EL CIRCO DE LOS HORRORES DE ED PISKOR
Siempre que un autor con tanta personalidad como Ed Piskor reaparece con algún nuevo trabajo, mi interés y el de tantos otros está asegurado. Encontrar artistas cuya voz resulte única es cada vez más difícil en un mundo que produce cantidades ingentes de contenido a diario.
Red Room: La red antisocial fue editada originalmente por Fantagraphics para el mercado norteamericano en 2021 y ahora ha aterrizado en el mercado español a través de Planeta Cómic. Con esta obra, Piskor promete ofrecernos algo radicalmente diferente a sus anteriores trabajos… y eso, desde luego, es algo que consigue.
Empecemos por la premisa. Red Room gira en torno al concepto de “salas rojas”. Estas “salas” son transmisiones a las que se accede a través de la dark web. En ellas, los espectadores pueden ver escenas absolutamente retorcidas y perversas, a menudo a cambio de un módico montante económico. Torturas y asesinatos, cuanto más creativos mejor, que buscan satisfacer los rincones más oscuros del alma humana.
Aunque la idea de las salas rojas está bastante establecida ya en la cultura popular, lo cierto es que este equivalente a los vídeos snuff del siglo XXI no es más que una leyenda urbana. Todas las investigaciones que se han realizado al respecto así lo han concluido. Esto tiene bastante sentido si consideramos, para empezar, las limitaciones técnicas de la red Tor. Dadas sus múltiples capas de encriptación y enrutamiento, son demasiado lentas para permitir transmisiones de vídeo como estas.
Por supuesto, el hecho de que estemos ante una leyenda humana no es ningún impedimento para Piskor a la hora de plantear su historia (si acaso, al contrario). El autor parte de un tono de revista de terror clásica estilo EC. Se dirige a los lectores en primera persona y entra en un juego de roles en el que, entre otras ficciones, se establece que en el universo de Red Room las salas rojas son algo muy real.
Lo que nos encontramos aquí es, siguiendo ese estilo de revista clásica, un conjunto de historias autocontenidas que giran en torno al mismo punto pivotal de las salas rojas. Este ejercicio en realidad acaba resultando algo más complejo, pues conforme la lectura avanza nos damos cuenta de que las historias sí están conectadas entre sí de cierta forma. Aun así, siguen siendo esencialmente autoconclusivas y se podrían leer en orden aleatorio sin afectar de forma resaltable a la experiencia.
Las historias de Red Room no se limitan a mencionar el asunto de las salas rojas por encima, sino que se meten hasta el fondo en el fango y se componen de numerosas estampas en las que podemos ver “fotogramas” de estas salas rojas en todo su atroz esplendor. Se trata de estampas ultraviolentas, totalmente explícitas y absolutamente repugnantes. Estampas en las que Ed Piskor ha dado rienda a suelta a toda la creatividad que sabemos que tiene para representar torturas a cada cual más original y horripilante. Su marcado estilo de dibujo se transforma como nunca antes como imágenes extremadamente detalladas cuyo propósito principal es revolvernos el estómago.
Las escenas de ultraviolencia se acompañan de tramas en las que se introduce a personas de naturaleza variada, a menudo personas que parecen bastante normales, solo para relatar el proceso retorcido mediante el cual todas ellas acaban cayendo en la misma espiral. Se nos presentan lo que parecen ser buenas personas, gente que nos resulta familiar, solo para mostrarnos cómo hasta el más aparentemente noble de los seres humanos tiene un lado oculto que lo puede acercar a los actos más oscuros.
En ese sentido, muchos verán en las páginas de Red Room una crítica ácida hacia la sociedad, en especial la sociedad contemporánea. Puede entenderse que ese subtítulo de “La red antisocial” no es una casualidad y que Ed Piskor en realidad utiliza una premisa tan extrema para resaltar la base de muchos problemas contemporáneos. Problemas provocados en gran medida por la omnipresencia de las redes sociales en nuestra vida y en cuya base se pueden apreciar ciertas similitudes. Al final en Red Room se habla del efecto del anonimato en las personas y lo que ello implica; de aquello en lo que se convierten algunos sin la mirada sentenciosa de los demás; del morbo inherente que muchos sienten y al que se rinden, con su respectiva problemática moral.
Tales temas, al combinarse con recursos como que el autor se dirija directamente a los lectores o que las imágenes ultraviolentas se enmarquen en la pantalla de un ordenador ―como si el lector se convirtiera en un espectador más de las salas rojas―, pueden hacernos pensar que, efectivamente, Piskor plantea un discurso crítico. Un discurso que añade profundidad a las atroces imágenes presentadas y justifica su existencia. Personalmente, sin embargo, no pienso que ese sea el caso.
Si bien la interpretación que acabo de comentar es una forma válida de ver la obra, desde luego no puedo decir que se corresponda con la impresión que me ha dejado a mí. A mi modo de ver, Red Room es una obra con un propósito mucho más simple y directo. Una obra que no presenta ilustraciones hiperdetalladas de torturas para jugar con los lectores ni juzgarlos por entrar en el mismo juego morboso que se critica. Una obra que, simplemente, acepta la inherencia de ese morbo y ofrece a su público una forma inocua de satisfacerlo. Una historia que carece casi por completo de profundidad o interés, que deja vía libre a la creatividad en servicio de la depravación.
De hecho, Red Room me recuerda en más de un sentido a las películas de Saw. Sin embargo, colocaría al cómic de Piskor un escalón por encima debido a su flagrante honestidad. Donde otras obras como Saw intentan fingir que su trama es compleja, seria y trascendente, Red Room no teme poner todas sus cartas sobre la mesa y admitir que aquí se viene a lo que se viene.
Es más, el tomo incluye unas extensas notas del autor al final en las que podemos ver de primera mano cuál ha sido el enfoque de Piskor al crear Red Room. A lo largo de estos comentarios podemos observar que sus decisiones creativas en este caso no se han guiado precisamente por el objetivo de crear una historia profunda o compleja. En todo momento se percibe que este proyecto lo ha realizado principalmente por diversión y nostalgia. Un homenaje a todas esas obras de terror explícito que lo marcaron desde pequeño. El propio artista se encarga de dejarlo meridianamente claro en uno de estos fragmentos:
“Esta es, además, una creación consciente de sí misma. Este humilde autor no está intentando cortejar a bibliotecarios y académicos. No estoy tirándole el anzuelo a los premios Eisner. Lo único que pretendo es incomodarte un poco, atemorizarte y, si tengo que recurrir a imágenes repugnantes para ello, pronto verás que estoy tremendamente dispuesto a hacerlo”.
Por supuesto, todo esto no quiere decir que Red Room carezca de cualquier valor. Volviendo a la comparación anterior, tengo a Red Room en mejor consideración que obras como Saw, aunque sea por su honestidad y un dibujo innegablemente espectacular, más allá de que se disfrute lo que representa o no. También pongo en valor que una editorial tan generalmente mainstream como Planeta Cómic se haya lanzado a publicar algo como esto. La presencia de un tomo así en las estanterías del mercado patrio ya aporta una variedad digna de celebrar. Y por supuesto, el admirable trabajo de traducción de V. M. García de Isusi, quien encuentra buenas soluciones para la elevadísima complejidad del texto original.
Sin embargo, no puedo ocultar que esta obra no es para mí ni para, posiblemente, la mayoría de lectores que estén leyendo estas líneas. No recomendaré que nadie se acerque a ella, pero sí que se vaya con cuidado y sabiendo lo que se va a encontrar uno. Si simplemente os ha llamado la atención por el nombre del autor, a lo mejor es una idea sabia pensárselo dos veces antes de correr a vuestra tienda más cercana.
Lo mejor
• El espectacular detallismo del dibujo
• Los extensos «comentarios del director» del final.
• Va de frente.
Lo peor
• La historia carece casi por completo de profundidad o interés.
• Solo para estómagos de acero.
Guion - 5.5
Dibujo - 8
Interés - 2
5.2
Antisocial
Un desfile extremo de repugnancia y desconcierto. Un honesto festival de hiperviolencia que no se parece en nada a los anteriores trabajos del autor. Quien quiera acercarse, que lo haga con cautela.