«Sin ninguna ofensa, pero parece que todo el objetivo de la civilización es que otro haga tu trabajo por ti»
Al contrario de lo que muchos pensábamos por entonces, Hanna Barbera no era el equivalente americano de Teresa Rabal. Inserta los nombres de Ana Chávarri, Jordi Cruz, Elena Jiménez o Vegeta777 si la referencia se te escapa. William Hanna y Joseph Barbera eran en realidad dos señores, cuyo principal mérito era ser los autores de algunas de las caricaturas de dibujos animados más populares de los años sesenta. Ahí estaban Tom y Jerry, Scooby Doo, Don Gato… La mayor parte de ellas grandes iconos que todavía perduran en la cultura popular, pero ninguna de ellas con el peso de The Flintstones. Los Picapiedras.
Inicialmente protagonizada por la familia compuesta por Pedro Picapiedra y su esposa Wilma, la serie daba una vuelta de tuerca al ideal de la familia norteamericana. Un ideal basado en la humildad del trabajador medio, con sus frutos en forma de coche, amante esposa, casa, mascota e hijos. No olvidemos tampoco alguna que otra escapada para jugar al boliche con los Búfalos Mojados y tomarse una Pepsi Cola. Que aquí todos somos humanos.
Rodeados por otros personajes como sus vecinos Pablo y Betty Mármol, el señor Rajuela que dirigía la cantera en la que trabajaban ambos, una suegra que de vez aparecía para atormentar al sufrido esposo y dos hijos con madera de beatniks que se sumarían al show poco antes de entrar en decadencia (Pebbles y Bam Pam), Pedro y Wilma eran la imagen del sueño americano. Salvo porque vivían en la Edad de Piedra.
Una disparatada propuesta a la que sacaban partido en forma de gags, la mayoría de ellos centrados en como usaban animales y herramientas rupestres para simular artilugios presentes. Sin embargo, el aspecto verdaderamente interesante de la serie no eran los coches de tracción pedal, los mamuts-aspiradora ni los muchos enredos en los que se veían atrapados los protagonistas. Lo que de verdad la hacía destacar era cierto fondo crítico que -en plenos años de la revolución contracultural- reflejaba aquel imaginario rockwelliano de la casa con jardín, la cerveza frente al televisor y la esposa en la cocina como algo propio del Pleistoceno.
Seis años duraron en antena con seis temporadas y 166 episodios de 25 minutos de duración, dejando un inmenso legado, incluyendo alguna secuela que sería conveniente olvidar, una adaptación en imagen real, un intento de remake, así como su incalculable influencia en series como Los Simpsons, Padre de Familia o El Rey de la Colina. Cincuenta años después de su cancelación, The Flintstones vuelven como parte de esta nueva iniciativa de DC Comics, en la que diferentes autores de la compañía están reimaginando grandes licencias de Hanna-Barbera como Johnny Quest o los Autos Locos. Ya sea para convertirlos en un delirio zombie, o marcarse sus propias versiones de Crisis en Tierras Infinitas o Mad Max.
Para The Flintstones, la DC decidió contar con los servicios de un apropiado Mark Russell. Autor de la obra satírica Dios está decepcionado contigo, su trayectoria en DC Comics incluye trabajos tan interesantes como la reciente Prez (en la que nos trasladaba a un futuro hipotético para arrojarnos de cabeza a los vicios, miserias e hipocresías del sistema político occidental). Y si bien esta podría considerarse como un precedente a su aproximación a Los Picapiedra -por aquello de seguir la estela del humor del Los Simpsons y similares-, Russell se desmarca por completo de la ley del más provocador, más cafre y sin luces. Esa tan fundamental para el camino sin retorno iniciado por Hanna-Barbera, según la cual los chistes se iban volviendo cada vez más desmadrados, y los protagonistas más tontos a cada temporada que pasaba.
Erradicado por completo, lejos de presentarnos a Pedro Picapiedra como un Homer Simpson del Paleolítico, Russell agarra la base conceptual de la serie y la despoja de cualquier elemento que tenga que ver con la comedia de enredos. Retrata a su protagonista como un tipo corriente, sí. Pero no uno tan exageradamente gañán y estúpido como para que podamos distanciarnos con el siempre socorrido Que idiota es todo el mundo menos yo que podríamos aplicar a todos los Peter Griffith o Stan Smith de la vida.
Por explicarlo de otra forma, el personaje que construye el guionista en The Flintstones está más cerca del Alfredo Landa de Los Santos Inocentes que de cualquiera de sus Cateto a Babor. Fernando Tejero en Cinco Metros Cuadrados más que El Penaltí Más Largo del Mundo si de nuevo se te escapa la referencia.
A grandes rasgos, el Pedro Picapiedra que nos muestra Russell es uno de los nuestros. Un currante simplón cuya única meta en la vida es cumplir una serie de objetivos para los que ha sido programado desde su infancia, y que podrían resumirse con el monólogo inicial de Trainspotting. Haz bien tu trabajo. Mantén satisfecho a tu jefe como a tu esposa. Ahorra lo suficiente para comprar una casa y una tele. Está siempre para cualquier cosa que tu familia y empresa pueda necesitar de ti. Todo esto, ???, felicidad. Planteamiento, nudo y desenlace.
Aun manteniéndose fiel a la base inicial de la serie y sus iteraciones posteriores, los nuevos The Flintstones de DC Comics beben también mucho de Dinosaurios y -sobre todo- Mad Men. Más próxima a lo que están haciendo Tom King y Gabriel Hernández Walta en Visión que a la hiperactividad de voces chillonas del show original, la diversión que ofrece está más ligada a la profunda amargura a la que parecen estar haciendo los habitantes de esta caricaturesca ucronía dentro de su difícilmente soportable vacío existencial, que por cualquier tipo de comedia de enredo.
Atrapada en un hogar que ha convertido su propia burbuja nostágica, que los electrodomésticos hablen a Wilma ya no es divertido por tener a una jirafa prehistórica parlante que hace las veces caballete. De hecho, es más que probable la idea de una ama de casa en tal grado de soledad que -entre una amiga más superficial que un globo con forma de mamut rosa y un marido que la tiene como una responsabilidad- solo encuentra complicidad e interacción humana en los útiles del hogar fuera carne para un nuevo delirio maníaco depresivo de Darren Aronofsky.
Con un estilo en el que entran en conflicto el realismo anatómicamente correcto con el que Steve Pugh representa a estos hombres prehistóricos y lo surreal de todo lo que les rodea, el dibujo no hace sino potenciar esta sensación de extrañeza incómoda. Una sensación al borde de lo grotesco, donde ni todos los trajes formales de piel de bisonte con corbata ni todos los disparatados gadgets de dibujos animados con aires acondicionados de cuatro patas y carneros percutores ocultan la fealdad gris y tangible de la carne que cubren.
Centrado en las vicisitudes por las que debe atravesar su protagonista cuando su jefe le encomienda convencer a un grupo de neanderthales para que trabajen para la compañía -aludiendo que son dos veces más fuertes que el Homo sapiens y desconocen el concepto del dinero-, el primer número de The Flintstones juega con ideas como el racismo, la explotación laboral, el barbarismo imperante bajo una endeble patina de civilización o la absoluta y ridícula vacuidad de cualquier tipo de logro al que nos aferremos para encontrar satisfacción en nuestra propia existencia.
Ya sea un garabato de nuestra cara bajo un letrero que rece “empleado del mes”, los bienes muertos amasados durante una vida dedicada al capitalismo o que expongan tus muestras de expresión personal frente a un grupo de narcisistas más interesados en validar su propio cinismo que en cualquier sentimiento que se les intente transmitir, Russell y Pugh se mofan de la sórdida ridiculez de este mundo prehistórico tanto como lo hacen de nosotros mismos.
Algún día puede que alguien encuentre los restos de toda esta colección de animales pintorescos, trajes de colores y gadgets locos y se pregunte como pudo existir tal demencia, sin tener la menor idea de la tragedia cotidiana que se ocultaba tras de ella. Hoy le toca a The Flintstones, en esta nueva muestra de que Mark Russell es uno de los talentos más interesantes de la DC actual.
Valoración
Guión - 8.5
Dibujo - 7.5
Interés - 8.5
8.2
Mark Russell le coge prestado a Pedro el brontosaurio, para demoler el ideal de la familia norteamerica con una acercamiento a The Flintstones más próxima a Mad Men o La Visión de Tom King que a la entrañable comedia de enredo de los abuelos de Los Simpsons
Wow, jamás creí que alguna vez me fuesen a entrar ganas de comprarme un cómic de los picapiedra… O.o
Jajajaja…..Estaba pensando lo mismo al terminar la reseña.
Muchas gracias Daniel por la reseña. Coincido totalmente con tus palabras. Es un número uno enorme y necesario para la época que nos está tocando vivir. Lo cierto es que plasma muchas cosas en apenas treinta páginas. Una serie a seguir sin duda.
Hace unos días en los comentarios de la reseña de Gustavo sobre Justice League rebirth comentabamos sobre «si tenemos los cómics que nos merecemos», en relación a que se pide originalidad y cuando se ofrece no se compra. Ejemplos de ello son Omega Men o Prez (¿Cómo pudo ocurrir que no entrase en el top de lo mejor de Dc 2015). Lo curioso es que a pesar de sus malas ventas y cancelaciones, Dc confía en estos autores y uno tiene Batman y Russel estos Picapiedra que tiene muy buena pinta.
Por último señalar que aunque es una obra crítica y seria, no abandona cierto humor: El bar «homo erectus», el cartel «Intente no morir».
Ojalá esto llegue a España, me imagino que dependerá de las ventas, porque sino le pasará como a Prez, obra obviada al no conocerla, pero de la que estoy seguro, que con una reseña de ZN positiva haría que muchos de los miles de «negativos» que leen ZN lo comprase, al igual que ha pasado con La Visión.
Un Saludo.
Aquí otro que se ha quedado intrigado con la propuesta. Es cierto que la serie de cartoons de los sesenta tenía más carga de mala baba profunda de lo que parecía a primera vista y este ‘revisionado’ en plan amargura existencial le puede sentar bastante bien a los personajes. Y con la referencia a Mad Men creo que uno se puede hacer una idea bastante precisa del tono.
Por cierto, la parte de los neanderthales me ha recordado a la novela de «Los herederos».
https://porunpunadodelibros.wordpress.com/2013/12/05/los-herederos-1955-de-william-golding/
A ver si esto llega a España, que aquí siempre hemos sido mucho de Pedro Picapiedra…
Vaya! Habrá que darle entonces una oportunidad!
Que tenga la corbata hacia arriba cuando habla sobre ella, es sin duda un guiño a Dilbert, una de las sátiras por excelencia de las últimas décadas sobre el mundo empresarial.
http://www.themarysue.com/wp-content/uploads/2015/11/the-10-best-pointy-haired-boss-moments-from-dilbert.jpg
En caso gustan este tipo de sátiras, el cómic desde luego tiene su atractivo. Gracias por los pareceres gente, especialmente interesante lo que comentáis de Gilbert y la novela de William Golding -me la apunto- y que demonios, cualquier ocasión para reivindicar Prez siempre es buena