Tras poder disfrutar de la primera entrega, en la que se llegaba al ecuador de la serie, llega el segundo tomo con el que Lemire da carpetazo, de momento, a su trabajo en ese mundo que se desmorona por la aparición de una plaga desconocida que asola a la humanidad. Una propuesta que en 2009 se presentó en sociedad dentro del sello Vértigo de DC Comics y que significó el primer trabajo largo de Lemire dentro de DC.
La propuesta parte de una base conocida y muy explotada tanto por el cine y la literatura, la desintegración de la sociedad por la acción de un agente externo que dinamita el pedestal sobre el que, de forma muy prepotente, erigimos una estabilidad que no es tal. El escritor de Nadie aprovecha su planteamiento para sacar a relucir todos los intereses creativos que lo caracterizan, como son la familia, la superación, la gestión de la soledad, la fuerza del grupo, mientras profundiza en las bajezas que nos caracterizan como especie. Tras los primeros 20 números, donde se presentaba la situación y a todos sus protagonistas, llega el momento de responder todos los interrogantes pendientes que dejó en el aire la primera entrega de la serie.
En el reciente Magazine DC ya pusimos foco sobre esta serie en la que remarcábamos su valor de ser una obra capaz de remover emociones viscerales en el lector. La acción se va desgranando y prosigue su lento fluir, como fichas de un domino que van cayendo una a una, llevando a la historia en la dirección esperada. Y es que esa es una de las pegas que tiene esta obra, que vista hoy, su propuesta se muestra algo obsoleta, en forma, que no en fondo, pues Lemire utiliza bien los recursos propios del género y sus habilidades como escritor de personajes, para evitar que un lector actual quede desenganchado de la trama debido a esa sensación de haber leído ya cosas similares.
La fortaleza de este segundo volumen, así como del primero, es como los personajes crecen, cambian, sobre todo los protagonistas, no tanto los villanos que son muy villanos en todo momento, para acabar con un ejercicio soberbio de caracterización muy potente clave para el desenlace de la obra.
El final del mundo de Lemire no se adscribe por completo al género al distanciarse por un acercamiento delicado del tema. No es importante como se acaba el mundo, o en este caso como se reorganiza, sino como lo viven y experimentan sus protagonistas. Dos de los cuales, Gus y Jepperd, en esta segunda entrega, van migrando su forma de ser para Gus adquirir una personalidad más dura, menos ingenua, pero siempre esperanzadora, mientras que Jepperd vuelve a reencontrase con su yo más humano y tierno. Y es que Lemire quiere, sobre todo, no perder ese mensaje humanista de la obra, por muchas escenas crudas y violentas que muestra a lo largo de sus páginas, porque el futuro está en su dúo protagonista capaz de enfrentarse, desde dos puntos de vista muy distintos, a lo salvaje de este nuevo mundo.
El ritmo narrativo del que ya hacía gala el primer tomo, aquí se mantiene con una potencia inusitada. No hay espacio para la fatiga y la historia empuja en todo momento a seguir leyendo. El análisis es sistemático y continuo, no hay huecos ni fisuras en este descenso a las cloacas de la humanidad. Una humanidad de la que es muy difícil dudar y no pensar que tal vez no merezca ser salvada, pues la motivación que mueve la trama es saber donde empezó todo y si de alguna forma existe una cura para la plaga.
Lemire mezcla ciencia y religión de forma muy orgánica a lo largo de esta segunda entrega. Su tratamiento no es paternalista, sino abierto, descarnado, para que cada lector se quede con lo que pueda serle útil a la hora de empatizar con lo que se está leyendo y acabar elaborando sus propias teorías. Todo queda resuelto, pero cuando la historia se queda sin su enigma no pierde interés. Al contrario, gana en intensidad cuando hay espacio para mirar al futuro y ver que podemos esperar de este.
El dibujo de Lemire y el color de Villarrubia, continúan impactando con fuerza en las retinas del lector que queda hipnotizado por su estilo impresionista donde el detalle, las proporciones anatómicas y el realismo en general, quedan apartados para dejar paso a la narración pura, cruda y directa. Un acabado visual muy personal, un enfoque ideal para las partes oníricas, con alguna que otra dosis de experimentación gráfica, así como la representación visual del salvajismo imperante, hacen de su apartado gráfico una de las grandes bazas de este cómic. Nunca un dibujo tan imperfecto, fue tan perfecto.
Se incluye en a edición un conjunto de extras con dibujos, diseños, portadas y una entrevista de Lindelof a Lemire que rematan la experiencia de lectura de esta obra que merece estar en toda estantería por su acercamiento directo a temas fundamentales de nuestra sociedad, como son la amistad, la familia, el sacrificio, las desigualdades, el racismo, la vida y la muerte, como ejes primarios de una historia que se pierde en los confines emocionales del lector.
Arrebatadora
Guion - 8
Dibujo - 9
Interés - 9
8.7
Una conclusión a a altura de las expectativas generadas ya en la primera mitad de la obra, que encara su final fiel a su propuesta, con la misma narrativa cruda y directa, centrada en la caracterización. Un trabajo con años a las espaldas que aguanta bien el paso del tiempo, aunque se nota que su publicación hoy si resiente a la originalidad de la historia adscrita al género apocalíptico.
Me compré en su día los 3 hardcovers americanos y me encantó, como casi todo lo que hace este hombre.
No es muy buen dibujante, pero a mi me parece que tiene muy claro que tipo de historias puede dibujar y cuales no, y cuando ve que puede dibujarlas, como Essex County, Un tipo Duro o este Sweet Tooth, el dibujo le sienta genial a la obra.
Por último comentar que los hechos de los últimos números, salvando las distancias, me recordaron a Y, el último hombre.
Una última cosa.
De los autores que más me gustan, y son bastantes, es posiblemente el autor más fácil de leer en inglés.
Para mi el dibujo tal y como dices es imperfecto y por eso no me gusta y desde luego un 9 en fin.
La valoración del dibujo en este caso, en concreto, se cimienta sobre todo en la capacidad de Lemire para transmitir mucho a través de un trazo roto y anatómicamente imperfecto. Su narrativa y fluidez es enorme, fusionándose a la perfección trama y dibujo. Lemire solo dibuja aquellas historias con las que tiene una especial afinidad emocional. Su pluma y su lápiz, en este caso, son un ejemplo puro de artesano del noveno arte. Destila fuerza y emoción en cada viñeta.
Y claro, sobre todo esto, sobre gustos, cada uno el suyo. 🙂 Mil gracias por tu aportación.
Claro si eso lo entiendo pero no pone emoción, narrativa- 9, pone dibujo 9, si este dibujo es un 9 a otros que habrá que ponerles un 18 y así con todo.
Sibaix, no se trata de un ejercicio de comparación. Todos sabemos lo malo de comparar dos obras, por lo que la valoración nace de la propia obra en sí misma, ni más ni menos. Obviamente hay un componente subjetivo que choca contra el objetivo, generando una marisma de incertidumbre formada por una enorme cantidad de sesgos personales. Sin embargo, se persigue dar una valoración del todo y en este caso que Lemire dibuje hace de este trabajo algo mejor y así es como se ha valorado.
Recalco que sobre gusto no hay nada escrito y mi valoración no es ni mejor ni peor de la de nadie, es solo una más.
Personalmente me ha encantado la obra y no puedo estar más de acuerdo con la reseña. Coincido plenamente cuando comentas que Lemire es totalmente consciente de las obras que puede dibujar y las que no, y cuando las dibuja tiene un talento innato para transmitir emociones a través de su trazo. Este Sweet Tooth lo situaría junto a Essex County como mis dos obras favoritas del Señor Lemire, a falta de finalizar la lectura de Royal City. Lo que me llama mucho la atención es que esta obra, siendo de un autor que lleva años a gran nivel y que finalizó su publicación en 2013 nos haya llegado con tantos años de retraso.