RESEÑAS
The Robert Kirkman: de The Walking Dead a Invencible, Eduardo Serradilla; Dolmen Editorial; 255 págs., BN, 18 €.
De entre los varios frentes hollados por Dolmen Editorial a lo largo de sus años de existencia, no es el de menor importancia la colección Pretextos Dolmen dedicada al discurso sobre la historieta. Ciertamente, dicha colección ha vivido a menudo atenta a las que podían ser las franquicias de la temporada gracias al toque de Midas del «cinematógrafo»; como también es verdad que buena parte de sus libros han priorizado los aspectos divulgativos frente a enfoques de mayor ambición teórica (recientemente queda como meritoria excepción a dicha tendencia el concienzudo libro Alan Moore: La autopsia del héroe de J.J. Vargas). Son, éstas, apuestas lícitas y hasta razonables si de lo que se trata es de rentabilizar mínimamente la reflexión sobre el Noveno Arte, algo tan necesario para la dignificación del medio como suicida para los bolsillos implicados en la tarea.
Por todo ello, no deja de ser loable la salida de un nuevo «pretexto», más si cabe cuando está resuelto con la solvencia profesional de este The Robert Kirkman: De The Walking Dead a Invencible escrito por Eduardo Serradilla.
Sin duda, el primer valor del libro reside en el tema a tratar, por cuanto hay bastante consenso entre crítica y público respecto a la calidad de la trayectoria autoral de Robert Kirkman, guionista estadounidense fogueado en el mundo de la autoedición y macerado en Image para dar frutos de notable envergadura comunicativa. Y, si al esmerado repaso que Serradilla realiza de la trayectoria de Kirkman, le sumamos también el evidente conocimiento que este crítico canario tiene sobre el cómic estadounidense y cómo sabe articularlo, no sólo para contextualizar biografía y bibliografía de Kirkman, sino también para ahondar en ella y postular cuales son las principales claves que permiten aprehenderla, comprenderla y evaluarla, entonces está claro que nos hallamos ante una propuesta a destacar.
Si no fueran ya esos suficientes méritos, a pesar de que cabe reconocer que tampoco es Kirkman un guionista excesivamente críptico o ecléctico, Serradilla le añade una guinda a su trabajo: un redactado ágil, asequible y ameno, de fácil digestión incluso cuando trata temas de cierto calado.
Lamentablemente, todo lo dicho queda ligeramente empañado por un acabado que diríase precipitado, por cuanto en ciertos momentos se suceden con demasiada frecuencia los errores tipográficos, las citas no están uniformemente tratadas (a veces en cursiva, a veces sin distinguirlas de la voz del narrador) y hay ciertas decisiones respecto al diseño que se antojan un tanto caprichosas, como esas páginas centrales en negro dedicadas a los Marvel Zombis que no constituyen ningún despiece aparte pero están tratadas formalmente como si lo fueran. Detalles de factura que, por supuesto, no restan validez a un interesante estudio sobre uno de los guionistas de cómic que, en fechas recientes, mayor éxito comercial y creativo ha logrado obtener.
Contrarreloj, Alejo Valdearena y Pier Brito; Ediciones Glénat; 80 págs., color, 13,95 €.
Durante bastantes años, en teatrillos y televisión anduvo estilándose un tipo de comedia de situación en la que, haciendo uso de uno o dos decorados, varios personajes entraban y salían de escena, alternándose ante el público en grupos de dos o de tres, acumulando variación sobre variación y enredo sobre enredo. Constantemente, la interacción entre unos personajes concretos era subvertida por la irrupción de un nuevo actor que provocaba algún tipo de requiebro argumental y solía sacar de escena a alguno de sus compañeros… Así una y otra vez, en un bucle narrativo que a menudo eclosionaba con todo el reparto reunido y confrontado.
Contrarreloj, adoptando el imaginario estético y temático que popularizaran Robert Zemeckis y Michael J. Fox allá por 1985 con la saga Regreso al futuro, guarda gran parecido con ese formato de comedia, aunque sus puertas sean temporales y las variaciones argumentales, hablando con propiedad, no se sucedan las unas a las otras sino que acaban superponiéndose, en un reinicio continuo, en un perpétuo desandar lo andado para forzar un cambio de ruta.
Todo empieza con una cita fallida. El joven «Crono», cuando se le presenta la oportunidad de un encuentro íntimo con Cecilia Suave, la chica de sus sueños, se raja, la deja plantada y ella acaba desapareciendo para siempre de su vida. Así que, como para siempre se conjuga en clave de futuro, decide volver sobre sus pasos con la ayuda de su primo Gómez, el inventor del seiscientos que alimentado con cronolina es capaz de transportarte al pasado, para de esta forma enmendar el guión que de joven no supo escribir. Quede constancia de que Crono no es el único que guarda mal recuerdo de aquella noche: también su primo Gómez tiene interés en que los acontecimientos fluyan de otra manera y por eso trazan un plan que les deje a ambos satisfechos, aprovechando que ahora el Crono joven jugará con toda la ventaja que le otorga una psique madura y curtida… o eso se supone.
Evidentemente, como corresponde a los paradigmas del humor, las cosas no van según lo previsto, casí se diría que más bien empeoran, forzando a que deba hacerse un tercer viaje al pasado para que al menos todo quede como estaba, si es que no puede mejorarse.
Al final, a pesar de todo el empeño que Crono y Gómez ponen en ello, tras una ágil sucesión de escenas jocosas y de caracterizaciones bien perfiladas, según los cánones del personaje prototípico propio del género humorístico, Crono y nosotros terminaremos percatándonos de que no estamos solos protagonizando nuestra vida… puesto que por más que nosotros queramos «arreglarla», también los demás tienen un papel determinante en ella.
No deseamos dar por concluida esta breve reseña sin hacer mención del trabajo gráfico de Pier Brito, quien esgrime un grafismo sedimentado y armónico, de volúmenes bien perfilados, atractivo diseño de personajes y sabia variación de acabados para diferenciar los distintos registros argumentales que maneja esta entretenida obra.
ZN ENTREVISTA A… ALEJO VALDEARENA
Toni Boix: Para quien no conozca tu trabajo, ¿podrías explicarnos cómo te iniciaste en el mundo del Noveno Arte y qué enfoque tenían tus cómics anteriores a Contrarreloj?
Alejo Valdearena: Claro. Comencé en Argentina, autopublicando con el dibujante Feliciano García Zecchín un fanzine llamado 4 Segundos (La Cúpula publicó algunos números por aquí). Era un cómic de humor muy influenciado por las sitcoms norteamericanas (sobre todo por Seinfeld) que narraba las desventuras de cuatro amigos muy perdedores. Luego, también con Feliciano, pasamos a publicar en El Víbora la serie de humor Peatones (que ha recopilado Glénat en un libro). Siempre he transitado el humor costumbrista-urbano por decirlo de alguna manera.
Toni Boix: ¿Esos inicios tuyos tan engarzados con el mundo de los fanzines imagino que dan a entender que para ti esto de escribir es pura necesidad?
Alejo Valdearena: Pues sí… No es que escriba mucho pero desde aquellos inicios no he parado. Soy muy lento haciéndolo y lo sufro bastante, pero creo que me es indispensable para no volverme loco.
Toni Boix: ¿Y qué es lo que pulsa poniéndote en riesgo de perder tu cordura?
Alejo Valdearena: ¿QUÉ es lo que pulsa en mi oscuridad? No lo sé. Solo sé que tiene una voz ronca e insiste mucho con una consigna que va más o menos así: “Aleeeeeejoooo… ¡Mátalos! ¡Mátalos a todos! O… escribe un cómic. Tú eliiiiiigesssss…”
Toni Boix: Jejejejeje… eso me pasa por preguntar. Pero «pa’eso (no) me pagan»: tu aproximación a Contrarreloj es muy de género y también muy desprejuiciada, un divertimento netamente comercial en medio de lo que parece empezar a ser la dictadura del cómic social y/o significativo. Hoy en día, con nuestra industria en horas bajas, cuando no siempre es fácil que se den las condiciones necesarias para producir cómics de creación autóctona, ¿por qué decidiste asumir el riesgo de invertir esa circunstancia favorable en bromear un rato?
Alejo Valdearena: Es que en realidad el estado de la industria no influyó para nada en la génesis. Contrarreloj se publicó primero en un blog (www.4segundoscomics.com). Pier Brito (el dibujante) y un servidor somos amigos desde hace siglos y queríamos hacer un cómic para divertirnos. Luego encontramos en Hernán Migoya, que en ese momento trabajaba en Glénat como editor, el socio perfecto para el crimen en papel.
Toni Boix: Imagino que costó poco convenceros, ¿pero cuáles fueron las expectativas que generó en vosotros la posibilidad de ver la obra editada ”en papel”?
Alejo Valdearena: Bueno, siendo fetichistas del libro como cualquier comiquero que se precie, la primera y mayor expectativa fue tener en las manos ese objeto maravilloso con olor a tinta y pegamento. Luego… sería fantástico que a la gente le guste y las ventas acompañen lo suficiente como para hacer un segundo cómic de Contrarreloj, y un tercero, y un cuarto… Nos encantaría poder divertirnos haciendo crecer el mundo de Crono y Gómez.
Toni Boix: Más allá de la referencia formal a películas como Regreso al futuro o Los Cronocrímenes, ¿cuál es la simiente que te llevó a alumbrar esta historia sobre las oportunidades perdidas?
Alejo Valdearena: Hay un pensamiento que, creemos, ningún adulto se salva de haber tenido. Va más o menos así: “Si yo hubiera sabido las cosas que sé ahora a los 15 años…”. Es un pensamiento terriblemente patético y, por lo tanto, con un altísimo potencial humorístico. De ahí salió Contrarreloj.
Toni Boix: Bueno, autores como Jiro Taniguchi lo han utilizado con vocación algo más seria. ¿La trascendencia reviste poco interés para ti?
Alejo Valdearena: No, tampoco diría eso. Hay obras trascendentes, serias, que me gustan y disfruto mucho. Pero siempre como lector. Como autor padezco un miedo patológico a caer en la solemnidad y por eso huyo hacia terrenos en donde no corra ese peligro. Te diría incluso que Contrarreloj es lo menos superficial que he escrito; esconde una mínima reflexión sobre nuestra relación con el pasado. ¡Para compensar ese exceso de profundidad tuve que incluir una escena en la que se utilizan trece sinónimos de la palabra “follar”.
Toni Boix: Aparte de los líos que genera todo viaje temporal que se precie, vuestro cómic tiene cierto aire de vodevil o de comedia de situación, con 7 personajes interactuando a tontas y a locas entre ellos en un espacio relativamente pequeño, con los consiguientes requiebros argumentales que eso supone. ¿Tuviste en mente referencias de ese tipo o todo surgió de forma más intuitiva y espontánea?
Alejo Valdearena: ¡Culpable! Las comedias de situación fueron y siguen siendo una gran influencia para mí.
Toni Boix: ¿Qué es lo que te atrae de ellas?
Alejo Valdearena: Queda fatal decirlo, pero no te mentiré. Me atrae la fórmula. Soy fan de la fórmula, la adoro. De alguna retorcida manera, la fórmula interacciona con mi cerebro produciéndome una sensación reconfortante; me trae paz y placer. Para mí, Astérix y Lucky Luke son insuperables y el cénit de humor televisivo es El Chavo del ocho, un serial mexicano de humor en el que el argumento es apenas una excusa para que sus personajes repitan, una y otra vez, los mismos gags.
Toni Boix: ¿Billy Wilder es Dios?
Alejo Valdearena: Eso dicen. Pero no podría confirmártelo porque, aunque me dé vergüenza admitirlo, no he visto ni una sola de sus películas. ¿Me dejas alguna?
Toni Boix: Pues va a ser que tendrás que pedírsela a Fernando Trueba.
Alejo Valdearena: ¡Lo haré sin falta! La próxima vez que Fernando venga a casa a ver una maratón de El Chavo del ocho…
Toni Boix: ¿Pier Brito estuvo vinculado al proyecto desde un principio?
Alejo Valdearena: Sí. La idea fue de los dos y el argumento también lo montamos a cuatro manos.
Toni Boix: ¿Y fue contando con su participación, y conociendo sus habilidades como ilustrador, que se te ocurrió lo de los folletos explicativos, las anécdotas sobre la niñez de Gómez el inventor o recursos como el color punteado para las escenas ubicadas en el pasado?
Alejo Valdearena: No es que se me hayan ocurrido a mí. Todo el proceso creativo fue muy hablado, muy de ida y vuelta.
Toni Boix: ¿Vuestra relación pudo sobrevivir a esa experiencia?
Alejo Valdearena: Sí, pero solo porque mientras trabajábamos él estaba en Amsterdam y yo en Barcelona.
Toni Boix: Tu robot mayordomo se llama Jarvis como el Jarvis de… ¿Los Vengadores?
Alejo Valdearena: No, Jarvis como el Pulp. Pier es muy aficionado a la música inglesa.
Toni Boix: Tú que te manejas también como novelista, ¿cuáles crees que son las diferencias menos evidentes que deben presidir el redactado de una novela y la confección de un guión de cómic?
Alejo Valdearena: Bueno… solo he escrito una novela y fue hace unos cinco siglos… pero creo que es algo totalmente diferente. El guión es una carta que uno le escribe al dibujante, un documento interno digamos; la novela es la obra terminada. Me parece que más allá de la construcción de la estructura narrativa de la historia -un proceso que además, dependiendo del escritor y su método, puede muy bien no existir- las dos actividades no se parecen en nada.
Toni Boix: ¿Qué te resulta más satisfactorio de cada una de ambas experiencias?
Alejo Valdearena: Lo mejor de hacer cómic, siendo guionista, es tener que hacerlo con alguien más. La escritura es una actividad muy solitaria pero trabajar con un dibujante anula esa condición. Es mágico ver como otro interpreta con dibujos lo que has escrito. La novela te permite ser 100% tú mismo, que de vez en cuando tampoco está mal.
Toni Boix: Y, finalmente, dado que procedes de Argentina a pesar de estar afincado en España, ¿qué diferencias percibes hoy en día entre el mercado del cómic español y el albiceleste y hasta qué punto esa percepción tuya ha influido en que publiques una propuesta como Contrarreloj en España mientras que para tu país de origen produces una serie como Tiburcio, más reflexiva y en la tradición de referentes insignes para vuestra historieta como Mafalda?
Alejo Valdearena: La diferencia básica es de tamaño. El mercado español es más grande. Hay más editoriales que publican más libros. Las diferencias entre Contrarreloj y Tiburcio están más marcadas, creo yo, por el formato y el medio en que su publican ambas historias. Como dije, Contrarreloj se publicó originalmente en un blog de cómic que es seguido por público comiquero. Podíamos darnos el gusto de ser todo lo frikis que quisiéramos. Tiburcio se publica en la revista dominical del diario más leído de la Argentina, se imponía hacer algo para todo público y, sobre todo, para un público no necesariamente entrenado en la lectura de tebeos. Mafalda, por supuesto, es el referente absoluto en este sentido. Me sé todas sus tiras de memoria.
Toni Boix: ¿Cuáles fueron, entonces, las adaptaciones formales y temáticas que creíste conveniente hacer en Tiburcio para acceder a ese tipo de público?
Alejo Valdearana: En Tiburcio usamos (con Diego Greco, el dibujante) una técnica narrativa lo más simple y directa posible, sin florituras ni piruetas. También aplicamos una autocensura mucho más rigurosa, claro. Por decirlo de otra manera, en Tiburcio no encontrarás trece sinónimos de “follar” sino apenas dos o tres.
- Recomendaciones nacionales
- Archivo de Píldoras nacionales.
«…el cénit de humor televisivo es El Chavo del ocho»
¡Por fin alguien lo dice! (y sí, lo digo muy en serio)
Yo es que de chaval no entendía qué idioma hablaban en el Chavo del Ocho (y también lo digo en serio), así que puede ser.