RESEÑA
el Duelo, Esteban Hernández; Edicions de Ponent; 96 págs., color, 21 €.
La asiduidad con la que las distintas propuestas de Esteban Hernández aparecen en nuestras librerías es digna de elogio, no ya sólo por la capacidad de trabajo que demuestra, sino también por los niveles de calidad que alcanza en cada una de esas propuestas. La transparencia de su narrativa gráfica no ha dejado de crecer desde aquellos primeros Usted, gracias a su intuitiva estilización de la realidad y a una progresiva utilización del color como clarificador compositivo. Pero no es ese el único valor de los códigos que ilustran sus relatos, puesto que los dibujos de Esteban Hernández tienen también una carga estética tan personal como atractiva. La fluidez de su trazo y la suavidad de sus horizontes cromáticos, así como ese amable retrato escenográfico que embellece incluso desórdenes y suciedades, seducen tanto al espectador atento como al distraido, produciendo un impacto sensorial sutilmente adictivo debido a su gracia y armonía. Por contra, la habitual fealdad de sus personajes (a veces hasta rozar lo grotesco aunque la línea que los dibuje sea, en sí misma, bella), sugiere cierta densidad ontológica que queda más allá de lo aparente: retrato de espacios interiores fragmentados, tullidos o deformes, que advierten al lector de que no debe relajarse en exceso porque, entre gracias y excentricidades, hay dolores agazapados, escondidos, como un corazón palpitante y desencajado a punto de llenarlo todo de sangre.
Es ese espacio de desasosiego estílistico que raramente se aleja de los dibujos de Esteban Hernández el que mejor acoge la particular idiosincrasia de sus historias, siempre a medio camino entre lo trágico y lo esperpéntico. Como una risa nerviosa que se torna llanto o un llanto que, al compartirse, acaba en risas, los personajes de Hernández habitan en esas parcelas de lo ridículo que tanto pueden parecernos cómicas como merecedoras de la más absoluta de las compasiones. Porque, cuando uno se enfrenta al absurdo (y Hernandez, como autor, parece gustar de vivir en él), probablemente sólo quepan esas dos opciones: tomárselo a broma o dejar que se nos coma de dentro afuera.
De todas formas, debe decirse que esta vez Hernández ha acertado a escoger el mejor de los motivos argumentales para articular esa mirada suya agridulce. Casi diría que emulando a Edgar Allan Poe, se adentra en el abismo del sinsentido a través de la muerte. Pero no de cualquier muerte… ni tampoco de la propia. Lo hace a través de la muerte del TÚ. La partida de aquel que fue nuestro reflejo, figura existencial referente, catalizador de mil experiencias compartidas, fusionadas, indisolubles. La pérdida de quien era hermano y que, por causa de una muerte aparentemente inexplicable, se ha convertido en un extraño que llena de extrañeza nuestra propia cotidianidad. Porque, si quien atesoraba las claves de nuestra identidad no es quien se suponía, ¿quién somos nosotros? Es ese interrogante el que se abate sobre el protagonista del tebeo para, a partir de ahí, sumergirle en una de esas peripecias surrealistas que uno no puede sino contemplar desde media distancia, ni ajeno del todo a lo que le sucede… ni del todo identificado con él. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con Suéter, lo cierto es que todo lo que acontece alrededor del personaje doliente resulta tan reconocible y familiar que su historia acaba perteneciéndonos de alguna manera… si alguna vez la muerte ha rondado por entre nuestros afectos y, destrozando a dentelladas a alguno de ellos, se ha llevado también ese velo con el que cubrimos nuestros ojos para así creer que el constructo social en el que estamos inmersos tiene sentido por sí mismo.
Superándose a cada nuevo trabajo, en esta ocasión Esteban Hernández ha conseguido que su siempre magnífico trabajo como ilustrador transporte un relato ágil y cercano, pero también -y como es marca de la casa- morosamente obsesivo y graciosamente marciano.
ZN ENTREVISTA A… ESTEBAN HERNÁNDEZ
Toni Boix: Hola Esteban. Antes de entrar en materia sobre El duelo, me gustaría que nos explicases cuáles son las claves de tu estilo gráfico; un estilo sin duda singular y en el que se combinan aspectos amables con otros más incómodos.
Esteban Hernández: Hola, Toni. Claro, como quieras.
Procuro dibujar todos los días y a menudo lo hago del natural. Ser constante durante años ha tenido esas consecuencias para mí.
Singular, amable e incomodo es una buena combinación. Hace años le leí a Carlos Giménez en una entrevista: “Dibujar es como manuscribir: aunque se puede educar, nadie dibuja como quiere, si no como le nace.” De ser así, en mí habría singularidades y aspectos amables e incómodos, y algo de eso tengo, pero te estoy mezclando obra y autor a vuelapluma. La función hace el órgano y la clave principal de mi dibujo es la disciplina.
TB: Me resulta curioso eso que dices, porque tu estilo parece muy suelto y particular. ¿Cómo llegas hasta ese estilo partiendo de la disciplina y del natural?
EH: Cuando tienes que solucionar el dibujo de una nariz puedes copiarla de cómo la hace el dibujante que te gusta o llevarla al papel tal y como eres capaz de dibujarla de una foto o del natural. No es excluyente mirar a otros dibujantes de dibujar del natural, claro. Y aunque estoy seguro de que el resultado de la mezcla hace posible cada manera particular de dibujar, creo que pesa y enseña más el dibujo que cada cual sea capaz de hacer interpretando su entorno, que el que sea capaz de tomar prestado, maquillar y hacer suyo. La disciplina acelera y pule estas cosas.
TB: Mientras que algunos autores más pictóricos parecen lidiar mal con los globos de texto, a la hora de integrarlos en su grafismo, a ti se te ve muy a gusto con ellos, hasta el punto de que los utilizas como elementos icónicos. ¿Crees que eso se debe, simplemente, a que sólo determinados grafismos pueden cohesionar de forma adecuada los distintos elementos que conforman la bastardía propia del Noveno Arte?
EH: No creo que determinados grafismos unan o desunan texto e imagen ni que estos componentes conviertan al cómic en un desheredado. Creo que los autores con grafismos verdaderamente sólidos –pictóricos o lo contrario- son versátiles con estos dos asuntos. Es cierto que un icono es síntesis, y aunque tener un estilo sintético ayuda a convertir los iconos en recursos, eso no garantiza un buen libro. Para mí, cohesionar texto e imagen en un cómic no consiste en que texto e imagen sean una sola cosa, consiste en que ambas cosas sean completamente transparentes en la lectura. Sean formalmente como sean.
TB: ¿A qué tipo de transparencia te refieres?
EH: A la que ayuda en la comprensión del mensaje que se pretende comunicar.
TB: En tus historietas los elementos escenográficos suelen tener mucha importancia, de tal manera que raramente te los ahorras en tus fondos y que, incluso, hay veces en los que centras tu narrativa visual en ellos. ¿Por qué esa aproximación?
EH: Vaya, gracias. A menudo pienso que debería trabajarlos más. Sé que los fondos en sí mismos, la información que contienen, ayudan y/o pueden tener voz narrativa. Cuando he buscado ésta voz, lo he hecho porque la historia o la psicología de un personaje me lo exigía. Si es importante, procuro ser muy claro con el contexto y sus elementos, que el fondo sea verosímil y evidente. Nunca son sutilezas de gestalt dirigidas. Quiero decir que nunca utilizo, por ejemplo, un cielo despejado para describir la sensación de un personaje. Huyo de ese tipo de cosas.
TB: ¿Por qué? ¿Prefieres emitir señales unívocas antes que evocadoras?
EH: Porque creo que para la comprensión de una historia es más útil describir la psicología de un personaje que apelar a la del lector.
Sí. Tiendo a lo unívoco, aunque sé que en términos absolutos es algo imposible.
Intento dejar claro la lectura superficial de los acontecimientos en mis historietas y que cada cual, después, si quiere, le quite capas si le apetece. Prefiero que mis cosas se intuyan a que se interpreten.
TB: Por otro lado, no pareces muy preocupado por el tema de los fallos de raccord. ¿Es así?
EH: Sí. No les presto ninguna atención en términos cinematográficos. Tomo nota para los siguientes libros. Mis elipsis las suele articular el dialogo. Probablemente si se hiciese un decoupage formal con mis cómics habría momentos para todo.
TB: En Metaduelo, ese cómic de 6 páginas en el que de alguna forma presentas El duelo, das a entender que la obra surge como una especie de exorcismo de tus demonios interiores. ¿Qué circunstancias se dieron para que surgiera en ti esa necesidad y, también, la intuición de que El duelo podría resultarte terapéutico?
EH: Dicen que más vale prevenir que curar, y tal y como reconozco en Metaduelo no he visto un cadáver humano en mi vida. Además, pese a que en casa de mis padres han habido perros y gatos, jamás los vi muertos. Esas son mis circunstancias y las del protagonista del libro; y pese a que él de esa manera soy yo, no hay que perder de vista que hacer un comic durante meses -el trabajo compulsivo que acarrea- no es terapéutico sobre el tema que aborda un guión. Al menos no lo es a corto plazo.
Aún y con todo, cuando alguien cercano a mí muera y yo vea su cuerpo, quizá podré mirar a través de El duelo. No sé si entonces sólo veré las fallas del libro y eso, precisamente, sea útil. Ya veremos.
TB: Sí, sí, en Metaduelo ya queda claro que nunca has visto un muerto y no era a eso a lo que me refería. Más bien te preguntaba sobre tus demonios interiores porque en esa breve introducción a El duelo pareces referirte a unas circunstancias concretas en ese momento de tu vida que te empujaban a abordar una temática más o menos funesta. ¿Estoy en lo cierto o te malinterpreté?
EH: Creo que me malinterpretaste. Quizá Metaduelo no esté muy claro en ese sentido. Lo siento. El detonante del libro es que no he visto nunca el cuerpo sin vida de alguien con quien haya tenido lazos afectivos. La perspectiva que promete, eso de no tener la muerte y sus consecuencias naturalizadas para cuando toque, fue lo que articuló el libro. Eso fue lo que me empujó a hacerlo. En Metaduelo, cuando hablo de leer sobre padres muertos no me refiero a una experiencia personal en esa dirección. Me refiero, por ejemplo, a la indigencia de Bukowski, a Cartas a Theo de Van Gogh, a ver humor (o no verlo) en autobiografías, para mí, heroicas.
TB: A partir de esa primera intención tuya, ¿te resultó fácil dar con un motivo argumental que pudiese vehicularla?
EH: No recuerdo haberlo sufrido. Forcé las situaciones implicándome con los personajes, exagerando mis cosas en ellos y humanizando el disparate. Tenía claro que no quería hacer un dramón, y además del contenido que he buscado para el libro, he intentado lo que valoro de algunos directores de cine y me hace disfrutar de algunas películas: que el planteamiento empiece en un lugar común y pronto, no al final, de una manera fluida, me sea realmente sorprendente ver cómo está el patio.
TB: ¿Cuáles serían esos directores de cine y hasta qué punto tienen sus equivalencias en el Noveno Arte?
EH: La película Quemar después de leer de los Cohen tiene esto, y ¡Jo, qué noche! de Martin Scorsese. La última en donde vi algo parecido fue en Lluvia de albóndigas, y los capítulos antiguos que más me gustaban de Los Simpsons eran así.
Yo creo que en cómic, aún con la excusa de que es un sueño, El sueño 10.000 de Philbert Desanex de Gilbert Shelton tiene las mimas premisas y me gustó muchísimo.
TB: Como en la mayoría de tus obras, utilizas un elemento fuertemente estrambótico a partir del cual concretar y simbolizar tus ideas de fondo. ¿Por qué esa querencia por lo inverosímil para presentar la profundidad que suele ocultar lo cotidiano?
EH: Siempre intento que mis historietas sean realistas, o que al menos estén enmarcadas en un “te podría pasar a ti”. Creo que si en mis cómics lo estrambótico fuese improbable, lo demás haría aguas. De todas maneras, tienes razón, a menudo utilizo lo extraordinario. Creo sin literaturas que esa profundidad oculta que señalas está a nuestro alrededor a poco que se bajen las revoluciones con que miramos, por ejemplo, los objetos que tenemos a mano. Está oculto, y forzar lo cotidiano con lo extraordinario también rasca la superficie de las cosas, presenta esa profundidad, como dices. Desaprender una sartén a veces la descarna y la separa de su uso para cocinar, para jugar al tenis, para golpear con ella, o para hacer como que tocas la guitarra. Desnudar lo cotidiano y medirlo de nuevo abruma, agobia y/o sublima. Lo cotidiano y lo que contiene existe y a mí esa profundidad me estimula. Quizá asomarme a ello es el porqué de mi querencia por los elementos estrambóticos.
De todas maneras, por ahora no es éste el esfuerzo que hago cuando ideo mis cómics; creo que es la consecuencia de leerlos.
TB: A partir del trecho que ya llevas andado y por las valoraciones que se han ido haciendo de tu obra, ¿dirías que existe diferencia entre lo que tú esperabas comunicar y lo que interpreta tu público?
EH: Sí. Creo que sí existen diferencias, pero sólo en los detalles. Mis cómics ocurren en un marco cotidiano, y aún con elementos extraños de por medio, son fáciles de leer. Cuidando mucho esto busco que lo que quiero comunicar de fondo tenga contundencia, aunque a veces, la propia naturaleza de ese fondo sólo se pueda entender por aproximación.
Cada lector entiende lo que lee según sus experiencias, pero en profundidad, las generalidades que propongo en mis libros conviven con cualquier persona de una manera u otra, así que de entrada, con suerte, tengo cierto terreno ganado. La culpa, la locura, la nostalgia o la muerte estimula a quien lee sobre ello, en una dirección o en otra, lo que pasa es que lo concreto en mis tebeos, cuando no funciona según casos, despista en vez de ayudar.
Tener cinco títulos publicados me ayuda a no caer en barrena cuando existe un problema de comunicación. Creo que mis tebeos gustan más o menos según el lector, pero sobre todo, siempre que hay un problema de comunicación con mis cómics entre emisor y receptor, el problema es mío. De lo que hablo es común y endémico, así que si no soy capaz de mostrarlo con claridad, de evidenciarlo, es que no he ajustado algo bien.
TB: Aunque insistes en presentar la obra como el duelo por un fallecido y no como un duelo decimonónico entre caballeros, lo cierto es que tu protagonista, aparte de afectado por la fisicidad de la muerte, parece sentirse obligado a responder de alguna manera al guante echado por el aparente suicidio de su amigo del alma y, a la vez, incapaz de hacerlo. Así que, ¿no crees que, antes que la muerte, lo que le preocupa a tu protagonista es el sinsentido de la vida?
EH: Sí, así es. La mayor parte de El duelo explica unas circunstancias concretas en torno a una muerte en particular, no las de la muerte en sí. Tampoco podría ser de otra forma. Aún así, se trata de un caso individual que hace de genérico. Efectivamente, el sinsentido es el motor de la historia y la muerte es su excusa.
Creo que el final de la vida lo encajamos todos, en vida, tarde o temprano. Un duelo es eso. Supongo que además de convivir con nuestras propias experiencias, todos miramos alguna vez en esa dirección. Todos, yo también, tenemos un amigo o un familiar ausente. Lo que creo que no se acepta es el dolor y el sufrimiento, propio o ajeno. Y ahí está el sinsentido, entre otras cosas, como consecuencia de ese dolor, y quizá, como causa de más sinsentido. El Duelo es una historia rocambolesca para la que propongo un final con un punto resignado, pero sobre todo luminista, positivo.
TB: Curiosamente, la sociedad en la que se halla inmerso el protagonista se toma a broma ese interrogante ante el absurdo de la vida, algo que en Metaduelo comentas que tú mismo hacías. ¿Cuál es ahora tu percepción de esa actitud alienada?
EH: Lo que planteo en Metaduelo, eso de encontrar humor en textos dolorosos, me pasa en la medida en la que, lo que me acierta, me hace reír. Aún es así. Si leo una descripción del absurdo ajustada, a veces, según mis circunstancias, me emociono a carcajadas. De hecho, creo que toda la literatura universal que he leído con esos resultados –y con los demás- tiene de una manera u otra el sinsentido y el absurdo como objeto. Ahora bien, estoy seguro que para esos autores, hablar de ello es conocerlo, y conocerlo es sufrirlo demasiado.
Al principio, la sociedad con la que convive el protagonista de El duelo se ríe a ciegas de sí misma y de sus miserias endémicas. Pero como masa, pronto lo malinterpreta todo hasta que el mensaje se vacía, se deforma y solo queda la cáscara, y sobre todo otra vez, el sinsentido.
TB: Parece que la alternativa que das ante esa actitud alienada y frente al vértigo vacuo, es la de “hacer algo” y, en tu caso, sobreexplicarte las cosas por escrito. ¿Funciona?
EH: Por ahora sí. A mí me funciona, pero sé que sólo parcheo el problema.
Camus escribió un ensayo (El mito de Sísifo) respecto al común vacío vacuo que comentas, e indirectamente, se explicaba acerca de ese “hacer algo”. Un capítulo del ensayo decía que en la obra de Kafka no había escapatoria: que en la estructura formal de lo que hacía (en sus libros, los completos, de finales circulares o abiertos), y en los propios temas que elegía, no había esperanza ni sosiego, pero sobre todo, el Argelino dejaba claro que para Kafka, el acto de escribir le redimía de su alineación paterna y de su desasosiego.
Dibujar un tebeo durante nueve meses no ayuda en cuanto a lo catártico del guión que has decidido dibujar, ni probablemente, si eres mecánico, en lo que hagas en tu trabajo. Creo que es mucho más sano andar ocupado dándolo todo en él, que por ejemplo, utilizarlo para intentar amasar fama o acaparar muchísimo dinero haciéndolo. Creo que trabajar con el único interés de hacer bien lo que sea, es no ocuparse del absurdo que contiene todo, mires donde mires. El trabajo es un derecho humano y la disciplina –con Crumb como faro- es terapéutica, siempre y cuando sea voluntaria y te haga sentir bien en algunos momentos. De todas maneras, es más importante, aunque sea contradictorio, que para “hacer algo” de verdad se deban pasar muchos -demasiados- momentos muertos mirándose a los ojos frente al espejo, o tumbado en la cama solo, mirándose los pies, consciente, y sin ninguna gana de dormir.
TB: A pesar de lo duro o distante que sueles mostrarte con o respecto a tus personajes, en El duelo se diría que te muestras muy benévolo con la compañera del protagonista. ¿Por qué haces esa excepción?
EH: Tienes razón y no me había dado cuenta. Supongo que ella hace un papel normalizador en la historia. Como si fuese un posibilitador de todo lo demás. Tengo ejemplos así a mi alrededor. Quizá, ese personaje es un tanto plano, pero creo que es completamente necesario para la historia que sea así.
TB: En Metaduelo hay una frase que me intriga sobre El duelo. Dices que “el cómic, por la cuenta que me trae, tiene un final agradable”. ¿Por qué dices eso de “por la cuenta que me trae”?
EH: A lo mejor es un dicho manchegón y me entero ahora. No hay cuentas que me traigan y me lleven, claro. Literalmente no tiene sentido. Me refería al hecho de ser amable con mi yo del futuro. Para cuando, entonces, la situación exija amabilidad.
TB: Opinas que El duelo tiene un final justo porque se superan las miserias con un punto de resignación. Mostrándote normalmente tan libre a la hora de rellenar de extravagancias tus historietas, ¿por qué esa preocupación por derivar hacia un final “justo” supongo que entendido como “creíble”?
EH: Quise acabar con un final feliz dando a entender que la resignación asimila las miserias, el sinsentido y así le es útil a cualquiera.
TB: Así pues, ¿la resignación te parece un valor?
EH: Sí. Un buen amigo Ciudadrealeño escribió: Resignarse es vencer la necesidad de vencer.
Yo creo que la resignación, si es voluntaria y está asimilada, tiene un punto de conciencia indiscutible. La resignación me parece un valor en cuanto a que acepta las cosas tal y como son. El orgullo y la soberbia me parecen justo lo contrario.
TB: También en Metaduelo explicas que hiciste la obra sin tener editor que la publicase. ¿Suele ocurrirte así o es la primera vez que te lanzas a terminar un cómic largo sin saber si podrá publicarse?
EH: Culpable e Historias Cortas los hice así. Para el resto tuve editor.
Con quien medio hablé el año pasado para la edición de El duelo, a última hora, con el libro acabado, se echó atrás. Después estuve cuatro meses buscando un sustituto. El problema fue mío porque gestioné mal mi trabajo.
TB: ¿A qué te refieres?
EH: A que tenía que haber firmado un contrato editorial mucho antes de acabar el libro.
TB: ¿En qué crees que El duelo mejora a tus anteriores obras largas?
EH: Creo que en lo narrativo es mucho más sólido y el color me gusta más.
TB: Veo que te fijas más en elementos formales que no de contenido.
EH: Sí, es así. Pero el contenido no lo desatiendo. Para mí es incluso más importante.
En aquello sobre lo que decido hablar encuentro mis motivaciones, pero una vez que lo tengo claro por escrito no me fijo demasiado en ello. En cada ocasión, mejor o peor enfocado, he contado lo que me preocupaba.
Con lo formal siempre procuro ajustar qué quiero decir. Por eso me fijo más en ello. Estoy convencido de que la forma es el posibilitador del contenido.
TB: Volviendo a Metaduelo, en esa historieta haces un ejercicio curioso de identificar obra con autor y editoras con posibles ligues. ¿El autor es su obra y las editoras han degenerado tanto en nuestro país?
EH: El autor no es su obra, pero la obra sale de alguna parte del autor, así que supongo que es una mezcla que depende de cada autor y de cada obra.
Decía Raymond Pettibon (ilustrador, pintor y artista) que creer que la voz de la obra es la voz del artista es un error. Eso ocurre en Torpedo. Lo que dice Torpedo sobre, por ejemplo, mujeres u otras razas, no lo secunda Abulí. Se lo leí en una entrevista. Y por otro lado, está Bukowski como poeta, que me gusta muchísimo más que cualquier cosa de Pettibon.
Al margen del fanzine Usted, tengo un total de cinco títulos editados y aún no dispongo de mucha experiencia. Es completamente cierto que De Ponent me está tratando fenomenal. No pusieron ninguna pega en que Martín López (Ediciones Valientes) y yo tomásemos todas las decisiones sobre el aspecto del libro.
Lo de que las editoriales son ligues es mi experiencia profesional por ahora, y consiste en que, o bien son ellas quienes eligen, o tienen la última palabra.
En Metaduelo son gigantas impracticables porque las editoriales y los autores no son amigos; hacen negocios. Es normal y me parece muy bien que sea así, en serio. Procuro no perderlo de vista. Creo que si mi dibujo no les molara nada y mis guiones no les convencieran en absoluto, con ciertas editoriales no iba a tener ni unos mínimos. Probablemente sea cosa mía, pero a la raquítica industria del cómic en España nunca la he visto como una familia.
TB: Por lo que dices, interpreto que te sientes más o menos valorado como autor por parte de nuestras editoriales.
EH: Sí. Como autor sí, pero como parte de una familia no tanto.
Un artista como la copa de un pino. Obras de gran profundidad y reflexión, lejos de tópicos gafapasteros, y con un dibujo absolutamente personal y sólido.
Para mí una referencia imprescindible de los jovenes creadores españoles de comic
Un dibujo chuli chuli…
Por cierto, de nuevo yo: No estaría de más aclarar la siguiente frase de la entrevista: «Estoy convencido de que la forma es el posibilitador del contenido.» En la práctica, ¿qué significa esto? ¡Gracias!
Pues tendría que ser el propio autor quien se explicase, pero imagino que se refiere a que no hay contenido sin forma y que, por tanto, la forma condiciona el contenido.
Dandy, muchas gracias.
Santi y Toni, siento el silencio.
Creo que según como sea la forma, el contenido llega de una manera u otra.
Sobre el cómic acabado uno piensa y habla de fondo y forma.
En la práctica, en la respuesta que di, me referia a la estructura de El duelo. A no hacerla pesada, a hacerla transparente a toda costa. Que los dialogos, por ejemplo, no suenen forzados.
Gracias por la aclaración, Esteban. ¡Y por pasarte públicamente por aquí!
Forma (cómo) y contenido (qué) están interrelacionados. Se alimentan entre sí. Uno condiciona al otro y vice versa. Ambos son igual de importantes. Unas veces sabes qué pero no sabes cómo. Y otras veces te pasa lo contrario… Hay que dar con la tecla. Gracias Esteban y Tony.