Tesoros Marvel especial: Shang-Chi

 

Edición original: Marvel Comics – Julio 1981 – enero 1983
Edición España: Comics Forum – Julio 2000
Guión: Doug Moench, Peter B. Gillis
Dibujo: Gene Day
Entintado: Joe Rubinstein, Gene Day, Jack Abel
Portada: Gene Day
Precio: 9,68 euros (tomo en tapa blanda de 288 páginas en blanco y negro)

 

Shang-Chi, el maestro de kung fu, es uno de tantos personajes que pululan por las nutridas y polvorientas estanterías de las grandes editoriales estadounidenses y que no han contado con el favor del público como para mantenerse permanentemente en quioscos y librerías. Su sino es el de personajes como el Doctor Extraño, Nick Furia o Estela Plateada, que duermen el sueño de los justos y aparecen como secundarios aquí y allá hasta que la oportunidad se presenta en la forma del reencuentro con un autor unido a su trayectoria (en el caso que nos ocupa, Doug Moench) o en la aventura iniciada por algún antiguo aficionado que quiere contar alguna historia con el héroe de sus mocedades. Ahora que gracias a su presencia en Vengadores Secretos y Vengadores ha recuperado algo de su popularidad de antaño y que se anuncia una nueva cabecera propia, no está de más echar una mirada atrás en el tiempo y revisar uno de los esforzados intentos por recuperar para la afición española alguna de las mejores etapas de una colección que superó ampliamente las premisas sobre las que estaba concluida.

Previamente, es menester recordar que Shang-Chi fue una creación de Steve Englehart y Jim Starlin en la cual se aunaban dos franquicias tan improbables como la serie televisiva Kung Fu y las novelas de a duro de Sax Rohmer protagonizadas por el doctor Fu Manchú. A principios de los años setenta, el mundo conocía a una nueva y rutilante estrella cinematográfica por obra y gracia de las artes marciales: Bruce Lee. Su repentina muerte -al poco de terminar el rodaje de Operación Dragón, el filme que habría de darle fama internacional- dio una aureola de leyenda a un actor que compensaba sus pésimas habilidades interpretativas con un impactante dominio del combate marcial. Casualmente, Bruce Lee había sido tanteado (en la versión de su viuda, había sido el creador) de la citada Kung Fu. Las aventuras de un monje shaolín en el salvaje oeste que intentaba resolver los problemas con los que se topaba a base de filosofía oriental (y mamporros “pseudo-artes marciales” ejecutado por un David Carradine que no tenía ni repajolera idea de kung fu). Un luchador sin pistola que contribuyó a popularizar una forma de vida y unas técnicas de combate, amén de un término que caló más profundamente en la población española que el nombre del protagonista. Para una generación de televidentes, Kwai Chang Caine era Kung Fu, como si de un nombre propio se tratara, y con él protagonizó unos cuantos chistes, pero creo que me estoy yendo por las ramas. Para terminar la receta, se añaden los personajes creados por el novelista inglés Sax Rohmer, empezando por el perverso y astuto Doctor Fu Manchú, villano arquetípico del peligro amarillo y, probablemente, uno de los personajes más populares de cuantos poblaron las otrora prolíficas novelas de a duro. Un Moriarty manchú al que se oponía la oportuna pareja Holmes-Watson integrada por Sir Dennis Nayland Smith y el doctor Petrie. Para ir abreviando, unas historias panfleteras que no han resistido el paso del tiempo y que, no obstante, sirvieron de base para varios filmes protagonizados por el carismático Christopher Lee. El cine insufló savia nueva a una franquicia apolillada y la convirtió en objeto de interés en otros ámbitos. En conclusión, de esta mixtura surgió el personaje que conocemos como el maestro de kung fu, pero lo mejor aún no había llegado.

La mezcla de serie televisiva, novela de a duro y popularidad de artista marcial hongkonés aportó en primer término una combinación que no se caracterizaba especialmente por su atractivo: meditaciones modelo Kwai Chang Caine y enfrentamiento paterno-filial entre Fu Manchú y su hijo Shang-Chi. “El crecimiento y avance de un espíritu” era la traducción que se daba al nombre de quien, llamado a ser el brazo ejecutor y heredero de su augusto padre, se convirtió en hijo adoptivo de su mayor enemigo, un envejecido Nayland Smith. Sería el guionista Doug Moench el responsable de la fortuna y la perduración del maestro de las artes marciales en los quioscos, más allá de la serie televisiva y de la fiebre cinematográfica que justificó su nacimiento. De la mano de dibujantes como Paul Gulacy, Mike Zeck o Gene Day, Moench llevó a Shang-Chi al mundo del espionaje al estilo James Bond. Los juegos de engaño y muerte a los que el guerrero se refiere constantemente, su complicada relación con Black Jack Tarr (que constantemente le llama “chino”), con Clive Reston (hijo de 007 y sobrino nieto de Sherlock Holmes, si hay que hacer caso a sus constantes referencias a éstos) y con Leiko Wu (su verdadero amor). El conflicto contra Fu Manchú abandona las simplezas de la fuente original y se convierte en una sucesión de planes orquestados al mejor estilo de las películas de espías de los años sesenta, setenta y ochenta. Gulacy introduce un estilo narrativo gráfico que recuerda poderosamente a la cinematografía, marcando a su vez la senda por la que discurrirán sus sucesores, especialmente Gene Day. Sus colaboraciones con Moench convertirán a esta serie de una colección de culto, de las que constantemente se deberían reeditar para recordarnos que hay vida más allá de arácnidos, mutantes y vengadores, y que en otros tiempos pre-informáticos había artistas que experimentaban con sorprendentes resultados.

Entre 1998 y 2000 Forum se embarcó, como sabemos, en la recuperación de obras que permanecían inéditas o que, habiendo sido publicadas largo tiempo atrás en nuestro país, eran imposibles de encontrar. Shang-Chi se benefició en la forma de tres tomos que recopilaban lo mejor de la colaboración Moench-Gulacy, un número en grapa que publicaba un serial de Marvel Comics Presents y este tomo que hubo de ser editado en blanco y negro. Originalmente, y siguiendo la pauta de la serie, iban a ser dos tomos a color, pero ciertas dificultades impidieron tal posibilidad y, a cambio, nos brindaron el detalle de disfrutar del trabajo de un autor que, por su prematuro fallecimiento a la temprana edad de treinta y un años, ha pasado al olvido: Gene Day.

El tomo que editó Forum en aquel verano de 2000 recopila la etapa final de Moench y Day en la colección. En ella se relata el enfrentamiento definitivo entre Nayland Smith (cada vez más débil y anciano) y un Fu Manchú que ha conseguido burlar a la muerte gracias a sus conocimientos científicos. Los juegos de engaño y muerte iniciar un nuevo giro en el que Fu empieza a sentir las huellas del tiempo. Sus hijos se han convertido en sus enemigos y los servicios secretos británicos se oponen constantemente a sus planes, pero ahora el dominio del mundo ha dejado paso a una frenética carrera contra el tiempo. El elixir vitae que le otorgaba vigor empieza a ser inefectivo en un organismo que se ha adaptado al mismo, por lo que está obligado a ingerir la sangre de sus vástagos Fah Lo Sue y Shang-Chi. El enfrentamiento entre padre e hijo terminará conforme a la tónica habitual en los finales de las aventuras del viejo Fu, pero como si se anticipara el fin de la colección, Shang sale de la pelea alcanzando la plena madurez y su progenitor definitivamente hundido en la miseria moral. Un episodio más para resolver un misterio en Escocia y Moench y Day abandonaron la colección, en medio de un conflicto con Jim Shooter. Steven Grant y Alan Zelenezt se encargaron de escribir la esquela de una serie de culto, convirtiendo al maestro de kung fu en un humilde pescador. Cinco años después Moench lo recuperaría a él y a los personajes para el citado serial de MCP, pero los días de gloria habían terminado.

La edición española cuenta con ese papel que se utilizaba para publicar los Clásicos Marvel B / N (otro formato de rescate de viejunidades de la época) lo que permite disfrutar de un progresivo amarilleo y de unas ilustraciones a las que el color en cuatricomía no hubiera hecho justicia. Day juega con la composición de página como un alfarero con la arcilla, dando un paso más en la evolución iniciada por Paul Gulacy y, por supuesto, por Jim Steranko. Don Gene juega con los títulos, con los rótulos y con todo lo que se le ponga por delante. Quizá sus figuras no estén dotadas del nivel de dinamismo que les imprimía Gulacy, pero a cambio contamos con mayor variedad en caras y expresiones, amén de un nivel de detalle en personajes y escenarios que ayuda poderosamente a elaborar una atmósfera opresiva que rodea al lector y le introduce definitivamente en la agobiante tensión de las historias de espías. ¿Qué hubiera pasado si, como se comentaba, Gene Day se hubiera encargado de dibujar las aventuras de Indiana Jones o la colección dedicada a La guerra de las galaxias? Jamás podremos saberlo, más allá de los dimes y diretes derivados de su marcha junto a Moench de la colección, que marcan un capítulo bastante desagradable de la leyenda negra del gobierno de Jim Shooter en la casa de las ideas. Treinta años después aún pueden encontrarse en la red cruces de declaraciones entre el antiguo editor y autores como Dave Sim, que no se cortan un pelo a la hora de responsabilizar indirectamente a aquél del prematuro deceso de quien consideraba uno de sus mentores. Pero ésa, como siempre, es otra historia.