los dioses no se preocupan por nosotros.
Como señalan Giovanni Reale y Dario Antiseri (a cuya obra en tres volúmenes Historia del pensamiento filosófico y científico debo todos los apuntes filosóficos de este artículo), “hay pocos acontecimientos históricos que señalen de un modo tan emblemático el fin de una época y el comienzo de otra como la gran expedición de Alejandro Magno (334-323 a.C)”.
Para el mundo griego (y para el Mediterráneo en general; recordemos que Roma ya estaba pujando con fuerza por la hegemonía), las conquistas de Alejandro vinieron a significar algo así como la demostración de que la polis ya no era un sistema de organización social adecuado. Y no se trataba de un tema menor.
Un “ciudadano” griego se definía por, para y en su relación con la polis. En sentido contrario sucedía exactamente lo mismo. Uno era “esclavo” o “liberto” o “extranjero” o “bárbaro” en función de su relación con la polis. Sin la polis (en un sentido amplio, comprendiendo sus instituciones y clases) no existían clasificaciones racionales que permitieran explicar el mundo.
Sin polis, no había nada. Por tanto, no es de extrañar que los griegos de esa época sufrieran una gran inestabilidad psicológica y que desterraran, por considerarlas anticuadas incluso si su creación se encontraba muy cercana en el tiempo, las escuelas de pensamiento de Platón y Aristóteles. En este contexto, surgieron las nuevas escuelas de pensamiento que suelen agruparse (a pesar de su diversidad) bajo la etiqueta genérica de “filosofía helenística”.
La primera de las escuelas helenísticas fue el epicureísmo, fundada en Atenas en torno al final del siglo IV a.C (seguramente en el 307 o 306 a.C). Como habréis imaginado, el nombre de esta corriente de pensamiento debe su nombre a Epicuro, su creador.
Mientras que la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles tenían sus instalaciones en gimnasios (elemento distintivo de la polis), la escuela de Epicuro tenía su base en un jardín. Esto ya era bastante revolucionario de por sí (a los seguidores de Epicuro se les conocía como “filósofos del jardín”), pero no era nada comparado con el giro materialista (con respecto al idealismo platónico) de la filosofía epicúrea.
Para Epicuro y sus seguidores, la única fuente fiable de conocimiento sobre la realidad era la sensación. Más concretamente, el placer, aunque distaban mucho de ser hedonistas, puesto que consideraban que este placer debía estar controlado por la razón.
Como señalan Reale y Antiseri: “Epicuro comprendió a la perfección que, en mucha mayor medida que los gozos o sufrimientos del cuerpo -circunscritos en el tiempo– tienen importancia los gozos interiores y los movimientos de la psique que acompañan a aquellos y que duran mucho más. El verdadero placer para Epicuro consiste en la ausencia de dolor en el cuerpo (aponía) y la carencia de perturbación en el alma (ataraxia)”.
Tras esta no demasiado breve introducción, pasemos a considerar porque los filósofos helenísticos son, el mundo contemporáneo y fuera de la academia, mucho más apreciados que, por ejemplo, Platón o Aristóteles.
También nuestra época es una época de grandes cambios y convulsiones. El hombre contemporáneo ya no cree (o ya no puede creer, o se le ha impedido creer) en los grandes relatos clásicos: bien, progreso, civilización, religión, cultura. Pero, para bien y sobre todo para mal, el ser humano necesita un ancla para no naufragar en las corrientes del tiempo.
El mercado se apresura a suplir esta carencia. En los anaqueles de las librerías resulta fácil encontrar libros con títulos como «El pequeño libro del estoicismo”, “Mi cuaderno estoico”, “Invicto: logra más, sufre menos”, “El arte del bien vivir”, etc, etc. Dejando de lado la calidad de estos libros (o su fidelidad a doctrinas de la antigüedad, discutible en el mejor de los casos), las Meditaciones de Marco Aurelio suelen figurar en los primeros puestos de los rankings de ventas. Una prueba de que el verdadero conocimiento helenístico sigue estando vigente en el mundo moderno.
Epicuro el sabio es otra prueba.
Entre los aficionados DC, William Messner-Loebs es conocido por su etapa pre-Waid en Flash y su polémica época (¡a mí me gusta!) en Wonder Woman junto a Mike Deodato Jr. Junto a este último trabajaría para la Marvel en la colección de Thor. También sería co-guionista junto a Dan Barry de esa joya titulada Indiana Jones y las llaves de Atlantis (Dark Horse).
Curiosamente, en España no hemos visto publicadas sus mejores obras (con la excepción de sus colaboraciones con Sam Kieth). Por Jonny Quest y Jezebel Jade (Comico), Messner-Loebs recibió dos nominaciones al Eisner. Unos años antes, Messner-Loebs escribió y dibujó (originalmente como complemento de Cerebus en Aardvark-Vanaheim), Journey: The Adventures of Wolverine MacAlistaire, obra por la que fue nominado en dos ocasiones al premio Kirby.
Seguramente el nombre de Sam Kieth tenga más peso entre los aficionados de Vertigo, por su particular universo visual y por ser el dibujante de las primeras entregas de The Sandman. Su obra cumbre es The Maxx, serie de Image donde trabajaría con guionistas de la talla de William Messner-Loebs o Alan Moore.
Para DC, Kieth ha trabajado en varias miniseries relacionadas con Batman. En A través del espejo colaboró con el guionista Bruce Jones y en Batman/Lobo junto a Alan Grant, mientras que Asilo Arkham: Locura lleva su firma en el guion y el dibujo. En el apartado independiente, Sam Kieth ilustró la mítica Aliens: Guerra contra la Tierra (Dark Horse) y recientemente ha trabajado con John Layman en Eleanor & The Egret (Aftershock).
Epicuro el sabio se publicó originalmente dividido en dos partes (Visitando el Hades, 1989, y Los muchos amores de Zeus, 1991) bajó el amparo de Piranha Prees, sello de DC considerado una especie de precursor de Vertigo. Entre 1989 y 1994, Piranha publicó obras tan importantes como Por qué odio Saturno, de Kyle Baker o Avance Rápido, una antología con maravillosas historias de Grant Morrison y Dave McKean (la excepcional Un vaso de agua), Kyle Baker o el propio Messner-Loebs.En España solo hemos podido disfrutar de una edición de Epicuro el sabio. La añorada Zinco publicó la primera parte en 1991 y la segunda en 1993, en dos libros en rústica de 48 páginas.
En el protagonismo de Epicuro encontramos una primera licencia artística por parte de Messner-Loebs. Epicuro, en realidad, no pudo conocer la época de hegemonía ateniense en la que ambienta la historia porque nació sesenta años después de la destrucción de la Liga de Delos (470 a.C – 404 a.C). De hecho, en tiempos de la fundación de la escuela epicúrea la Liga había tenido tiempo de renacer y volver a ser destruida por Filipo, el padre de Alejandro Magno.
Pero poco importa la fidelidad histórica en el guion. Al fin y al cabo, los dioses de la mitología pululan por estas viñetas.
No obstante, Messner-Loebs no podría dejar de la lado la fidelidad histórica si no conociera muy bien la historia y la filosofía de la época. Epicuro el sabio presenta una visión desmitificadora, iconoclasta y muy particular de la Atenas considerada clásica (en realidad, la Liga de Delos fue una etapa de gran decadencia, y así la representan los autores).
Platón es un pobre idiota que busca desesperadamente la aprobación de Sócrates, presentado como un odioso corruptor de la juventud y el auténtico enemigo del pensamiento libre. Seguramente Messner-Loebs siga a Nietzsche en esta descripción tan ácida y tan real. Como señala Michael Onfray en su Contrahistoria de la Filosofía, el verdadero peligro para la filosofía estaba en el totalitarismo racional de Sócrates y no en la flexibilidad moral de los sofistas.
Es decir que, a su manera, Messner-Loebs y Sam Kieth enmiendan el gran malentendido histórico que nos presenta a Sócrates-Platón-Aristóteles como los padres de la filosofía, cuando en realidad representan un paréntesis reduccionista y de talante sintético en la historia del pensamiento. De donde viene ese malentendido histórico, es otra cuestión.
Epicuro llega a Atenas y se ve involucrado en las disputas entre la diosa de la agricultura Deméter y Hades. Este último ha raptado a Perséfone, provocando la tristeza de su madre Deméter y las malas cosechas.
La peripecia tiene buen fin, pero es lo que Epicuro encuentra al volver a la superficie lo que ilustra la tesis de Messner-Loebs sobre la pretensión totalizadora del racionalismo.
Sócrates y sus discípulos están en un campo donde vuelve a crecer la hierba. “¿Qué significa esto” pregunta Sócrates, a lo que sus discípulos responden: “¡La vida no tiene sentido!”, “¡No, es la filosofía la que no tiene sentido!”, “¡Significa que Sócrates es el filósofo más grande de todos los tiempos”.
La segunda parte de Epicuro el sabio repite el esquema argumental de la primera. Nuestro filósofo debe solventar un problema relacionado con los dioses (en este caso, los devaneos amorosos de Zeus) y en su camino se cruzará con viejos amigos (Sócrates, Platón, Aristóteles, Alejandro) y nuevos conocidos (Esopo, los pitagóricos en un gag filosófico para el recuerdo).
Visitando el Hades termina con Epicuro siendo rechazado por la comunidad de filósofos, a pesar de su éxito al rescatar a Perséfone. ¿El motivo? Su pretensión de instruir a mujeres. Esto, y el leitmotiv argumental de los raptos de Zeus en la segunda parte, entronca con un tema polémico: el papel de la mujer en la antigua Grecia, un asunto que Messner-Loebs demuestra conocer muy bien.
Concebido como un retiro para amigos afines, el jardín de Epicuro (a diferencia de la Academia o el Liceo) no hacía distinciones entre sus miembros, y aceptaba a personas de toda clase y condición, incluidos mendigos, delincuentes, esclavos y mujeres. Esto último resultaba especialmente escandaloso en Atenas, donde las mujeres no eran consideradas ciudadanas. Por el contrario, en Esparta las mujeres gozaban de un estatus social mucho más elevado (se tenía en consideración su “elevado destino”: dar a luz a guerreros espartanos).
Las espartanas (y así lo recogía la legislación de Licurgo) aprendían lectura y música (si formaban parte de la élite doria, claro), recibían instrucción militar y en su vida adulta se dedicaban a tareas logísticas y de gobierno. Así pues, no es de extrañar que en el cómic una de las alumnas de Epicuro sea espartana.
Pero por muy bueno que sea el guion de Messner-Loebs, es el dibujo de Sam Kieth (aupado a la estratosfera por el color de Steve Oliff) lo que convierte a Epicuro el sabio en una obra tan particular y de tanta calidad.
Kieth posee un estilo muy cartoon, muy de dibujos animados, complementado con texturas que aportan riqueza y tridimensionalidad. Y sus diseños son asombrosos. Su visión de la antigua Grecia es, sencillamente, única.
Particularmente, siempre he encontrado muy interesante la manera en la que Sam Kieth dibuja al género femenino: sus mujeres desprenden sensualidad y erotismo, pero Kieth no renuncia a trazar también melancolía y poesía (algo que se muy bien en The Maxx). No deja de ser curioso, teniendo en cuenta su estilo tan proclive a la caricatura.
Epicuro el sabio trata otros temas fundamentales para entender la vida y el pensamiento del filósofo: su deuda atomista con Demócrito (otro gag para el recuerdo), su rechazo a la política y su desprecio hacia la religión institucional. Pero sería demasiado aburrido tratarlos todos. Simplemente añadiré dos consideraciones finales.
En primer lugar, es una pena que esta obra no tuviera continuidad y un final cerrado más allá de su estructura episódica. Un relato corto (Cabalgando el sol, centrado en Faeton) se publicó en el número 3 de Avance Rápido, y nunca lo hemos visto en España. Un tercer álbum (Los chicos de Helena, sobre la guerra de Troya) quedó en el limbo con el cierre de Piranha Press en 1994. Wildstorm lo incluyó en un integral en el año 2003. Norma Cómics recogió todo este material en un único volumen editado en 2009.
En segundo lugar, Epicuro el sabio tiene un lugar en el Olimpo junto a Logicomix o Cómics Existenciales. Es una lectura imprescindible para todos aquellos amantes del cómic y la filosofía, o para aquellos (como yo) que disfrutan del híbrido resultante entre arte y pensamiento
Lo mejor
• Una visión única de la filosofía clásica.
• El dibujo de Sam Kieth.
Lo peor
• Es una obra sin un final propiamente dicho.
• Probablemente nunca volvamos a ver una edición de esta obra en España.
Epicuro el sabio.
Guion. - 9
Dibujo - 9.5
Interés. - 10
9.5
Obra maestra.
Un cómic único, indispensable para los amantes de Grecia clásica.
Y llegó!! Gracias, estaba entre esas propuestas viejunas a reseñar. Yo lo propuse pero no lo leí todavía, justamente porqué de aquella época me causaba mucha curiosidad en las contratapas (con esa viñeta en Hades), lo pispeé en internet y pensaba leerlo si lo conseguía, pero parece de en serio inconseguible, al igual que Avance Rápido (que salieron un tomito rojo y otro verde. Si lei la del vaso de agua, debe ser lo más terrible y triste que escribió Morrison en su vida). Respecto de la reseña, excelente, como siempre le dan el contexto histórico-filosófico ideal para disfrutarlo, felicitaciones.
¡Muchas gracias por el comentario, Dr. Kadok!
La verdad es que estos textos, tan largos y que requieren de tanta documentación, solo tienen sentido si vosotros los lectores los disfrutáis.
Y si, este cómic y los dos tomitos de Avance Rápido son inencontrables. La edición de Zinco de Epicuro la encontré en El Coleccionista, en Madrid. Y Avance Rápido, bueno, cuando prescriba lo contaré 🙂
¡Un abrazo!