Nasío pa matá
Antes de The Boys ya había un carnicero llamado John Butcher. Un nativo americano Lakota entrenado por su abuelo shaman y un maestro japonés de artes marciales. Un huérfano movido por la venganza.
La premisa es indudablemente molante, y es que hablamos de un representante de los ochenta más macarras, el escritor Mike Baron. Un guionista de frases cortas, cortantes, de tramas abocetadas que se dejan llevar según los impulsos de sus personajes. Un escritor que ama el mundo fantástico de los superhéroes, pero al que siempre sabe meter una dosis de anécdotas reales que lo anclan al suelo.
En DC, Baron ya había acabado su etapa de Flash y había dejado de mover la mandíbula inconclusa Sonic Disruptors, pero en Marvel aún continuaba su largo run con El Castigador y, por supuesto, seguía guionizando Nexus y Badger (por entonces en First Comics), sus creaciones más preciadas.
En un buen momento creativo como este, decide lanzarse a una miniserie para un personaje nuevo. Acaba de conocer a un dibujante australiano que le ha hecho tilín, Shea Anton Pensa, y le ofrece la oportunidad de co-crearlo. Nuestro editor favorito, Mike Gold, cómo no, les da el visto bueno. Añadamos a la colorista todoterreno Julia Lacquement y la ayuda al diseño de portadas de Paris Cullins.
Portadacas impresionantes, todo sea dicho, que son con diferencia lo mejor de un muy muy verde Pensa, que lastra un thriller fabuloso. Es cierto que en el primer número lo da todo, y salvo cuando lo entinta Gary Kwapisz en el tercero, aguanta como puede el chaparrón. Pero en ese número 3 se le ven unas costuras que no las salva ni el guion más elaborado.
Corramos un tupido velo y volvamos al primer número, uno de manual, entretenido, intenso, presentando a los personajes por sus acciones y que nos deja con muchísimas ganas de más. Empieza ya in medias res en un tren que marcha a través de las rocosas canadienses. En él se encuentran varios de los protagonistas de nuestra historia sin saberlo. Bueno, Butcher sí que sabe lo que se cuece.
El primer eslabón en la cadena de venganza hasta el verdadero asesino de sus padres y ladrón de sus tierras ancestrales se encuentra en un vagón privado. Allí le protege un guardaespaldas descomunal y bien entrenado. Allí ha raptado a una mujer y su hija por el placer de romper la ley… ¡se va a haber un follón que no sabe ni dónde se ha metido!
Efectivamente una acción cruenta se desata para llegar hasta el vagón superando secuaces, sumado a la batalla brutal contra Kam, el monstruo final. Tras él John tendrá tiempo de preguntar quién es el siguiente de la lista, pero el gigante guardaespaldas aún sobrevive para desenganchar el vagón. Butcher salva de una muerte segura a las chicas y se dispone a guiarlas de vuelta a casa desde ninguna parte en mitad de las montañas.
Así acababa el primer número para ir reposando más en el segundo y continuar en los sucesivos por este camino A quemarropa hasta el enemigo en la sombra. Por el camino conocemos al beligerante padre de la familia rescatada, a una serie de colegas de John que le proporcionan refugio y favores, y todos los extraños componentes de esa combinación de negocios y crimen que componen la organización perseguida.
Se mezcla la religión de las primeras naciones, leyendas, simbología. Aparecen viejos amigos entre maestros y colegas, con la aparición sorpresa de Oliver Queen (que nunca es nombrado como Green Arrow, tal como correspondía en la era Grell). Se nos explica por qué robaron las tierras de los Butcher, de donde extrajeron el mineral para un arma definitiva.
La niña va conquistando nuestro corazón, así como la madre hace lo propio con el de John. También nos encandilará Tsunami, el maestro y artista japones. Incluso el marido semicornudo terminará demostrando su valía. Pero el que cada vez nos va gustando más es ese Butcher, héroe arquetípico de los duros más duros ochenteros.
El desenlace a esta tensión in crescendo tendrá lugar en una isla al más puro estilo Bond, donde marido, Queen y Tsunami lo darán todo (algunos más que otros) hasta vencer al poderoso Kam. John, por su parte, se enfrentará Corvus, que se nos ha sido debidamente presentado como el malo malísimo con la parafernalia que merece.
La batalla final tendrá lugar en los cielos, pues Butcher perseguirá a Corvus hasta un reactor, cual Ave de Trueno contra el Conde Nefaria. En un angustioso (por el tamaño de la cabina) clímax, el final será muy diferente al del desgraciado miembro de la Patrulla X. Pues John Butcher consuma de venganza, como era de esperar.
Quizá me he emocionado contando la historia (para variar), pero, aunque el cómic tiene sus carencias, es como decía un thriller apasionante. La falta de virtud viene por su puesto de sus tópicos, la violencia desatada e innecesaria y toda esa serie de personajes exagerados. El acierto de Baron es saberlo, abrazarlo, y hacernos disfrutar con ello.
Me cuesta sin embargo perdonar con tanta facilidad a Pensa. Sus anatomías pasan de lo espectacular a lo antinatural, sus rostros son normalmente deformes, los objetos parecen no tener volumen y los espacios entre figuras no respiran. Pero si lo tomamos desde un exceso algo underground, es cierto que sabe contar la historia y no cabe duda de que deja alguna viñeta memorable.
Este tipo de historias serían tónica en los 90 y como tal supo abrir la década, por lo que el personaje tendría un par de oportunidades más. Siempre irremediablemente unido a sus dos creadores y ninguna catada en nuestro país. Primero en un relato en prosa ilustrado, como complemento de un par de números de Ms. Tree Quarterly y después como la miniserie que relanzó un segundo volumen de The Brave and the Bold, para la que se acompañaría de nuevo de Green Arrow y de Question.
Baron siempre ha mantenido un buen nivel como guionista, especialmente con Nexus, al que aún hoy sigue guionizando en ocasiones. Sin embargo Pensa pasó de mal a peor y nunca supo encontrar el tono adecuado, como ROB pero sin su éxito.
Zinco nos regaló esta miniserie en 1991, un año después de su publicación en EEUU, y no la hemos vuelto a ver publicada. Acompañada como debe ser de profusos artículos sobre la misma, sobre el dibujante y sobre Baron, escogiendo textos de entrevistas que no tienen desperdicio. Ay, aquellos tiempos…
Lo mejor
• Un thriller ochentero de los güenos, güenos
Lo peor
• Pensa, luego existe