Los gustos respecto a los cómics y las cosas en las que nos fijamos o podemos exigir puede variar mucho. Una persona puede buscar una cosa completamente distinta a otra. Incluso con dos personas que tienen gustos, aparentemente, similares. O, incluso, una misma persona puede cambiar completamente de expectativas y de gustos dependiendo de las circunstancias temporales y vitales en las que nos veamos sumidos.
Con lo que es complicado que lo que te pudo satisfacer cuando tenías 10 sea lo mismo que lo haga cuando tienes 15 o lo que lo hace cuando tienes 25 años. O, al menos, así debería ser. Porque no hay nada más volátil e impredecible que los subjetivos gustos de un consumidor que vive en un mundo que parece puesto de speed y, como consecuencia, tiene una capacidad de atención menguante.
¿A dónde quiero llegar? Pues que es complicado experimentar algo remotamente parecido cogiendo una obra a lo que sentías cuando te aproximaste a ella por primera vez. Y que tu percepción de las cosas cuando tienes otra edad o contexto, varía.
Y, sin embargo, sensación extraña me dio mientras me leía Sección Cero. Y, después de leerlo, reflexioné y me dejó cierto poso. ¿Cómo es posible que sienta algo similar que cuando leía siendo pequeño un cómic aventurero de Jack Kirby y o de John Byrne? La respuesta, probablemente, se deba a que los autores también fueron lectores de dichos cómics.
Sección Cero, además, considero que es un cómic lo suficientemente inteligente como para saber conjugar con mayor maestría que muchas obras populares que nos llegan, el saber ser referenciales, sin sacrificar el hecho de tener una entidad propia como prioridad.
Prueba del empeño personal de que este retorno de la serie que nació hace ya varios lustros en la difunta Gorilla Comics (interesante que esta obra naciese en el contexto de los excesivos noventa, como una especie de antídoto y recordatorio de otras eras. Y más teniendo en cuenta que proviene de unos autores que formaron parte de esa ola), es que se realizó con paciencia hasta lograr apoyos suficientes a través de Kickstarter, lo cual les ha dado posibilidades económicas para lanzar una obra de la que pudieran estar creativamente satisfechos. Y es motivo de regocijo de que esta industria sea tan amplia que todavía siga siendo posible publicar obras como esta.
Leyendo este tomo, ha apelado a mi faceta de guionista constantemente, al ver la concentración de tramas y la cantidad de peripecias que caben en un mismo número. Se trata de un storytelling que es imposible ver en cualquiera de las viñetas que se publican mes a mes a día de hoy.
Además de que, cuando uno lo lee, tiene la sensación de encontrarse ante una unidad argumental y temática planteada dentro de una narración seriada limitada. Eso es una rara avis al tratarse del cómic del que se trata. Y, además, deja al lector siendo consciente de que le están tratando como un ser inteligente. Aunque, tal vez, ello quede algo contrarrestado con un exceso de diálogo, también propio de cómics hechos a la vieja escuela.
Llamar clásico a un modo de hacer cómics fue en su día revolucionario, me parece una muestra de miopía. Pero esto es lo que se debería esperar de los cómics de superhéroes y de aventuras en el sentido más purista de esos “géneros”. No tiene mayor pretensión que la de ser un entretenimiento, pero si ponemos la lupa, se plantean una serie de temas de cierta hondura que se mueven entre lo naïf sin caer en lo cursi y lo lamentable, sin llegar a convertir esto en una tragedia. Tenemos distintos tipos de heroísmos, pero todos con pies de barro y sus debilidades y malas decisiones.
Precisamente es curioso este equilibrio que se logra en una obra, en principio, blanca. No busca hacer ningún comentario sociopolítico, pero sí que se pueden apreciar ciertos aspectos de ello. Al fin y al cabo, se trata de una obra protagonizada por una organización de la ONU que no existe dedicada a investigar lo desconocido. Hay pinceladas, a pesar de que no es lo central. Pero están muy bien dadas y enriquecen el todo.
Es de esas obras creada a varias manos, pero que cuesta distinguir cual es cual. Las ideas tanto de Kessel como Grummett están patentes en todas las partes del proceso y está hecha con una aparente humildad y química creativa. Kessel aporta mucha caracterización definida a unos personajes que van mucho más allá de los clichés que se pueden esperar en una serie grupal, a la vez que rompe sorprende con sus elipsis y experimenta, inteligentemente, con los recursos temporales (a tener en cuenta del salto de publicación entre la publicación original y esta), mientras que Grummett vuelve a mostrar porque es uno de esos dibujantes artesanales que son efectivos para todo tipo de contenido. No me gusta señalar cuáles son los mejores o peores trabajos de nadie, pero lo que se puede afirmar es que el dibujante lanza una pieza que ya quisieran muchos dibujantes en su haber.
La edición de Dolmen no solo recupera los seis números y un interludio metalingüístico que, al menos para servidor, es la parte que más ha disfrutado, de los que constan este retorno, si no que vienen aderezados de una serie de extras que explican desde el génesis hasta algunos consejos para lograr un Kickstarter exitoso o una jugosa introducción de Kurt Busiek. Sin duda, se trata de una edición muy mimada que vale la pena lucir en una estantería.
Sección Cero es una obra que si hay que definirlo de algún modo sería profundamente cariñosa, respetuosa y honesta. No me cuesta imaginar a los niños lectores fascinados ante determinadas viñetas y soñando con hacer algo parecido algún día. Y a veces, con eso, basta y sobra.
Guión - 7
Dibujo - 8
Interés - 8.5
7.8
Una muestra de lo que los cómics fueron y ya no son pero pueden seguir siendo.
Esta cae sí o sí. Menudo dibujazo el de Grummett. Y de Kesel también me fio.