntar con un guionista -una en este caso- para dar rienda suelta, paradójicamente, a sus mundos personales. Pues El olor de los muchachos voraces es una pieza coherente en el universo particular de Peeters. Esto es, la transgresión de los clichés del fantástico a través de una incisión en las relaciones humanas, combinada con cierta metafísica así como de un matiz místico. Como un discípulo inesperado de Moebius, sus historias corren el riesgo de caer en la abstracción, pero, con un pie en la concreción simbólica de Buñuel, todo resulta al final atado y bien atado.
Regresan aquí la fascinación por los mundos oníricos, la plasticidad de una sobrenaturalidad latente y la reflexión sobre el sentido de la vida en base a la sexualidad y la identidad. Y todo eso, tan Peeters, escrito por Loo Hui Phang, artista multidisciplinar que ha casado a la perfección con el dibujante suizo.
El olor de los muchachos voraces arranca como un western parcialmente al uso, con la plasmación de las diferencias entre la vida en la frontera y los remilgos de los señoritos de ciudad, en la piel de la artesanía frente al capitalismo, el arte frente al beneficio, donde un fotógrafo es contratado por un geólogo para explorar el peligroso territorio comanche, acompañados de un sagaz adolescente llamado Milton, uno muy particular que esconde un secreto que salta a la vista. Y como en los mejores westerns, nada es lo que parece. Nada es lo que parece cuando hablamos de la apariencia de los personajes, su naturaleza y las ambiciones apriorísticas de la narración.
Vamos por partes. Sin spoilers, los personajes no son quienes dicen ser. Esto ya se intuye desde el arranque. Ningún lector avispado podrá pasarlo por alto. Y es este juego de máscaras el que vehiculará la acción y traerá consigo la reflexión más elaborada, aquella que defiende la identidad por encima de la norma, el deseo por encima de la convención. Sin aspavientos, con cierta poesía y sin el recato de autores pacatos, Phang y Peeters logran describir ideas complejas sobre la naturaleza humana desde la reflexión calmada envuelta en un refrescante hálito de aventura. Ahí es nada. Porque hablar de homosexualidad, identidad sexual, capitalismo y arte en un envoltorio de cuento del Oeste no es misión sencilla cuando se piensa en ella. Pero ambos artistas logran que la narración fluya con naturalidad, desengranando el misterio y enganchándonos a él como los expertos narradores que demuestran ser. A pesar de ciertos pesares, encarnados en las únicas pegas que puedan ponerse al tebeo, las cuales se intuyen desde sus primeras páginas y están referidas a la identidad del villano y la naturaleza deus ex machina del indio que aparece y desaparece según lo necesite la historia.
Sumándole a lo anterior la dosis, cada vez más importante en la obra de Peeters, de fantastique místico, con vampiros sui generis e indios médiums, El olor de los muchachos voraces es una nueva entrada, del todo coherente, en la perspectiva autoral del creador de Lupus, confirmándole como el autor más emotivo e intimista del fantástico actual, así como un evidente renovador del mismo, al otorgar un poso de profundidad inaudita o cuanto menos poco habitual a estos géneros más tendentes a la acción y la superficialidad. Y, como con los maestros, sus reflexiones jamás suenan forzadas ni su visión perturba la capacidad para contar una buena historia. Todo atado y bien atado, como decía. Aunque, imagino, la labor de la propia Phang no debería ser obviada, en un guión que si bien parece haber sido creado ex profeso para el suizo, destaca por sus diálogos y por su sinceridad. La visión del deseo como motor de la vida en las páginas del texto de Phang no deja de ser la mirada ansiosa, la otra cara de la moneda de la habitual introspección sentimental que desarrolla el autor de Píldoras Azules en sus textos, tendentes a desgranar las aristas de los afectos y la influencia de los mismos en el devenir de cada uno. Esta mirada es quizá un tanto más alentadora y rebelde que la de Peeters, insuflando aire fresco a la tendencia pesimista de Peeters. Más sudor y menos lágrimas, quizá venga a decir Phang. Y parece que Peeters ha aceptado el juego.
Hablando de nuevo del trazo de Peeters, poco me queda que contar que no haya hecho ya en reseñas anteriores, ya que su lápiz sigue con las pautas ya conocidas. Y esto no es menos que resultar sobresaliente en todos los aspectos: desde la puesta en escena, hasta la capacidad para visualizar la acción o reflejar las emociones. Paso a paso, Peeters demuestra que los aplausos anteriores resultaron del todo merecidos, convirtiéndose en una referencia de la BD moderna y un autor al que no se le podrá toser.
Qué duda cabe: El olor de los muchachos voraces es un must del año.
Guión - 8
Dibujo - 9
Interés - 8.5
8.5
Must del año.
¡Menuda reseña, Raúl!
Este tebeo cae pero ya. Tenía un poco de miedo del guión al no estar Peeters como autor completo (el apartado gráfico ya me maravilló cuando le eché un ojo en el Salón). Pero vamos, tras leer la reseña cae pero sí o sí.
Gracias!
Viva Peeters!