Edición nacional / España: Spirou de Y. Chaland, Dibbuks, junio 2016.
Guión, dibujo y tinta: Yves Chaland.
Formato: 112 páginas en blanco y negro y color, editadas en un cartoné apaisado.
Precio: 25 €.
A veces las cosas cuadran. A veces algo resulta perfecto, algo resulta inigualable, no necesita aditivos, no hay que buscarle los tres pies al gato. Está todo ahí. Todo luce como debe. A veces, hay obras que deslumbran con su ingenio, pero de una manera amable, tanto que a veces eso mismo les hace parecer menores de lo que son, menos importantes, por tímidas, por ser la antítesis de la ampulosidad o la auto-importancia. Hay autores, los autores de dichas obras, que no ladran su talento, pero este se hace evidente en cada plancha, en cada cuadro. Chaland era un genio. Ya está, ya salió la cosa. Tenía que decirlo y así lo hago más fácil, me dejo de rodeos, evito la parrafada anterior. Ojear un tebeo de Chaland me supone un placer casi visceral. Mis ojos se pierden por entre sus diseños, no puedo dejar de perderme por los recovecos de esas viñetas tan pensadas, tan naturales, tan fáciles y tan complejas al tiempo. Chaland era un genio, uno de los de verdad, de los inimitables, porque convertía lo extenso en algo suave, lo inmenso en algo abarcable, y lo cotidiano en una suerte de fantasía idealizada. Bucear por sus páginas es un ejercicio que deberían recomendar los cardiólogos si uno quiere que el corazón lata al ritmo adecuado. Tal es la elegancia de su trazo, tal la disposición de los objetos. Como el mejor de los directores de foto conchabado con el director de arte más exquisito, las imágenes de Chaland transmiten una personalidad única, el trazo reconocible de los maestros, pero de esos que no quitan ojo a sus propios maestros, con una obra que no trata sino de sobrepasarlos mientras los homenajea. Hay un virtuosismo de tripas, cercano, virtud algo inaudita para los que poseen verdadero talento. Porque Chaland es de esos ejemplos, como dije, que hacen parecer sencilla la más arriesgada de las proezas. Todo en sus páginas es ritmo, pero uno que da pie a un a danza de coreografía precisa, donde cada nota está en su sitio, donde cada paso se da en la milésima de segundo adecuada. Y esto solo hablando de su capacidad para dibujar y narrar. La obra de un genio, digo.
También es de aplaudir esa querencia nada oculta del autor francés por una estética amante de lo antiguo. Una afición al diseño con una base más que sólida en el art decó, los cuarenta y los cincuenta, con la inevitable imagen idealizada de lo viejo, que siempre pareció más elegante que los caóticos años ochenta que vieron vivir al mejor Chaland y que le emparejaron con el estilo retrofuturista atoomstijl.
Pero es que todo lo anterior provoca algo incluso mejor. Leer a Chaland debe rejuvenecer o algo similar. Tamaño dominio del trazo, del diseño y del ritmo, junto con ese particular gusto por lo antiguo dan pie a una perpetua sensación entrañable, algo dulce que no puede evitarse en cada dibujo. Debe rejuvenecer ya que, en mi caso concreto, una sonrisa agradable gobierna mi rostro desde el arranque hasta el final de la lectura de uno de sus volúmenes. Y sí, casi todo lo anterior es tan evidente y terriblemente parcial por mi parte que seguro que más de uno se ha sonrojado de vergüenza ajena. Cierto es. Pero no lo puedo evitar. Lo avisé más arriba. Hablar de Chaland para servidor es como cuando un hincha de fútbol habla de su equipo. Imagino, vamos.
Poco hará falta, supongo, hablar de quien supone uno de los titanes de la BD del final del siglo pasado, pues debería ser de sobra conocido si el lector ha llegado aquí. Talento airado que destacó con rapidez con su Freddie Lombard, con su estilo retro, su línea clara tan respetuosa como arriesgada y vomitando personalidad allá por donde lucían sus ilustraciones. Era evidente que iba a ser un grande, que lo mejor estaba por llegar. Pero un accidente de coche acabó con su vida y con lo que nos depararía el futuro. Una lástima que no hace sino encumbrar cada una de las veces que Chaland se sentó delante de una mesa de dibujo. De ahí que incluso se edite hasta su obra inconclusa, como este Spirou, uno de sus sueños de juventud, uno que no pudo terminar. No precisamente por haberse encontrado con la muerte, sino por motivos editoriales, tal y como cuenta con esmero el amplio reportaje que acompaña a este volumen, contando todo lo relacionado con Chaland con el personaje y la gestación de estas páginas. De aplauso es entonces la labor de Dupuis y la edición de Dibbuks, por rescatar una obra que se queda coja sin un final, pero que resulta el placer inevitable que supone siempre ojear un Chaland.
¿Y qué encontramos aquí además del extenso ensayo sobre la creación de la obra? Pues una historia que coge los elementos más afines del personaje y los celebra. El Spirou de Chaland es una celebración, reitero, de lo mejor de Franquin, de lo mejor de Jijé, de lo mejor de lo mejor, vaya, donde Spirou rezuma cierta aureola mítica, quizá un tanto respetuosa con lo anterior, que encorseta algo la libertad habitual de la obra del creador de Bob Fish, pero que no desluce sus virtudes. Y estas virtudes son, además de lo todo lo que representa al autor, todo lo que hizo grande a Spirou: la inocencia, la aventura desenfadada, la ingenuidad, el humor blanco, los diseños prodigiosos, la alegría del color, las calles belgas… En fin. De veras, un placer que espero disfrutar hasta que muera.
Guión - 7
Dibujo - 10
Interés - 10
9
La joya recuperada del año.
Excelente reseña Raúl. La verdad es que este tomo me llama mucho la atención y tiene una pinta fantástica pero me echa para atrás que la obra esté inconclusa. Se nota si faltan muchas páginas? De las 112 páginas del tomo, cuantas son del Spirou de Chaland y cuantas del ensayo que la acompaña?
No hacen mas que elevar a los altares esta obra y le tengo muchas ganas por ello, pero es que me cuesta horrores pillarme algo que no esta acabado… no se que hacer!
Fletcher!!