El punk. Ese movimiento que fusionaba la energía revolucionaria adolescente con la política en la utópica búsqueda del ideal anárquico. Si tuviera que definirlo, retrocedería a la anécdota que cuenta Luis Buñuel en su imprescindible y fascinante Mi Último Suspiro. En su libro de novelas relata que estaba en una casa de un pez gordo de Hollywood. Se trata de una fiesta navideña a la que fue acompañado de Charles Chaplin. En un momento dado, sin ningún motivo, comenzó a destrozar el árbol navideño. Chaplin le preguntó que qué demonios estaba haciendo, a lo que Buñuel respondió que es un noble acto de rebeldía.
En una sociedad en la que le hemos dado quinientas vueltas a la transgresión y en la que parece que todo está superado, ¿Qué queda de ese movimiento? ¿Qué es aplicable de la generación de nuestros padres, que parecen (o parecían) tenerlo más claro de lo que nosotros lo hemos tenido nunca? ¿La chispa de la energía rompedora está apagada? ¿La contracultura se ha acabado al haberse convertido en algo masivo y, por tanto, domesticado?
Hemos eliminado la parte incómoda y nos hemos quedado con lo más banal. Tenemos obras y artistas menos hirientes, o los que lo son, no tienen oportunidad de trascender lo más mínimo. El discurso ha cambiado y lo que antes era el enemigo, la narrativa nos ha impuesto (con cierto éxito) que son las víctimas. Y ahora ser un fascista que no bebe ni se droga es entendido como el punk. Y, de ahí, a mi forma de entender, tenemos ciertos resultados electorales.
Con Johnny Rotten haciendo spots y alimentando al sistema que pretendió un día destruir, con V de Vendetta convertido en la máquina de Warner de vender máscaras de “anonymous” y con Joe Strummer muerto es difícil sostener que el punk está vivo.
En este contexto y con cierto ánimo de recuperar el espíritu nace el sello Black Crown, de Shelley Bond, para IDW. Se ha dado la imagen de ser un espacio muy creativo que busca hacer series que pongan las cosas patas arriba. No hay más que ver el video promocional que lanzaron, con Gerard Way.
Poco hemos tenido que esperar a que Medusa Editorial tomara la arriesgada decisión de traer las series de Black Crown a España. Es un verdadero privilegio poder contar con las obras de una editorial con tan poco recorrido.
Con Punks not Dead, tenemos una de las propuestas con las que el sello ha dado sus primeros pasos. En este cómic, compartimos punto de vista con Fergie Ferguson. ES un adolescente inglés, huérfanos de padre con sensibilidad para lo paranormal. Un buen día, se encuentra con el espíritu Sid Vicious en el aeropuerto de Heathrow y a partir de ese momento, saltará las alarmas de la división paranormal de UK, que les buscará. Y, por si fuera poco, Fergie tendrá que sobrevivir al instituto, donde es un imán para las collejas.
Desgraciadamente, creo que Punks not Dead durante su lectura se me hizo un tanto artificiosa. Eso se debe a tres problemas principalmente: el primero es el tono de la obra. Si bien hay ciertos destellos, me ha dejado la sensación de potencial desaprovechado. Creo que este medio soporta ideas muy bizarras y cafres. Más que ningún otro. Con lo que esta obra podría haber sido mucho más si no hubiese sido tan prudente.
El segundo no es otro que la caracterización. La más evidente es un Sid Vicious que, para servidor, es demasiado protector y bondadoso respecto a lo que sabemos de él. Por otro lado, la antagonista, si bien es sumamente icónica e interesante (de hecho, creo que es el personaje más tridimensional y divertido de todos los números), podría haber sido más pérfida. Viniendo de David Barnett, se podría haber esperado algo más mordaz.
Por otro lado, es una obra incompleta. Se han publicado seis números (que son los que contiene el cuidado tomo), pero se trata de una serie abierta. Tenemos un arco con una cierta circularidad, pero termina en un evidente cliffhanger que, esperemos, tenga continuidad en algún momento.
Tercero y último, tenemos un alto grado de impostura. Es una serie cuya premisa, título y estética pretende ser más radical de lo que finalmente ha terminado siendo el contenido. Es una historia bastante clásica con, sí, personajes extremos, pero finalmente inermes.
Si logramos olvidarnos de esos defectos, son seis números con una propuesta refrescante, entretenida que nos proporciona una experiencia satisfactoria. Tiene personajes memorables, es una lectura verdaderamente ágil, fresca e imaginativa que desarrolla un mundo que, si bien no termina de alcanzar todas las metas que podría, sí que merece y no suelta el interés del lector en ninguna de sus páginas.
En la labor artística, Martin Simmonds está pletórico y muy versatil. Combina bastantes estilos y aporta mil y una formas de contar y componer una página de una forma absolutamente sugerente. Con momentos que se acerca más a la psicodelia del Frazer Irving más desatado, pasando por el pop art o pasajes de terror que recuerda a Sienkiewicz por momentos. Se trata de un artista motivado y que da unas muestras de un talento que merece prestarle una gran atención. Sin ninguna duda, la obra gana enteros con este artista que, para servidor, es lo mejor de todo el proyecto.
La magnífica edición de Medusa, incluye una introducción de Kieron Guillen, las portadas originales y alternativas, pin ups, algunos recortables y las breves biografías de los creativos detrás de este cómic.
Si creemos que el punk está vivo. Si creemos que no es un producto de consumo más en una maquinaria con exceso de grasa. Más nos vale que Sid lo haría. O al menos, te intentaría romper una botella si no haces nada. Y solo por recordarnos eso, la existencia de Punks not dead vale la pena.
Guión - 7
Dibujo - 8.5
Interés - 6.5
7.3
Pretende recuperar al punk, pero no termina de sonar todo lo sucia que debiera. Pero, aún así, no es desagradable al oído.