Arthur Curry es un rey, un amigo, un amante, un criminal, un cobarde, un traidor. Aquaman es un superhéroe. Para unos es solo algunas cosas, para otros es todo eso y mucho más.

– Arthur Curry, con la autoridad que se me concede como soberano del orgulloso pueblo de Atlantis, yo el rey Ruvim, te condeno a la pena máxima, la muerte. Se oyen airosos gritos de celebración de miles de personas, y después prosige – La ejecución se hará efectiva mañana a esta misma hora, en este mismo lugar, ante todos los que este miserable criminal ha traicionado.

Arthur asiste anonadado a la declamación de un extraño ante sus ojos, al que no había visto en su vida, y que, ante todo su pueblo, estaba proclamándose rey y condenándole a muerte. Sin salir de su asombro, es trasladado a duras penas a través del gentío, que le insultaba, escupía e incluso golpeaba, mientras los guardias que le acompañaban intentaban sin mucho esfuerzo protegerle.

Ya en su fría celda, Arthur intentaba recomponerse de la situación tan traumática que acababa de vivir, no daba crédito. Lo último que recordaba era estar en una misión en una isla con sus compañeros y, tras separarse de ellos, zambullirse en un iridiscente lago a bucear. Lo siguiente que recuerda es la terrible escena que acababa de vivir.

En mitad de sus confusas cavilaciones, escucha dos fuertes ruidos cerca de su posición. Son los dos guardias que custodiaban su celda, que yacen muertos en el suelo, ambos con un profundo corte en la garganta, de la que manan litros de sangre sin parar, mientras sus ojos se apagan y sus cuerpos dejan de contorsionarse, casi sin querer ofrecer ninguna resistencia ante tan terrible e inevitable destino.

Una sinuosa figura se le acerca con sigilo a Aquaman, mientras éste se pone en guardia, aún sin poder ocultar su asombro por la macabra escena que acababa de presenciar. La extraña figura sombría, de la que apenas se podía discernir ningún rasgo, como si algún tipo de fuerza ocultara su rostro, se dirige hacia nuestro héroe, con una voz dulce y serena:

– Buenas noches majestad. Veo que se encuentra en apuros, ¿Necesita mi ayuda?
– ¿Quién diablos eres tú? – respondió Aquaman.
– Una vieja amiga, pero por lo que veo no me recuerdas.
– No, pero no te ofendas, ahora mismo no recuerdo nada. No entiendo qué hago aquí, por qué estoy preso, y por qué hay un usurpador en mi trono que me ha condenado a muerte.
– Al parecer necesitas que alguien te ponga en contexto sobre en qué situación te encuentras. Estás condenado a muerte por ayudar a escapar de Atlantis a un asesino del mundo terrestre, que cometió un crimen terrible contra un grupo de atlantes. Ruvim aprovechó la coyuntura sociopolítica para alzarse con el poder con un grupo de sublevados y arrebatarte el trono y tu bonito tridente. Nadie hizo demasiado por deslegitimar su poder, ya que tenías toda la opinión pública en contra.

Aquaman estaba absolutamente desconcertado con todo lo que acababa de escuchar, sin creerse en principio ni una sola palabra, pero intentando a la vez seguir buscando explicaciones.

– ¿Y mis amigos, la Liga de la Justicia? ¿Por qué han permitido todo esto? ¿Por qué no han venido ya a rescatarme? – preguntó, con desesperación.
– Es complicado – respondió su interlocutora – Pero posiblemente tenga que ver con el hecho de que mataste a Batman.

Esas palabras cayeron como una enorme losa encima de él. Seguía sin dar crédito, pero conforme iba escuchando el relato, se imaginaba por puro acto reflejo la escena, y veía como hundía su tridente en el pecho de Batman, que atravesaba como si fuera mantequilla y que acababa con la vida de su amigo prácticamente al instante. No recordaba nada de lo que estaba oyendo, pero sin embargo un torrente de emociones empezaban a recorrer su cuerpo: ira, rabia, impotencia, venganza. Empezó a sentir odio hacia Batman, y no entendía por qué.

– No entiendo por qué acabaría con la vida de uno de mis mejores amigos – dijo Aquaman, saliendo de su breve trance.
– Como te he dicho es complicado, y no quiero abrumarte con más detalles e historias. Lo que debes saber de momento es que algo salió mal en el plan de Batman y alguien pagó el precio.

De repente, se acordó de Mera, su amada, y empezó a añorar sus caricias, su olor, su rojiza y preciosa melena, y su dulce voz. Cuánto desearía tenerlea ahora mismo a su lado, y poder abrazarla para sentir algún tipo de alivio entre tanta desazón.

– Un momento, ¿Dónde está Mera?
– Mi rey, acabaste con la vida de Batman porque le culpaste de la muerte de Mera, que fue asesinada por el usurpador Ruvim. Yo lo vi todo, estaba presente en ese mismo instante, y no puedo culparte por lo que hiciste, al contrario, te apoyo completamente.

Una mezcla de sentimientos empezó a inundar nuevamente su mente. Al desconcierto, la ira y el odio, ahora se le sumaban la impotencia y la tristeza. Nuevamente, todo lo que escuchaba se negaba a creerlo, pero todas esas intensas emociones que ahora sentía recorrer su cuerpo, hacían que de alguna forma empezara a creérselo todo.

– Es suficiente charla por hoy – prosiguió la extraña mujer- Voy a liberarte, y te ayudaré a llegar a Ruvim para que puedas asesinarlo.
– Sigo sin creerte, pero aunque lo hiciera, y te ayudara con este plan revolucionario tuyo, no creo que volviese a recuperar el poder, al menos no con el apoyo del pueblo.
– Aún tienes apoyos, aparte de mí y aunque no haya muchos atlantes que sigan creyendo en ti, sí que hay una amplia corriente de ciudadanos que desprecian el tirano régimen de Ruvim, que ha instaurado un sistema de esclavos y ejecuta a cientos de atlantes disidentes todas las semanas. Además, por la expresión de tu cara, algo me dice que sabes que todo lo que te he dicho es cierto, por lo que, aunque no consiguieras recuperar la legitimidad como rey, al menos podrás vengar a tu esposa.

Aquaman, consciente de que acababa de recibir una tremenda bofetada de realidad, decidió que al menos debía de intentar salir de la situación en la que estaba, y esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos, con muchas dudas de lo que podía suceder a continuación y cómo debería de actuar. Escapó de la celda con la ayuda de su nueva aliada, y se dirigieron hacia los aposentos del rey Ruvim, mientras incapacitaban a los guardias por el camino, en donde Aquaman tuvo que realizar un esfuerzo extra para evitar que su aliada los asesinara.

Cuando entraron en la habitación, se encontraron con una siniestra escena. Dos mujeres yacían desnudas, aparentemente muertas, maniatadas en la cama, mientras Ruvim estaba sentado escribiendo algún tipo de misiva en una mesa. Aquaman se lanzó como una furia hacia él, cansado de intentar reprimir sus emociones, y dispuesto a darles rienda suelta. Su aliada, la misteriosa mujer, le alcanzó su desposeído tridente, que se encontraba a unos metros de su posición, apoyado en una pared, y con una corona y una armadura colgadas justo al lado, en la misma pared. Aquaman, con el tridente en su mano, hizo ademán de golpear al acobardado Ruvim, cuando se escucha un grito:

– ¡Díos mío! ¡Para!- dijo una de las mujeres que estaban atadas en la cama, mientras la otra a su vez se despertaba.

Al parecer, no estaban muertas, pensó Aquaman. Aprovechando el breve despiste, Ruvim se zafó de su atacante, y huyó despavorido del palacio, como alma que lleva el diablo, nadando a una increíble velocidad.

– Tranquilo, le cogeremos – dijo la sombría mujer.

Tras liberar a las mujeres de sus ataduras, Aquaman salió nadando junto a su aliada detrás de Ruvim, que refunfuñaba por lo que consideraba una pérdida de tiempo, y que provocaba que su enemigo les llevara varios minutos de ventaja.

Tras horas de búsqueda, finalmente encontraron el rastro de Ruvim, que había huido a la superficie y, gracias a la velocidad y las sorprendentes capacidades de la oscura mujer, alcanzaron a su enemigo apenas había puesto un pie en la orilla. Fue entonces cuando, sin demorarse ni un solo segundo más, Aquaman se lanzó nuevamente hacia él, tridente en mano, esta vez con la firme intención de culminar su venganza. Le golpea en la cara, le rompe un brazo, y le reduce con una pasmosa facilidad. Alza el tridente hacia al cielo, sujetándolo con ambas manos y con las garras apuntando a su enemigo. Aquaman titubea por un instante, y escucha un chillido agudo, casi monstruoso, proveniente de una voz que recordaba dulce y serena:

– ¡Mátalo! ¡Es un traidor! – exclama con violencia y fiereza la misteriosa mujer.
– ¡No le hagas caso, esa mujer ni siquiera es atlante! – responde Rumvin, tembloroso, con lágrimas en los ojos, haciendo un esfuerzo por parar de retorcerse de dolor por las heridas que le ha infringido Aquaman, intentado mantener un mínimo de dignidad que en el fondo sabe ha perdido por completo.

Sin levantar la mirada de su enemigo, y sin perder un ápice de odio aunque no haya tomado una decisión firme, Aquaman siente repentinamente un terrible golpe en su mandíbula, que lo desplaza varios metros por la orilla, hasta llegar a unas rocas afiladas que aunque no le provocan heridas graves, consiguen desgarrar casi por completo su harapiento traje de preso, quedando prácticamente desnudo. Mientras se recompone de la brutal agresión, levanta la vista al cielo y ve flotando una figura musculosa, elegante, azul, con una imponente capa roja que ondea al viento. Era Superman.

– Arthur, he acudido por la llamada de los atlantes, tu pueblo, que me han informado de tu huida. Ahora te encuentro aquí, intentando sumar más crímenes a la lista.
– Clark, este hombre es pura maldad, se merece la muerte – le espetó Arthur, que ya estaba absolutamente convencido del relato que le había contado la mujer que le liberó de su celda.
– Por favor, regresa a Atlantis. Sé que este hombre te ha hecho daño, pero la Liga de la Justicia tiene prohibido intervenir en Atlantis, y mal que pese, cuenta con el apoyo de tu pueblo. Nosotros respetamos las leyes de Atlantis – dijo el hombre del mañana, terminando su relato con una enorme frialdad hacia el hombre que tenía enfrente, al que una vez había considerado un fiel amigo.

Tras un largo y tenso silencio, en el que los dos antaño compañeros no sabían qué decir, Superman decidió tomar la iniciativa para intentar convencerle.

– Desde aquella misión en la isla, no has vuelto a ser el mismo Arthur. Sé que ayudaste a Damian a escapar de aquella injusta situación, pero lo que le ocurrió a Mera no fue culpa de Bruce, él sería incapaz de traicionarte, como tú dijiste, antes de dejarte llevar por la ira y asesinarle enfrente de todos nosotros. No, Arthur, no puedo ni quiero ayudarte.
– ¿Sabes, Clark? – dijo Aquaman, que había adoptado una postura tan fría como la de su ahora enemigo – No me hace falta tu ayuda, y tampoco la querría de todas formas, porque eres un maldito traidor. ¡Y yo soy un rey!

Aquello fue el fin de la conversación. Lo que vino instantes después fueron una retahíla de puñetazos, patadas, codazos y toda clase de golpes en los que Aquaman sabía que tenía todas las de perder, pero que aún así no podía permitirse el lujo de rendirse y de luchar hasta el final. De hecho, la ira que sentía hacia su rival estaba incrementando sus capacidades físicas. Quizás, pensó, con la ayuda de su nueva y poderosa amiga, podrían reducir a Superman, ensartar al cobarde usurpador con su tridente y escapar. Sin embargo, la misteriosa mujer había desaparecido, junto a Ruvim, lo que dejó a Aquaman trastocado por un momento. Superman, aprovechó el momento para acertarle un poderoso puñetazo en el pecho a un ya cansado y malherido Aquaman, que se vio lanzado hacia al mar. Mientras aterrizaba en el mismo, ya rendido a la evidencia de su derrota, y de su posible muerte, vislumbró un enorme faro. Había estado peleando en Bahía Amnistía, su hogar, sin darse cuenta, enfrente del faro en el que trabajaba su padre, y de donde tantos felices recuerdos guardaba. Embriagado con esa sensación de felicidad, Aquaman fue perdiendo poco a poco el conocimiento, apagándose lentamente como una luz que pierde su energía, como un faro que deja de funcionar. Arthur Curry pensó que, pese a todo, había muerto feliz.

Un haz de luz golpea firmemente el rostro de Aquaman, que se encuentra flotando en un pequeño lago con peces de un brillante color dorado nadando a su alrededor. Mientras abre los ojos y toma consciencia de dónde se encuentra, intenta comunicarse con esos peces, sin éxito. Cayó rápido en la cuenta de que es el mismo lago en el que se echó a bucear antes de toda esta pesadilla que acababa de vivir. Pero ¿Era una pesadilla, o una visión? Todo parecía muy real… Quizás fuese una alucinación producto de algún tipo de magia extraña de aquella misteriosa isla, o incluso una desagradable aventura en una dimensión paralela. Ideas delirantes como aquella rondaron su mente, porque al fin y al cabo, Aquaman es un tipo que ha visto de todo y mucho más de lo que sabemos.

Nuestro héroe se acerca a la orilla y, al ponerse en pie, se da de bruces con una mujer de ojos violeta cubierta por un manto de un azul oscuro y profundo. Su rostro, e incluso su voz le resultaban extrañamente familiares. Se acercó un poco más a él, tocando casi su piel, y le dijo:

– Eres un cobarde, Arthur Curry. Algún día tendrás que tomar una decisión. Pero puede que, cuando lo hagas, ya sea demasiado tarde.
– ¿Quién eres?- le respondió Aquaman, mientras la misteriosa mujer echó a correr a una velocidad que rivalizaría incluso con el propio Flash. ¡Espera!

Aquaman salió detrás de ella, persiguiéndola a través de la frondosa selva por la que se él pensaba que se había metido, porque en realidad, la había perdido de vista pocos segundos después de su huida. Tras veinte largos minutos de infructuosa búsqueda, durante los cuáles empezó a diluviar con gran intensidad, se choca contra una oscura figura masculina con orejas picudas. Aquaman no duda un segundo en agarrar del cuello a este hombre.

– Arthur, ¡¿Qué estás haciendo?! – Exclamó sobresaltada Wonder Woman.

Aquel hombre que esta sujetando por el cuello era Batman, y todos sus compañeros, salvo Flash, estaban mirando con asombro la escena, sin saber muy bien cómo reaccionar. Aquaman siguió agarrando con virulencia a Batman durante algunos segundos más, cegado por una ira inexplicable, hasta que volvió en sí, y retiró con delicadeza su brazo del hombre murciélago.

– Lo siento mucho Bruce, te he confundido con otra persona.
– No te preocupes, majestad – le espetó de forma irónica Batman. ¿Estás bien?
– Sí – respondió Arthur sin apartar su mirada de él, que se mantuvo durante unos tensos segundos que para el resto parecieron horas.

Superman, con ánimo de calmar la situación, se acerca a Aquaman y, posando su mano sobre su hombro, le pregunta:

– Arthur, no pareces tú, ¿Seguro que te encuentras bien?

Aquaman aparta bruscamente la mano de Superman de su hombro y responde con mirada desafiante:

– Estoy bien, Clark, déjame en paz.
– Sabes que puedes confiar en nosotros, somos tus amigos. Todos hemos sufrido mucho en esta isla– le dice Superman.
– Lo sé, solo quiero irme de aquí – Respondió seco y brusco.
– No podemos irnos sin Flash y sin cumplir la misión.
– Pues encontremos a Flash y salgamos de aquí, estoy harto de esta maldita isla.

Tras la tensa discusión, todos se reúnen para hablar sobre la situación en la que se encuentran y lo que deben de hacer a continuación. Aquaman, serio, observa la conversación con absoluta indiferencia, oyendo voces de fondo mientras piensa en otras cosas, en nada en concreto, pero lejos del foco de las palabras de sus compañeros. Batman clava su mirada en él. Sostiene firmemente el tridente, apretándolo con fuerza mientras mira a la nada y cuando deja de escuchar las voces, y ve a sus compañeros marchar hacia adelante, empieza a caminar tras ellos, a unos metros de distancia, no sin antes echar una última mirada atrás, preguntándose si alguna vez podrá olvidar del todo lo que acaba de vivir, o si debería hacerlo.

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