The Savage Hulk

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Edición original: Marvel Comics – enero 1996
Edición España: Comics Forum – agosto 1996
Guión: Peter David, Dave Gibbons, William Messner-Loebs, Scott Lobdell, B. J. Estes, Matt Wagner, Jeph Loeb
Dibujo: Mike McKone, Dave Gibbons, Sam Kieth, Dane McCart, Humberto Ramos, Pasqual Ferry, Pat McEown, Tim Sale
Entintado: MacKenna, Dave Gibbons, Bill Reinhold, Bob Wiacek, Al Milgrom, Pat McEown, Joe Rosas, Tim Sale
Color: Electric Crayon, Dave Gibbons, John Kalisz, Steve Buccellato, Gregory Wright
Portada: Adam Kubert, Simon Bisley
Precio: 725 pesetas (tomo en formato prestigio de sesenta y cuatro páginas)

 

La publicación de The Savage Hulk a mediados de los noventa del siglo pasado constituye un homenaje de sus participantes y de la propia editorial al personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby y al eminente trabajo desarrollado por Peter David durante los diez años anteriores. El guionista estadounidense se ha convertido por propio derecho en el autor definitivo de la Masa y veinte años después de su marcha (dejando aparte retornos puntuales) no ha habido aportaciones que haya podido estar realmente a su altura (no digamos ya superarla). Con la excusa de un proceso por responsabilidad civil, Peter David sienta a Hulk en el banquillo y le obliga a repasar alguna de sus andanzas, narradas por otros equipos creativos.

La premisa que conforma el hilo narrativo general –ejecutada por David y McKone- presenta una demanda colectiva interpuesta por un nutrido colectivo de personas damnificadas por las aventuras de la Masa. Como quiera que el perdón presidencial y otras circunstancias hacen a Hulk inimputable desde un punto de vista penal, queda la vía civil para obtener un resarcimiento en la forma más simple: la indemnización monetaria. Como responsable del daño, un Bruce Banner que en aquel momento presentaba una personalidad cohesionada (luego llegaría Paul Jenkins con la rebaja) se enfrentaba a la reclamación de compensar económicamente a las víctimas de sus correrías. La línea de defensa de la abogada que representa los intereses de la Masa pasa por demostrar que la responsabilidad por los daños no corresponde a su defendido sino a quienes no respetaron su deseo de paz y tranquilidad (ése que el personaje expresaba en buena parte de los prólogos de sus tebeos, sentado sobre un tronco caído y rodeado de animalitos). Demandantes y demandado se enfrentan a la necesidad de convencer a un jurado y al Juez que preside la vista, el honorable magistrado Lieber, un claro homenaje a un Stan Lee que, curiosamente, no era la primera vez que veía a Hulk en el transcurso de un proceso judicial:

Cada testimonio presentado por la demandante o por la contestante, se traduce en una historia corta en la que otros autores se convierten en los narrados responsables. Así, Dave Gibbons presenta una nueva versión del clásico enfrentamiento entre Hulk y el Capitán América que narraran Stan Lee y Jim Steranko en los años sesenta. Scott Lobdell y un joven Humberto Ramos se encargarían de contar una historia un tanto bobalicona de los días en los que la Masa compartía equipo con los Defensores. Jeph Loeb y Tim Sale elaborarían un relato corto de reminiscencias terroríficas, que bien podría considerarse un adelanto de Gris. El hoy olvidado Bill Messner-Loebs (que por aquellos días hacía sus pinitos mitológicos con Wonder Woman y Thor) se unió a Sam Kieth para contar una historia sobre matones y víctimas, miedos y su superación. Matt Wagner hizo una reflexión a través de un nativo americano que consideraba que el hombre blanco había sido infinitamente más dañino que el coloso verde… Cada historia es de su padre y de su madre, con las lógicas subidas y bajadas de interés y calidad.

El resultado final es una historia cerrada en la que un florido ramillete de autores homenajea al Hulk de Peter David, dejándose llevar por su hilo conductor y dándonos las oportunas dosis de heroísmo, misterio, terror y acción en el marco de una premisa general de corte más bien humorístico. Como adición final, un conjunto de ilustraciones realizadas por dibujantes tan memorables como Michael Golden o tan olvidados como Shawn McManus.

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