Secreto

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Edición original: Secret #1-7 (Image, 2014).
Edición nacional/ España: Secreto (Planeta, 2015).
Guión: Jonathan Hickman.
Dibujo: Ryan Bodenheim.
Color: Michael Garland.
Formato: tomo rústica 192 págs.
Precio: 18’95€.

 

Un nombre conjuramos todos al oír la palabra «espía». Un nombre que representa el paradigma de la acción y la aventura: James Bond, 007, con licencia para matar, según los registros del MI6. Creado por Ian Fleming en 1952 para la novela Casino Royale, el agente secreto más famoso del mundo, cruel paradoja para un miembro de los servicios de inteligencia, aglutina una ristra de seductoras fantasías de poder (coches rápidos, mujeres hermosas, juegos de azar, emplazamientos de lujo, etc.), pero, intuitivamente, percibimos que este oropel es falso. Un espía, uno de verdad, no es un superhéroe. Si EE.UU. quiere matar a Bin Laden en su oculto refugio de Abbottabad (Pakistán) no manda a un agente secreto, sino a un comando militar de operaciones especiales. La labor del espía es callada, discreta, normalmente tranquila, incluso perezosa y rutinaria. Las agencias de inteligencia no reclutan superhombres sino tipos corrientes, simpáticos, observadores, que no llamen la atención sobre sí mismos. Poco debe de extrañar que la CIA se pasee por las universidades norteamericanas o que en sus últimas campañas el MI6 se interese por las amas de casa. Esta labor a pie de calle, esta infiltración solitaria, alejada del glamour, también tiene sus representantes ilustres, con el George Smiley de John le Carré -presentado en Llamada para el muerto (1961)- entre los más celebrados.

El espionaje se ha revestido de encanto, justicia y sex apeal, pero es, casi siempre, un negocio sucio, incluso cuando sale bien. La confidencialidad es la madre de todas las corrupciones, el sumidero de todas las lealtades. Confidencialidad e impunidad van cogidas de la mano. En Secreto, escrita por Jonathan Hickman e ilustrada por Ryan Bodenheim, no hay buenas personas. No hay un Cary Grant confundido con un inexistente George Kaplan en Con la muerte en los talones (1959), el clásico de Alfred Hitchcock. No hay un tranquilo Robert Redford que ha salido a buscar un café providencial en Los tres días del cóndor (Sidney Pollack, 1975). El espía vive al límite, sí, pero no del precipicio sino de la moralidad. A la sombra de grandes causas se cometen las mayores atrocidades. En Secreto nadie es inocente del todo. Nadie puede serlo rodeado de engaños, traiciones, codicia y fiambres.

Esto es lo que nos propone Hickman: Secreto hurga esas trampas, recela de las coartadas comunes, escudriña esos juegos diabólicos en donde los envites son vidas humanas. Con el moderno revoltijo tecnológico de fondo, estos espías trajeados como yuppies de Wall Street mueren y matan en la imprecisión ideológica del nuevo capitalismo. Es difícil alabar los puntos fuertes de Secreto sin destripar su enfoque o sus giros argumentales, donde radican su originalidad y su atractivo. En lo superficial poco se distancia de los tópicos de la ficción de espías que, a fin de cuentas, es lo que se busca: oscuros intereses, traición, tipos duros moralmente ambiguos, violencia y poder, etc. Pero Hickman, en su interés por desviarse del canon, adopta soluciones curiosas: por ejemplo, que los hermanos protagonistas tengan lazos de sangre con la mafia rusa; o que la pareja de espías esté en trámites de divorcio.

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Hickman, conocido por el gran público por Los proyectos Manhattan y sus colaboraciones para Marvel Comics (Vengadores, Secret Wars), posee un estilo frío, cerebral, desapegado, casi mecánico en la disposición de las piezas. En Secreto brilla, sobre todo, en el hallazgo formal que suponen los prólogos de cada capítulo, a la manera de las introducciones antes de créditos de las series de tv, estilo Expediente-X y otras. Menos logradas están las caracterizaciones de los personajes. Contagiados de esa “frialdad” calculadora, resultan poco cercanos y empáticos. El lector se encuentra ante una partida de ajedrez donde se celebran las jugadas pero queda aislado el sentimiento.

Ryan Bodenheim y Michael Garland acompañan el sobrio guion de Hickman con un dibujo detallado y eficaz, el primero, y unos colores atmosféricos, con abundancia de grises y tonos ocres, el segundo. Parece sugerir el apartado gráfico que en esta reunión de agencias secretas e intereses inconfesables todo es apagado y gris, salvo la muerte, repentina, que se apodera de la página en un destello de balas y sangre. Bodenheim aqueja ese mal común de los rostros demasiado similares, con una deformación del gesto hermana de la de Todd MacFarlane, el creador de Spawn.

Hay poca acción en Secreto. En contrapartida, los personajes reflexionan con diálogos lúcidos sobre la gran farsa de los autoproclamados salvapatrias. “Resulta que la corrupción era infinitamente más provechosa que las actividades clandestinas”, ironiza un moscovita converso al capitalismo tras la caída del muro en 1989. Se suman los autores al interés creciente estos días por la figura del espía, revitalizado en tebeos como Queen & Country, Velvet o el resurgir de James Bond de la mano de Warren Ellis.

Una vez Hickman ha desvelado sus cartas parece tener prisa por acabar, alentando esa leyenda de que es más un escritor de planteamientos afortunados que de desenlaces emocionantes. Tras este arco, la serie podría seguir, si lo desean sus creadores (que, por ahora, no parecen estar por la labor), pero, en cualquier caso, Secreto puede degustarse autónomamente como lo que es ya: una visión descarnada -no del todo novedosa- del espionaje en el siglo XXI.

  Edición original: Secret #1-7 (Image, 2014). Edición nacional/ España: Secreto (Planeta, 2015). Guión: Jonathan Hickman. Dibujo: Ryan Bodenheim. Color: Michael Garland. Formato: tomo rústica 192 págs. Precio: 18'95€.   Un nombre conjuramos todos al oír la palabra "espía". Un nombre que representa el paradigma de la acción y la…
Guion - 7
Dibujo - 7
Interés - 7

7

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frankchalmers
frankchalmers
Lector
28 julio, 2015 17:59

¡Gracias por la reseña!