En 1978, el año en el que se publicó la obra que ocupará nuestro tiempo durante los próximos minutos, la pareja formada por el guionista Denny O’Neil y el ilustrador Neal Adams no sólo había ofrecido a DC Comics algunas de sus mejores historias, sino que cambiaron el modo de crear, entender y consumir el tebeo superheróico estadounidense. Como tándem profesional Denny O’Neil y Neal Adams venían de conseguir, entre otros muchos logros, reinventar y modernizar a Batman con sagas que mezclaban el sense of wonder propio del personaje con tramas más realistas de calado social, o de hacer lo propio con la cabecera en la que Green Lantern y Green Arrow compartían aventuras abordando temáticas tan complejas como el racismo o la drogadicción sin miedo a ser reprendidos por el Comic Code Authority. Con semejante currículum compartido, el talento de ambos autores más que contrastado y su sobrenatural capacidad para trabajar juntos compenetrándose como si se tratara de un sólo el autor el encargado de los cómics que ideaban al unísino era inevitable que DC les encargara uno de los productos mercadotécnicos y publicitarios más grandes de la historia de la editorial.
Con exitosos precedentes previos como Superman vs. The Amazing Spider-Man: The Battele of the Century, de Gerry Conway y Ross Andru, que supuso en 1976 el enfrentamiento entre los dos icónicos personajes de DC y Marvel respectivamente, sumados a la insistencia del celebérrimo Don King, posiblemente el promotor más famoso y controvertido del boxeo profesional a nivel mundial, Superman Contra Muhammad Ali se hizo una realidad tangible en el ya citado año de 1978. Mientras el deportista anteriormente conocido como Cassius Marcelus Clay Jr. ya era una superestrella del mundo pugilístico, nuestro amigo kryptoniano no vivía la mejor de sus etapas. De manera que con Juluis Schawrtz como editor, nuestros amigos O’Neil y Adams al frente del apartado narrativo y artístico, ayudados por dos colosos del entintado como Dick Giordano y Terry Austin o un colorista del nivel de Cory Adams, el crossover entre el «Hombre de Acero» y el «Campeón del Pueblo» estaba servido para deleitar a millones de lectores de cómics de la época.
Publicado en gran formato como una entrega dentro de All-New Collectors’ Edition núm. C-56 USA y aunque su espectacular doble portada (repleta de estrellas de la época como asistentes al evento boxístico) pudiera dar a entender lo contrario, la historia que Denny O’Neil y Neal Adams habían deparado para ambos personajes principales se alejaría radicalmente del realismo y no sólo por la necesidad de hacer desaparecer de algún modo los poderes de Kal-El para conseguir enfrentarse en igualdad de condiciones a su rival que, al fin y al cabo, no dejaba de ser un humano. Superman vs. Muhammad Ali no es una relato centrado en la vida y milagros de este último, sino su incursión en el contexto fantástico y sobrenatural del mito creado por Joe Shuster y Jerry Siegel con todo lo que ello conlleva. De manera que los creadores de Ra’s al Ghul utilizan como excusa la llegada a la Tierra de la raza extraterrestre Scrubb, originaria de planeta Bodace y comandada por el tiránico Rat’Lar, con la misión de que los humanos elijan a un campeón para enfrentarse a su homólogo alienígena, el salvaje e invicto Hun-ya, o de lo contrario arrasarán nuestro mundo.
El planteamiento inicial de Denny O’Neil y Neal Adams arranca con Clark Kent, Louis Lane y Jimmy Olsen visitando un gueto de Metropolis con la idea de poder entrevistar a Muhammad Ali. Una vez mantienen contacto con él la llegada de Rat’Lar sirve como catalizador para el desarrollo de la trama principal. Aunque el despliegue narrativo y visual de los autores convierte la odisea de los protagonistas en una space opera fuertemente anclada en la ciencia ficción, son los pasajes en los que Superman y Muhammad Ali comparten viñetas y diálogos algunos de los más logrados de la obra. En ese sentido la pericia de Denny O’Neil con los diálogos y el ritmo o la rompedora secuencialidad de Neal Adams convirtiendo el entrenamiento entre los dos titanes en espectaculares splash pages deconstruídas por secciones confirman que la pareja de autores no se tomaron a la ligera un trabajo como el presente. Aunque hablamos de un producto ligero, sin más fin que enaltecer la figura de ambas celebridades, tanto la real como ficcional, su acabado definitivo bordea en no pocos pasajes la excelencia.
Como era de esperar la trama está repleta de lugares comunes dentro del microcosmos adscrito a Superman, pero Denny O’Neil demuestra que no llegó a ser uno de los guionistas más importantes del medio por casualidad. Sus profundos conocimientos de la historia del personaje y su idiosincrasia le sirven para que una idea tan esperpéntica como un combate de boxeo intergaláctico cuadre de manera impecable en el universo del alter ego superheróico de Clark Kent. La inclusión de múltiples razas alienígenas asistiendo, en directo o desde sus hogares, primero al enfrentamiento entre Muhammad Ali y Superman, y después al del vencedor con Hun-Ya o el recurso de usar a Jimmy Olsen primero y Louis Lane después como narradores del evento se antojan ideas capaces de despertar una sonrisa cómplice en el lector. En cuanto a la escritura el punto más flaco es cómo entristece que un hombre tan comprometido políticamanete como O’Neil sólo aborde la superficie de la personalidad de Ali, la del deportista presuntuoso y verbalmente provocador, sin adentrarse en su perfil más social en el que dio opinión sobre temas polémicos como el racismo, su oposición a participar en la Guerra de Vietnam o su conversión al Islam.
Pero si hay una labor que ha convertido Superman Contra Muhammad Ali en un clásico del mundo del cómic más allá del cruce de sus dos protagonistas, lo rocambolesco de su argumento o la nostalgia ineludible a su simple existencia como obra en viñetas es la labor excelsa de un Neal Adams sencillamente estratosférico. Unos párrafos más arriba mencionaba las soberbias splash pages en las que Muhammad Ali enseñaba sus movimientos y técnicas de combate a Superman, pero es que la pericia del autor de Green Lantern/ Green Arrow no queda ahí. La misión de Adams, además de extrapolar a sus planchas todo lo imaginado por un desatado Denny O’Neil, es conseguir transmitir en los combates de boxeo retratados en el cómic la vibraciones de aquellos «Rumble in the Jungle» o «The Thrilla in Manilla» en los que Ali hizo historia venciendo a George Foreman y Joe Frazier respectivamente. Culminando toda la labor a los lápices del maestro cuando narra en paralelo, aquí es de recibo dar nuevamente crédito al guión de O’Neil, el combate en el ring entre el campéon de Louisville contra Hum-Ya y la aventura espacial de Superman intentando evitar el ataque a la Tierra por parte de Rat’Lar y los Scrubb.
Superman Contra Muhammad Ali es la demostración viva de que veteranos profesionales como Neal Adams o ese Denny O’Neil al que estamos dedicando el presente ZNDay se tomaban tan en serio su labor como profesionales que hasta de un producto comercial y liviano como el presente podían crear un clásico que fuera recordado con cariño por distintas generaciones de lectores. La edición española publicada por ECC se complementa con una introducción de Neal Adams, un epílogo a manos de la editora Jenette Khan, bocetos, biografía de los autores y la famosa doble portada del cómic con un desglose en el que se clasifica numericamente y da nombre a todos los rostros conocidos que asisten al combate. Sirva esta reseña por parte de un servidor como despedida a una figura grande, tanto en lo profesional como lo personal, como Denny O’Neil. Guionista y editor indispensable al que millones de seguidores debemos algunas de las mejores horas de ocio de nuestras vidas delante de un cómic protagonizado por superhéroes. Sumergiéndonos en un mundo que por pertenecer a la ficción, la fantasía o la aventura no debía estar exento de una mirada crítica, comprometida y valiente para denunciar todo aquello que no funciona en nuestra sociedad. Que la tierra le sea leve, maestro.
De acuerdo e todo. Solo os falta comentar el horrible color de la reedición.
Totalmente de acuerdo. Es cierto que con el color de los cómics pasa un poco como con las voces de los actores (de doblaje): si te los cambian, te trastocan. El propio Adams argumenta su oposición al re-coloreado en la edición Absolute de su Batman. Pero al parecer este volumen no sufrió la misma suerte, una pena.
Siempre me pregunto si a las nuevas generaciones les gustará el nuevo color más que el antiguo: seguramente sí, si se topan antes con el primero. Supongo que son esclavitudes que imponen los tiempos, pero estaría bien recordar de vez en cuando que la evolución del método y la tecnología no implica siempre una mejora del resultado.
O será la nostalgia. Pero adoro el color de puntitos.
Color de puntitos forever!
¿A qué es como un símbolo del Arte Pop?
Eso se llama semitono.
Argumento bizarro a más no poder y una auténtica demostración del arte de Neal Adams. Una maravilla.
Sobre el tema del color no suelo tener una oposición frontal, y en la mayoría de casos mi postura suele ser un «depende». Hay casos en los que me gusta más el recoloreado que el original («La broma asesina», «Flex Mentallo»…) y otros en que detesto el recoloreado sin ambajes («El Incal», «Relatos de Asgard»…).
Se que hay muchos nostalgicos del «color de puntitos», pero la técnica del coloreado por offset no obedece a ninguna decisión artística sino a una limitación técnica. El coloreado por punteado me molesta sobremanera. Pero también hay que decir que se puede hacer una remasterización respetando los colores planos sin recurir al punteado. Es algo facilmente apreciable en todos los omnibus de clásicos de Marvel que edita Panini («La Patrulla-X», el «Thor» de Simonson, el «Daredevil» de Miller….). Y posiblemente esta la mejor opción y la más respetuosa.
Un ejemplo: las «Guerras Asgardianas» de Claremont y Arthur Adams: en las ediciones antiguas se mantenía el coloreado por offset y precisamente los puntitos no solo resultan molestos si no que en muchos casos emborronan el primoroso detalle de Adams y el pulcro entintado de Austin. Con la remasterización se ha sustituido el punteado por un coloreado plano, aunque también diré que el coloreado de Christie Scheele no me parece particularmente inspirado, coloreando muchas veces masas de personajes juntos con un único color plano, recuriendo muchas veces a colores oscuros que, de nuevo, ocultan el detallado trabajo de Adams/Austin. En un comic como éste, si se hiciese bien, no me molestaría un recoloreado.
En otras ocasiones el recoloreado es casi necesario. El caso más notable es el de «La broma asesina». También se que mucha gente prefiere el coloreado de John Higgins por su mayor carga dramática, pero el nuevo color aplicado por el propio Bolland (que siempre detestó el trabajo de Higgins y siempre manifestó su disconformidad) le sienta mejor a los lápices de Bolland (por tener menos protagonismo en el resultado estético) y se acerca más a la intención original del dibujante, que quería que el comic viese la luz en blanco y negro.
Pero es que precisamente la asimilación de las limitaciones técnicas como parte efectiva del conjunto es una de las principales competencias del Arte. Con la tecnología de los tiempos que corren, no me sorprendería que pudiéramos replicar El David o Stonehenge con una precisión exacta y un acabado superior a las obras originales, pero precisamente la gracia está en que, con el tiempo, esas imprecisiones serán símbolo de una época e imprimirán carácter a la obra.
The Killing Joke es un buen ejemplo. El re-colororeado es fabuloso, y lo mejor, es obra del autor original, por lo que podemos aseverar que es tal y como Bolland lo habría producido de haber tenido los medios en un primer momento. El color original es más sucio, decadente. Pero es que The Killing Joke es sucia y decadente. Los ochenta, hasta donde sé, fueron sucios y decadentes.
Desde luego que no podemos justificar un mal trabajo a nivel técnico basándonos en lo anterior. Pero convertir los defectos en virtudes es facultad exclusiva del Arte, y por tanto, no es un recurso que deba desperdiciarse.
O como dice Neal Adams, a propósito de recolorear sus obras originales: «yo ya era Batman en lo sesenta, y entonces era muy difícil serlo».
Todo ese tocho para decir que si recoloreas La Gioconda deja de ser La Gioconda, aunque la dejes mejor de lo que estaba.
Aclaro que por los recursos que Bolland no tuvo inicialmente me refiero al tiempo material o posibilidad de colorear la obra él mismo.
Me habré preguntado como habría sido el color de Bolland a finales de los ochenta como mil veces.
Adams a su mejor nivel. Pero el guión…en fin, no es precisamente O’Neal a su mejor nivel.
Hahah eso está claro Ignacio, cada cual tiene sus gustos y se deben a Dios sepa.