El rumor de la escarcha

 

Edición original/ España: El rumor de la escarcha (Planeta DeAgostini, 2002).
Guión: Jorge Zentner.
Dibujo: Lorenzo Mattotti.
Color: Lorenzo Mattotti.
Formato: Álbum rústica 118 págs.
Precio: 10’95€.

 

El rumor de la escarcha reúne a dos pesos pesados de la historieta mundial, el argentino Jorge Zentner y el italiano Lorenzo Mattotti, dos nombres que no deberían necesitar de presentación alguna entre el aficionado gracias a trabajos como Las aventuras de Dieter Lumpen, Tabú o El silencio de Malka (en el caso del primero) y Fuegos, Estigmas, Doctor Jekyll y Mister Hyde o Cartas de una época remota (en el caso del segundo). Su encuentro presagiaba algo excitante, fuera de lo común… y así ha sido tanto en el presente álbum, publicado por Planeta DeAgostini en 2002, como en el posterior Caboto (Glénat, 2004), sobre el histórico explorador veneciano.

Sinopsis: “Un hombre deja a su novia por un vértigo invencible a la sola mención de la paternidad. Un año después, una breve carta de ella le hará replantearse la situación y emprender un complicado viaje en su busca al remoto pueblo de Coerzi.”

El rumor de la escarcha apuesta por el célebre adaggio de que lo importante del viaje es el camino y no el destino, pues el trayecto cambia al viajero, que ya no será más el mismo que partió. Esta idea late desde la primera página. A fin de cuentas, Zentner opta por el monólogo interior como eje narrativo, lo que permite apreciar desde una posición de privilegio las zozobras del protagonista, Samuel, un hombre indeciso, invadido de miedos que aleja de él a Alice -la mujer que no puede olvidar- y que en su incertidumbre finisecular podría emparentar con el Timothy Hole de Un pequeño asesinato, de Moore y Zárate. Una prosa la de Zentner -hay que decirlo- rica, poética, un punto obsesiva en algunos tramos, de floridas imágenes, un tour de force entre lo cotidiano y lo hermético (nunca lo banal) que parece el contrapunto en sílabas a la hermosísima labor pictórica de Mattotti, en su registro más conocido entre la llama del color y esas formas líquidas inimitables. La asombrosa compenetración entre ambos deja para el recuerdo tanto frases (“Mis ojos tuvieron que aprender nuevamente a dibujar y a pintar el mundo. Tuvieron que reinventar los árboles, los animales, el cielo, la imaginación de los hombres. Mis ojos pronto se acostumbraron otra vez al privilegio de bajar los párpados, y crear la noche a cualquier hora.”; págs. 41 y 42) como imágenes (Los cuervos devorando a pedazos el cuerpo de Samuel; pág.55).

En un primer vistazo, la obra luce una sencillez técnica radical: cada página contiene dos viñetas, cada viñeta encabezada por una caja de texto donde se despliega el soliloquio antedicho. Sin embargo, como ya viéramos aquí mismo en otras obras del autor (como la magistral Cartas de una época remota), cada plano, estudiado al detalle, apabulla por su perfección. Es, al tiempo, engranaje de la historia, es decir, eslabón narrativo, y unidad significativa cuasi autónoma, en cuanto puede contemplarse y absorberse como un cuadro de excepcional fuerza plástica. La pareja logra que la historia, una trama que aprovecha con acierto sus meandros, fluya ante el lector con una cadencia arrulladora, con una envolvente humanidad no exenta de fantasías y contradicciones.

Articulado en cinco capítulos y un epílogo, entre las 10 y las 20 páginas, El rumor de la escarcha (el significado del título no se revelará hasta la última viñeta) hipnotiza en cada uno de sus ingredientes, incluido un surrealismo de cuento popular que lo acerca a la sensibilidad de un David B (Epiléptico, El jardín armado), trazos orientales incluidos. Una historieta adulta en la única acepción honesta de este vocablo: sus temas (la inseguridad del yo, la fragilidad de los afectos, la difícil relación con el padre, etc.) solo pueden ser comprendidos verdaderamente desde la reflexión de la experiencia.