Edición nacional / España: Pequeño Vampir. Edición integral que incluye los siete álbumes originales de la serie, noviembre 2016, Fulgencio Pimentel e hijos.
Guión, dibujo y tinta: Joann Sfar.
Formato: 228 páginas a color editadas en cartoné.
Precio: 25 €.
Mucha fanfarria, mucho aplauso, mucho hablar de él, pero es que Joann Sfar lleva veinte años o más dándonos un tipo de BD tan particular, tan rompedora, que es imposible dejar de hablar de él. Y así estamos, que si Fulgencio Pimentel se lía la manta a la cabeza y nos trae un integral con todo el Pequeño Vampir, pues no nos queda otra que salir sin duchar, como sea, correr a la tienda de tebeos más cercana y dar nuestro dinero por semejante joyita. Porque sí, porque lo es, una joyita, de esas que te alegran la mañana, de esas que te sacan una sonrisa en cuanto pasas sus páginas, de esas que te hacen brotar al chaval que tienes dentro, si no lo has matado a base de fútbol, hipotecas y alcohol.
No creas que esto es una oda a la ñoñería u otro de esos lamentables productos de la Generación de la Nostalgia, de la que formas parte si tienes entre treinta y cuarenta años y das la brasa con que si en los ochenta se hacía el mejor cine o si EGB molaba más que la ESO. No, esto, para el lector que rara vez se acerca a un producto de corte infantil, no es un recuerdo de su infancia, sino un producto más bien pensado para que su sencillez resulte cautivadora y que el humor sea blanco, sin la carga sarcástica propia de la amargura habitual del adulto. Porque Sfar juega a vanagloriar el desenfado como cura para la seriedad y la autoimportancia. Pequeño Vampir habla de la alegría del descubrimiento, del no parar, de la algarabía del juego. Así, Fernand, protagonista de Vampir y L´amour, decide vivir la vida al revés. Ahora es un niño, un niño vampiro que quiere ir a la escuela, que quiere divertirse, olvidarse de historias de novias, tristezas constantes y demás tragedias de la madurez. Su universo cambia con él y ahora vive rodeado de gente, de fantasmas y monstruos concretamente, que hacen su vida más rica y que propician aventuras sin parar. Ahí están Margarito, el muerto devuelto a la vida que no recuerda a su creador, Pandora, su madre, una femme fatale que nos recuerda a sus amores pasados, o Claudio, un cocodrilo antropomorfo bruto como un arado. Pero todo Quijote se merece un Sancho Panza, de modo que el autor, de manera reconocida, le da un amigo humano, Miguel, un muchacho con la misma energía, que le servirá de espejo de lo que un niño debe ser. Juntos vivirán aventuras disparatadas, rescatarán perros a punto de ser sacrificados, viajarán a otros mundos, aprenderán kung fu y conocerán a todo tipo de criaturas. ¿No se te hace la boca agua?
Y sí, vale, estamos en un universo infantil, que puede entender y disfrutar un niño, conectando con sus intereses y ansiedades. Pero como no iba a ser de otra forma, Sfar deja pistas de su propio mundo, ese que conecta con tantos lectores adultos. Por supuesto, en un título que usa monstruos, hay homenajes y uso de los clichés del cine de horror. Hay menciones veladas a Lovecraft y algún clásico más. Hay una pizca de erotismo, entendido a su vez como ese escaparate previo a los desmadres hormonales de la adolescencia. Hay crítica a la normalidad, esa que castra personalidades y que vela todo de gris. Hay cierta anarquía, cierta entropía, que son tan comunes al periodo infantil y que añora buena parte de la gente más cerca de la tumba que de la cuna. Hay cierta subversión, no solo de los relatos de terror más populares, sino también de los aspectos más comunes y edulcorados de los cuentos de hadas. Y la subversión no se queda en la temática, sino que hay cierta proclama política, afín de hecho a toda la obra de Sfar, a la victoria de la libertad sobre el pensamiento único. Sfar defiende la libre elección, de religión, de inclinación sexual, de gustos y de género. Se burla del judaismo al tiempo que lo defiende, lo mismo que se ríe del Islam o de la Iglesia católica, al tiempo que saca a la luz el bien que le hace a muchos seres humanos. Pero, en definitiva, su Pequeño Vampir es un aplauso a la liberación de corsés mentales, de consignas empequeñecedoras. Y para eso, nada mejor que recurrir a la histeria vital que fue la infancia. Y si encima logra que tu hijo sonría, pues mira qué bien.
Guión - 8
Dibujo - 8
Interés - 8
8
Una joyita
Una maravilla. De lo mejorcito de Sfar.
Os odio.
Voy a pedirlo ahora mismo.