Edición original: Paul à la pêche; La Pastèque (2006).
Edición española: febrero de 2012; Astiberri Ediciones (Colección Sillón Orejero).
Guión, dibujo y entintado: Michel Rabagliati.
Formato: tomo de 208 págs. encuadernado en rústica con solapas.
Precio: 19,00 €.
Extraña virtud –por inusual– la de Michel Rabagliati (Montreal, Canadá; 1961), capaz de hacer buenas frases tan socorridas como “insufla vida propia a sus personajes”, “ofrece a los lectores un bocado de realidad”… o tantas otras, que en última instancia pretenden reflejar la habilidad de un autor para aprehender lo que le rodea. Para hacer perfectamente creíbles personajes y situaciones reconocibles, verosímiles e incluso cotidianas, sin por ello perder la capacidad de conectar con el aspecto más emocional del relato.
Estábamos advertidos, porque aunque minoritario, este historietista ya contaba con tres obras publicadas en España: dos de ellas –Paul va a trabajar este verano y Paul en el campo (que también incluía Paul dans le métro)– de la mano de Fulgencio Pimentel, y la tercera –Paul se muda– cortesía de Astiberri Ediciones. Tebeos que, con el Paul onmipresente en los títulos como protagonista absoluto, ofrecían a Rabagliati la excusa perfecta para incurrir en lo que él mismo denomina “autoficción”, a medio camino entre la autobiografía y el relato de ficción convencional. Él mismo lo explicaba en esta excelente entrevista, publicada en Entrecómics: “Para mí, el elemento autobiográfico no tiene tanta importancia en mis historias, lo que pretendo es que los lectores se identifiquen con los personajes y que pasen un buen momento leyendo mis historias (…) Sí, saco muchísimo de mi vida y de la de mi gente cercana, pero siempre teniendo en cuenta si esas anécdotas representan relatos válidos para contar a los lectores”. Es probablemente la utilización de dichas anécdotas –con las que cualquiera se puede identificar– lo que permite al autor canadiense cimentar las bases sobre las que construye la tridimensionalidad del protagonista, quien durante los tres libros a los que hemos hecho referencia, ha relatado su proceso de maduración: desde los tiempos en que era un imberbe chaval, hasta que encuentra el amor en Lucie, con quien se traslada a un piso en el que comenzar a construir una vida en común.
Paul va de pesca, publicado por la bilbaína Astiberri durante el pasado mes de febrero, retoma la acción en dicho periodo vital del alter ego de Rabagliati: residiendo en Montreal junto a su pareja y a la espera del nacimiento del que será su primer hijo. Aprovechando la llegada de las vacaciones de verano, ambos deciden pasar unos días en Domaine Berthiaume, coto de pesca con servicios de hospedaje, donde compartirán la tranquilidad de dicho paraje con una familia amiga: la formada por Monique, Clément y sus hijas. Las jornadas de asueto permiten que Paul reflexione acerca de su inminente paternidad, pero también que rememore determinados episodios de su infancia y adolescencia. Para ello, el autor vuelve a recurrir a la inserción de flashbacks que, al igual que en anteriores entregas de esta serie, integra discreta y eficazmente en el narración principal, como afluentes que al desembocar en un río, aumentan su caudal; en este caso aportando un trasfondo dramático que alimenta la trama principal mediante matices que contribuyen a comprender los miedos, las ambiciones y el carácter del protagonista. A su vez, las pequeñas historias adyacentes –el encuentro con su amigo Peter, las anécdotas relacionadas con su trabajo como diseñador gráfico–, contribuyen a construir un retrato de la Canadá de la década de los 90, así como a plantear reflexiones explícitas o implícitas acerca de las relaciones interpersonales.
Esta serie de tebeos siempre se ha caracterizado por su punto amable y optimista; un tono que, sin pecar de edulcorado o empalagoso, resulta inevitablemente agradable y decisivo en el sentimiento de empatía que terminan despertando en el lector las andanzas de Paul: un treintañero normal y corriente que, con sus virtudes y defectos –pero siempre proyectando una genuina imagen de buen tipo–, afronta la progresiva asunción de responsabilidades inherente a la edad adulta. Y aunque las anteriores entregas no decepcionaron, da la sensación de que, coincidiendo con la madurez emocional de su personaje, Paul va de pesca atestigua la madurez artística de Rabagliati, quien logra dotar a esta obra de un mayor empaque y cohesión. Una obra inspirada y consistente cuyas mayores virtudes se encuentran en un trazo cada vez más sólido, que el autor confiesa deudor de la influencia ejercida por compatriotas como Robert LaPalme o Albert Chartier; en lo atinado de su escritura, que incluye un homenaje explícito a su admirado J.D. Salinger; en la utilización de unos recursos gráficos –especialmente curiosos los efectos de rotulación y la inserción de la imagen con la que cierra el libro– tan sencillos como efectivos; y, por encima de todo, en la pasmosa habilidad para combinar pasajes dramáticos con otros más cotidianos, tan reales como la vida misma.
Bien por Rabagliati, que logra seguir suscitando el interés por las aventuras de su personaje fetiche, haciendo accesible la historia tanto a nuevos lectores, como a quienes hemos venido presenciando su crecimiento desde que en 2006 desembarcó en España. Solo queda desear no tarden en publicarse las todavía inéditas Paul au parc y Paul à Québec, y tocar madera para que mantengan el nivel del tebeo hoy reseñado.
- Web oficial de Michel Rabagliati.
- Ficha de Paul va de pesca en la web de Astiberri Ediciones.
- Entrevista a Michel Rabagliati, reseñas de Paul se muda, Paul va a trabajar este verano (Entrecómics), y artículo centrado en la serie (Trazos en el bloc).
No acabo de atreverme con esto. Tengo miedo de que de tan amable tan amable, resulte insustancial. No sé, como un Señor Jean descafeinado.
¿Es así o tiene su cosita?
El resto de tomos me gustaron, pero este es casi redondo (y no es ni mucho menos imprescindible leer los anteriores para enterarse). Sí tiene sustancia, te animaría a darle una oportunidad.
Tiene buena pinta, a lo mejor me pasa como con Scott Pilgrin: parece un coñazo, lo leo y descubro que es perfecto y redondo.