Superman & Wonder Woman: A quien los dioses destruyen

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Edición original: Superman & Wonder Woman: Whom Gods destroy (DC, 1997).
Guión: Chris Claremont.
Dibujo: Dusty Abell.
Entintado: Drew Geraci.
Color: Gloria Vasquez.
Formato: 4 tomos rústica 50 págs (c/u).
Precio: $4’95 (c/u).

 

Con frecuencia lamento desde esta tribuna que obras y autores de manifiesta solvencia y hasta genialidad irrebatible sean prácticos desconocidos para la generación actual, pues jamás han sido publicados en condiciones en España o lo fueron en tiempos pretéritos, en ediciones hoy día ilocalizables o prohibitivas. Pasa menos que un nombre de comercialidad contrastada se halle en tal situación; menos aún si la codiciada pieza pertenece a una de las grandes casas norteamericanas, no digamos ya de sus personajes emblemáticos. Forzoso es interrogarse entonces por tan raro y sospechoso percance. Con la lectura de la serie de cuatro prestigios Superman y Wonder Woman: A quien los dioses destruyen, escrita por el afamado Chris Claremont (homenajeado estos días por su inventiva en la Patrulla-X) y dibujada por Dusty Abell y Drew Geraci para la línea Otros Mundos de DC Comics, las razones del ostracismo son al tiempo evidentes y dolorosas.

La línea Otros Mundos (Elseworlds en el original inglés) fue acuñada con el fin de seguir exprimiendo los personajes más memorables de la compañía (principalmente, Superman y Batman) en fórmulas que, eludiendo sus características y entornos más reconocibles (a buen recaudo en la franquicia oficial), otorgaran a los creadores mayor libertad de movimiento. Corre la especie -no sin razón- de que la mayor parte de las grandes historias de los últimos años con los iconos deceítas están adscritas al sello: Kingdom Come, The New Frontier, Hijo Rojo, El clavo, etc. Yo mismo he tratado algunas (Kal, Balas ardientes). En 1997, Claremont, exiliado de Marvel tras dieciséis fructíferos años en los mutantes y acogido con los proverbiales brazos abiertos por DC Comics para que desarrollase el fiasco Sovereign Seven (voluntarioso pero insípido plagio de sus queridos Hombres-X), decidió aprovechar tales ventajas para contar una historia de Superman y Wonder Woman sin los onerosos peajes de la continuidad. Para ello, concibió un mundo donde la aparición en 1938 del Hombre de Acero volvió redundante a cualquier otro superser (antagonistas incluidos) y echó mano del rico legado mitológico asociado a la amazona para llevar al mundo al borde del armagedón atómico.

Con un arranque prometedor (aunque no excesivamente original) y un precioso título robado de Star Trek, las virtudes de la premisa quedan pronto enterradas bajo un ataque de grandilocuencia exasperante y una andanada de lugares comunes que desactivan cualquier virtud. El paraguas de Otros Mundos sólo sirve para cobijar una indigesta relectura de los conceptos de Alan Moore en Watchmen, aguados por los más sobados y estériles clichés del género. Claremont, enfrentado a la teología del superhéroe establecida por Miracleman o el Dr. Manhattan, responde con un provincianismo insultante, como si no comprendiera el alcance verdadero de las propuestas que pretende remedar, desluciéndolas en una confusa batalla de ying y yang, que -para más INRI- supone el enésimo símil de la partida de ajedrez entre potencias cósmicas que ni la primera vez tuvo gracia. El formato (tomos de casi 50 páginas) permite más exposición, que no mayor profundidad, pues la narración está bastante más “descomprimida” de lo que es fama en su autor. Muchas de esas páginas se pierden en guiños constantes (el proyecto Janus, la portada de Action Comics#1, frases de la película de Donner, homenajes a la serie de Lois Lane) o en la integración de personajes de la continuidad reciente (la capitana Maggie Sawyer, los detectives Montoya y Bullock) y tradicional (Bruce Wayne, Selina Kyle, Hal Jordan, Oliver Queen, etc.), sin apenas más relevancia que el cameo.

En el Libro I están los mejores momentos de caracterización
En el Libro I están los mejores momentos de caracterización «marca Claremont»

La sumisión a Watchmen es abrumadora y, a la postre, incomprensible a tenor del puerto final del viaje. Ya se ha dicho que, en el contexto de esta fabulación, la llegada de Superman produce el efecto contrario al esperado: en vez de significar el principio de la hegemonía superhumana, el Hombre de Acero, cual Dr. Manhattan, vuelve a los héroes disfrazados anacrónicos, innecesarios, obsoletos, aún antes de nacer, como ejemplifica la confesión del senador Bruce Wayne a la periodista Lois Lane sobre la forma de vehicular su rabia tras el asesinato de sus padres. Claremont, incapaz de imaginar una situación límite que prescinda de su modelo, eso sí, llevado a los años 40 para sustituir a los soviéticos por el III Reich, llega incluso a parafrasear el Acta Keane con un acuerdo de la ONU para retirar a Superman de la circulación y evitar la tensión de los bloques. Clark no se exilia a Marte sino a la Luna, donde en vez de una foto que le aflora el pasado mira a una máquina de escribir sobre la que verter esos recuerdos. El seguimiento llega a ser tan asfixiante que la amada (Janey Slater/ Lois Lane) acusa al superhombre (Manhattan/ Superman) de desentenderse de los asuntos humanos. Lo gracioso es que todo ello es prescindible, un débil atrezo para la trama que realmente desarrolla: una clásica escaramuza entre hombres y dioses infiltrados con la libertad de decisión (y conceptos como “alma”) en juego. ¿Por qué desvirtuar las propuestas de Moore si no se busca otra cosa que un remake indisimulado de la propia La caída de los mutantes?

El elenco saquea sin escrúpulo (y menos criterio) el panteón mitológico, llegando al vergonzoso extremo de capturar a Superman y encerrarlo -según confesión de “los malos”- en la misma prisión de la que Hércules ya escapó… pues eso, para que se escape, si es que no hay vuelta de hoja. Viendo lo que otros han hecho -pienso en Azzarello o en Milligan– está claro que la cosa queda tristemente lejos de su potencialidad, por mucho aliento modernizador que pretenda insuflarle. La insistencia en el onirismo admonitorio para empujar la trama nos hace dudar de si Claremont ha olvidado los mecanismos de la progresión y el suspense de que antaño presumía para instalarse en el más facilón “deus ex machina”.

En este inefable horror han convertido a la pobre Diana los autores
En este inefable horror han convertido a la pobre Diana los autores

Aparte de su inoperancia como relato, los seguidores del Hombre del Mañana tienen aún más motivo para la desilusión. Ignorando la tradición como paladín capaz de acabar con la II Guera Mundial en cuatro saltos (como demostraron en su día Siegel y Shuster), el otrora patriarca mutante abraza la versión vencida de Superman canonizada por Frank Miller en su celebérrimo El regreso del Señor de la Noche: un Dios que ha claudicado ante los caprichos de los poderosos, un coloso que en vez de perseguir la injusticia se encadena a la ley corrompida por los mismos que oprimen a quienes juró proteger. “Para que el mal triunfe solo se necesita que el bien no haga nada”, dicen. Con bastante más oscuridad y verborrea, Lois suelta algo similar en el Libro III. Bien demuestra incomprensión del personaje el recurrir a la pérdida de poderes (por no mencionar el travestismo) como receta para ponerlo en apuros. Claro que si los amantes de Superman pueden sentirse defraudados, los de Diana estarán pintándose el rostro y desenterrando el hacha de guerra. Claremont recurre también a Miller para -¡atención!- raparla, adornarla de esvásticas y presentarla como si fuera Kingpin, entrenando con unos soldados del Reich espoleados a la victoria por la posibilidad de yacer con ella. Estas páginas pueden tomarse como ejemplo de lo peor de sus vicios éticos y estéticos. Por un lado, el puritanismo indecente de vincular el goce sensorial con la promiscuidad y la depravación (donde las féminas se exhiben para ganar la atención del macho) mientras que la responsabilidad camina de la mano del amor “puro” y/o la abstinencia (donde hombres y mujeres socializan en alambicados -y castos- rituales «espirituales»). Por otro, desperdicia los códigos propios del dibujo y las eficacias del montaje (tanto las meramente espaciales como de yuxtaposición conceptual), es decir, los recursos intrínsecamente visuales del medio, para perderse en abstrusas disertaciones asesinas del ritmo y la fluidez narrativas.

Por si fuera poco, el apartado gráfico, que podríamos calificar de “justito” en un alarde de generosidad, va desmayando a medida que avanza la historia. Remarquemos que la obra completa suma algo menos de 200 páginas, espacio sobrado para una epopeya consistente. Decisiones como la de Superman convertido en centauro o la Yukio de Lobezno: Honor disfrazada de Hécate, por no hablar del pelotón derribado de un estornudo, atestiguan la gravedad del cataclismo, inverosímil en el currículo del escritor de El Dragón Negro, Deuda de Honor o los mejores años de La Patrulla-X.

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Mr. X
Mr. X
Lector
9 junio, 2014 10:42

«Claro que si los amantes de Superman pueden sentirse defraudados, los de Diana estarán pintándose el rostro y desenterrando el hacha de guerra. Claremont recurre también a Miller para -¡atención!- raparla, adornarla de esvásticas y presentarla como si fuera Kingpin, entrenando con unos soldados del Reich espoleados a la victoria por la posibilidad de yacer con ella.»

La hostia http://3.bp.blogspot.com/_mP441hLo064/S_vk6ZSIOHI/AAAAAAAAAeU/QaB4ERmMGD0/s1600/8mm-Oris2.jpg
Y lo peor es que me gustaría leerlo.

Jordi Molinari
Autor
9 junio, 2014 16:42

Vaya, al ver la reseña, pensaba que se había animado Tomás a hacerla. La comentamos durante el Salón del Cómic de Barcelona, al ser él muy fan de Claremont, y yo haber descubierto la obra en uno de mis viajes por una de esas zonas más oscuras del alma del ser humano. Osea, foros dedicados a Wonder Woman 😀

Daniel Gavilán
10 junio, 2014 10:27

Todo lo escrito por Claremont -y prácticamente todo lo escrito por Byrne- en DC habría que cogerlo con pinzas, puesto a que suele ser material radiactivo de la más nociva calaña

Mr. X
Mr. X
Lector
10 junio, 2014 11:22

Y el cuarto mundo de Byrne está bien.

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
10 junio, 2014 11:28

¿Seguro que cuando Claremont escribió esto no estaba actuando como topo para Marvel?

Mr. X
Mr. X
Lector
10 junio, 2014 11:30

Yo sigo pensando en la frase «raparla, adornarla de esvásticas y presentarla como si fuera Kingpin, entrenando con unos soldados del Reich espoleados a la victoria por la posibilidad de yacer con ella.”

¿Dónde demonios se podrá encontrar esto?

guolberin
guolberin
Lector
10 junio, 2014 11:31

Legends era de Ostrander, el guión, digo, otra cosa es que Byrne metiera baza en él, como solía hacer.

Ocioso
Ocioso
Lector
19 junio, 2014 15:17

Esta Wonder woman da para paja. Insana, pero paja.

Lord_Pengallan
Lord_Pengallan
Lector
30 diciembre, 2017 16:57

El título hace referencia a un famoso proverbio de la Antigua Grecia. No sólo hay que leer superhéroes y a mediocres como Claremont…