Píldoras Nacionales 55: Entrevista a Felipe H. Cava

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RESEÑAS

Chernóbil. La zona, Francisco Sánchez y Natacha Bustos; Ediciones Glénat; 184 págs., BN, 17’95 €.

La gestión del silencio es, posiblemente, una de esas particularidades de la narrativa que mejor suscitan el potencial ambivalentemente evocador -tanto a nivel cognitivo como a nivel emocional- propio del arte. Cuando la narrativa puede permitirse el prescindir de la palabra -la palabra que subraya, que reitera, que limita, que aprisiona o que empequeñece- su fuerza expresiva suele multiplicarse, penetrando entonces con delicadeza y resolución en los territorios de lo simbólico y de lo empático; en la compleja y humana hondura que las palabras sólo aciertan a rozar. Por supuesto, no todas las artes tienen la misma capacidad de conjurar contenidos a partir del silencio, de lo que queda oculto, de lo que no se dice, de la elipsis… Creo también que algunos de los mejores ejemplos de esa gestión del silencio se han dado en el cine, siendo una excelente muestra de ello en fechas recientes la impresionante Des Hommes Et Des Dieux, como lo fuera en su día aquel Azul de Krzysztof Kieslowski. En lo que al cómic se refiere, claramente, debemos reconocer que lo elidido y el silencio forman parte de su entraña, y no son pocas las propuestas en las que incluso la palabra queda desterrada del escenario comunicativo con enorme acierto. Pero también es verdad que, para que eso suceda, los orfebres del Noveno Arte deben dominar sobremanera las principales claves de este lenguaje. La expresividad del dibujo, la viveza del trazo, la semántica del encuadre, la riqueza de lo acontecido, el flujo de la página… son sólo algunos de los detalles que redundan en una experiencia lectora satisfactoria y -sobre todo- significativa… aunque las palabras se hallen ausentes.

Todo esto viene a cuento de que Francisco Sánchez y Natacha Bustos han escogido, para darnos su personal visión del desastre nuclear de Chernóbil, ese camino difícil y arriesgado del silencio; en una apuesta artística que les honra, que se demuestra como sumamente sagaz e intuitiva, pero que -creo también- les sobrepasa. Aplaudo su voluntad de acercarse a ese escenario tan relevante para la contemporaneidad mundial y el quererlo hacer desde el enfoque que, sin duda, es más respetuoso para con las víctimas y, también, más leal artísticamente hablando, menos tramposo. Pero al hacerlo así, quedan desnudos ante un medio en el que todavía se están iniciando y ante un relato susceptible de albergar muchas capas discursivas… si hubiesen conseguido articular las señales formales que hiciesen posible que el lector se detuviese en ellas. Con este cómic, Francisco Sánchez demuestra ser un guionista inteligente y Natacha Bustos se revela como una buena dibujante, capaz de dotar de cuerpo y densidad a sus personajes… pero presenta cierta dificultad para conjurar lo etéreo y lo aséptico, el fuego, el humo y el viento, elementos todos que en esta historia resultan de gran importancia. En momentos contados -pero importantes- se queda a medio camino en su recreación de ambientes (que no escenarios) y eso, en un cómic donde la palabra queda atrás, es perder buena parte de la batalla semiótica. La validez de la trama urdida por el guionista, los detalles biográficos de los protagonistas que hábilmente siembran los autores a lo largo de esta novela gráfica y la capacidad para la caracterización y para transmitir emotividad de Natacha Bustos posibilitan que la lectura de Chernóbil: la zona sea mínimamente grata, pero uno se queda con la duda de que, si no hubiesen arriesgado tanto, si hubiesen contado un tanto más con la garantía reflexiva de las palabras, si no hubiesen dejado que el tempo narrativo dependiese tanto del dibujo, tal vez estaríamos ante una obra más redonda, con unos hitos argumentales susceptibles de capturar mejor la atención del lector y suscitar su reflexión. Aunque, sin duda, entonces el relato habría sido menos ambicioso, tal vez más agradecido, pero posiblemente menos fiel a la idiosincrasia de las gentes que protagonizan esta historia, a las gentes que sufrieron y todavía sufren aquella catástrofe. Así que, posiblemente, Francisco Sánchez y Natacha Bustos abordaron este cómic de la mejor manera posible, y hay que agradecérselo y valorárselo, aunque tal vez dentro de unos años, ellos mismos y con este mismo planteamiento, hubiesen podido llegar más lejos.

[Site dedicada a la obra].

Hágase el caos 1: Lux, Felipe H. Cava y Bartolomé Seguí; Norma Editorial; 48 págs., color, 13 €.

La revista Rambla me llevó a descubrir al colectivo autoral El Cubri y, desde el principio, su hábil gestión del tempo narrativo, la voluntad militante desde la que abordaban su trabajo y la enorme calidad gráfico-literaria que desplegaban -junto con el excedente de encanto noir del que hacía gala su detective Peter Parovic- provocaron que me rindiera ante ellos. Con el tiempo -a medida que El Cubri parecía pausar su producción y empezaban a aparecer obras guionizadas por Felipe Hernández Cava– imaginé no sé por qué motivos que aquel hombre sería en verdad el alma mater del colectivo; el responsable de todo aquel saber hacer que de El Cubri me prendaba. Supongo que no estaba del todo en lo cierto, pero verdaderamente seguir a Cava me reportó desde entonces no pocas satisfacciones y alegrías. Y es que nunca le he leído una obra mala, ningún trabajo en el que no se oliese su compromiso. Por supuesto, hubo historias que poco conectaron conmigo y otras en las que sinceramente me enmarañé sin llegar a buen puerto. Pero también y sobre todo, en periodos de desierto y vacuidad de nuestra industria, no dejaron de aparecer relatos suyos que se alzaban como faros de relevancia artística en mitad de la noche: cómics bien escritos, ilustrados por grandes autores que junto a él intentaban darlo todo, ambas «narraciones» al servicio de una historia que pesaba y era densa y quedaba… que marcaba y apuntaba hacia algún lado… En verdad, nunca de Cava he leído algo que sonase a palabras al aire.

Y si digo todo esto hoy es porque, sencillamente, Hágase el caos es de lo que más me ha gustado de este guionista en mucho tiempo y eso, en su caso, con lo claro que espero haber dejado lo mucho que valoro su trayectoria, es decirlo todo.

Comienza este cómic en plena Guerra Fría, en Inglaterra, con alguien dispuesto a matar al Mariscal Tito a su llegada a Londres. Poco a poco averiguaremos que ese alguien es un químico forense de Scotland Yard de origen yugoslavo que se ha visto implicado en el asunto a raiz del asesinato de su madre, una anciana ya senil que nunca acabó de digerir que los Aliados auparan al Mariscal al poder en vez de decantarse por la monarquía serbia. Junto a él, nos sumergiremos en una espiral de mentiras y medias verdades con las que cada una de las facciones implicadas en el asunto parecen querer conseguir cierta aprobación de nuestro protagonista, personaje taciturno y solitario que vive de espaldas a su pasado, marcado como está por una relación materno-filial preñada de desencuentros y culpabilidades. A partir de sus pesquisas y de su necesidad de descubrir quién era verdaderamente su madre, Cava y Seguí le ofrecerán al lector una trabajada disección de la Yugoslavia de Tito y de sus antecedentes en el Imperio Austro-Húngaro, cocción a fuego lento de los conflictos que asolarían los Balcanes en fechas más recientes.

De esta forma, mediante un relato de espionaje magistralmente llevado a todos los niveles, los autores de Las serpientes ciegas nos sirven un plato exquísito tanto por el complejo perfil de los personajes que intervienen en la trama como por el vibrante desarrollo de la misma y la clarificadora radiografía de un escenario político siempre esquivo para los que habitamos al otro lado de Europa. Felipe Hernández Cava, como en él es habitual, cuida al detalle su prosa y la documentación, esta vez puestas al servicio de un guión vocacionalmente comunicativo, trufado de recovecos argumentales que otorgan al conjunto dinamismo, tensión y calidez. Bartolomé Seguí no es ajeno a esos logros, puesto que su dibujo ilustra con claridad, expresa con el grado justo de ambivalentes matices y seduce en texturas y apasionados destellos de rojo, anaranjado y azul.

La obra, lógicamente, se lee con fruición para luego rememorarla con calma, a la espera de esa segunda entrega donde todo -o nada- debe quedar claro. Y después, como es de ley, se recomienda efusivamente a todo aquel que se nos ponga a tiro, porque lo merece y porque, siendo así, sabemos que apostamos a caballo ganador. Y si acaso todavía dudan, hagan sus apuestas: Cava y Seguí no les defraudarán.

El Mundo Magazine: El 23-F como nunca se lo han contado, Felipe Hernández Cava, Pedro Arjona, Bartolomé Seguí, Keko, Víctor Aparicio, Alfredo y Raúl Arias; Revista 52 pgs + cubiertas, color

A menudo, la oportunidad viene de la mano de la urgencia, e imagino que Felipe Hernández Cava, quien ya debe de tener cierta idea sobre esto del vivir, bien lo sabe. Posiblemente por eso, a pesar del pánico que dice que sintió cuando le ofrecieron la posibilidad de coordinar una entrega del Magazine de El Mundo en forma de cómic centrado en el treinta aniversario del golpe de estado del 23-F, aceptó el envite a tan solo 15 días de la fecha de entrega.

Intuyo que debió de pensar que era mucho lo que estaba en juego para el cómic, ese medio al que ama y al que tanto ha dado, y que era necesario asumir el riesgo: el riesgo de levantar en dos semanas un producto digno que evidenciara ante una gran masa de público lector -posiblemente alejada del Noveno Arte- las bondades divulgativas y expresivas de este lenguaje. Afortunadamente también, la gente de El Mundo fue lo suficientemente sagaz como para confiarle precisamente a él semejante empresa, puesto que dudo que ningún otro autor de nuestro país hubiese podido asumir con la misma solvencia tamaño cometido en tan breve plazo de tiempo. Por su profunda clarividencia, por su manifiesto dominio de la narratología, por su integridad ética y política y, en una ocasión como esta, por el númeroso grupo de grandes artistas que le son fieles. ¿Quién si no hubiese podido reclutar para un trabajo a contrarreloj de esta importancia un equipo formado por Pedro Arjona, Bartolmé Seguí, Keko o Víctor Aparicio? Imagino que nadie.

El resultado, finalmente, estuvo a la altura de las circunstancias, antes que nada por la eficacia discursiva conseguida por todos en esta clara ejemplificación del valor de la historieta como herramienta a la par instructiva y amena. También por la soltura gráfica con la que la mayoría de los dibujantes resolvieron sus encargos, con aportaciones tan deliciosas como esa de Keko de cuyos originales pudimos disfrutar luego en el Saló del Còmic de Barcelona (desde que hace muchos años vi los originales de 4 botas, caí rendido ante este autor madrileño).

Por supuesto, no es este producto una obra de impresionante calado literario. No era esa su función. Es un trabajo divulgativo en forma de historieta resuelto con solvencia y mucho arte… e imagino que eso era lo que debía esperarse de él. Celebremos que haya sido posible.

[Enlace a la versión digital del Magazine + Reseña de Sarà Servito en Zona Negativa con entrevista a sus autores (Felipe Hernández Cava y Laura Pérez Vernetti) + Reseña de El hombre descuadernado (Felipe Hernández Cava y Sanyú) en Zona Negativa + Breve comentario sobre Las serpientes ciegas (Felipe Hernández Cava y Bartolomé Seguí) en Zona Negativa + Breve comentario sobre Soy mi sueño (Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell) en Zona Negativa].

ZN ENTREVISTA A… FELIPE HERNÁNDEZ CAVA

Toni Boix: En Hágase el caos, como en muchos otros trabajos tuyos, la historia contemporánea se convierte de nuevo en marco de un relato donde se entremezclan elementos ficticios y reales. Así que, mientras que no es extraño ver en el Noveno Arte la construcción de alegorías de tipo fantástico que –sin embargo- se utilizan para hablar de nuestras circunstancias, tú pareces preferir enraizar esas alegorías en nuestro pasado más reciente. ¿Por qué motivo?

Felipe Hernández: Supongo que es una cuestión de afinidades. Como lector, o como espectador, en pocas ocasiones me he sentido tentado por las alegorías fantásticas. Debe de tener que ver en ello, sin duda, que mi formación ha sido más humanista que científica, un desequilibrio que lamento. Es más: muchas de esas alegorías –estoy pensando en la película Blade Runner– he tendido a leerlas antes como una especie de epígonos de otros géneros (la serie negra, el western…) que como una alternativa al universo de lo que hemos convenido en denominar como la Realidad. Y, por otro lado, creo también que recurro a este territorio porque me parece que mis ideas son más transparentes para las personas a las que me dirijo.

Toni Boix: Me resulta curioso que abogues por la transparencia como virtud, cuando en tu trabajo, en ocasiones, se hace patente el valor artístico de lo sugerido, lo velado y lo que permanece oculto. ¿En qué tipo de obras prefieres primar esa transparencia y en cuáles gustas más de expresar antes que contar?

Felipe Hernández: Cuando hablo de transparencia me estoy refiriendo, sobre todo, a poner en solfa, en la medida de lo posible, lo que muchas imágenes (porque los guionistas trabajamos básicamente con imágenes) encierran en sí mismas de mentira, de imágenes nacidas para destruir su propio objeto, de imágenes de segunda mano, sin otra función que la de competir comercialmente con otras, y que, por tanto, únicamente muestran lo obvio y castran el relato que debe nacer de ellas. Un concepto de la transparencia que no es incompatible con esa debilidad notoria por la sugerencia, que es la manera que encuentro para atrapar mejor el tiempo. En ese sentido, no hay obras que “a priori” me exijan “salirme más o menos del cuadro”, como ha buscado siempre mi querido Godard, sino que es la propia narración, sin violentarla, la que me va demandando un mayor o menor grado de espacio, de aire.

Toni Boix: Me resulta muy interesante esa relación que estableces entre “el espacio narrativo” que en el relato queda más allá de lo explicitado y la noción de “tiempo espaciado” que tan difícil resulta de capturar en nuestro medio, aunque debo disculparme y reconocerte que no he sido capaz de seguirte cuando decías hablar de transparencia en cuanto a poner en solfa lo que muchas imágenes encierran en sí mismas de mentira, sin otra función que la de competir comercialmente con otras. ¿Te sería posible desarrollar un tanto más esta idea?

Felipe Hernández: Creo que, desde hace mucho, vivimos una degradación del valor de las imágenes, convertidas en una extraña familia en la que se imponen las de visión más rápida, que suelen ser también, y no por casualidad, las más seductoras, y al servicio de una nueva moral. Puede sonar grandilocuente lo que voy a decir, pero creo que se han vuelto cada vez más profanas en su modo de traducir la realidad (que, en su caso, nos venden para alienarnos). Y me preocupa que la relación que mantenemos los profesionales con ellas no sea más crítica, que estemos actuando como una especie de “camellos” que suministran esa droga. De ahí el que no sea mala idea, pienso, el que haya cosas que esas imágenes expliquen precisamente por lo que falta en ellas, por lo que les arrebatamos para dejarlo al margen.

Toni Boix: Repasando tu trayectoria se percibe algo que Hágase el caos parece confirmar: y es que, a pesar del interés evidente por la historia de nuestro país que patentaban Las memorias de Amorós o El artefacto perverso, a menudo prefieres referirte a escenarios más amplios –centroeuropeos o americanos- desde los que “la cuestión española” aparece tangencialmente. ¿A qué responde ese tipo de enfoque?

Felipe Hernández: Durante muchos años me sentí preferentemente atraído en mi trabajo por lo que tú llamas “la cuestión española”. En los últimos tiempos del franquismo y en el período de la transición no cesaba de recibir reproches de algunos compañeros de profesión por esa obsesión mía con ahondar en nuestra memoria. Y luego, con la llegada al poder de Felipe González, todo ese asunto se extremó aún más. Había, entonces, un pacto de silencio sobre ese asunto que a mí me parecía erróneo y contra el que me rebelaba. Esa situación, como bien sabemos, continuó con los gobiernos de Aznar. Pero cuando llegó al poder José Luis Rodríguez Zapatero e inició lo que él llamaba una segunda transición, me pareció que el Poder operaba torticeramente con ese rescate del pasado. La propia noción, que se acuñó en esos momentos, de “memoria histórica”, me resultaba contradictoria en sí misma. Y yo, que tiendo a poner siempre bajo sospecha las directrices y los intereses gubernamentales, al margen de la ideología de quienes rijan nuestros destinos, no he querido participar demasiado de esa tendencia hegemónica. En mis trabajos para la historieta, salvo alguna cosa esporádica (Días de rejones con Laura), eso se ha percibido bastante, como tú dices. No obstante lo cual, para otros medios, como el documental, sí que he perseverado en algunos aspectos de esa vieja y eterna preocupación: La batalla del Ebro, Luchadores (una serie sobre la historia de Comisiones Obreras), Corazones de hielo (acerca de las víctimas de ETA), Madrid, once de marzo…, … E incluso con mi compromiso personal con algunos asuntos, tales como el homenaje a las Brigadas Internacionales en Madrid u otro gran homenaje, que acabó frustrándose, a los niños de nuestra guerra, y que yo tenía que comisariar, ambos bajo el gobierno del Partido Popular. Lo que no descarta, obviamente, que esa preocupación mía por nuestro pasado vuelva a aflorar en cualquier momento, como sucedió recientemente con el monográfico sobre el 23-F del magazine de El Mundo

Dos historietas de Felipe H. Cava publicadas en 1977 donde se trata la 'cuestión española'
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Toni Boix: ¿Bajo qué patrones concebiste ese monográfico sobre el 23-F y, concretamente, por qué motivo las historietas que hiciste con Pedro Arjona bebían tanto del documentalismo fotográfico?

Felipe Hernández: Desde los inicios de El Cubri, siempre nos gustó trabajar en lo que se podría llamar una historieta documental o ensayística, resuelta con esa clase de estilo discursivo y reflexivo, y con el mayor de los rigores (del rigor te puede dar idea que una de las historietas que apareció en el álbum El que reparte y reparte… sirvió de documentación básica para que el escritor Félix Grande, por ejemplo, escribiera un artículo para la revista Triunfo). El encargo de El Mundo no me colocaba, por lo tanto, ante una tesitura que me resultara ajena, sino, por el contrario, muy querida. La premura de la realización, sin embargo, me obligó a elaborar una arquitectura en la que el trabajo con Pedro era la columna vertebral, el que hice con Seguí se comportaba como notas a pie de página, y el que escribí con Keko era un punto de vista más distanciado y cínico sobre alguna de las dudas que todos tenemos acerca de aquellos hechos. Sólo, aunque él me lo pidió, no pude hacerme cargo del guión de Víctor Aparicio, porque, como sabes, todo se resolvió en 15 días.

Páginas de Seguí y Arjona para el Magazine
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Páginas de Keko y Aparicio para el Magazine
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Toni Boix: Volviendo al tema de la complejidad y la transparencia, cabe decir que tus obras no son ajenas a una experimentación temática y formal que resulta muy exigente para el lector, como bien se percibe en Soy mi sueño y El hombre descuadernado, aunque luego también te desenvuelves bien con relatos de menores vuelos como V-Girl o Las serpientes ciegas. En Hágase el caos, sin embargo, se diría que intentas aunar la disciplina narrativa propia del género negro con un conjunto de temáticas de gran complejidad y calado. A partir de la plantilla de Las serpientes ciegas, ¿creíais Seguí y tú que podíais llegar mucho más lejos?

Felipe Hernández: No estoy de acuerdo con esa diferencia que trazas entre relatos de “menores” y “mayores” vuelos. O, al menos, nunca he sentido demasiado nítida esa línea divisoria. Es cierto que en ocasiones pareciera que escribo algunos guiones sin pensar demasiado en los lectores, sin preocuparme de si les resulta compleja o no la opción narrativa por la que he optado, y que otras veces la sensación es la de que procuro que “no se extravíen” demasiado durante la lectura. Pero esa aparente dualidad ha respondido en última instancia a lo que deseaba contar y al estilo que me parecía que la narración demandaba. Que algunos percibieran esa dicomotomía como tú cuentas (no han faltado personas que han considerado, por ejemplo, que V-Girl o Las serpientes ciegas respondían a un interés mío por ser comercial) creo que está más en la percepción de ellos que en la mía. Lo de alcanzar un mayor número de ventas, que tampoco sabría como conseguir, nunca ha estado en mi horizonte profesional. Si Hágase el caos puede parecer más compleja que Las serpientes ciegas es sólo porque lo es también el asunto que abordamos, pero ni en Bartolomé Seguí ni en mí estaba la voluntad de que su lectura fuese más ardua. De superarnos con respecto a la obra anterior, como dibujante y guionista, sí, pero en ningún caso de complicar más nuestra obra.

Toni Boix: A partir de eso que cuentas, según lo cual podría deducirse que la complejidad de un asunto concreto a tratar acaba también impregnando la trama de la obra que lo aborda, debo preguntarte si, en consonancia con lo expuesto, cuando trabajas sobre una cuestión especialmente compleja, percibes que también los personajes que participan de esa cuestión deben soportar una mayor complejidad psicológica y, por tanto, eso debe reflejarse en el guión y en el retrato que haces de ellos.

Felipe Hernández: Todo relato tiende a poner en pie un espacio simbólico que debe comportarse como un organismo vivo y la mayor o menor complejidad del mismo debe apreciarse en cualquiera de los mínimos detalles que lo conforman. A mi entender, nada puede descompensar esa “organicidad” porque entonces el punto de vista, mi punto de vista, amén de ser confuso, estaría siendo traicionado.

Alexander Ostojic, un hombre complejo inmerso en una trama compleja
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Toni Boix: Tu planteamiento en este punto me recuerda a la teoría de fractales que guionistas como Alan Moore y Grant Morrison han aplicado al Noveno Arte con cierta rimbombancia. A nivel de esa posible naturaleza fractal de los relatos, ¿reconoces puntos de contacto entre tu manera de abordar la historieta y la de estos escritores?

Felipe Hernández: No conozco, lo confieso, esa aplicación de la teoría de fractales a la historieta de la que me hablas. Si la vida no me hubiese ido alejando del crítico y guionista Lorenzo Díaz, que fue quien me descubrió a Alan Moore en su momento, imagino que ahora estaría más versado en ese asunto. De Moore, sobre todo, y, en menor medida, de Morrison, reconozco su indudable talento, pero nunca los he visto como guionistas de mi familia, en la que siempre han sido acogidos sobre todo muchos escritores argentinos: Oesterheld, Trillo, Sampayo, Sasturain, Saccomano… De creer en la reencarnación, que no es el caso, pensaría que en otro tiempo yo viví a un lado y otro del Río de la Plata.

Toni Boix: ¿Cómo es que, habiéndote marcado tanto en tus inicios 2001: Una Odisea del Espacio de Stanley Kubrick, hasta el punto de influir en el nombre de un colectivo autoral del que formaste parte, siempre pareces haber preferido el relato “policíaco” antes que otro tipo de géneros?

Felipe Hernández: Cuando constituimos el equipo de El Cubri y decidimos homenajear a Stanley Kubrick, mi compañero Saturio Alonso, grandísimo lector de ciencia ficción, sí que tenía “in mente” la película 2001: Una odisea del Espacio, pero a mí me interesaban mucho más Atraco Perfecto, Senderos de gloria o El beso del asesino de este mismo cineasta. Lo que admirábamos especialmente, por encima de esa diferencia de gustos, era su rigor, cuasi obsesivo, por el acabado de sus películas. Y a Pedro Arjona, que enseguida se sumó a nosotros, le sucedía un poco lo mismo que a mí. El porqué de esta tendencia supongo que está ya dicho, en parte, en mi respuesta a tu primera pregunta. Lo “negro” me es más afín, como lo es el jazz por encima de cualquier otra música, por una mera cuestión de educación del gusto.

Toni Boix: Uno de los temas que parecen emerger desde el fondo de Hágase el caos es la soledad; hasta cierto punto también, una de las constantes de los protagonistas del noir. En el caso de Alexander Ostojic, ¿has querido retratar una soledad particular fruto de unas circunstancias concretas u otro tipo de ostracismo mucho más vinculado a la entraña humana?

Felipe Hernández: Siempre he tenido la sensación, desde pequeño, de esa soledad en la que creo que, en lo profundo, en lo más metafísico, todos estamos instalados. Yo era el mediano de tres hermanos en una familia en la que mi padre sentía una especial debilidad por mi hermana, que era la mayor, y mi madre atendía con especial mimo a mi hermano, que había quedado paralítico cuando tenía quince meses, debido a la poliomielitis. Fui, no obstante, un niño al que sus progenitores no descuidaron (de hecho, hasta mi vocación como guionista guarda relación con el cuidado de ellos en comprarme tebeos o en llevarme varias veces a la semana al cine, aquellos viejos cines de programa doble). Y he tenido la suerte de encontrar una maravillosa compañera, con la que vivo desde hace treinta años, y de tener muchos y buenos amigos, pero siempre he percibido que nuestro tránsito por la vida lo hacemos, en lo más hondo, individualmente (sé bien que es una perogrullada, pero creo que viene al caso su mención). Ni siquiera en los años de militancia, quise encuadrarme en algún partido, como mis compañeros. Me parecía que era mejor, aunque haya trabajado codo a codo en mi vida con muchas organizaciones, no renunciar nunca a esa soledad, porque era una manera de defender mi capacidad crítica frente al grupo. Es menos complicado de lo que algunos creen habitar esa tierra de nadie, y me parece una de las mejores opciones para defenderse del sectarismo al que en este país nuestro somos tan dados. Y voy a ponerte un ejemplo concreto: durante mis años en la universidad, que coincidieron con mi mayor compromiso político con la izquierda antifranquista, yo era el delegado de mis compañeras y compañeros de Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid. Ellos y ellas, de ideología mayoritariamente conservadora, me habían elegido para defender sus derechos en las asambleas, y, como su representante, yo velaba porque no fueran avasallados por aquellas otras personas con las que, sin embargo, compartía posiciones ideológicas. Siempre he tendido a ver al individuo al margen de etiquetas y suelo identificarme con los que, como Albert Camus, u Orwell, o Koestler, y tantos otros, adoptaron como guía de sus vidas esa actitud de, digámoslo así, orfandad.

A pesar de la atracción que la agente del MI-6 Vanessa ejerce sobre él, Alexander Ostojic intenta mantener una distancia crítica con respecto al posicionamiento de ella
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Toni Boix: Otra de las cuestiones que persiguen a Alexander es la historia de su desencuentro con su madre, mujer de oscuro pasado que acabó sus días presa de la demencia senil prematura. Dadas las confidencias que guardaba tu introducción a El hombre descuadernado sobre el ocaso de tu propia madre, me atrevo a preguntarte por qué motivos y hasta qué punto permites que tu vicisitud personal penetre en tus relatos.

Felipe Hernández: A veces me he arrepentido de mi introducción a El hombre descuadernado por varias razones. En primer lugar, porque, de haber sido publicada como epílogo y no como prólogo, no hubiese mediatizado tanto mi aproximación a Maupassant y a su relato, y el lector hubiese penetrado de forma más virginal en el trabajo de Sanyú, que se merecía una mayor ponderación de la que ha tenido. También porque, dado que enfoqué un problema tan personal, como fue aquella terrible agonía de mi madre (la gestación del guión fue toda una catarsis), de manera oblicua, que es como me gusta abordar mis asuntos más íntimos, ese prólogo aproximaba el libro a la moda del “yoísmo” que invade parte de nuestra historieta contemporánea, poniendo de paso en entredicho el valor de lo que un cursi llamaría “lo ficcional”. A menudo he dicho que el que quiera conocerme un poco, en las distintas etapas por las que he atravesado, puede leer mis guiones y me encontrará, pero me encontrará sobre todo en el espíritu, en el aliento, de los mismos. Aunque los guionistas nos amamantamos también de nuestras vicisitudes personales, en mi caso las encontrará diseminadas en muchos personajes y en las más variadas situaciones. Pero casi todo lo que he vivido, soñado, e imaginado está ahí.

Toni Boix: Debo darte la razón. Sanyú hace un trabajo magistral, para nada meramente ilustrativo, y es verdad que tras el prólogo, al menos yo, entré en la historia bastante mediatizado. Respecto a lo otro que comentas, imagino que tu reivindicación de lo ficcional frente al “yoísmo” nada tiene que ver con cuestionar ese tipo de cómic que se ha venido en llamar “novela gráfica” ni tampoco el discurso que la crítica de voluntad más vanguardista han elaborado sobre él.

Felipe Hernández: Tengo la sensación, como dice mi amigo el crítico de cine Alberto Bermejo, de que la ficción bien utilizada puede generar una autenticidad que sólo ella es capaz de lograr. En cuanto al asunto de la novela gráfica, como he comentado tantas veces, nunca he acabado de entenderlo más allá de lo que tiene de estrategia comercial. Cuando era pequeño, leía a veces tebeos que se anunciaban como “novelas gráficas”, básicamente por dos razones: por el formato (algunas de Toray, por ejemplo) o por añadirles un plus de prestigio (aquellas de Dólar, donde incluso había en el preámbulo un individuo vestido con traje de etiqueta invitándote a comenzar su lectura). Como también leí algunas historietas que se promocionaban como “literatura dibujada”. De manera que cuando, en los últimos años, se recuperó otra vez esa vieja etiqueta, la tomé como una estrategia de marketing, por un lado, y una manifestación de ese complejo de inferioridad con el que muchos profesionales han vivido la práctica de este quehacer, tratando de aproximarse al cine, a la pintura, a la poesía, o a la novela. Ninguna de las razones teóricas que se han dado últimamente me ha convencido. ¿Estamos hablando de un formato? Si es así, creo que en él se deprecia bastante el trabajo del dibujante. ¿De algo más complejo por su extensión en cuanto a páginas? Puedo hacer memoria de relatos resueltos en dos o tres páginas en los que he hallado más enjundia que en las doscientas o trescientas con que algunos autores han resuelto una de esas novelas gráficas contemporáneas. ¿De un salto adelante en la condición adulta del medio? También podría poner muchos ejemplos de tebeos ajenos a esa etiqueta cien mil veces más maduros que la mayor parte de los que se venden con el aval de la misma. He visto que algunos de sus militantes han trazado hasta un árbol genealógico muy selectivo para explicarse de dónde vienen. Yo nunca he tenido esa necesidad. No me he cansado de repetir que soy fruto de casi todo lo que me ha antecedido sin unos claros distingos. Le debo tanto a Vázquez como a Will Eisner, a Coll como a Muñoz y Sampayo, por ejemplo. Siempre he rechazado esas fronteras artificiales que se iban dibujando esporádicamente: entre los que hacían historietas y los que hacían cómics, entre los que hacían cómic y los que hacían cómix, entre los que trabajan para el mercado estadounidense y los que trabajan para el mercado europeo, entre los del manga y los del cómic… Procuro leer todo sin ideas preconcebidas y, así las cosas, hay algunas de las llamadas novelas gráficas que me parecen buenas y otras que me parecen deleznables, pero en ningún caso atisbo esa singularidad ni ese vanguardismo que los promotores de la susodicha denominación le quieren conferir.

Toni Boix: En Hágase el caos el foco histórico se centra en Yugoslavia y en el papel que países como Inglaterra y Alemania tuvieron en su evolución política bajo el mando del General Tito, pudiéndose considerar la vuestra una obra-preámbulo a las muchas que luego trataron mediante el cómic la cuestión serbio-bosnio-croata durante el conflicto bélico alentado por Slobodan Milosevic. ¿Qué opinión te merece el tratamiento que sobre este tema hicieron Max, Joe Sacco, Hermann o Joe Kubert?

Felipe Hernández: Los Balcanes me han parecido siempre uno de los talones de Aquiles de nuestra Europa. A lo largo de la Historia nos han sobresaltado y me temo que lo seguirán haciendo (en Albania se puede estar incubando un nuevo germen de conflicto). Yo quería aproximarme a todo ese asunto sin demasiadas ideas preconcebidas y hurgar en algunos aspectos de la génesis de ese drama, al tiempo, lo que me parece evidente, que me asomaba a los sentimientos nacionalistas, en ese territorio mucho más exacerbados que en otros. De los trabajos en historieta que conozco, y que son muchos más de los que citas a título de ejemplo, me interesó el de Max, que creo que fue una respuesta ética de urgencia muy bien argumentada (yo llegué a escribir que era lo más interesante de aquel Saló del Cómic de Barcelona en el que Pere Joan y él lo presentaron, pese a su brevedad). O el de Arnal Ballester, que estuvo entre los que rompían el cerco de Sarajevo para prestar auxilio humanitario a la población, en El Ojo Clínico. O el del pequeño libro en que Sento contó su experiencia también como cooperante. Las miradas de Sacco, Hermann o Kubert, que tú citas, me parecen tan honestas, y por eso las valoro, como determinadas por una visión demasiado a priorística de aquella guerra.

Fragmento de la aportación de Max al conflicto de los Balcanes
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Toni Boix: De tu respuesta me sorprende la insinuación de que éste no era un tema en el que estuvieras especialmente versado, hasta que decidiste ocuparte de él; lo cual me hace preguntarte por el tipo de proceso intelectivo y emocional que te lleva hasta un determinado tipo de historia. Es decir, yo creía que tu conocimiento sobre una determinada cuestión histórico-política era previo a que surgiese ni tan solo el germen de una historia, pero ahora pareces apuntar que puede interesarte externamente un tema y hacer un cómic sobre él es tu manera de aprehenderlo a fondo. ¿Es así?

Felipe Hernández: El asunto de los Balcanes, como sí he dicho, me preocupaba desde antaño, pero tuve que investigar mucho para esta obra. En este caso, puedo decir que esa cuestión pertenecía a esos temas dormidos que siempre están ahí, a la espera de que sepa cuál es el mejor tratamiento posible que puedo conferirles. Otras veces, en cambio, hay una imagen o un hecho personal que me salen al paso y comienzan a crecer enseguida, muy a menudo durante mis noches de insomnio (como el protagonista de El artefacto perverso). Y ha habido ocasiones en que, pese a estar muy familiarizado con una cuestión histórico-política, como tú dices, he tenido que renunciar finalmente a hacer una historieta, con la sensación de que abandonaba aquello para siempre, a la vista de que no podía hallar el hilo de Ariadna mediante el que guiarme.

Toni Boix: ¿En la escritura, pues, no todo son matemáticas como afirmaba Poe y, por tanto, no se puede llegar a prescindir de esa “criatura” un tanto volátil que es la inspiración?

Felipe Hernández: En la escritura hay también mucha matemática, y ése es un aspecto que ponderan y alimentan algunos teóricos y fabricantes de manuales. El uso de esa aplicación puede ser eficaz, muy eficaz incluso, pero a mí, como lector, me molesta percibir tales cálculos, que, imagino que por deformación, me parecen demasiado visibles. Cómo se conduce el proceso de creación es, afortunadamente, un misterio, en el que cada uno nos desenvolvemos como podemos, echando mano tan pronto de la perseveración, o llámala tozudez, como de un auxilio exterior, que no creo que sea mágico, sino que responde a impulsos de nuestro cerebro que a veces son demasiado salvajes para poder domesticarlos.

Toni Boix: Durante la obra, el único personaje que parece hablar claro en esta primera parte del relato es el profesor Ibisevic. ¿Hasta qué punto su discurso vehicula tu opinión sobre la realidad de la antigua Yugoslavia?

Felipe Hernández: En un relato como éste, me pareció que mi opinión tenía que estar mucho más repartida de lo que, ya de por sí, acostumbro. Sin caer en la equidistancia, que es algo que aborrezco, he procurado que todos se expliquen y expliquen Yugoslavia desde su punto de vista. Otro asunto, bien distinto, es que al lector le proporcione las suficientes pistas para que vea cuándo un discurso enmascara unas ideas aberrantes (de no hacerlo así, estaría naufragando en ese relativismo que tanto se prodiga). El punto de vista del profesor bosnio responde, por lo tanto, sólo a una parte de mi juicio sobre ese tremendo rompecabezas.

Alexander se dirige a la casa del profesor Ibisevic dispuesto a encontrar algunas respuestas
(haced click sobre la imágen para ampliarla)

Toni Boix: ¿Y cuando afirma que todos los nacionalismos son insaciables y siempre encuentran agravios para su victimismo (pregunta un catalanista que, pese a serlo, se tiene a si mismo por sensato)?

Felipe Hernández: En algunos momentos de la Historia, el pensamiento nacionalista (me estoy acordando, por ejemplo, de algunas de las reflexiones de Andreu Nin) ha jugado cierto papel progresista, pero casi siempre ha acabado engendrando, porque está en su naturaleza, una visión totalitaria y excluyente. Es lógico que así sea, porque el énfasis en las señas de identidad propias lo aboca finalmente, a mi entender, a ello. Yo siempre he aspirado a una visión más internacionalista, más universal, y en la misma construcción europea, que ha terminado siendo la de una Europa de los mercados, a ratos vi la esperanza, como estaba en los discursos de algunos de los que la soñaron, como Jean Monnet, de que pudiera servir para que se diluyeran esos sentimientos tribales que todos albergamos más o menos dormidos, latentes, hasta que llega un demagogo, los exacerba y los saca de su letargo. Sin embargo, compruebo día a día que este proceso europeo, pervertido por el economicismo, ha engendrado mucho miedo y vértigo a la posible pérdida de esos rasgos idiosincrásicos. Todo nacionalismo me parece, en efecto, insaciable y me parece, igualmente, que juega una de sus principales y más populistas bazas en el victimismo, en la apelación continua a lo que “los otros” nos hicieron o nos hacen. Yo me niego a vivir culpabilizando siempre al Otro y tiendo, en la medida de lo posible, a mirarme en él.

Toni Boix: A pesar de lo que dices, y atendiendo a la reflexión que hacías al principio sobre la profunda excepcionalidad de cada individuo, imagino que tu sueño unitarista poco debe tener de uniformizador y que contemplas que cualquier proyecto común debe atender y ser respetuoso con las particularidades de los que lo conforman.

Felipe Hernández: No es tanto un sueño unitario como una aspiración a que nos diluyamos un poco en una suerte de mestizaje. Y, desde luego, poco tiene que ver con la uniformidad, que aborrezco en cualquiera de sus formas: la globalización, sin ir más lejos, que equipara cada vez más lugares (“los no lugares”), personas y conciencias. Entiendo las particularidades, porque yo también siento un pequeño apego por algunas de las mías, pero me asusta cuando veo que algunos viven las suyas como superiores a las de otros: una raza, una lengua, un credo, el terruño en el que se ha nacido…

Toni Boix: Tanto el subtítulo de este primer volumen como “el último deseo” del profesor Ibisevic nos remiten a los lazos afectivos que pueden llegar a establecerse entre un can y su amo. ¿Es ese, en el fondo, un elemento que nos devuelve a la cuestión de la soledad, de la distancia profunda que tarde o temprano siempre parece emerger entre un ser humano y sus semejantes?

Felipe Hernández: Yo viví dieciocho años con una gata, que, como todos estos felinos, a los que los humanos no hemos conseguido domesticar más que en apariencia, había establecido conmigo una relación libre, en la que la dependencia se circunscribía sólo a lo imprescindible. Era tan autónoma y solitaria como yo. Los animales pueden mitigar algo nuestra soledad, pero nunca desterrarla, y menos aún sustituir la riqueza, aunque sea compleja, de la relación con otros seres humanos. Me deprime profundamente ver como hoy muchas personas tienden a “humanizar” a lo que llaman, en esa jerga deplorable, sus “mascotas”. Pero imagino que todo ello forma parte de una especie de seudoespiritualidad en la que tendemos a cobijarnos en este presente tan complicado. La presencia de algunos animales en mis relatos tiende a subrayar ese pacto que a veces establecemos con ellos respondiendo a mecanismos de lo más diversos, desde acentuar el escepticismo hacia nuestros congéneres hasta, por el contrario, celebrar una especie de comunión con otros seres vivos.

Toni Boix: Sueles escribir con una delicadeza y un mimo que incluso llega a apoderarse de muchos de los diálogos de tus personajes, de los que a veces podría decirse que “hablan demasiado bien”. Respecto a eso, ¿prefieres priorizar los diálogos como herramienta a través de la cual retratar la hondura de tus criaturas y no tanto como elemento de caracterización externa?

Felipe Hernández: Nadie habla en la realidad como hablan mis personajes. Es una opción por la que siempre he optado y que me ha dado muchos quebraderos de cabeza cuando he trabajado para el cine o la televisión, donde los actores sufrían para decir diálogos tan antinaturalistas. En las comedias de situación, o en alguna de las películas en las que he colaborado, tuve, pues, que renunciar a ello, pero no en la historieta (a lo mejor también, por esa razón, sigue siendo el medio que prefiero). Todo ello obedece a que me parece que en la historieta los textos pueden jugar un papel poético siempre que el lector acepte este estilo mío como una convención retórica. Y también porque creo que le aporta al medio una cierta musicalidad, un ritmo y una cadencia muy precisos. Uno de los mejores halagos que me han hecho provino de Pablo Auladell, que me decía que cuando leía mis guiones sentía que me estaba escuchando en vivo.

Toni Boix: Habiéndose publicado sólo la primera entrega de la obra, ¿es todavía prematuro preguntarte por el significado del título?

Felipe Hernández: Aunque el lector no conoce aún la segunda entrega, más oscura y discursiva que la primera, ya tiene elementos sobrados de juicio para saber que, de nuevo, estoy hablando sobre nuestra condición de marionetas en manos de un Poder que enreda las circunstancias para crear un permanente juego de apariencias, maquinaria de precisión en cuyo mecanismo pierden la vida muchos seres inocentes. El Poder se alimenta del Caos, como se alimenta también de un maniqueísmo entre la Luz y la Sombra, el Bien y el Mal, que sólo puede satisfacer a las almas cándidas.

En las 3 primeras páginas del tebeo empieza a percibirse ya la magnitud de ese pathos que el Poder ha orquestado
(haced click sobre las imágenes para ampliarlas)

Toni Boix: Llegados aquí creo necesario hacer cierta recapitulación antes de plantearte la siguiente pregunta. Durante nuestra conversación has declarado aborrecer la equidistancia y el relativismo, ubicándote más bien en la modernidad y no en la post-modernidad. También te has referido críticamente a cierta seudoespiritualidad que nos aletarga ante el presente. Ahora apuntas directamente a ese Poder que se nutre del caos y de un maniqueísmo moral que él mismo promueve. Dada la ligera sonoridad litúrgica del título (Hágase tu voluntad) y que tu adscripción progresista está fuera de toda duda, ¿se te podría ubicar en las cercanías de aquel anhelo de justicia fundamentado en un postulado de trascendencia por el que abogaban Horkheimer y sus compañeros de la Escuela de Frankfurt?

Felipe Hernández: He escrito que yo no di por acabada la modernidad cuando llegaron los sepultureros a enterrarla. Y por eso, tras la borrachera de lo posmoderno, en la que, sin embargo, hubo algún aspecto positivo, celebro que algunos filósofos hayan empezado a hablar de neomodernidad o de supramodernidad, dando por hecho que el proceso que empezó con el Siglo de las Luces no ha finiquitado. En cuanto a lo que me preguntas sobre la Escuela de Frankfurt, en algunos de sus principales miembros sigo encontrando cobijo: Adorno y Benjamin, preferentemente, pero también Horkheimer, Habermas o Fromm. De Marcuse, en cambio, por el que sentí una gran veneración en mi juventud, me fui alejando paulatinamente, un tanto decepcionado. Tengo, eso sí, la sensación de que lo que en ellos descansaba en Kant ha aguantado mejor el paso del tiempo que lo que se apoyaba en Marx. Pero esa sensación, no me engaño, puede estar también influida por mi propia evolución ideológica. Y respecto a la sonoridad litúrgica del título, que es cierta, responde al Génesis. De hecho, mi primer título era “Fiat Caos” (Hágase el Caos), pero tanto a los editores de Dargaud como al propio Seguí les sonaba a un modelo de automóvil, por lo que lo descartamos enseguida.

Toni Boix: ¡Jajajaja! Sin duda hiciste bien dejándote aconsejar por ellos, sí, aunque lamento decirte que tu respuesta me anima a llegar todavía más lejos y, en un alarde de intrusismo, preguntarte cuál es tu anhelo y en qué realidad se fundamenta tu esperanza de que ese anhelo pueda estar algún día a nuestro alcance.

Felipe Hernández: En otro tiempo te hubiese hablado de revoluciones, de grandes procesos transformadores de la sociedad, de sistemas de pensamiento encaminados a la emancipación de los seres humanos, pero, a estas alturas de mi vida, he visto “in situ”, gracias a mis viajes por muchos rincones del mundo, los monstruos que todo ello acababa casi siempre engendrando. Así que hoy, para mí y para todos, me conformaría con la serenidad que me transmite el epitafio en la tumba de Kant: “Dos cosas llenan de admiración y respeto mi ánimo: el cielo estrellado sobre nosotros y la ley moral dentro de mí”.

Toni Boix: Bueno, después del enorme placer que me ha supuesto la riqueza de tu conversación, tal vez que les concedamos a nuestros lectores el acabar con un tema más prosaico: ¿para cuándo la segunda parte?

Felipe Hernández: Bartolomé y yo esperamos tener terminada la segunda parte para el mes de octubre (yo aún tengo dudas sobre la resolución de algunas de las 16 páginas que debo escribir para que así sea) y Norma ha manifestado su interés por tratar de que ese segundo álbum aparezca en las próximas navidades (Dargaud, en cambio, habla de enero del 2012). Falta muy poco, pues, para que el lector pueda juzgar este trabajo en su totalidad.

Toni Boix: Ahora que te oigo mencionar a Dargaud por segunda vez, ¿ha sido muy difícil para ti como guionista de habla hispana el penetrar en la industria francesa del tebeo?

Felipe Hernández: No tengo la sensación de haber penetrado en la industria francesa. Tras varios intentos, no buscados, con Luis García, Raúl, Castells, Federico del Barrio, Enrique Breccia, y otros… me he visto de nuevo “toreando en esa plaza” como un desconocido (la crítica especializada de allí me ha señalado como un sucesor de Miguelanxo Prado, de Pellejero y Zentner, o de Guarnido y Canales, por ejemplo) que, en equipo con Bartolomé Seguí, llamaba su atención como “un nuevo valor”. Pero para un corredor de fondo, que es lo que me he considerado siempre, aquí y allí, resulta, al menos, curioso imaginar sin la menor ansiedad en qué puede acabar desembocando esta relación con esa poderosa industria.

Toni Boix: Bueno, pues te dejamos ya libre esperando no haberte importunado mucho. Ha sido un verdadero placer charlar contigo y esperamos que el público sea receptivo a esta obra tuya porque, en nuestra opinión, es uno de los trabajos más destacados que hemos podido leer en mucho tiempo.

Felipe Hernández: Gracias a ti, Toni, por estos días de coloquio virtual.

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José Torralba
19 mayo, 2011 17:41

Puede que sea la mejor entrevista que he leído en Zona ésta Toni, tanto por las magníficas preguntas como por la soltura y el bagaje intelectual de Hernández Cava al contestarlas. Por cierto, que al contrario que tú no he tenido tantas dificultades en entender la filosofía autoral y de vida de Don Felipe y cómo conjuga la crítica al nacionalismo, la reafirmación personal, la ideología no sectaria, la atención no equidistante y la alergia a la uniformidad: él mismo lo explica acudiendo a la modernidad y a todo aquello que de Kant había en la Escuela de Frankfurt, para rechazar el marasmo caótico –equidistante, relativista– del posmodernismo y juzgar al tiempo como desfasada la dialéctica marxista. Y es que, si algo me ha parecido el autor en esta entrevista es un ilustrado, un humanista con mirada antropocéntrica y, en el fondo de todo, un individualista que tiene claro que la razón fundamentada le sirve para mirar al mundo y para discernir en él sin necesidad de notas a pie de página escritas por otro. Como me conoces de sobra, Toni, supongo que te habrás percatado de que me ha caído bien, más allá de una trayectoria que tú me descubriste y de la que me he vuelto ferviente seguidor.

Otra de las cosas que me ha gustado mucho es su sentido de la organicidad aplicada a una obra que es tanto más compleja formal, dramática, psicológica y discursivamente cuanto mayor complejidad posee lo que trata. Y me gusta porque yo siempre he defendido que las obras sólo tienen que ser orgánicamente fieles a sí mismas y a sus propuestas para resultar, si no satisfactorias, al menos sí honestas. La búsqueda de la complejidad o la profundidad contra viento y marea en algo que por naturaleza o planteamiento no lo es sólo lleva a la complicación artificial, y tanto el contenido como la forma deben atenerse a ello. En este sentido, Las serpientes ciegas creo que operaba como una fábula sencilla –que no simple– y que su estructura era modélica para vehiculizarla. Por contra, El hombre descuadernado o esta Hágase el caos plantean una propuesta conceptualmente distinta y consiguientemente se plantean formal y estructuralmente de forma más compleja. Es lo que la historia «necesita», porque si a algo complejo lo dotamos de simplicidad corremos el riesgo de desmatizarlo y si a algo simple lo dotamos de complejidad corremos el riesgo de caer en la pretenciosidad.

Y precisamente esa acción de desproveer de matices es la que creo que pone de manifiesto cuando habla de la progresiva degradación de las imágenes: han dejado de ser un espejo de la realidad para convertirse en una deformación esquemática de esa misma realidad. Y no contentas con eso, están pasando a sustituirla.

En fin… podría tirarme horas así. Probablemente se me ocurran más cosas en sucesivas relecturas (volveré a esta entrevista varias veces, adivino), así que ya te las comentaré por aquí o por teléfono, Toni. En cualquier caso, muchísimas gracias a los dos.

Tirso
20 mayo, 2011 18:00

Magníficos!

Rafael
21 mayo, 2011 12:46

Enhorabuena por la entevista. Como siempre Felipe sienta catedra por donde pasa. En Carmona le rendimos un modesto pero sincero homenaje. Y el conocerlo nos ha marcado tanto como entidad como personas. En Carmona nos sentimos orgullosos de que Felipe Hernández Cava nos haya honrado con su visita y esperamos que alguna vez podamos repetir experiencia. Lo dicho Toni un placer haber leído el artículo.

JDCanales
21 mayo, 2011 16:35

¡Bravo! Una entrevista brillante y sin desperdicio. Y un entrevistado de un talento y una claridad de ideas sin par.

Bartolomé Seguí
23 mayo, 2011 20:48

Hola Toni,
Enhorabuena por esta excelente entrevista. Espero que no te importe que le haya puesto un enlace desde mi blog.
Un saludo,
Bartolomé