Luxley 1, Valerie Mangin y Francisco Ruizgé; 001 Ediciones; 160 págs., color, 16 €.
Resulta un tanto curioso que el trabajo de este dibujante alicantino llamado Francisco Ruizgé haya llegado hasta nosotros a través del desembarco de una editorial italiana que publica en España esta serie producida en Francia. ¡Menuda circumvalación! Aunque también podríamos decir aquello de nunca es tarde si la dicha es buena, porque en este caso – a grosso modo – la dicha es bastante buena.
Desde el principio de la serie – el presente tomo contiene tres álbumes europeos – Francisco Ruizgé da muestras de un estilo figurativo potente, reminiscente de cierta estética mainstream de raices británicas tanto en el retrato vigoroso que hace de sus protagonistas como en las texturas de su entintado. Su composición de página es efectiva, disciplinada a la par que dinámica, y en sus viñetas nunca rehuye ni la espectacularidad ni una lograda profundidad de campo. Sin duda, un dibujante notable; que no todavía excelente, porque algunos de sus rostros y de sus articulados anatómicos no son aún perfectos. Escribo esto y al instante me doy cuenta de que estoy siendo injusto. Ruizgé sí es un dibujante excelente y donde no ha llegado es a la Matrícula de Honor, mas poco le falta. Sus escasas limitaciones están ahí y el formato reducido de esta edición no permite disfrutar plenamente de todas sus grandezas como ilustrador, pero la verdad es que son tantos los ámbitos del relato gráfico que domina de forma apabullante que es una verdadera lástima que hasta ahora no hayamos sabido nada de él y una absoluta delicia que este Luxley haya llegado por fín a nosotros.
Resulta curioso – aunque guarda perfecta coherencia con la necesaria simbiosis que en el Cómic debe darse entre guión y dibujo – que las características del arte de Ruizgé nos remitan a su vez a buena parte del talante argumental de la obra. El grafismo clasicista de Ruizgé – sin duda entroncado con el de los padres del cómic realista – casa a la perfección con esta aventura ucrónica de protagonistas carismáticos y grandes gestas. Robin Hood lidera la resistencia de los reinos cristianos ante el ataque de un gran imperio venido de unas Américas todavía por descubrir; incas, aztecas y mayas invaden el Viejo Mundo porque, urgando en el futuro, descubrieron qué destino les esperaba y decidieron adelantarse a él: enfrentamientos épicos de contrastado atractivo comercial pueblan este tebeo cuya apuesta por el entretenimiento es clara y loable. Promete emoción y ofrece emoción, en una epopeya de largo recorrido que se aventura por terrenos diversos con disparidad de resultados. Es decir, Luxley cumple con creces con su vocación de producto dirigido a un segmento de público amplio y en este sentido sus objetivos pueden darse por conseguidos: una serie entretenida manejada con gran profesionalidad. De todas formas sus autores se sienten capaces de ir más allá y lo hacen, pero ahí es donde a veces tienen éxito y otras no tanto. Su caracterización de Robin Hood y el tránsito existencial en el que lo embarcan resulta de gran interés. La ambivalencia moral de los invasores también se retrata con sutil detallismo, tejiendo un entramado emocional entre distintos personajes que puede dar mucho de sí en futuras entregas. Igualmente logrados están los diversos roles catalizadores que unos protagonistas y otros desempeñan en el discurrir argumental. Pero no todo es perfecto. No lo es la elección de los centros de interés que se manejan en cada episodio, donde la naturalidad de lo que sería el devenir coherente del relato se sacrifica en pro de las necesidades expositivas de la guionista. Y no lo es tampoco por la pobreza de secundarios de una gesta coral donde hay demasiados protagonistas y pocos subalternos, restando – también este punto – algo de plausibilidad al guión. De todas formas, para el lector que guste de grandes odiseas y héroes exhultantes de carisma, los últimos pormenores descritos son minucias que para nada enturbiarán una experiencia lectora poderosamente apasionante.
[Blog de Francisco Ruizgé + Entrada en Artbox dedicada al autor]
Lolita Butterfly, Idoia Iribertegui; Ediciones Glenat; 72 págs., color, 15,00 €.
Las tiras de cómic, tal vez por su presencia continuada en prensa y por su habitual mirada incisiva sobre la realidad circundante, siempre han parecido trascender el reducto de la industria del tebeo para adentrarse en ámbitos bastante más públicos y generalistas. Fruto de la sinergia que estas mismas circunstancias producen, no es extraño tampoco ver como – temáticamente – es éste un tipo de producto de fuerte posibilismo, donde escenarios de escaso atractivo para el lector habitual de historietas pueden desarrollarse con total normalidad. Así sucede también en Lolita Butterfly, un mordaz repaso a la dictadura de la(s) moda(s) liderada por una «fashion victim» de ocho años, a pesar de que de manera curiosa no haya sido ésta una serie pre-publicada originalmente en ningún medio periodístico sino que ve por primera vez la luz en este divertido cuadernillo editado por Ediciones Glénat.
Las mejores armas del cómic en cuestión se encuentran en la acerada ironía con la que los distintos personajes de la serie repasan una cotidianidad marcada por las preocupaciones de las féminas pre-adolescentes afectas de excesos de inquietud por su imagen, sus novietes y su conflictiva relación con el mundo de los adultos. Salvando grandes distancias, se convierte pues en una actualización muy particular de clásicas kid strips como Peanuts y Mafalda, aunque su carga político-existencialista se encuentra muy mermada por cuanto estos tiempos por los que hoy en día nos toca transitar son en general también mucho menos ambiciosos en los terrenos del pensar y del vivir que aquellos que contemplaron el alumbramiento de las obras de Quino y Charles M. Schulz. Lolita Butterfly es un trabajo fresco, divertido e ingenioso que pronto evidencía gozar de una personalidad propia que se hace escuchar, mas queda como otra radiografía de una sociedad caracterizada por el pensamiento débil y cuyas incoherencias se manifiestan – también y hasta donde Idoia Iribertegui acierta a reflejar – en unos ámbitos enormemente superficiales. Pero que conste que a las mujeres de mi casa les ha encantado… ¡por algo será!
Sergio Toppi. Un visionario entre dos mundos, de Yexus; Dolmen Editorial; 136 págs, BN, 9’95 €.
«Cuando estudiaba en Bellas Artes sentía verdadera fascinación por Gustav Klimt y por Egon Schiele. Tuvieron mucha influencia en los dibujos que hacía por aquella época. Por eso precisamente no me pasó desapercibido Sergio Toppi cuando lo ví publicado en España a principios de los 80. Era de una fuerza y una personalidad gráfica tan arrolladora que producía una satisfación total de los sentidos. Su instinto y maestría de la composición, con su reconocible distribución de masas blancas y negras plagadas de texturas descriptivas, sinestésicas, me dejaba maravillada. Me sorprendía su capacidad para jugar… Siguiendo un plano con la vista, éste se convertía en volumen; lo horizontal en vertical; lo que estaba detallado en multitud de tonos, se abismaba repentinamente en un blanco profundo. En fin, una verdadera tormenta de sensaciones y todas excelentes.
Luego, ya mucho después, en 2007, tuve ocasión de asistir a la inauguración de su exposión, y la de Dino Battaglia, en Saint-Maló, en el festival Quais des Bulles. Fue la oportunidad de conocer al autor y de ver sus originales y aquella primera sensación se intensificó todavía más. Como dibujante, es sensacional, de esos que no han conocido una mala tarde. Como narrador, siempre lo he encontrado muy transgresor, a la altura de su grafismo, y como dibujante de otros guionistas, me ha parecido muy correcto y respetuoso, como rendido a la idea, sometiendo muchas veces su enorme potencial a criterios más globales.
El círculo de mis encuentros con Toppi se complementa de una forma significativa y muy grata con la obra de Yexus, que sugerentemente la titula, Un visionario entre dos mundos.
Yexus ha tenido el acierto de acercarnos la figura de Toppi y su obra con una amenidad y rigor nada habitual, proporcionando todos aquellos datos esenciales para mejor entender todos los dilemas y lagunas que presentan su obra. Nos ayuda a comprender y abrazar la figura de este autor en su verdadera dimensión, sus primeras influencias y aficiones, sus orígenes y circustancias familiares determinantes así como sus primeras dudas formativas y sus primeros pasos en el cómic y la ilustración. Vamos viendo que conocer la vida de Toppi es una entretenida descripción de sus encuentros con otros autores, editores y proyectos editoriales muy diversos que se suceden con mayor o menor fortuna, pero siempre muy creativamente. Yexus pone en palabras lo que todos vemos pero es dificil muchas veces expresar, cuestiones relativas al estilo, a la composición y hace interesantes reflexiones sobre su carrera y sus diversos periodos. Además la selección gráfica de esta edición, aún siendo un formato pequeño, es francamente eficaz.
Por último, cabe reseñar algo que me ha interesado especialmente más allá de lo dicho: El capítulo dedicado a su proceso creativo. Un mundo en que cada autor se distingue y que habla de su personalidad especialmente. Conocer los entresijos de la vida y obra de un autor es comprender mejor su obra y aumentar la capacidad para disfrutarla. Toppi ya me gustaba, ahora lo comprendo todo mejor. «
Endurance, de Luis Bustos; Planeta DeAgostini Cómics – Forum; 184 págs. encuadernadas en cartoné, B/N, 12,95 €.
Del diario de Ernest Shackleton
«La figura y la odisea de Shackleton es, simplemente, fascinante. Esto es, supongo, lo que movió en su momento a Luis Bustos a embarcarse, nunca mejor dicho, en la realización de este álbum. Ernest Shackleton era un marino inglés, de familia irlandesa, que se propuso, justo en pleno estallido de la Primera Guerra Mundial, atravesar a pie el continente Antártico (lo que supondría un recorrido de unos 3.300 km). Embarcó el 8 de agosto de 1914 en Inglaterra con destino a la Antártida en un barco con el acertado nombre de Endurance (Resistencia). El 5 de noviembre arribó a la Isla de San Pedro y, desde allí, puso proa hacia el continente, navegando por un mar lleno de témpanos de hielo. A partir de aquí todo se tuerce, y es así como realmente comienza la verdadera aventura de Shackleton. Cuando estaban a una jornada de la costa, el barco queda atrapado por el hielo y no consiguen moverlo nunca más. El témpano de hielo en que están atrapados se mueve a la deriva, con lo que los aleja cada vez más de tierra firme. La situación es muy desesperada y Shackleton reacciona revelándose como un líder que aúna voluntad y tesón para mantener la moral de sus hombres. Y es que Shackleton es, sobre todo, un hombre leal al compromiso de proteger la vida de sus tripulantes, por encima de cualquier veleidad de fama. Así, se convierte en un verdadero héroe filantrópico. La continuación de la historia es una sucesión de terribles pruebas, cada una de ellas mucho más dura que la anterior. El periplo de Shackleton es fascinante por muchos motivos, pero para mí la más interesante es que Shackleton, que pretendía acceder al Olimpo de los exploradores, lo hizo por una puerta diferente a la que él esperaba. Cosas del caprichoso destino. En cierta manera, la historia de Shackleton es tan increíble, que hace bueno la máxima de que la realidad siempre supera a la ficción.
Partimos, pues, de un material de primera, lo que no es necesariamente sinónimo de un buen resultado. Pero Luis Bustos sabe aprovechar toda la épica, la emoción y, sobre todo, la intensidad de los sentimientos humanos que se ponen en juego en esta historia. No olvidemos que estamos hablando de un grupo cerrado de hombres en situaciones extremas que extraen lo mejor y lo peor de los protagonistas. Los sentimientos crecen, se resquebrajan y se convierten en moles pétreas en consonancia con el paisaje, y en consecuencia el dibujo es duro como el hielo y brusco como las emociones que relata.
Luis Bustos nos tenía acostumbrados a un dibujo humorístico, normalmente suelto y amable, casi siempre apoyado por un color vivo. Endurance supone un giro bastante radical en su planteamiento historietístico. Ahora estamos ante una obra en blanco y negro, con un trazo duro, astilloso, levemente suavizado por la presencia de tramas de gris. El autor ha comentado que una de sus grandes influencias, en cuanto a dibujo, es Jack Kirby y en esta obra ese padrinazgo se revela en toda su grandiosidad. Sobre todo se puede contemplar en las escenas más dramáticas (tormentas de dimensiones épicas, montañas heladas insalvables, olas gigantescas, etc.).
Sin embargo, en contra de lo que pudiera parecer, el humor brota en algún momento a modo de contrapunto a tanto sufrimiento. Es un homenaje al maestro Osamu Tezuka que Luis tanto admira y que se atrevía a introducir el humor hasta en sus obras más dramáticas. De Tezuka también ha asimilado Bustos su gusto por la narración clásica y fluida, agradablemente inteligible. Narración que se adapta fielmente a las necesidades emocionales de la historia. Viñetas serenas y cuadradas cuando la narración es tranquila y descriptiva; viñetas rotas, desgarradas y de formas orgánicas en los momentos de mayor dramatismo. Formas diversas adaptadas a cada escena, siempre al servicio de la narración.
Y al final, después de atravesar un infierno helado, un mensaje optimista hacia la humanidad y un ambiguo guiño a la espiritualidad humana: según declaraciones del propio Shackleton, en uno de los momentos más críticos, en los que realmente había llegado al límite de sus fuerzas, notó la compañía de una presencia que le animó a seguir adelante.
Disfrutad de este álbum y, si queréis más, ved Atrapados en el hielo y buscad las fotografías de Frank Hurley, el fotógrafo de la expedición, impresionantes por su belleza y su humanidad.»
Suéter, de Esteban Hernández; Planeta DeAgostini; 96 págs., color, 11’95 €.
«Por culpa de mi hasta ahora desconocida dislexia confudí Suéter por «Suerte», pero después de leer este album de Esteban Hernández puedo decir que tenemos la suerte de contar en el panorama nacional con un autor que arriesga a la hora de contar y dibujar historietas. Suéter es una obra que puede y debe ser leida como mínimo un par de veces para cuadrar a sus extaños personjes en otras tantas extrañas circustancias. Lo mejor de esta obra puede que llegue en la próxima estación.»
Orn 4: En la batalla, de Quim Bou; Dolmen Editorial; 56 págs., color, 15 €.
«Es siempre un placer poder recomendar esta obra al público y encima esta entrega contiene una gran batalla donde el autor demuestra lo que vale a nivel gráfico. Me cuesta recordar una historieta de fantasía heroica reciente en la que se puedan conjugar tantos momentos épicos en un solo álbum. Gran serie. Tan solo le pido que no se olvide del contenido (en La Isla de la Mano lo borda tambien en el argumento) y que intente no estirar más de lo debido las situaciones.
Enorme autor, magnífica serie.»
Archivo de Píldoras nacionales.
Una pena la moda esta de reducir el tamaño de las BDs, nefasta.
La verdad es que a muchos comics no les sienta nada bien.
no conocia esa LUXLEY
por cierto en blacksadmania ya se puede ver otra pagina del proximo tomo de
blacksad,
y por ahi rula tambien la portada del proximo jazz maynard.
saky
saludos
Dos obras que, gráficamente, a buen seguro que serán absolutamente deliciosas 😀
«Una pena la moda esta de reducir el tamaño de las BDs, nefasta.»
Depende del título afecta más o menos (no es lo mismo reducir a Sfar o Trondheim que a Guarnido, por ejemplo), pero en cualquier caso, a cambio de la reducción, el precio se reduce espectacularmente, y se editan en España títulos que a tamaño/precio «normal» posiblemente nunca se hubieran publicado jamás…
No es una elección facil, imagino, porque entre esos extremos que tú comentas, hay obras que no son deslumbrantes gráficamente, pero sí que tienen un aprovechamiento de página que a tamaño reducido las vuelve incómodas de leer. Por supuesto, mejor eso que nada. Y en el caso de Luxley, pues nos ha permitido conocer el estupendo trabajo de Ruizgé, que no es poco.
La Cosa Nostra de Planeta, por ejemplo, es un cómic de grafismo convencional y extremamente funcional por el que te doy la razón… una obra interesante que no se ve muy perjudicada por el tamaño novela gráfica.
Ese LUXLEY tiene buena pinta,habra que investigar,lo vi anunciado en algun lado y no recuerdo porque pero no me sedujo demasiado,quizas porque la portada no dice mucho de lo que vas a encontrar en el interior, en cuaquier caso, si el señor BOIX lo remomienda, no tengo mas que añadir( entre el apellido y que siempre dices salo en vez de salon no dejas muchas dudas a tus origenes,esta claro que eres de cadiz) xddd
jajajajajaja, cada día te quedas más conmigo. Pues te confesaré que Daniel Acuña se creía que eso de «Toni Boix» era un seudónimo!! Pero no, ese es mi nombre y, en cuanto a mis orígenes, mis padres son de Castellón y yo de Tortosa, territorio de personalidad muy propia fronterizo entre Catalunya, Valencia y Aragón 🙂