El progreso tecnológico no es nuevo. Es un proceso al que habría que remontarse a la primera revolución industrial y a los ideales utilitaristas de John Stuart Mill, y a todas las corrientes ideológicas (y/o reconversiones/actualizaciones) que vendrían después y en los que nuestra sociedad parece estar basada.
Lo que sí resulta una novedad es el avance progresivamente exponencial y, aparentemente, descontrolado a nivel científico y tecnológico en el que estamos inmersos. Nuestro mundo cada vez está más interconectado, las fronteras cada vez son más un arcaico vestigio de un viejo mundo (aunque viendo el inexplicable alzamiento de líderes que proclaman lo contrario, demostramos ser, una vez más, contradictorios y caóticos) y en el que todo está concentrado por un concepto abstracto como es la nube.
Inevitablemente, también ha afectado al modo en el que nos comunicamos. Cada vez estamos más conectados, a la vez que estamos más alienados y aislados frente a nuestras pantallitas esperando recibir un mensaje supuestamente escrito por una persona detrás de su propia pantallita. Eso ha sustituido el contacto humano. Pasamos a vivir en un mundo cada vez más cínico y frío.
Y, por supuesto, ha afectado al consumo. Jamás nadie ha tenido acceso tan fácilmente a cualquier material o información. Pero utilizamos esta gran herramienta para vacuas banalidades que tan solo sirven para procrastinar. Y eso es lo que creemos que nos hace felices, esa simpleza anodina que se ha convertido en nuestra rutina, nuestro día a día, memez tras memez.
¿Hasta qué punto somos conscientes de que somos unos yonkis de la tecnología? Las redes sociales e internet son la droga del siglo XXI, y todos, en mayor o menor grado, estamos enganchados a ese invento de dudoso beneficio (si lo comparamos en todo lo que nos ha perjudicado como personas). Obsesiones con las imágenes que proyectamos, la era del ego y de los falsos profetas con una legión de seguidores, del insulto, la de la confusión entre objetividad (por inalcanzable ideal que sea) y subjetividad, cayendo en el relativismo, el mostrar como nuestra vida es mucho más perfecta que las del resto. Y lo que es peor, dar por hecho que a alguien le importamos, cuando la realidad nos demuestra constantemente lo contrario. La estupidez humana, de nuevo, dando muestras de ser de las pocas cosas que no parece tener techo.
¿Cuánto tardará alguien en capitalizar y monopolizar nuestra dependencia? Nada es gratis, y siempre, cualquier ejercicio de transgresión es engullido por aquello que se pretende transgredir (eso contando que no se convierta precisamente en el nuevo stablishment).
Hay bastantes productos que han analizado precisamente, las miserias que generan esta “utopía” a la que parecemos conducirnos inevitablemente, pero ahora llega Tokyo Ghost y aporta una renovación autoconsciente de algunos conceptos propios del medio en el que se encuentra, sin dejar de dar dosis de crítica (con toda la hipocresía implícita por parte de unos autores, en teoría superiormente morales), como debe hacer un buen relato de ciencia ficción.
Pero eso no quiere decir que se haya eliminado algo tan inherente a la humanidad como es la violencia, es a la otra cosa a las que los habitantes de ese mundo son adictos. Sigue habiendo criminalidad, cada vez más macabra y los “traficantes” emplean a los paladines para tratar de mantener el status quo. Nuestros protagonistas son dos de esos paladines: una pareja. La mujer, Debbie Decclive, dos motivaciones fundamentales al principio de la historia: la primera de ellas, librarse cualquier obligación con el mencionado magnate, y, la segunda, recuperar la consciencia perdida de Led, el coprotagonista. Él es un más que evidente mensaje a Juez Dredd: una bestia representante del orden que lo impone por todos los medios necesarios. Sin embargo, es más de lo que parece a primera vista.
El hecho de que
Y respecto al color, se ha contado con la presencia de
La edición de Norma Editorial viene complementada de las portadas originales, portadas alternativas, y bocetos de
Tokyo Ghost es un bofetón en la cara al lector. Una llamada a cuestionar cual es el camino correcto de la humanidad a través de un grotesco futuro que, si logramos abstraer la esencia, no dista mucho del mundo en el que vivimos actualmente. Remende recoge los temores y las inquietudes respecto al proceso de deshumanización que vivimos a medida que nos volvemos más y más tecnológicos a nivel comunicativo y social y lo plasma en una serie que tiene un caos ordenado que en sus primeros números logra funcionar y, que una vez más, queda por ver y contrastar que recorrido tiene.
Todavía no he terminado el tomo, pero mucho se tiene que torcer la cosa para que no sea la serie indie de Remender que más me está convenciendo desde su regreso a Image
Hola, Daniel:
Coincido. Lo he disfrutado bastante, especialmente por el toque de crítica social descarnada que reside en sus páginas. Me ha recordado a un gran episodio de Black Mirror en algunos aspectos.
Un saludo.
Daniel, lamento informarte que personalmente la serie pierde fuelle en las dos últimas entregas que compré en grapa. Sin contar con un deus ex machina que ni te esperas. De inicio notable a final pasable.
Joder, pues me hundes en la miseria, Marcos xD
Bueno, fue mi sensación. A lo mejor a ti te encanta el final, así que cuando lo leas me dices e intercambiamos impresiones.
El principio es un poco lento, nada que ver con lo que viene después. Una lectura muy, pero que muy entretenida. La recomiendo.
Hola, Ein:
El primer número sí que está algo dilatado, pero se entiende porque y creo que no se hace pesado en ningún momento, pero a partir de ahí la serie va como una bala.
Un saludo.
Una lectura un poco lenta al principio, pero a medida que avanza se hace cada vez más entretenida. La recomiendo. Un buen Remender con un Murphy de escándalo.
Pues no me llamaba mucho porque veía la premisa como demasiado trillada. La comparación con los capítulosde la serie ‘Black Mirror’ me parece muy acertada. Sin embargo, en vista de que os ha gustado y sabiendo de la calidad de los autores, le daré una oportunidad. Además, son sólo un par de tomos.
A mi más que a Black Mirror a lo que me ha retrotraído es a los animes de finales de los ochenta / principios de los ochenta al más puro estilo de Akira o Ghost In The Shell, que tanto en tono como en descarnada acidez social tenían ya mucho de lo que ofrece aquí Remender
Pedazo de reseña, en especial la primera parte.