Como suele decirse casi siempre que se hace una reseña de una obra editada por
El manga nos sitúa en el siglo XIX, en el Japón más rural y en la piel de Torakichi, un boticario ambulante que se ve obligado a viajar constantemente para atender a sus pacientes y clientes. Por azares de la vida, Torakichi quedó viudo hace un par de años, y pese a que su reacción inicial fue huir hacia adelante y refugiarse en el trabajo para olvidar la pena, dejando atrás para ello a Shirô, su pequeño hijo. Pero el tiempo pasa, y el deseo de no fallar ni al gran amor de su vida ni a su hijo, hacen que Torakichi recapacite y se haga cargo del pequeño, lo que conlleva que este comience a acompañarle en sus viajes laborales. El protagonista no quiere perderse la infancia y el crecimiento de Shirô y quiere poder hacer que Shiori, su difunta esposa, pudiese sentirse orgullosa de ser el padre que esperaba para él, así que decide ignorar todos los consejos de familiares y vecinos sobre lo duro que puede ser para ambos vagar por los caminos solos y seguir adelante con su plan. El problema es que los vastos conocimientos sobre botánica y medicina de Torakichi no son ni mucho menos suficientes a la hora de cuidar y dar amor a un pequeñín de 3 años, algo ya de por si complicado, y que se vuelve aun más difícil cuando Shirô comience a echar de menos a su madre.
No hay mucha más historia en Padre e Hijo, ya que durante todo el tomo encontramos capítulos que podríamos denominar como autoconclusivos en los que Torakichi y Shirô viajan a través de bosques, montañas, ríos y playas para poder llevar las medicinas a tiempo a los aquejados de alguna dolencia que los necesiten, con el único nexo argumental entre ambos que aportan los personajes y las relaciones entre ellos, así como algunas gotas del pasado del protagonista y su esposa que ayudan a ahondar en la psique de todos los intervinientes en la acción. Todo esto conlleva que el manga tenga un ritmo evidentemente lento, sin apenas acción, ya que lo verdaderamente importante es el sentimiento, y ese camino hacia la madurez que padre e hijo emprenden, dentro de ese espectacular marco decimonónico del Japón rural que dispone la autora.
Ese ritmo pausado permite disfrutar mucho más de las viñetas y los diálogos cuidados, muchas veces auténticas obras de arte plagadas de sentimientos y realidad, ya que la obra tiene como punto a favor que plasma muy bien como es la relación entre un padre y un hijo que han pasado por esos avatares de la vida. Es por todo ello una obra muy bella, que es capaz de sacarte sonrisas y no solo por los momentos cómicos, que los tiene, sino también por la inocencia del pequeño Shirô, los esfuerzos a ciegas de un papá novato, la ternura que inspiran personajes y situaciones… pero que también es capaz de ponerse seria y obligarte a afrontar la realidad de ciertas cosas que han ocurrido. Pero en general es una obra que premia al lector con un mensaje de positividad, de optimismo por el futuro y por la importancia de valorar las pequeñas cosas, que habla de superación y de asimilación, y que pese a que haya que hacer un gran esfuerzo todo acaba teniendo su recompensa.
En la narrativa, Tagawa juega muy bien con la posibilidad de hacer ver los hechos al lector desde el punto de diversos personajes, y el contraste que genera sobre todo cuando los problemas a los que se enfrentan los adultos son vistos por los ojos de un niño y viceversa. En materia narrativa también podemos observar como la obra tiene una estructura bastante teatral, con diversas escenas o actos que van superponiéndose gracias al nexo que crean los protagonistas y aderezándose con pequeños “entremeses” que sirven de pausa y alivio para el espectador, en este caso a modo de pequeñas tiras de viñetas, con un carácter mucho más cómico que relajan ciertas situaciones o refuerzan otras. Tagawa misma confiesa que la vinculación con esa escena teatral se da también en la propia figura de los boticarios, que beben directamente de los llamados jidaigeki, los dramas de época japoneses.
Y hablando de la figura de los boticarios y de su profesión, la verdad es que una de las partes más atrayentes de la obra, y que se descubre cuando ya estás en plena lectura de la misma, es la profunda documentación y amor por la medicina tradicional y la naturaleza que Tagawa ha plasmado en su obra de debut. Tenemos una representación magnífica de una profesión ya olvidada como la de los boticarios ambulantes, pero que sin embargo tuvo un peso importantísimo en el contexto de época en el que se sitúa la obra, tanto al nivel meramente medicinal, como en el sentido de que muchas veces ese boticario era la única toma de contacto de una pequeña aldea con el mundo exterior. Tagawa ha sido lo más respetuosa posible con la deontología farmaceútica japonesa, pero ha querido poner de relieve y destacar el valor de la medicina tradicional a través de un paseo por una serie de hierbas y ungüentos que hoy día aun siguen creciendo y utilizándose con buenos resultados.
En cuanto al dibujo, tenemos un trabajo artístico que desprende belleza y preciosismo por los cuatro costados, con una autora especialmente volcada en los personajes usando para ello un trazo muy estilizado pero a la vez sencillo, sencillez que se acrecenta en las escenas de entreactos (que también aparecen en la cubierta), donde el estilo se acerca mucho al que se lograría usando un pincel tradicional japonés y tinta. Es un estilo que, unido a las características de la historia y al marco temporal utilizado, recuerda inevitablemente a la obra de
Valoración Final
Guión - 7
Dibujo - 7
Interés - 7.5
7.2
Sensibilidad, sentimiento, belleza, inocencia, naturaleza y realidad. Esos son los ingredientes básicos de Padre e Hijo, una obra muy especial de Mi Tagawa con unos personajes muy buenos y una excelente utilización del marco histórico y los elementos de costumbre y tradición.