Primera Parte: Entre samuráis y detectives
una maraña de mentiras»
No descubrimos nada al decir que los relatos de samuráis son un género propio de la cultura japonesa, cultivado profusamente en el cine, la literatura y el manga de este país. Tampoco lo es la influencia de estas historias en el trabajo de muchos artistas, autores y directores de cine de talla internacional. En el mundo del cómic, el espíritu del samurái siempre ha estado presente, sobre todo en el manga dónde ha evolucionado y se ha adaptado a las tendencias de la época. Porque, aunque se suele pensar que la cultura japonesa es endogámica y poco permeable, este tópico se desmonta cuando descubrimos, por ejemplo, la popularidad alcanzada por la novela policíaca y el género negro en Japón ya en el siglo XX. Este desconocimiento es normal pues ni siquiera los títulos y autores nipones más representativos del medio suelen tener presencia por estas latitudes más allá de éxitos puntuales como el Out de Natsuo Kirino. En todo caso, estos dos géneros de los que hoy hablamos, a raíz de una de las últimas obras del español Victor Santos, Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi, son más complementarios de lo que podría parecer. Tienen muchos puntos en común e históricamente se han retroalimentado entre ellas preservando sus señas de identidad.
El género negro, para ponernos en tesitura, nace al amparo de la literatura estadounidense en las primeras décadas del siglo XX, resultando un reflejo de una época marcada por la crisis económica, la llamada Gran Depresión, y la epidemia que suponía el crimen organizado y el gangsterismo al que daría lugar. No obstante, el género negro tiene sus antecedentes previamente en la novela policíaca cultivada por autores como Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle o Agatha Christie, entre mediados del siglo XIX y principios del XX, estableciendo una pautas herederas de los antiguos relatos de misterio e identificando estas con personajes como Auguste Dupin, Sherlock Holmes y Hércules Poirot. Estos relatos serían asumidos por la novela negra estadounidense, por autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler, entre otros muchos, dotándolos de una atmósfera realmente asfixiante marcada por la violencia y la corrupción. Esta acabaría por ser definida por las sombras y el humo de cigarrillo del cine negro clásico, entre 1940 y 1950, en títulos como El Halcón Maltés (1941) de John Huston, El cartero siempre llama dos veces (1946) de Tay Garnett, El beso de la muerte (1947) de Henry Hathaway, El Tercer Hombre (1949) de Carol Reed o El Crepúsculo de los dioses (1950) de Billy Wilder.
Mientras tanto, en el Japón de finales del siglo XIX y principios del XX, ya encontramos influencias en algunos autores autóctonos del género policiaco iniciado por Arthur Conan Doyle y Edgar Allan Poe como puede ser el caso de pioneros como Edogawa Rampo, Kido Okamoto y Seishi Yokomizo. Posteriormente, figuras como Seichō Matsumoto, Okamoto Kidô, Soji Shimada o el más reciente Hase Seishū, acabarían asumiendo la herencia de la novela negra estadounidense adaptándola a la idiosincrasia de la cultura japonesa como se puede apreciar en la introducción de elementos como los yakuza, la mafia japonesa, la cual, precisamente, se considera a sí misma descendiente de los guerreros samuráis del antiguo Japón. Por otro lado, las historias propiamente de samuráis, el conocido como género chanbara, ya tuvo cierto auge en el cine japonés de principios del siglo pasado gracias al trabajo seminal de directores de la talla de Kanamori Bansho, Daisuke Ito o Hiroshi Inagaki pero el verdadero boom se produciría después de la Segunda Guerra Mundial y con la retirada de Estados Unidos del territorio japonés ocupado. La censura estadounidense, sustituyendo a la japonesa, había prohibido las películas de samuráis en el país porque a su modo de ver fomentaban valores erróneos como la venganza o el suicidio aunque, paradójicamente, esto ofreció otro tipo de libertad a autores y directores hasta entonces desconocida al no tener que limitarse a realizar y firmas títulos de cara a la exaltación de la patria.
En este punto debemos hablar del mítico Akira Kurosawa, un director indispensable a través de cuyo trabajo, siempre un paso por delante del resto, se puede entender claramente la evolución y los cambios internos producidos en el Japón moderno desde mediados del siglo XX. Este cineasta es conocido, especialmente, por sus películas del género chambara como la apoteósica Los Siete Samuráis (1954) o las no menos interesantes Trono de Sangre (1957), Yojimbo (1961) o Ran (1985). Ciertamente, Akira Kurosawa fue un gran representante y precursor del género, pero casi más interesante suele ser esa otra parte de su filmografía más social y comprometida pero también menos conocida. Porque, con el mencionado cambio de régimen después de la Segunda Guerra Mundial, Akira Kurosawa se lanzaría a realizar sus películas más críticas y personales como No añoro mi juventud (1946), Vivir (1952), El ángel borracho (1948) o El perro rabioso (1949). En estas abordaba y cuestionaba sin tapujos las hipocresías, problemáticas y paradojas del Japón de su tiempo. En todo caso, un hito de su carrera sería Rashōmon (1950), una película basada en los cuentos del escritor Ryūnosuke Akutagawa, con el carismático Toshirō Mifune en el reparto, y en la que narraba a través de varias perspectivas la investigación sobre el asesinato de un samurái del siglo XII. Esta producción, premiada con el León de Oro en el Festival de cine de Venecia, tendría una gran repercusión a nivel internacional, siendo especialmente llamativa su fusión entre el género clásico del chanbara y elementos clásicos del género policial.
La película de Akira Kurosawa toma como referencia dos relatos cortos del mencionado Ryūnosuke Akutagawa, el primero de ellos, publicado en el año 1915, La puerta de Rashô, está planteado como una discusión existencialista sobre la naturaleza humana en el cual la citada puerta funciona como símbolo de la decadencia cultural y moral del Japón de la era Heian. Esto sería utilizado por Akira Kurosawa para hacer un símil comparativo con el período de posguerra y entroncar directamente, premeditadamente o no, con la novela y el cine de género negro estadounidense de principios del siglo XX. El segundo relato de Ryūnosuke Akutagawa, la base argumental del guión de Rashomon del cineasta japonés y también de la presente interpretación de Victor Santos en Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi, se titula En El Bosque, publicado originalmente en 1922, y también resulta curioso por centrarse en la búsqueda de la verdad y los paralelismos que esto arroja y supone respecto al género negro. En los años posteriores que siguieron a la posguerra el cine de samuráis se volvió más oscuro y violento, con personajes sumidos en una continúa espiral de decadencia, solitarios sempiternos y enfrentados a un mundo cambiante, habitualmente asentado en el período Edo, utilizado como reflejo paralelo de la situación del Japón del siglo pasado.
Un mundo de guerreros. De soldados»
La influencia en la cultura occidental de las historias de samuráis, como decíamos al principio, ha sido evidente, incluso en géneros tan aparentemente alejados del mismo como la ciencia ficción, cosa que puede corroborar George Lucas y La Guerra de las Galaxias, saga que tomaría elementos de la película La Fortaleza Escondida (1958) de Akira Kurosawa. No obstante, en la década de los años setenta, las películas de samuráis habían empezado a perder gran presencia en las pantallas, lo mismo que pasaría, casualmente, con el western en Estados Unidos. De hecho, la decadencia del chanbara sería casi paralela a la del western, por causas bastantes parecidas, una sobresaturación del género que había ensalzado al escalafón de míticos a una generación de actores cuyo envejecimiento provocó el de los mismos géneros que habían ayudado a encumbrar. Los paralelismos, homenajes e influencias entre estos dos géneros, el western y el cine de samuráis, son muy claros, con el cine negro como el tercero en discordia, lo que el mismo Victor Santos ha venido a catalogar como «el ciclo del Hombre sin Nombre» del que él mismo nos hablará y explicará algo más en una entrevista que podréis encontrar más adelante en este mismo artículo.
De esta manera, podemos comprobar cómo después de rodar Yojimbo (1961) Akira Kurosawa, en décadas posteriores la historia se mantendría viva, primero con el remake encubierto que resultaba ser el famoso spaghetti western Por un puñado de dólares (1964) de Sergio Leone, protagonizado por Clint Eastwood en el mejor momento de su carrera, y como ya en los noventa, en otra vuelta de tuerca, la misma sería adaptada en clave de género negro en El Último Hombre (1996) de Walter Hill. En esa línea, Los Siete Samuráis (1954), otra vez de Akira Kurosawa, sería versionada en Estados Unidos en el western protagonizado por el carismatico Yul Bryner titulado Los siete magníficos (1960), no siendo la primera ni la última vez, aunque si posiblemente la adaptación más curiosa desde entonces haya sido Bichos (1998), la película de animación realizada por los estudios Pixar. Incluso, uno de los personajes más populares del cine de samuráis, Zatoichi, un personaje encarnado por el actor Shintaro Katsu entre 1962 y 1989 en hasta veintiséis películas sería reinterpretado al modo estadounidense en Furia Ciega (1990) un film dirigido por Phillip Noyce -el mismo de Juego de Patriotas y Peligro Inminente– y protagonizado por otro de los hombres duros de Hollywood como Rutger Hauer.
En el manga, las historias de samuráis también tuvieron su apogeo en los años setenta, un género alimentado por sus referentes cinematográficos, como demuestra uno de los maestros de este tipo de relatos, Hiroshi Hirata, el cual precisamente encauzaría su carrera firmando historias en Magazine Five protagonizadas por Zatoichi. El caso de Hirashi Hirata es significativo porque es uno de los máximos representantes de la corriente gegika la cual, como comentábamos en Zona Negativa hace un tiempo en una reseña de la obra Asesino, resulta «un antecedente al seinen manga caracterizado por sus historias de corte más maduro y adulto respecto a las del manga tradicional». En esta línea resulta indispensable citar a Kazuo Koike y su obras realizadas al lado del dibujante Gôseki Kojima en los setenta como son El lobo solitario y su cachorro, Asa el ejecutor o Hanzô: El camino del asesino. También, por las mismas fechas, podríamos mencionar su Lady Snowblood, firmada junto a Kazuo Kamimura, un manga dónde el género negro se diluye en una cruda y dura historia de venganza. Este tono sería reflejado fielmente en la adaptación a la gran pantalla realizada por Toshiya Fujita en los años setenta e incluso en ciertos momentos, más cercanos al neo-noir, vistos en el Kill Bill de Quentin Tarantino. Por otro lado, en el manga, la relación entre el género negro y los relatos de samuráis será más ambigua y más rica en sus mutuas influencias respecto la una de la otra así como sus características y peculiaridades se podrán encontrar en multitud de géneros hasta nuestros días.
No suele ser extraño, por tanto, encontrar en el manga japonés, así como también en el anime, propuestas emplazadas en una ambientación de género negro en la que se trasplantan elementos propios de los relatos de samuráis, bien sea de su estética, su filosofía o ambas, más o menos triviales, o más o menos importantes, según el planteamiento y las intenciones del autor. En este punto, un antecedente podría ser el Lupin III creado por el mangaka Kazuhiko Kato en 1967, una adaptación libre para la revista Weekly Manga Action del famoso ladrón de guante blanco Arsène Lupin de las novelas del francés Maurice Le Blanc, contemporáneo de Arthur Conan Doyle y su Sherlock Holmes, y que sería llevado a la pequeña pantalla por Masaaki Osumi, Hayao Miyazaki e Isao Takahata. Esta historia ligada al género policiaco, aunque con una abierta tendencia pop, también tiene sus concesiones a los relatos de samuráis personificados en Goemon Ishikawa XIII, en el doblaje español conocido como Francis, un samurái descendiente del legendario e histórico Ishikawa Goemon. Por otro lado, el género negro ha tenido una presencia más clara en el manga desde los años ochenta, por ejemplo, puntualmente con Jirō Taniguchi, en obras como Raestrador o la recientemente publicada en nuestro país Enemigo. Pero lo normal en el mercado japonés es esa comentada tendencia hacía el híbrido incluso en autores tenidos por referentes del género como Naoki Urasawa con obras como Monster, 20th Century Boys, Pluto o Billy Bat en las que se encuentran sin ningún pudor reminiscencias a la ciencia ficción, el misterio y el terror.
Precisamente, el citado Lupin III, sería una de las grandes inspiraciones para Shinichirō Watanabe en 1994 para llevar a cabo uno de los animes de género negro más populares en Japón, Cowboy Bebop, en el que la atmósfera propia de estos relatos se entremezcla de forma compacta con su ambientación de ciencia ficción. En la actualidad, en el manga de samuráis encontramos obras de factura moderna como La Espada del Inmortal de Hiroaki Samura o el más clásico y realista Vagabond de Takehiko Inoue mientras en el género policiaco el Detective Conan de Gosho Aoyama se ha convertido en el gran éxito del género desde mediados de los noventa. Por otro lado, en el ambito internacional, el género negro y los relatos de samuráis se han encontrado de bruces en el trabajo de Frank Miller el cual a lo largo de su carrera, y ya desde los años ochenta, fusionó estos géneros en su etapa en Daredevil o en obras como Lobezno Honor y Ronin. En el cómic independiente, como homenaje y parodia misma de las historias de Daredevil de Frank Miller, nacerían Las Tortugas Ninja de Kevin Eastman y Peter Laird. En este perfil, por mencionar algún otro ejemplo, tenemos Kogaratsu de los belgas Serge Bosmans y Mar Degroide o las historias de Usagi Yojimbo creadas por Stan Sakai. En definitiva, los samuráis y detectives, o cowboys cerrando el triángulo, han vivido vidas paralelas. En ellos se adivinan perfiles clásicos de culturas muy diferentes y equidistantes y forjados como iconos en épocas difíciles pero realmente hermanados. La fuerza de respuesta de estos aún se encuentra en plena forma como en parte demuestra la presente Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi de Victor Santos con la que este ha conseguido exportar con éxito su concepto de esta fructifera relación entre el género negro y los samuráis.
Segunda Parte: Investigando asesinatos en el Japón feudal
Guión: Victor Santos
Dibujo: Victor Santos
Edición España: Norma Editorial
Contiene: Rashomon ESP
Formato: Tomo cartoné de 88 páginas
Precio: 14,00€
sabremos qué sucedió realmente aquella noche»
El valenciano Victor Santos vuelve a la carga, uno de los autores españoles más activos e inquietos del panorama patrio publicaba recientemente su obra Intachable. 30 Años de Corrupción en la que se atrevía a tratar un tema desgraciadamente de actualidad en nuestro país. Mientras, al mismo tiempo, lanzaba el primer tomo de la presente Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi, en colaboración con Norma Editorial, la cual pretende ser su personal antología de relatos de género negro ambientados en el antiguo Japón feudal. Este proyecto, madurado en el tiempo, aúna en un mismo espacio la pasión de este artista por el género negro y su interés por el arte y la cultura japonesa. Las referencias básicas son las historias originales del escritor Ryunosuke Akutagawa, entre ellas Rashomon, y la famosa adaptación de esta misma historia realizada por el director Akira Kurosawa a mediados del pasado siglo XX. No obstante, en manos de Victor Santos, y en un glorioso y experimental blanco y negro, Rashomon adquiere una nueva dimensión o, por decirlo de otra manera, logra sacar a la superficie una lectura e interpretación del material original, haciendo su propio camino, en la que se articula la naturalidad y fuerza de todo un clásico.
El Comisario Heigo Kobayashi es un personaje concebido y creado por Victor Santos como arquetipo del «detective samurái» y utilizado como guía de su visión de un Japón feudal en el cual el honor del código bushidō entronca directamente con los desapegados principios de los detectives de la novela policíaca y el cine negro clásico estadounidense. Esto supone toda una declaración de intenciones sobre la personal perspectiva e interpretación que en esta saga pretende descubrirnos su autor en un futuro. Estamos ante una obra, como suele ser habitual en la bibliografía de Victor Santos, en la que se juega deliberadamente con las posibilidades de los diferentes géneros literarios y cinematográficos, en este caso con una intención manifiesta por retratar fielmente, aunque con sus respectivas licencias, el período histórico en el cual la acción se enmarca. Para lograr esto último Victor Santos recurre a una ambientación medida utilizando como grandes aliadas la estética y las influencias del arte tradicional japonés presente, por ejemplo, en los grabados y pinturas de época del maestro Katsushika Hokusai. La superposición puntual de algunos conceptos e ideas más modernas, o su perseguido tono de género negro, se acoplan con simbiótica naturalidad a la trama, puntualizando ciertas facetas del relato original sobre otras más transitadas para distanciarse prudentemente tanto de la obra original de Ryunosuke Akutagawa como de la imprescindible película de Akira Kurosawa.
La vertiente experimental del dibujo de Victor Santos vuelve a ser un atractivo revulsivo, intentando en Rashomon encajar su trazo con la tradición artística japonesa, desplegando su habitual dominio de las sombras y los claroscuros. Partiendo desde este punto el guionista y dibujante valenciano logra una propuesta realmente virtuosa y llamativa en la que nos será imposible encontrar una sola página igual a otra, algo que de por sí ya resulta un aliciente y justifica acercarnos a su Rashomon. En este sentido, la presente obra tiene algunos momentos realmente mágicos, en los que Frank Miller le da la mano a la antigua escuela ukiyo-e de grabadores, atreviéndose Victor Santos a entremezclar estilos en una narrativa imaginativa, fuerte y visceral. No obstante, Victor Santos preserva y adopta la calma y la quietud del espíritu samurái, dando lugar este cómic a un híbrido ni marcadamente occidental ni totalmente oriental, en el que a nivel gráfico podremos incluso captar pequeños detalles en futuras relecturas que seguramente nos hayan pasado desapercibidos en un primer momento. El dibujo se muestra desnudo, en blanco y negro, una opción conservadora ligada al tono de género negro buscado, aunque también es una decisión relacionada con los mangas clásicos de samuráis como El Lobo Solitario y su Cachorro de Kazuo Koike y Goseki Kojim. No obstante, como comenta Victor Santos, «el mercado manda», y sobre la mesa está también la posibilidad de una edición a color de Rashomon para el mercado internacional.
Por otro lado, en la estructura de esta obra, Victor Santos tenía un serio condicionante al intentar adaptar una historia, sino ampliamente conocida, sí de gran repercusión e influencia en la narrativa cinematográfica y, por ende, asimilada en la literatura y cómic contemporáneos, anulando en gran medida el posible factor sorpresa que pudiese desprenderse de la forma del relato ya planteada por Ryunosuke Akutagawa. Pero, muy consciente de ello, Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi impulsa y potencia a sus personajes y sus respectivos roles mientras se guarda como un as bajo la manga en forma de vuelta de tuerca final en el epílogo de su epopeya. En la presente obra, pues, se mantienen los necesarios arquetipos y estereotipos inmortalizados por el género negro, el Comisario Heigo Kobayashi, un prototipo de Sam Spade con los rasgos de Ogami Ittō, o La Dama, la femme fatale del relato, son parcos y efectivos testimonios de ello, y se conjugan y combinan a su vez con elementos y conceptos como la corrupción moral, la lealtad o el honor personal tan propios de los relatos de samuráis. En definitiva, este primer tomo de Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi resulta una interesante actualización y homenaje a los géneros protagonizados por detectives y samuráis, una simbiosis que resulta en una auténtica «novela negra de samuráis», y una muestra más, y van ya unas cuantas, de la versatilidad, e incluso ductilidad, de un autor inquieto y en constante evolución como nuestro Victor Santos.
Zona Negativa.- En Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi propones al lector una historia ambientada en el Japón feudal y relacionada con los relatos de samuráis pero en clave de novela negra. En tus obras estamos acostumbrados a ver una marcada predilección por las historias que de alguna manera entremezclan diferentes géneros y corrientes pero, en este caso, ¿cómo surgió la idea para este proyecto en particular?
Victor Santos.- Pues estaba en un momento de transición entre obras, acababa de terminar mi etapa en Witch & Wizard de IDW y me iba a incorporar a Godzilla: Kingdom of the Monsters, pero aún quedaban unos meses. The Mice Templar también estaba parado debido a unos compromisos de Bryan Glass. Como no quería estar mano sobre mano, me propuse preparar algún proyecto y me apetecía cambiar mi método de trabajo. De vez en cuando me planteo cómo hago las cosas y me pregunto si podría hacerlas de manera diferente, y pensé que aunque algunas de mis obras están muy influidas por libros, nunca había adaptado un material literario. Además, si encontraba algún material libre de derechos con ediciones en idiomas distintos podría vender el proyecto a editoriales de diferentes países sin recurrir a traducciones por mi cuenta, usando el texto del idioma cada edición. Como ves, intento ser práctico y no cerrarme puertas.
A la vez, en la Alhóndiga de Bilbao había una exposición de dibujos de Kurosawa y un ciclo de films de Kurosawa y samuráis que, aunque no ponían Rashomon, sí ponían una de mis pelis favoritas: Ghost Dog, de Jim Jarmush, donde citan mucho el libro. Entre eso y los dibujos del maestro me picó de nuevo el gusanillo del Japón feudal. Comprobé que el libro estaba libre de derechos y trabajé en una especie de demo, un «comic-book piloto» de 24 páginas que empecé a mover sin mucho resultado.
Luego me puse con Godzilla y dejé el proyecto aparcado los casi diez meses que estuve dibujando, y lo retomé más adelante convirtiéndolo en la novela gráfica que es ahora.
ZN.- Los elementos orientales son también habituales en tus obras. En algunas de ellas ya has coqueteado con los conceptos propios de los relatos de samuráis y ronin. No obstante, en Rashomon tenemos una obra más clásica en relación a este tipo de relatos, salvando el tono de género negro presente, ¿has tenido que realizar mucho trabajo de investigación y documentación para conseguir la ambientación que deseabas para esta obra? ¿Qué artistas japoneses te han servido como inspiración en este trabajo?
Victor Santos.- No he tenido que investigar mucho porque la historia está enmarcada en muy pocos espacios y pocos personajes, es casi una obra de teatro y en realidad solo tenía que intentar no fastidiarla en unos pocos elementos. Entre la documentación que tengo en casa sobre el tema y los mangas y películas, no fue muy difícil. Aunque seguro que algo se me pasa.
Sobre el arte, desde que estudiaba me han fascinado los grabados japoneses, tengo algunos libros sobre el tema y me gustó la idea de integrarlos en la historia a modo de ornamentos. A la vez, visitando al dibujante Jordi Bayarri, que vivió en Florencia unos meses, conseguí un libro italiano sobre los dibujos a tinta de Hokusai, ese libro llamado Manga (sin relación con el manga y anime) que me encantó y me influyó muchísimo a la hora de entintar.
ZN.- Este primer tomo de Rashomon es tu adaptación de los cuentos del escritor japonés Ryunosuke Akutagawa que sirvieron también al director japonés Akira Kurosawa para filmar en el año 1950 una de sus películas más notables y premiadas. ¿Qué tiene este autor de particular para haber llamado tu atención y utilizarlo como inicio a tu saga de historias protagonizadas por el Comisario Heigo Kobayashi?
Victor Santos.- No conocía en nada al autor y como te cuento, me acerqué con curiosidad a su libro de relatos a ver qué me encontraba que pudiera aprovechar. El libro me gustó mucho y estaba dispuesto a usar algún relato que no estuviera en la película de Kurosawa, pero las historias de En el Bosque y Rashomon eran de lejos los mejores. Me gustó mucho como se movía entre relatos con temas terribles y fábulas humorísticas pero siempre dentro de su propio estilo. Además, trata sin misericordia el presunto romanticismo esa época y cuestiona mucho una figura como la del samurái, llena de claroscuros si la analizas con un mínimo de sentido crítico. No había leído mucha literatura japonesa, solo cosas como las sagas de Taiko y Musashi de Eiji Yoshikawa, que son más bien folletines heroicos. Fue un contraste muy estimulante.
ZN.- Hablando de la famosa película de Akira Kurosawa, en ella ya se encuentran presentes ciertos elementos de las historias de corte policíaco que tú pones aún más de relieve, remitiéndote también a la mencionada obra de Ryunosuke Akutagawa. ¿Has podido desprenderte de la influencia de la versión de Akira Kurosawa o tampoco lo pretendías? ¿Es muy difícil para un autor aportar su propia visión de una historia cuando hay un referente fílmico y visual tan conocido y aceptado popularmente?
Victor Santos.- Mi intención ha sido distanciarme de la película lo que he podido, respetándola como la obra maestra que es y sin traicionar el texto original. Obviamente siempre será un referente porque el mismo Kurosawa es una influencia en mi trabajo desde los tiempos de Los Reyes Elfos. Uno nunca sabe hasta que punto su historia o su visión es única o es deudora de otros, siempre sigo mi instinto y lo que creo que es la manera adecuada.
ZN.- En la película de Akira Kurosawa este acaba introduciendo un elemento que no estaba presente en los relatos de Ryunosuke Akutagawa: la redención y la esperanza. En tu caso Rashomon sigue otro camino, ¿en algún momento te planteaste jugar con esos elementos como pasa en el film de Akira Kurosawa o crees que eso habría ido en contra del tono de género negro que querías priorizar?
Victor Santos.- No había visto la película desde hacía un montón de años y la busqué más que nada para no coincidir con ella al menos en lo que difería del relato. Competir con Kurosawa en su terreno es como correr los 100 metros lisos contra Usain Bolt. Preferí ceñirme al género negro que es lo que me gusta. Además leyendo sobre el contexto de la historia me di cuenta de que era casi como el primer relato negro moderno: el juego de los puntos de vista era modernísimo y me parecía increíble que en esa época ya existiera esa idea de retorcer el género, esa idea la tuve presente todo el rato, como si Heigo Kobayahi fuera el primer poli moderno.
ZN.- La idea de combinar las características propias del Japón feudal con el género negro queda sorprendentemente natural en Rashomon pero teniendo un punto de partida tan interesante como este ¿por qué has preferido realizar una adaptación de una obra ya existente y no apostar por desarrollar desde cero una propia en la que tendrías una mayor libertad para jugar con estos elementos? ¿Podría ser esta una manera para evitar desviarte de tu intención inicial?
Victor Santos.- Es que inicialmente era una adaptación, pero la cosa se me descontroló. La idea de introducir al policía y no omitirlo en un principio fue una licencia que me tomé para no parecerme a la peli (aunque esto estuviera en el relato), pero me empezó a interesar tanto lo que podía pasar por la cabeza del personaje, su historia… que acabé dibujando y escribiendo páginas nuevas sobre él y construí el relato a su alrededor. De pronto empecé a pensar en el paralelismo entre los comisarios y policías japoneses con los relatos modernos: cómo en un mundo tan jerarquizado sufrirían presiones de sus superiores, en los Ninja o Shinobi, una especie de FBI que operaban al margen como fuentes de información… la idea de mezclar el género policial y el tradicional relato de samuráis de pronto me pareció de lo más natural y divertido.
ZN.- En el relato de En el Bosque de Ryunosuke Akutagawa, uno de los cuentos que sirve de base a tu Rashomon, la figura del comisario, como también ocurría en la película de Akira Kurosawa, nunca tiene una presencia real. En tu planteamiento, en cambio, resulta el vértice del relato y para ello prácticamente tuviste que crearlo desde cero. ¿Cuál ha sido tu inspiración para el Comisario Heigo Kobayashi? ¿Es más un personaje de género negro o crees que responde más al canon de los relatos de samuráis?
Victor Santos.- Creo que la idea divertida es que realmente quede bien integrado y no distingas donde empieza el samurái y acaba el detective a la americana. Igual si hubiese querido hacer un policía descontrolado y rebelde, tipo el Martin Riggs de Arma Letal hubiera cantado mucho, el lector habría notado que es algo postizo. Pero al recurrir a un personaje moralmente muy recto, serio y estricto, más cercano a las novelas de Ross McDonald o Ed McBain, casaba perfecto con el ideal del samurái, con esos actores mortalmente serios y circunspectos como Ken Takakura.
ZN.- En el concept art de Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi mencionas como el elemento sobrenatural presente en uno de los momentos claves de la historia resultaba algo peliagudo. Finalmente optaste por conservarlo y esto acaba resultando en uno de los momentos más intensos y emotivos de la obra con el desenlace del relato del agraviado esposo. ¿Tienes la sensación de que al final conseguiste utilizar este elemento sobrenatural en tu beneficio?
Victor Santos.- Pues dudé si emplearla de manera más sutil pero al final me di cuenta de algo básico: Yo no soy japonés. Mis lectores no son japoneses. No necesito ceñirme a la historia y mi relato se movía en un mundo que, a pesar de lo que conocemos sobre su historia o su cultura, sigue teniendo un componente exótico y extraño, ajeno a nuestra cultura, que nos fascina. O sea que podía introducir un elemento sobrenatural en un ambiente que a nuestros ojos occidentales nos sigue pareciendo casi de fantasía.
ZN.- Respecto al apartado gráfico de Rashomon comentas tu intención de jugar con la línea y la sombra, a imagen y semejanza de los grabados japoneses, pero esto no parece que hayas tenido que trabajarlo mucho pues tu dominio de estos elementos, como hemos podido apreciar en otras obras tuyas como Silhouette o Black Kaiser, parece algo innato y natural en tu estilo. No obstante, ¿no crees que en Rashomon, curiosamente, parecen incluso más importantes las mismas luces, espacios vacíos y claros que la oscuridad y las sombras?
Victor Santos.- Sí, eso es muy del arte oriental y quería reflejarlo. Aparece en los grabados, en sus cómics y en sus películas, la importancia de lo no contado o del silencio representado en el papel con los espacios negros y sobre todo los blancos. Creo que la página de la que me siento más orgulloso es esa de la pareja entre los juncos, una página doble donde gran parte de la superficie es puro blanco. Seguramente algunos de mis amigos, que son lectores esporádicos pero se compran mis cómics dirán: «macho, no te lo has currado nada», pero me encanta. Es el precio que pago. Aún con eso, se que notarán el efecto aunque sea muy inconscientemente.
ZN.- En una obra de este tipo, relacionada con el género negro, parece lo más lógico optar por un dibujo en blanco y negro para ambientar la historia pero, por otro lado, ¿no crees que la ausencia de color en este tipo de relatos es algo más autoimpuesto por los autores que una necesidad real? ¿En Rashomon tuviste claro en todo momento que esta sería el camino a seguir?
Victor Santos.- Básicamente vuelvo al blanco y negro porque a base de publicar en el mercado americano de vez en cuando siento la necesidad de trabajar de manera muy casera. De alguna manera con el ordenador tengo la impresión de que no me mancho las manos y me gusta volver a un proceso casi artesanal. No creo que llegue a entintar nunca con el ordenador aunque cada vez recurra más a él para muchos retoques, pero me gusta que se note que lo he hecho yo, así que el blanco y negro surgió de manera muy natural. Pero es arriesgado, es como estar desnudo ante el lector porque el color es una manera muy útil de corregir muchos defectos y casi les lleva de la manita. El blanco y negro requiere un esfuerzo por su parte que yo aprecio, aunque a mí como lector me gusta más que el color.
De todas formas, también te digo que el mercado manda y hay páginas de muestra a color de la obra para intentar venderla a mercados internacionales. Pero bueno, al menos me ocuparé yo si se da el caso y mantendré los mismos criterios que he empleado para el guión y el dibujo.
ZN.- ¿Cómo artista que te atrae especialmente de la cultura japonesa? ¿Has tenido que luchar en algún momento contra la tentación de darle un «planteamiento manga» a la obra o crees que sería difícil combinar una historia de corte negro con las características más llamativas del cómic japonés?
Victor Santos.- Me gusta de ellos el control del ritmo, de lo no contado y de la forma como valor en sí mismo. El arte occidental es muy «en tu cara», la exhibición y la exageración. A veces es muy efectivo, muy espectacular, hay cuadros que pueden devorarte y melodías épicas. Pero supón que que de vez en cuando un artista debe mirar a Oriente. A mí, al menos, en mi formación me enseñó a ser comedido de vez en cuando (ja.ja)
Por supuesto el manga es una de mis fuentes de inspiración, pero a día de hoy pesan más sobre mi manera de trabajar los mangas clásicos: Lone wolf & Cub, Golgo 13, obras de Tezuka, Sampei Shirato… hace poco Kenny Ruiz me descubrió el Hajime no Ippo de Morikawa. En general, excepto Dragon ball, el shonen y gran parte del seinen de las últimas décadas me aburre bastante con tanta splash page, tanto 3D Studio y Google sketch up camuflado y tanta figura saliendo sin sentido del marco de las viñetas, parece salido de lo peorcito de los noventa del género superheróico. El problema es que incluso en los más acérrimos otakus sigue prevaleciendo la idea de que la estética manga es el shonen y el shojo actual. Me pasa igual con algunos cómics comerciales como el Question o American Flagg: me parecen más innovadores y transgresores que la mayoría de lo que se hace ahora. Esos viejos mangas me parecen increíbles y si a algo oriental se ha querido parecer Rashomon es a esas obras.
De hecho, a partir de revistas japonesas como Garo, que propició el auge de historias más adultas, florecieron obras precisamente de género negro tan arraigadas en la ficción japonesa, sino mira las películas de yakuzas. No está tan lejana la conexión.
ZN.- En la narrativa de Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi, como suele ser habitual en tus trabajos, te muestras intratable, experimentado y consiguiendo que cada página del cómic parezca realmente única y diferente al resto. Esto, como podría ocurrir en otros casos, no repercute en el ritmo de la historia, realmente fluido y complementario con el buscado tono de género negro. ¿Resulta muy difícil mantener este fino equilibrio entre narrativa y ritmo al mismo tiempo que preservas tu estilo propio?
Victor Santos.- Mientras que en obras como Intachable intento ser accesible, tengo otra vertiente que viene a ser cuando me desmeleno y uso una narrativa mucho más experimental y suelta como en Rashomon o en Polar. Me encanta, porque es liberador, pero tengo que reconocer que siempre corres el peligro de que algún lector se pare y diga «pero bueno, ¿tú de que vas? Cuéntame la maldita historia sin tanta chorrada» pero no puedo evitarlo (ja, ja). Soy de los que piensa que forma y fondo van unidos, y que de hecho forma ya es un fondo en sí mismo, y que si la contara de otra manera ya no sería esa historia. Pero al menos me obligo a pararme de vez en cuando a intentar leer mi material como si fuera un extraño y ver si tiene sentido todo eso.
ZN.- En el apartado de personajes mantienes los estereotipos del género negro, como el Comisario Heigo Kobayashi, un prototipo de Sam Spade y figuras similares, o La Dama jugando el rol de femme fatale del relato, pero manteniendo un perfil que se pueda relacionar con la época del Japón feudal. ¿Ha sido muy difícil conjugar ambas realidades? ¿Te has encontrado con algún obstáculo inesperado en el camino?
Victor Santos.- Citando de nuevo a Kurosawa, si él pudo hacer un Rey Lear con samuráis, lo demás debería ser fácil. La idea de La Dama como antagonista me encantaba porque necesita un rival a la altura de Kobayashi y ella no sólo está a la altura, sino que le supera ampliamente. Me gusta su relación y espero poder explotarla en futuras entregas. Creo que los diálogos nuevos que escribí para ellos y que no estaban en el relato original fue lo que más disfruté del proceso del guión. Pero a la vez fueron la mayor dificultad porque tenían que encajar con el material original y a la vez llevar la historia en una dirección.
ZN.- El ambiente de corrupción moral, propia de las novelas de género negro, y también hallado en otro contexto en los relatos de Ryunosuke Akutagawa, se acopla bastante bien a la trama de tu Rashomon. Lo mismo pasa con otros elementos como el particular carácter y código de honor de los detectives como reflejo del apreciado en la cultura japonesa feudal. Normalmente se suele relacionar los relatos de samuráis con el western, con el que presenta elementos comunes, pero no tanto con el género negro, ¿no crees, como tú mismo pones de relieve en Rashomon, que las historias de detectives y samuráis también tienen curiosos paralelismos?
Victor Santos.- Yo lo llamo el ciclo del Hombre sin Nombre. Dashiell Hammet escribe en los EEUU Cosecha Roja (mi novela favorita, por cierto), Kurosawa la adapta en Japón con Yojimbo, Leone se apropia de Yojimbo para Por un puñado de dólares en Italia, Walter Hill adapta Yojimbo con gángsters en EEUU cerrando el círculo de Cosecha Roja. ¡Incluso Azzarello la lleva al cómic con Cage! (y yo lo intenté con Lone in Heaven, publicado por Aleta).
Me encantan esos paralelismos y cómo los mismos arquetipos saltan de una cultura a otra y se retroalimentan, creo que por eso me encantan los géneros. De alguna manera entroncan con nuestra cultura más básica y nuestras emociones más elementales, de manera que sus personajes e historias son comprensibles a nivel global.
ZN.- La anteriormente mencionada película de Akira Kurosawa fue una producción en cierta manera revolucionaría para la época, beneficiada por una censura más tibia, con la apertura de Japón después de la Segunda Guerra Mundial, se atrevió a tratar temas y narrativas hasta entonces prohibidas en la gran pantalla por considerarse «demasiado occidentales». No obstante, como película de su tiempo, en el tratamiento de algunos temas hay cierta atenuación de los mismos; en el caso de tu Rashomon le das bastante importancia al componente sexual, ¿esto sólo responde a la necesidad de marcar más claramente el carácter de género negro de alguno de los personajes y la historia en sí o hay algún motivo?
Victor Santos.- Creo que el peso sexual de la historia estaba muy marcado desde el principio y que tanto en el relato como en la película estaban más limitados por la moralidad de la época que por las ganas de los autores. No es que haya ido mucho más lejos, pero creo que necesitaba visualizarlo. De la misma manera que mostraba por ejemplo el combate entre el bandido y el marido, ¿Por qué no iba a mostrar los encuentros sexuales de la misma manera? Era otro tipo de combate, realmente la única forma de rebelión que un personaje como La Dama puede ejercer en una época como esa.
ZN.- Los cuentos originales de Ryunosuke Akutagawa tratan en clave filosófica temas como la decadencia de las tradiciones japonesas, la angustia existencial y conceptos tan ambiguos como la verdad. En el caso de Rashomon. Un Caso del Comisario Heigo Kobayashi, en el final de este primer tomo de la obra, el tema central de la verdad parece derivar en otra cosa, apostando quizá por un tono más contemporáneo a la resolución de la historia en el epílogo protagonizado por dos de los personajes principales. ¿Es posible que esta perspectiva solo responda a la necesidad de continuidad que tendrán los relatos del Comisario Heigo Kobayashi?
Victor Santos.- Al derivar la historia de una adaptación a una historia protagonizada por el comisario Heigo Kobayashi, necesitaba que el personaje tuviera su propio ciclo, necesitaba esa conclusión y en cierta manera punto de arranque para presentar el personaje. Mi obra necesitaba su propia estructura.
Ese epílogo también juega con la idea de Rashomon como la primera novela negra. Es como «Género Negro Año 1»: presentamos al detective y cuando presentamos a la Femme Fatale, ya no es una mujer del medievo. Ella le dice «Tal vez soy un tipo nuevo de persona» y Heigo le contesta «Tal vez un tipo nuevo de criminal». El crimen moderno ha nacido y las reglas han cambiado. Por eso parece que dejan de hablar como caballeros del medievo y la prosa es más áspera. Es un mundo nuevo y partimos de ahí. Si lo miras así es como si los personajes hubiesen creado el género durante el desarrollo de la historia.
ZN.- ¿Qué podemos esperar de las próximas entregas de Rashomon? ¿En las futuras continuaciones de la serie seguirás el mismo planteamiento que este primer tomo adaptando historias clásicas del folclore japonés o puede que decidas crear tus propias historias siguiendo la base que ya has establecido en este primer relato?
Victor Santos.- Sí, mi plan es jugar dentro de historias autoconclusivas (aunque con una subtrama que continuará) que estén arraigadas en el imaginario popular. De hecho voy a prescindir de todo contexto cronológico, porque soy muy consciente de que ni Rashomon ni otros eventos populares coinciden en el tiempo sino que hay siglos de diferencias, pero van a transcurrir en el “Japón Pop”, o sea en lo que sabemos (o creemos) que es Japón.
De momento mi idea, y ya lo estoy hablando con Norma, es que la segunda parte sea la historia de Los 47 Ronin. Es una historia ultra popular y al contrario que Rashomon, no tiene una sino decenas de adaptaciones en todos los medios. Va a ser difícil buscar un punto de vista nuevo pero mi idea no es centrarlo en el heroísmo de los samuráis, la venganza o el honor marcial. Me parece mucho más interesante centrarme en la patata caliente que supuso para el gobierno ese acontecimiento, de unos tíos que efectuaron una venganza sangrienta y completamente ilegal pero que a la vez el pueblo se volcó con ellos a muerte. Imagino al comisario Kobayashi en mitad de presiones del gobierno, la propia policía y los clanes de samuráis. En Rashomon tiene un papel muy calmado pero en esta historia va a tener que mancharse las manos y seguramente usar la katana que no ha sacado de casa hasta ahora.
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Cómics online de Víctor Santos en ARS Comics
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Entrevista a Víctor Santos en Zona Negativa
Entrevista a Victor Santos y Pere Pérez en Zona Negativa
Siempre es bueno saber de Victor Santos ya que aunque no para y es un autor , creo yo, conocido no tiene una gran difusión. Pienso que si hubiera una industria sólida de tebeo nacional, sus obras serían las más esperadas por los aficionados.
Muchas gracias por los comentarios 😉
Samanosuke, me alegro que te haya gustado, y sobre Victor Santos, eso es algo por lo que vale la pena su obra, las ganas que le pone, lo cual se refleja en su trabajo y eso en Rashomon eso casi se respira porque además él mismo es un apasionado del género negro y las historias de samuráis.
X-ternon, pues sí, Victor Santos es conocido pero creo que aún no se acaba de valorar lo suficiento viendo trabajos como el que realiza aquí en Rashomon. Pero al final el talento se acaba abriendo camino.
«Pero al final el talento se acaba abriendo camino.»
De hecho está trabajando bastante en EEUU, incluso ha trabajado para Vertigo con Azzarello, cosa que aunque en ventas no suponga una gran relevancia a nivel comercial creo que si que supone el reconocimiento profesional que merece.
Lo que creo es que no tiene ese reconocimiento a nivel comercial, en otro mercado estaría hasta el gorro de que los editores le pidieran nuevas historias de Los reyes Elfos o de Black Kaiser.
Jordi,
Extenso y completo el articulo, gracias. Una sola pregunta: enblos carteles de la.pelicula de Akira Kurosawa y en la imagen de la misma, ¿el actor que aparece es Toshiro Mifune? Absoluto admirador de sus interpretaciones. Siempre.magistrales y excesivas.
Gracias nascitturuss 😉
En relación a la pregunta, sí, en ambos se trata de Toshiro Mifune, un auténtico crack, siendo de mis actores favoritos no he podido prescindir de subir unas cuántas imágenes suyas en el artículo 😛
¿Este comic, «Rashomon», aunque es obra de un español, de qué nacionalidad es, también española?