Edición original: Shōto Puroguramu (Shogakukan, 1988).
Edición nacional/ España: Short Program (Otakuland, 2004).
Autor: Mitsuru Adachi.
Color: B/N.
Formato: Dos tomos 290 págs.
Precio: 10€ c/u.
Me gustan las historias cortas. Disfruto con esos relatos concisos que lo dan todo en unas pocas páginas, con sus caracterizaciones sobre la marcha, sus dramas concentrados y sus finales sorprendentes o evocadores. Demandan una técnica depurada, precisa, sin apenas margen para el error, que obliga al autor a una planificación milimétrica. Una labor de orfebrería donde se fracasa o se triunfa, y no es casualidad que los grandes creadores, de Eisner a Moore, pasando por Tezuka, Moebius o Carlos Giménez hayan sido, en un momento u otro de sus carreras, cultivadores de este exigente formato.
Mitsuru Adachi, nacido en Gunma (Japón) en 1952, es uno de esos maestros del cómic que merecerían mejor suerte en nuestro país. El autor de Bateadores, Alegre Juventud o Q&A posee una sensibilidad inconfundible para el retrato juvenil, basado en la observación certera, el costumbrismo amable y la perspicacia para desentrañar las razones del corazón. Su estilo podría definirse con una sola palabra: sugerencia. Y aquí debemos desprender el vocablo de las connotaciones eróticas con que el uso indiscriminado y habitualmente tendencioso lo ha ido vistiendo y aplicarlo con miras más amplias y abarcantes. Me refiero a la sugerencia que tiene en la poesía y la elipsis, pero también en el apunte de un gesto o un paisaje, sus más preciadas armas.
En Short Program Adachi despliega su pericia técnica y su vocación humanista para tallar delicadas gemas de lo cotidiano, como esa reunión de viejos alumnos donde han quedado flecos por resolver (Años después), ese viaje con parada inesperada (Me bajé antes de mi destino final) o esa sacudida que es capaz de unir a dos personas (Terremoto en grado 4, auténtico juguete de precisión… ¡en cuatro páginas!). Colindantes con el slice of life, su vocación de pequeñas fábulas las exime de vicios personalistas y localistas para aspirar a un alcance universal. A menudo parten de una anécdota nimia (como ese encuentro, diario y efímero, en En el cruce), pero no se excluyen coqueteos con el policíaco (Antes de que llegue la primavera y Marcaje a Wakaba, las dos historias sobre la agencia de detectives Moriyama), el sketch humorístico (5X4P) e incluso la ciencia ficción (¡Hay que machacar a la estrella!). No obstante, el primer amor, con su carga de inocencia y esperanza, es el eje sobre el que pivota la mayoría de los relatos. Adachi exprime todas las posibilidades y nos gana cada vez redimiendo los cuatro tópicos del género (incluidos los creados por él en Bateadores) con destellos encantadores como los paralelismos entre un lunar y una cicatriz (y una araña y una mariposa) urdidos para la citada Me bajé antes de mi destino final, ese juego de sombras que descubre la imitación del amado (Marcaje a Wakaba) o el teléfono que suena dos veces a la medianoche (Spring Call).
Adachi obtiene resultados óptimos con desarmante sencillez. La expresividad de su trazo y la inteligencia de su puesta en escena le permiten prescindir de las palabras en los momentos clave, exigiendo al lector que reúna las pistas y las interprete. Podría pensarse que es una complicación innecesaria (ya sabéis lo que decía el cineasta Billy Wilder de “no sobreestimar la inteligencia del espectador”), pero es la base de su fuerza y de su encanto, el toque Adachi, capaz de superar obstáculos relativamente graves como que sus protagonistas masculinos tengan todos la misma cara o que sus personajes femeninos dependan de peinados e indumentarias para distinguirse (este problema se ve singularmente concretado en Murasaki, donde el autor recurre a una reata de viragos sólo identificables como féminas por vestir falda, en contraposición a la bella muchachita habitual). Curiosamente, el autor fue elegido en 2011 como el mejor dibujante masculino de chicas por los lectores del portal japonés Goo.
Como en toda compilación, hay historias mejores que otras. Varias se caracterizan por su desenfado: el autor rompe la “cuarta pared” o bromea sobre la profesión (hilarante el cartel que reza “Cuidaos de las calles oscuras y los editores de manga”). Dos o tres no desmerecerían en cualquier antología de “lo mejor del manga” o similar. Aún cuando el género en que se mueve (el romance juvenil) reduce la capacidad de sorpresa, Adachi se guarda siempre un triunfo con que distinguir su ficción y evitar el amaneramiento, ayudado por su estilo de marcado corte clásico. Cuando acabamos la lectura, una sonrisa nos aletea en los labios.
Esta colección de finas piezas fabricadas con amores secretos, inocencia y sutileza ha quedado incompleta en España, donde Otakuland solo ha publicado dos de los cuatro volúmenes originales. Dado que acabaron saldándolos, las posibilidades a día de hoy de completar la colección están entre “cero” y “ninguna”. Una desgracia, desde luego, pero que no debería impedirnos disfrutar de las historias publicadas y de seguir extendiendo el culto a este mangaka extraordinario.
El formato de historia corta también me gusta mucho y creo que Adachi es un autor muy agradable de leer pero esta compilación se me había pasado completamente. A ver si tengo suerte y encuentro uno de esos saldos que comentas.
Unas historias excelentes que cuando las acabas de leer siempre te dejan con una sonrisa gracias al «toque adachi» antes mecionado. Los dos tomos no creo que sean muy dificiles de conseguir, ya que en todas las ferias del libro o rastros en los que he estado siempre habia algun stand en el que se encontraban disponibles ejemplares a un precio inmejorable.
Salu2