“Métetelo en la cabeza, en una isla que no existe todo puede existir”.
Es difícil encontrar una frase que haga justicia a una obra como lo es Philémon, pero tras mucho buscar entre los álbumes que componen esta aventura, la frase me encontró a mí. La historia del joven de camisa a rayas que viaja por las letras de OCÉANO ATLÁNTICO, tiene tanto de delirante como de reflexiva, tanto de divagación como de concreción.
Por lo tanto, y haciendo un homenaje a su autor, este artículo no andará escaso de ninguno de estos calificativos.
Su creador, el parisino Fréderic Othon Théodore Aristidès, más conocido como Fred (1931-2013), comenzó un viaje que le acompañaría hasta su propio confín. Esto es debido a que no tardaría más de dos meses en fallecer tras la esperadísima publicación del último capítulo de Philémon, en el año 2013.
Fred fue, desde su más tierna infancia, un devorador de historias. El apetito que sentía no se saciaría con el tiempo, pero él intentó contribuir a saciar el de otra gente. Su faceta creadora no solo se volcó en el mundo del cómic; cine, literatura, ilustración… incluso alguna composición musical constan en su más que envidiable repertorio. Sabemos que fue Pilote la agraciada de sacar a escena a Philémon y a su inabarcable universo, pero Fred lo intentó unos meses antes en la revista Spirou, con el sabido resultado.
En los años setenta se ocupó de la dirección de arte del magazine satírico Hara-kiri del que fue miembro fundador. El mensuario satírico acogió a grandes autores como Topor, Reiser o Wolinski.
Pese a todas las obras que Fred engendró es una, y la que nos trae hoy aquí, la que le valió la concesión del Gran Premio de Angoulême en 1980, el nombramiento como Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras en 1983, y que incluso le otorgó la investidura como oficial de la misma orden en 1992.
La serie de Philémon, publicada en español en tres integrales por ECC, fue dejándose ver y enamorando al público semanalmente en la revista Pilote de 1965 a 1987. No obstante en 2013 presentó el decimosexto álbum que cerraba el viaje que tantos éxitos le trajo al autor, y tanto apetito nos sació a los lectores.
En el primer álbum de Philémon, que es autoconclusivo, se nos presenta a un joven alegre y bromista que viste una camisa blanca de rayas azules. Su nombre es Philémon, y acompañado de su burro Anatole, nos adentra en una delirante historia sobre unos payasos que viven en el subsuelo. Su aparición trastocará la tranquila vida del pueblo del muchacho, pero sobre todo nos pone en sobre aviso de lo que estamos a punto de encontrarnos como público: la imaginación.
En estas historias, a modo de aperitivo antes de comenzar con el menú principal, se hace referencias a fábulas, y cuentos populares; el niño al que nadie cree cuando avisa de que viene el lobo hasta que viene, la entrada secreta de los payasos que hace referencia a las Mil y una noches, lo relativo de los tamaños jugando con las dimensiones como si del País de las Maravillas se tratase… Son solo una advertencia de lo que se avecina. Es imposible no pensar en Las aventuras de Litlle Nemo de Winsor McCay, o en El principito de Antoine de Saint Exupéry, que evidentemente son una referencia para el autor. Y no es de extrañar que se compare con obras de esta talla, pues sin duda alguna está a su altura. El mundo de Philémon es tan delirante, tan descabellado, que en cada escena, con cada personaje, uno puede sacar algún mensaje oculto. Puede que ese mensaje nunca estuviera, que no existiese, pero que no se hiciera a conciencia no significa que no se escondiera ahí. Ya que la percepción de lo que cuenta una historia es de cada uno, y a cada uno se le presenta una historia diferente, y en este caso que es una historia de historias, las percepciones son tan inabarcables como su universo.
El náufrago de la A es el título del primer álbum que inicia la verdadera historia de Philémon. La historia por la supervivencia de la imaginación, la historia de una lucha que en apariencia es absurda, que al ojo cansado se torna invisible, pero que al ojo vivo le es imposible no involucrarse. Empieza con una mezcla entre una Alicia más psicodélica que la de Lewis Carrol, un Gulliver que no pretende iniciar ningún viaje y el Cuento de arena de Jim Henson. Philémon encuentra una botella en un pozo que contiene un mensaje de ayuda. Tras ver que aparece otra, se lanza al pozo para descubrir lo que ocurre en él, es absorbido por el pozo y rodeado de agua, perderá el conocimiento y aparecerá en la costa de una isla. Allí conocerá a un centauro y a una suerte de Robinson Crusoe, al cual hacen referencia explícita. Se enterará de que la isla es realmente la letra A que aparece en los mapas nombrando al OCÉANO ATLÁNTICO. El anciano Robinson llamado Barthélemy le dice que lleva 40 años atrapado en la isla, los mismos que lleva intentando salir de ella. Tras interpretar el enigmático acertijo de un unicornio, acaban dentro de un barco que está dentro de una botella gigante. En una gran tormenta se forma un remolino y el barco parece condenado pero los marineros ponen el tapón de la botella y se dejan llevar por la marea. Philémon y Barthélemy acaban en una isla en la que hay un laberinto. Ambos se pierden, pero Philémon se encuentra con un techo que parece estar echo de agua, y al tocarlo es absorbido por él y llega de nuevo al pozo. Allí le espera su padre, cuya característica más notable es la incredulidad. Esta será, en gran medida, la villana oculta de toda la obra de Philémon.
Las letras forman un archipiélago al que solo se puede acceder por unos pasadizos secretos y extraños. El tío de Philémon; Felicen, es una especie de demiurgo que conoce el mundo de las letras. No será hasta casi quince años después, en el álbum El secreto de Felicen, cuando el lector se entera de su historia expandiendo su, para entonces, extensa mitología. Entre las historias que siguen la trama principal, se cuelan historias cortas sobre viajes en el tiempo, vendedores de sombras, reflejos que se retrasan o se adelantan en los espejos… Todas enriquecen el mundo planteado por Fred. En cada una de ellas se puede encontrar claras sátiras a convenciones y otras no tan claras, dejándole siempre al lector la posibilidad de escarbar tanto como quiera. Y tanto sí es poco como demasiado siempre se puede encontrar algo, ya que en la forma Philémon es una delicia plástica. Cuenta con un dibujo que recuerda a la película titulada Yellow Submarine que está basada en la canción homónima de Los Beatles y posee una narrativa que se asemeja a la de gigantes como Moebius; nos hallamos ante la forma perfecta para contar una historia que tanto tiene que ver con la estética surrealista. El dibujo va mejorando mientras avanza la historia pero mantiene el estilo, no como algo que demuestre una carencia de calidad si no como una marca personal, un estilo que se adapta a la historia que cuenta y que hace de esta obra algo único.
Los siguientes álbumes son un intento de dar cuerpo a un mundo que con cada página que pasamos se nos hace más atractivo y menos comprensible. Un hombre que anda sobre el agua del océano y que acampa sobre él, unas personas que aprendieron a volar con el paso de las generaciones ya que se ponían multas a quienes pisaban el suelo… y todo para traer a Barthélemy de vuelta al mundo “real”. Pero al volver, el anciano siente nostalgia por su querida isla, recordándonos el termino al que se hacía referencia en la película Cadena perpetua; institucionalización, pero no de la cárcel, sino del mundo de la imaginación. Ya que una vez entras en ese mundo jamás podrás dejarlo atrás sin sentir una constante melancolía. Philémon, intentará ayudar a Barthélemy a volver allí, como nos intenta ayudar a nosotros, pasando por disparatados lugares llenos de sátira inteligente y comedia arrolladora.
Pero es en el último álbum incluido en el primer integral editado por ECC, el quinto de la serie, cuando se deja entrever la verdadera tragedia de esta historia. En El viaje del incrédulo, Felicen les muestra a Philémon y a Barthélemy una nueva entrada, ya que no se puede entrar por la misma entrada dos veces. Este pequeño detalle hace referencia a que cuando entras al mundo de la ficción y te sumerges en él, es prácticamente imposible volver a entrar en él como lo hiciste en un principio. Y si lo haces no será el mismo lugar, ya que tú no serás el mismo. Cuando ambos están a punto de entrar, el padre de Philémon aparece. El hombre, adusto y siempre con el ceño fruncido, no se cree que esa sea la entrada al mundo de las letras, por mucho que se trate de una cremallera que abre el mismo suelo. El hombre estalla en gritos para que terminen con esa farsa y acaba cayendo dentro. Philémon irá en su busca para sacarle de allí y pasarán por varias situaciones estrafalarias. Un lugar lleno de apuntadores que no tienen cuerpo, un buque-teatro y un grupo de críticos que flotan en busca de buques-teatro que hundir con sus críticas.
El padre de Philémon es testigo del mundo de la imaginación, se ve obligado a convivir con el delirio que emana esa realidad, pero no puede más que tomarse las situaciones como razonables y explicables para poder comprender lo que sucede. Casi haciendo uso de la imaginación para negar la propia imaginación. Y ahí se fragua el dilema que acompañaba de forma casi anecdótica cada final de álbum, en el que el padre aparecía para rezongar por escuchar las locuras que había vivido su hijo en el mundo de las letras. Y desde el término de este quinto álbum, las referencias a esa lucha de la imaginación por sobrevivir al inminente aumento de incredulidad no hacen más que evidenciarse. El sexto álbum, Simbabbad de Batbad, comienza con Barthélemy queriendo volver a su isla pero sin pretender recibir ayuda de nadie. Utiliza el pozo por el que entró una vez, y eso asusta al tío Felicen. Este obliga a Philémon a ir en su busca antes de que se enteren de que ha usado dos veces la misma entrada. Por primera vez, las cosas que suceden en el mundo de las letras comienza a tener consecuencias. Philémon entra rompiendo una luna, y desde ese momento hasta que finalice la obra de Philémon esta luna aparecerá rota.
En los primeros tomos, Philémon vuelve de sus viajes sin cambio aparente, como un personaje que se resiste a ser influido por el viaje del héroe, por el cambio que se supone que deben sufrir todos al iniciar el camino en una historia. Pues Philémon es un niño, una especie de Peter Pan sin su síndrome, es un ser inocente, como decía Fernando Savater en La infancia recuperada, inocente bajo la concepción de “nacido libre”. Pero a partir de este punto ni siquiera Philémon consigue escapar de las garras de la evolución a la que obliga el paso del tiempo. Y cuanto más avanzan los capítulos, más complejo es no percatarse de que tanto Philémon como sus compañeros de viaje se ven influidos por el camino que recorren. Y que es en gran parte, una referencia a la debilidad que comienza a sentir la imaginación. Aun así, el álbum sigue estando lleno de personajes carismáticos y seductores, los hombres que enrollan el océano, un encantador de espejismos, caminos imposibles, y una aparición estelar, Simbabbad. Se trata de un perro que al parecer es omnisciente y omnipresente. Pero no es tanto su aparición presentándose como una mezcla entre Dr. Manhattan y Morla lo que es estelar, sino el uso de las viñetas que hace Fred con su llegada. Compartiendo el espacio pero no el tiempo, el autor empieza a usar el mundo de la viñeta como algo más que un lienzo en el que dibujar figuras de apariencia estrambótica o hacer juegos de perspectiva.
Para ser exactos, es en la historia corta que sigue a este álbum, en el que Philémon acaba rescatando a Barthelemy, cuando Fred da el verdadero salto narrativo. Es en esa pequeña historia, en la que una bruja ayuda a Philémon a devolver a la “narrativa” a su orden, donde el autor demuestra por qué estamos ahora leyendo sobre él. En los primeros álbumes era evidente que el estilo en la vida “real” era, académicamente hablando, “formal”. Y éste se rompía cuando Philémon entraba en el mundo de las letras, haciendo juegos de perspectiva, de color, en la forma de las viñetas, en el uso de los carriles que separan las mismas viñetas… Todo a merced del delirio del universo que se nos mostraba, incluso la ruptura del formalismo era en gran parte lo que marcaba el paso de un mundo a otro. Si en los primeros tomos el uso vanguardista de las viñetas era útil para la historia y no un simple adorno, cuanto más avanza la historia se convierte en, no solo una herramienta usada con acierto, sino en un personaje más. Y no solo un personaje, sino el que, de alguna manera, manda sobre los demás, que se ven obligados a seguir las pautas que ella marca. Se crean conexiones temporales con las viñetas como en El secreto de Felicen o son laberintos en los que los personajes se comunican con ellos mismos en diferentes tiempos pero ocupando el mismo espacio en la página. Llegan a entrar en lo que Barthélemy llama el infierno del papel; en el álbum El infierno de los espantapájaros intentarán quemar la viñeta en la que se encuentra y Philémon tendrá que salvarle.
La incursión de este nuevo personaje de la narrativa es tan decisiva que acabará adueñándose de los últimos capítulos de la obra y en concreto, de forma absoluta, del penúltimo capítulo titulado El diablo del pintor en el que hará su aparición una mano con un pincel que evoca a la del propio Fred, y que tanto recuerda al famoso quinto capítulo de Animal Man; titulado El evangelio del coyote de Grant Morrison.
Siguiendo con la lucha que mantenía la imaginación con la incredulidad, los álbumes avanzan dejando claros síntomas de esta batalla como por ejemplo el arresto del tío Felicen por ser el único en conocer las entradas al mundo de las letras. Esto hace alusión a los retos que pondrá el mundo real por alejarte de aquellos que nos puedan enviar a un mundo tan peligroso como el de la imaginación, en el que todo es posible. Aunque el propio Felicen es consciente de sus consecuencias e insiste a la hora de advertir en cuanto a las mismas. Si nos pusiéramos a divagar, y no es que sea la pretensión, pero si la necesidad; de alguna manera el mundo de las ideas de Platón, dejando aparte los formalismos, podría ser el mundo de las letras. Dado que ahí están lo que acaban siendo las verdaderas formas del mundo para Philémon, pues las letras de OCÉANO ATLÁNTICO nunca volverán a ser solo letras para él y su verdadera constitución le es revelada.
Nietzsche, en su obra El ocaso de los ídolos tiene un breve ensayo titulado Sobre cómo terminó convirtiéndose en fábula el mundo verdadero. Historia de un error, que no ocupa más de dos páginas. En él, arremetía contra el pensamiento de Platón, diciendo que nos habían encadenado a la idea de que el mundo verdadero era imaginario, y no el aparente. El filósofo Hume llega a reconocer que la imaginación es el juez último de todos los sistemas filosóficos, y que mientras la imaginación forma, une y separa ideas, la razón las compara. No obstante, aunque le da una gran importancia a la imaginación, criticará a los antiguos filósofos por darle una excesiva relevancia, y por dejarse guiar por ella. Si nos fuera propicio imaginar, y Nietzsche aquí hiciera el papel del padre de Philémon, el joven sería interpretado por un travieso Platón. Mientras que si hubiese que elegir el papel del tío Felicen, sería un paso intermedio entre ambos, más acorde al empírico Hume, que veía las limitaciones de ambos mundos y las implicaciones que había al unir ambos.
Dejadas las divagaciones, si es que eso es posible, nos adentramos en el tercer integral de ECC, y en la inevitable madurez tanto de la historia como del propio Fred. Un pequeño inciso para recalcar la gran agudeza con la que los tres integrales han sido separados, marcando claramente las tres etapas por las que atraviesa tanto el autor como la obra, y que no casualmente se separan en etapas de cinco álbumes cada una (exceptuando el último de 2013 que fue editado casi treinta años después del quince).
Todo comienza con el undécimo álbum, La Mememoria. En él Philémon pierde la memoria debido a un golpe, y deja de creer en el mundo de las letras, y al dejar de creer, como sucede en La historia interminable de Michael Ende, el mundo de la imaginación deja de existir. Barthélemy entrará a buscar la memoria con él y la pierde de vista. Todos en el mundo de las letras han perdido la memoria. Al final se descubrirá quién es la Mememoria, un joven al que conocemos bien. Ya que todos tenemos un “yo” en el mundo de la imaginación, pero muchos lo tienen dormido y nadie se toma el tiempo de hacer el viaje de ir a despertarlo, y ese es uno de los motivos por los que la imaginación, poco a poco, se va deteriorando en el mundo que todos llaman “real”. En El gato de nueve colas un hombre intenta entrar al mundo de las letras para hacerse con alguna criatura para su circo. Esa crítica nada velada, y aun así rodeada de situaciones que hacen un despliegue magistral del buen uso de la narrativa, sobre la mercantilización de la imaginación, deja en manifiesto otro de los males que aqueja al mundo de las letras. La historia avanza y la mitología del vasto universo de Fred se ensancha. La imaginación cada vez aguanta más envites. Queman viñetas, personajes son atrapados en viñetas ya que comienzan a dejar de pertenecer al mundo de la imaginación y son reconocidos como seres extraños a ese mundo de las letras.
Los propios personajes ya no pertenecen al a imaginación, ya que, como pasa en fuera de esta historia, se confunden los dos mundos. Y como colofón final, en El diablo del pintor, el álbum número 15, es el propio autor quien es reconocido como un factor agravante para la ficción. La historia reniega del propio autor, algo insólito, pero la imaginación está sufriendo, está en las últimas y todos contribuimos para que eso pase, aun sin ser conscientes. En su final podemos ver a un hombre intentando comprar el alma de un pintor para conseguir la capacidad de la maestría en la pintura. Una imagen que bajo la máscara alegre que disfraza toda la obra de Philémon, se intuye la tristeza del autor, la tristeza de no haber podido salvar a la imaginación, de no haber podido darle ese digno final que ella se merecía. Esta historia se publica en 1987; Fred escribía el que hasta 2013 sería el último álbum de Philémon.
Pero en febrero de 2013 aparecía el verdadero último álbum de la serie; El tren en el que viajan las cosas. En este canto de cisne del autor, nos encontramos con una locomotora que mueve y lleva las cosas, todas las cosas del universo de las letras, con un combustible tan simple y tan frágil como el vapor de la imaginación. Pero como la vida del autor, que moriría dos meses después de la aparición de este álbum, y como la obra misma había vaticinado de alguna manera, el vehículo se está quedando sin carburante. Fred nos avisaba a todos de que la imaginación que había movido aquel universo se agotaba, su mente ya no daba más de sí, pero quería dejar un mensaje más alentador bajo aquella melancolía. Le daba las riendas al lector, le decía que solo él podía hacer que la locomotora volviera a ponerse en marcha, y con Philémon en los mandos, no había nada que no pudieran hacer si no dejaban de imaginar, pues como decía el maquinista que parecía una incursión del propio Fred en la historia: “Para encontrar la entrada al túnel de la imaginación, solo hay que imaginárselo”.
FIN
Firma invitada: Aitor Aguileta
Me guardo este artículo para cuando me lea este obrón. ¡Gracias! Me picó hace tiempo Philemon cuando me la descubrió Álvaro Pons en La Cárcel de Papel. Es una herejía pendiente que me debo quitar.
Este personaje está dentro de mis olvidados, pero leyendo el artículo, con todas las referencias literarias y filosóficas, me lo voy a poner en mi lista de pendientes. La historia de Fred es inmensa. Gracias.
Obra maestra del cómic.