Una suave brisa mece las hojas de las palmeras. El sol brilla con justicia en lo alto, pues es medio día, calentando con su abrasador abrazo la densa manta verde de masa forestal que se extiende hasta perder la vista. El viento huele salvaje y puro, sin contaminación, cargado de los aromas dulzones de las flores de anchos pétalos que cuelgan de las ramas de algunos árboles. El aire está también húmedo, denso, su contacto hace que la corteza de los troncos se oscurezca y haya marcas oscuras deslizándose hasta el suelo desde lo alto de las copas.

No es un bosque normal. No es una selva normal. Parece serlo, quiere serlo, pero algo está mal y no sabes que puede ser.

Estás tumbada mirando los gruesas ramas de un árbol. Los oídos te pitan y te cuesta enfocar. Notas el pelo mojado, sucio, enmarañado con restos de follaje. Parpadeas varias veces y tus ojos lloran, lagrimean, por el contacto de la tierra con los parpados. El dolor se empieza a despertar y tu pierna parece ser el foco principal de una molestia que no deja de crecer. Notas el cuerpo magullado, como si tus músculos fueran de cristal molido y cada movimiento activara nuevos centros de dolor. La pierna te sigue doliendo, más y más, hasta hacer desaparecer al resto de las molestias. El dolor asciende por el muslo y repta por tu columna vertebral arañando a cada vértebra que supera, a cada tendón que deja atrás, buscando alcanzar el cerebro para hacerte saber que algo malo está pasando en una de tus extremidades. Tienes que moverte, al menos tienes que intentarlo. No puedes quedarte tirada en el lodo sin ver qué está pasando. Vamos, muévete, lucha por hacerlo, muévete, puedes hacerlo, no es tan complicado, hasta hace un rato lo podías hacer, pero claro hace un rato no estabas incrustada en barro en medio de una selva… Ese pensamiento te hace detenerte y reflexionar un momento. ¿En una selva? ¿Dónde estabas antes? ¿Cómo has llegado hasta aquí? El dolor sigue martilleando tu pierna que ahora se convulsiona como si reaccionara a pequeños pinchazos con agujas. Te incorporas sobre los codos. Duele, mucho, pero te permite poder verte las piernas y cómo varios insectos te mordisquean la herida sangrante. Son enormes, con afiladas mandíbulas que desgarran pequeñas porciones de piel y carne, llevándose los trozos a sus bocas dentadas, donde van disgregándola meticulosamente. La visión no parece asustarte en absoluto. Miras la escena con extraña pasividad, como si lo que ves fuera algo normal y no fuera necesario interrumpir el proceso.

Los insectos continúan ajenos a ti, acudiendo más y más a la llamada olfativa de la carne fresca y la sangre. Comienzas a respirar más rápido y tu ritmo cardiaco se acelera, tus labios se aprietan, tu frente se arruga y tus brazos se tensan para acabar con lo que está ocurriendo sobre tu cuerpo. Algo se activa en tu cerebro, un chasquido metal que despierta a una neurona que grita desesperada pidiendo ayuda. Una neurona que se ve bañada por un torrente de adrenalina que hace que miles de neuronas se encienden y como un resorte te incorporas por completo, apoyando todo tu peso sobre la pierna izquierda, mientras que con las manos te arrancas los insectos que se espantan por el movimiento brusco de tu cuerpo.

Aplicas fuertes manotazos sobre el malherido muslo, sin importar el dolor, con el objetivo de alejar a las alimañas de seis patas que nadan entre el músculo lacerado. Uno, dos, tres, cuatro, no importa la cantidad, hay que eliminarlos a todos. Los grandes de color oscuro y largas patas, los que reptan lentamente ya ensangrentados, si uno solo de ellos logra anidar, no ya comer de forma momentánea, sino poner sus huevos en la carne el resultado será fatal.

Toda esta acción dura unos segundos, eternos segundos, que acaban de golpe mientras te miras la herida que pierde sangre a cada pulsación. Parece limpia y el orificio es circular, demasiado para tratarse de una perforación común. Aun con los mordiscos que han dejado los insectos todo el conjunto tiene algo de irreal y ajeno a lo que sabes sobre heridas de combate.

Organiza tu mente. Establece prioridades.

La hemorragia es lo primero en la lista. Atajar la pérdida de sangre es primordial y para ello te buscas en el costado tu lazo de la Verdad… la mano izquierda lo busca de forma instintiva pero no está en su sitio. La derecha hace lo mismo con idéntico resultado. No puede ser, nunca habías perdido el lazo, ni en las batallas más duras. Sigues necesitando ese torniquete, algo con lo que poder frenar la pérdida de líquido. Tus ojos buscan entre la maleza hasta fijarse en una liana estrecha que se balancea suavemente ajena al drama que te rodea. Te acercas hasta ella y la intentas arrancar… no se rompe. Tiras de nuevo, con más fuerza, pero la liana no se parte. ¿Qué está pasando? Antes un simple tirón hubiera bastado para arrancar una liana cien veces más gruesa y ahora parece que tu mítica fuerza se ha desvanecido. Y es entonces cuando te percatas de otra cosa. Tus brazaletes tampoco están en tus muñecas.

Notas la sangre caer por la pierna. Miras hacia abajo y ves cómo tu sangre se mezcla con el barro que hay a tus pies. Tu sangre y el barro, el barro y tu sangre. La gran mentira de Zeus y tu madre sobre tu herencia y tu nacimiento. Una historia en la que eras moldeada en arcilla a la que los dioses insuflaban vida. Qué romántico, qué idílico, qué poético… pero todo mentira.

Eres mucho más que simple arcilla moldeada, eres hija de Zeus y de Hipólita, hija de dioses, mujer, guerrera y amazona.

Aunque tus dioses te han abandonado, eres Diana de Themyscira. Eres Wonder Woman y debes empezar a demostrarlo.

Un ruido a la derecha te hace girar con brío la cabeza. Las hojas se mecen suavemente, pero algo las ha desplazado, lo has oído perfectamente. Un susurro, pero perceptible entre el ronroneo del follaje… sin embargo no hay nada más que hojas, flores exóticas y largas lianas que cuelgan desde las copas de los árboles.

Tras varios tirones insistentes y frotar la liana con una pequeña piedra con algo de filo, esta se rompe y te permite hacerte un torniquete en el muslo, justo debajo de la ingle, con el que detener la pérdida de sangre. Introduces un palo para aplicar presión y soltarla a conveniencia y centras tu atención en otros asuntos que has pasado por alto.

Tus armas no están en tu poder. En algún momento las has perdido o te las han quitado. ¿Quién o qué? ¿Tal vez eso que parece acecharte desde las pocas sombras que te rodean? Alguno de esos susurros que parecen reptar a tu alrededor, con movimientos suaves, metódicos, sin alterar el paisaje, como si fueran sombras incorpóreas que esperan el momento perfecto para abalanzarse sobre ti.

Sueltas un instante la presión del torniquete. Esperas unos segundos y vuelves a apretar la liana. El dolor es grande pero la alternativa es mucho peor.

Tus ojos empiezan a enfocar mejor y tu mente parece despejarse. Con la hemorragia controlada puedes pensar y focalizar la situación. Observas la jungla, miras a la derecha y a la izquierda, más como precaución pues sigues sintiendo que alguien te observa, que por mapear el terreno. Un pinchazo en la espalda te informa de que tu torrente sanguíneo ha vuelto a ser invadido por una carga extra de adrenalina.

Sientes miedo.

Ahora comienzas a recordar… La Liga volaba rumbo a una isla de horizonte amarillo. Batman pilotaba el Zorro Volador con la tenacidad que le caracteriza, pues habíais detectado una inusual alteración del campo gravitatorio alrededor de una isla que parecía no está cartografiada. Dejasteis la Atalaya, todos, y pusisteis rumbo a este punto con la intención de investigar qué podría estar generando las anomalías. La mayoría de tus compañeros se encontraban en el interior del vehículo, mientras que tú volabas unos metros por delante junto a Superman y los miembros más recientes del grupo. Todo parecía ir bien, sin que Batman nos informara de nada extraño o anómalo, cuando Flash gritó algo a través de los comunicadores y la nave entró en barrena. Los gritos de Flash de alerta se vieron interrumpidos por la voz sepulcral de Bruce que en medio del caos seguía manteniendo la calma. Os hizo notar algo peculiar en la isla y os señaló una construcción de la misma, sobre una montaña, reluciente, como si fuera nueva, como objetivo para todos nosotros cuando lográramos aterrizar…

Después solamente negrura… y llegó el dolor.

Los recuerdos te son ajenos, extraños, como si pertenecieran a otro y no a ti, Diana. Unos recuerdos que permiten empezar a buscar soluciones a un problema que parece no dejar de complicarse. Llevas tu mano a la oreja para buscar el intercomunicador, pero no parece funcionar. Repites varias veces el nombre en clave de todos tus compañeros, pero no recibes respuesta. Ojalá J´onn estuviera para poder enlazaros telepáticamente… aunque te preguntas, dadas las extrañas características de este escenario, si hubiese supuesto una diferencia o sus poderes hubieran sufrido la misma suerte que los tuyos.

Te apoyas en un árbol y lo intentas empujar para confirmar lo que ya sabes perfectamente: tu fuerza ha desaparecido al igual que tu agilidad, tu rapidez y tu facultad de volar. Estás sin poderes, pero sigues siendo una amazona.

Tienes que empezar a moverte. Al principio cada paso te atraviesa la pierna como una lanza al rojo vivo, pero pronto puedes sobrellevarlo y logras alejarte unos metros de tu posición inicial. El vello de tu nuca se eriza al sentir un escalofrío. Nos sabes si es por la pérdida de sangre o por esa sensación visceral que te dice que alguien continúa merodeando a tu alrededor. Tienes que moverte, tienes que ir al edificio que Batman señaló antes de caer. Los demás pensarán lo mismo y acudirán a ese punto.

Si están vivos.

Comienzas a moverte de nuevo. Un paso, luego otro, cojeando, arrastrando la pierna que está totalmente teñida de rojo. Cada zancada te hace contraer el rostro de dolor. Un millón de agujas te atraviesan el vientre, pero tienes que continuar, sin pausa, evitando dejarte llevar por el pánico. No sabes dónde está esa montaña que señaló Batman y necesitas subir a un sitio elevado para poder orientarse. Solo pensarlo ya te resulta agotador.

Te detienes un instante para recuperar el aliento y eres consciente de que no hay otro ruido a tu alrededor que no sea el de tu propia respiración entrecortada. No se escuchan a los pájaros, ni hay monos saltando entre las copas de los árboles. Todo está salpicado de un silencio sepulcral, frío, acerado, tenebroso, rodeándote lentamente mientras sigue acercándose a ti.

Sudas copiosamente, más por miedo, que por el esfuerzo y la humedad. Tragas saliva con dificultad y notas la garganta seca, árida, ardiente como la fragua de Hefesto. Te duele tragar y te das cuenta de que pronto vas a tener que encontrar agua si quieres sobrevivir.

Tus ojos avistan algo entre la maleza, tus pensamientos se interrumpen y un nudo detiene tu respiración. A lo lejos percibes algo oscuro y humeante que chisporrotea débilmente. Parece de metal, pero sin forma definida y enseguida deduces de que se trata de un trozo del fuselaje del Zorro Volador de Batman. Sin pensarlo te pones de nuevo en marcha con la firme idea de llegar hasta esa porción metálica que se ha convertido en lo más familiar que tienes a tu alrededor. No importa el dolor, ni que cada tres pasos debas detenerte para aflojar el torniquete, el esfuerzo merece la pena o eso te dices muchas veces, porque ese pedazo de acero puede significar que alguno de tus compañeros, de tus amigos, puede estar cerca de ti y necesitar ayuda.

Cuando llegas hasta la pieza descubres que no hay nadie en sus inmediaciones, que se trata de una de las alas, totalmente desgajada del fuselaje central, que ha caído con fuerza entre la maleza y se ha incrustado en el suelo. A su paso ha partido varios árboles y ha abierto un claro en el denso tapiz arbóreo, permitiendo poder ver el cielo de un azul casi nuclear. Uno de los árboles caídos está en ángulo de cuarenta y cinco grados, apoyado sobre otros dos, lo que te puede permitir subir hasta la copa de uno de esos enormes árboles y otear a tu alrededor la posición de la fortaleza sobre la montaña.

Pero una cosa es pensarlo y otra muy distinta hacerlo.

Lo que hubiera sido algo sencillo de estar en plenitud de facultades se convierte en una peregrinación llena de dolor, sudor, lágrimas y sangre. Mantener el equilibrio es una tarea muy exigente y la pierna herida no ayuda a que las cosas sean más fáciles. Minuto a minuto asciendes, no sin sufrir tropezones y amagos de caída, pero es necesario llegar arriba.

Estas a más de veinte metros de altura y continúas notando el vacío a tu alrededor y esa extraña presencia a tu alrededor que continua sus metódicos movimientos de acoso.
Llegas a la copa del árbol, apartas unas ramas, te encaramas y logras sacar la cabeza entre el follaje que se extiende decenas de kilómetros a tu alrededor. Un mar verde de desolada monotonía que aplasta cualquier atisbo de esperanza. Miras en todas direcciones hasta que no muy lejos aparece, entre la bruma que se forma por la acción del sol, la montaña que señaló Bruce.

Ya no es mediodía. El sol ya no está en la misma posición y comienza a descender lentamente. Si se hace de noche antes de lograr llegar a la montaña lo más probable es que mueras. Te llevas las manos a la cabeza desesperada y descubres, con asombro, que tampoco tu tiara esta sobre tu frente.

Te han despojado de tus señas de identidad, de lo que te convierte en Wonder Woman.

Estás herida, sedienta, agotada, perdida en medio de una selva, sin poderes, llena de barro y acosada por una presencia maligna que no parece querer mostrarse todavía.

Desciendes con cuidado. Has de darte prisa. Ya sabes qué dirección tomar y eso implica atravesar ese cenagal, en dirección al único sitio al que puedes ir.

La determinación, el objetivo, se dibuja en tu mente. Has de empezar a andar, dejar atrás a lo que te persigue, sin importar el dolor, la sangre que pierdas o la deshidratación. Eres Diana de Themyscira, puedes hacerlo, puedes lograrlo. No debes sucumbir al miedo, no puedes dejarte llevar por el pánico, ni por la situación. Cada paso es uno menos que te queda para llegar. Eso es lo único que importa. Puede que no tengas tus armas, ni que tampoco tengas poderes, pero eso no es lo que te hace ser Wonder Woman. No se trata de un traje, ni de un escudo, ni del lazo o los brazaletes. Ser Wonder Woman es ser capaz de seguir avanzando a través de la jungla, ignorando la angustia, las ardientes lágrimas, la sangre que escurre fría sobre tu piel. Es seguir avanzando y vencer el miedo, sin mirar tras, sin dejarse vencer, sin desfallecer. Un paso, dos, tres, pasos erráticos que dejan un rastro anómalo en el fango pues la pierna herida está ya completamente entumecida.

Un borboteo a tu espalda te hace reaccionar. El dolor vuelve a recorrerte la pierna pero no te impide echar a correr a través de la ciénaga. Mientras corres con dificultad miras a tu alrededor en busca de cualquier elemento que te pueda servir de ayuda. Es una especie de pantano de aguas estancadas, pero aun tratándose de vegetación terrestre tiene un aspecto extraño, como si alguien hubiese dispuesto la ubicación de cada elemento, no se aprecia la mano de Démeter tras este lugar peculiar.

Notas un aliento a tus espaldas, gélido como el de Ares, mortal como el de Hades y el alma se te congela. La respiración se te corta y te quedas inmóvil unos segundos. No te atreves a mirar atrás por puro instinto. Todo tu cuerpo grita para que continúes, pero tu mente se ha bloqueado, se ha cerrado por completo, y ya no parece querer librarse del yugo que te rodea.

Notas como de tu pelo, ahora sucio y apelmazado, caen gotas de agua embarrada sobre tu espalda y hombros. Eres como una estatua de mármol, rígida en medio de la selva, sin capacidad para nada, sino para esperar. Las gotas de sudor perlan cada centímetro de tu piel, condensándose hasta descender por tu rostro y precipitarse desde la nariz al lodo que hay en tus pies. La gota se estrella como a cámara lenta, muy despacio, perturbando la quietud de lo que te rodea. Tus puños se contraen hasta que tus nudillos se ponen blancos por la fuerza con la que aprietas tus dedos. Sientes como las uñas se te clavan en las palmas de las manos y das la bienvenida a ese dolor que te hace despertar del letargo inducido por el más puro de los miedos.

Reacciona.

Tu mente se activa y los recuerdos se agolpan en tu interior. Una tormenta neuronal se desata y el pasado acude en tu ayuda, sin ser convocado, cabalgando sobre un corcel de poderoso cascos, largas crines y atronadora pisada. Recuerdos de antaño con la Liga y que hoy son tu salvación.

Tiempo atrás te viste ante una situación imposible, en la que una profecía señalaba que la Liga perecería luchando con una antigua bestia. Tal conocimiento podría haberte hecho rendirte fácilmente, pero entonces no hubieras sido fiel a ti misma. Mientras el último de los dragones, la reina Drakul Karfang, asolaba el centro de Europa tras un abrupto despertar, tuviste que tomar una difícil solución.

La profecía del Oráculo de Delfos, el auténtico Oráculo y no los ecos que solían escuchar los adeptos del lugar, indicaba que, sin duda alguna, el dragón sería derrotado cuando la Liga de la Justicia se enfrentase a él, pero las vidas de los héroes sería el precio a pagar. Sabedora del inevitable futuro que aguardaba a tus compañeros tomaste una decisión al respecto. ¿Tú? No, raramente piensas en ti. Tú que eres amor para todos los que te rodean, eres siempre la última persona en la que piensas. Todos tus actos estarían dirigidos por el amor a tus amigos… aunque ellos no quieran.

Uno a uno te enfrentaste a los mayores héroes de la Tierra.

El primero fue el Detective Marciano, a quien sorprendiste con tu lazo y teletransportaste rápidamente a una esfera en el corazón del Vesubio, un lugar idóneo para atrapar a un cambiaformas telépata vulnerable al fuego. En cuanto los demás se percataron de que el enlace telepático había desaparecido se alarmaron. Kyle Rayner, el Green Lantern del Sector 2814 por entonces, fue a la Atalaya a preguntarte por J’onn, pero con una sutil maniobra de despiste le conseguiste quitar el anillo y dejarle inconsciente de un golpe antes de que pudiera hacer nada.

Fuiste al encuentro de Aquaman, que se encontraba en las costas de Sicilia auxiliando a gente que había naufragado. Nuevamente, antes de que él pudiera reaccionar, y habiendo salvado a todos antes, le arrastraste lejos del lugar a toda velocidad. Cuando iba a reaccionar y plantar batalla tú, en un calculado movimiento, lo arrojaste a lo que parecía ser un remolino en el océano, y que era en realidad el monstruo Caribdis, quien no le dejaría escapar con facilidad.

Mientras tu estrategia se completaba, la sombra de Drakul Karfang traía un mar de corrupción y terror a la gente de Suiza. La amenaza del dragón no era únicamente física, sino que también podía romper almas. No era una amenaza más, era una criatura antigua que solamente traía dolor, y justificaba plenamente tu decisión.

Batman y Flash se encontraban en el Amazonas, atrapando a una Hiedra Venenosa que había acudido en una de sus etapas de ecoterrorismo para terminar con la deforestación del lugar. Flash se ocupó del trabajo mientras Batman se tomó unos momentos para investigar tus movimientos de los días previos y cotejarlos con las informaciones que llegaban de Europa y ante las que te había visto comportarte de forma extraña. Pero aún no entendía tus razones porque no sabía lo que el Oráculo había dicho.

EL siguiente en caer sería el propio Flash. Una dríada amiga tuya llamada Althea, le hizo tropezar haciendo crecer una raíz y tú te limitaste a dejarle inconsciente de un golpe. Entonces volviste a la Atalaya sin saber que Batman capturaría a Althea y la obligaría a decirle todo lo que no sabía. Te encontrabas preparando las cápsulas de escape de vuestra base para dejar flotando a Flash y a Green Lantern en el espacio, cuando el Hombre Murciélago hizo acto de presencia con la intención de detenerte.

Argumentó, no sin razón, que la Liga se había enfrentado al mismísimo Darkseid y habíais resultado vencedores… porque estabais unidos. Sin embargo tú estabas asustada, y no sabías cual era la decisión correcta. Solamente sabías que si tú te enfrentabas al dragón, tú morirías, así como la bestia, pero no lo haría ninguno de tus amigos. La Liga de la Justicia moriría, pero sería una Liga de uno.

Mientras colocabas a Bruce en otra cápsula y enviabas a las tres al vacío espacial te lamentabas por el final que tendría tu vida, rodeada de engaños, ruina y muerte. No querías morir, tenías mucho que dar al mundo, pero también sabías lo que tus compañeros podrían si vivían.

El último fue Superman.

Le atacaste por sorpresa, y tuviste ventaja en la pelea hasta que él tuvo ocasión de reaccionar. Con un golpe te derribó, y entonces le explicaste la situación, que no era otra que vuestros compañeros muriendo por falta de oxígeno si no iba a rescatarles. Pero no se trató de un nuevo engaño, le hiciste buscar el dragón con su super-visión y lo que encontró fue fuego. Le explicaste que quien se enfrentase a él moriría, y que no estabas dispuesta a que el mundo le perdiera. Ante la muerte inminente de sus compañeros, Kal no articuló una palabra y te dejó sola para enfrentarte al destino.

Te alzaste ante la reina dragón con la firme intención de terminar con el dolor que estaba causando, pero cometiste el error de hablar con ella. Sus venenosas palabras te hicieron dudar de la profecía, de tu actos y de ti misma, y te dejó atrás mientras continuaba su campaña de terror. Pero su oscuro poder no hizo presa sobre ti demasiado tiempo, te recompusiste y la atacaste con todas tus fuerzas. Pronto viste que no servía de nada: los dragones ocultaban sus corazones en las entrañas de la tierra, y mientras no fuera encontrado y destruido nada la dañaría. De hecho por ese motivo había sobrevivido hasta ahora, porque fue atrapada antes de que nadie pudiera encontrar su corazón hasta que fue despertada.

Urdiste un nuevo engaño por el bien de todos, e hiciste que fuese la propia Drakul Karfang quien te condujera hasta el escondite de su corazón. Pero antes de que pudieras asestar el golpe de gracia volviste a caer en la trampa de su voz, apeló a tu bondad y tu infinito amor, y ella trató de matarte. Falló, y no tendría más oportunidades. Levantó el vuelo con la joya que era su corazón y tú la perseguiste hasta el cielo, donde fuiste envenenada por el aliento de la criatura. Con las últimas fuerzas de tu corazón te lanzaste contra el suyo haciéndolo estallar y el último dragón se esfumó de la faz de la Tierra.

Caíste al mar.

Sin vida alguna.

Superman te sacó del agua y gracias a su determinación y su fuerza logró reanimarte. Moriste, pero volviste a la vida, y ahora te quedaba el reto más difícil, el de volver a verte cara a cara con Kal después de haber traicionado a la Liga de la Justicia. Soportaste sus reproches y su amarga decepción plasmada en duras palabras… hasta que admitió que él hubiera hecho lo mismo. Te pidió que le prometieras que no le volverías a poner en una encrucijada semejante, pero no pudiste hacerlo, le respondiste con la verdad:

“La Liga es mi familia, Superman. Haré lo que deba para protegerla”

El agua se agita. Esta vez no se trata de tu retaguardia, sino que todo a tu alrededor parece hervir a tu alrededor. Haces acopio de todas tus fuerzas y, con tus compañeros en mente, echas a correr a través de una nube de dolor hasta casi perder el sentido. Ignoras los latigazos que recibes en el cuerpo por las lianas que se interponen en tu camino, ignoras las explosiones de dolor, ignoras todo salvo el objetivo y sigues corriendo.

Te detienes un momento, tu respiración agitada, tus manos sobre las rodillas… Has llegado a tu meta, y al hacerlo recibes un inesperado premio. A cada inspiración te sientes más fuerte, a cada expiración más resuelta. Has llegado a tu objetivo, pero ahora que lo tienes delante te das cuenta de que ni es lo que estabas persiguiendo tras los árboles, ni lo que esperabas encontrar. Ahora lo recuerdas todo. Sentir el peso de la tiara sobre tu cabeza te tranquiliza. Te miras las manos y, al hacerlo, admiras los brazaletes forjados por Hefesto de nuevo en su lugar.

Has logrado lo que muchos considerarían como imposible. Ante tu ojos está la fortaleza que Batman señaló como objetivo común. Estás magullada, repleta de cortes, sangre seca, barro, sudor y lágrimas. Tus músculos gritan por el cansancio y el esfuerzo al que los has sometido, pero sientes como tu fuerza va regresando, como el poder vuelve a llenar cada fibra de tu ser. Tus armas vuelven a estar en su sitio, el engaño se ha disipado. Siempre habían estado ahí, pero algo impedía que pudieras acceder a ellas. El misterio sigue revoloteándote y ha llegado el momento de desentrañarlo.

Una leve sonrisa te cosquillea en la comisura de los labios. Eres Diana, Princesa de las Amazonas. Alzas la vista, aprietas con firmeza el Lazo de la Verdad en tu cadera, y das un paso adelante. La Liga te necesita.

Continuará…

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the Kajun
the Kajun
Lector
13 octubre, 2017 9:37

Brutal! que ganas de seguir leyendo!