Va D BD 17: Especial Philippe Adamov

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La reciente edición en nuestro país y por parte de Glénat, en breve espacio de tiempo, de tres de las más significativas obras de Philippe Adamov (El viento de los dioses, Dayak, La emperatriz roja), nos mueve hoy a dedicar nuestro Va D BD a este creador de origen británico afincado en Francia.

Reseñas

El viento de los dioses, Patrick Cothias y Philippe Adamov; Ediciones Glénat; 148 págs., color, 24 €.

El viento de los dioses fue la primera colección de álbumes surgida del pincel de Philippe Adamov que vería la luz en Francia, debutando en 1985 y serializándose a lo largo de los subsiguientes seis años, tarea que Adamov asumiría tras un periodo de rodaje durante el cual este creador -admirador confeso de Moebius– se bregaría en el mundo de la animación en series como Ulises 31. Esta condición de obra novel, muy relativamente hablando, permite que asistamos a la progresión estilística de Adamov a lo largo de los cinco álbumes que componen el relato, aunque ya desde el primer momento quede clara la extraordinaria calidad de este ilustrador. Cierto es, sin embargo, que en sus dos primeros álbumes, publicados en 1985 y 1986 respectivamente, sus figuras adolecen todavía de una cierta rigidez, no domina la profundidad de campo como lo hará con posterioridad y su entintado es poco más que funcional, sin que dé muestras de la rotundidad volumétrica y la riqueza de texturas que a partir del tercer álbum ya serán marca de la casa. Porque, eso sí, a partir de 1987 y de ese tercer capítulo de la saga, Adamov se ha convertido a las claras en un dibujante soberbio con una capacidad extraordinaria para recrear escenarios exóticos en los que mover un elenco de personajes de lo más variado, aptitudes que le hacen enormemente apropiado para emparejarse con un guionista de las características de Patrick Cothias, con quien también realizará, de forma casi concomitante con este Viento de los dioses, aquella desasosegante distopía titulada Las aguas de Mortelune, aún a medio publicar en nuestra piel de toro.

Volviendo a la saga que ahora nos ocupa y al que es su responsable argumental, podemos decir que El viento de los dioses es una obra muy del estilo de este guionista, dado a grandes intrigas en las que el pueblo oprimido y una jerarquía despótica devienen los polos entre los que tensionar a unos protagonistas cargados de luces y sombras. En esta ocasión, las contradicciones de un Japón feudal que, ante el telón de fondo de la filosofía budista y el bushido de los samurais, no tiene miramientos a la hora de triturar a una población rural por otro lado tampoco exenta de crueldad e hipocresía para con los descastados, se convierte en tapiz histórico sobre el que desplegar un repertorio extenso de guerreros interiormente desorientados que deberán sufrir la mediocridad de su señor y las maquinaciones de quien pretende usurparle el poder. Así, Cothias y Adamov construyen una historia rica en acontecimientos y vaivenes psicológicos cuyo principal defecto reside en la poca coherencia con la que se comportan algunos personajes, sometidos a una trama que debe avanzar por donde desea el guionista de forma inexorable; pero que compensa esa imperfección con un planteamiento ambicioso, sugerente, plagado de descripciones, sucesos y posicionamientos que logran sumergirnos en la narración para que, al final, esta se abra a un horizonte ligeramente esperanzador y radicalmente humanista.

Por todo lo dicho, creo que estamos ante la mejor de las tres obras que hoy reseñaremos, donde la meritoria calidad del dibujo de Adamov a partir del tercer capítulo se pone al servicio de un guión de Patrick Cothias muy bien construido y, hasta cierto punto, lo suficientemente alentador por desenlace y protagonistas como para que el público se sienta no sólo desconcertado e interpelado por él, sino también discreta pero satisfactoriamente arrullado en su interior.

Dayak, Philippe Adamov; Ediciones Glénat; 152 págs., color, 29’95 €.

Como tantas otras obras en las que un ilustrador debuta como autor completo, Dayak supone el culmen gráfico de su creador, a la par que vehicula un relato ambiciosamente relevante, interesante y curioso… pero no del todo bien resuelto.

Tal como apuntábamos, serializado entre 1993 y 1997, Dayak denota claramente que su autor lo dio todo en su gestación, por la magnificencia de su abordaje visual y el mimo que -se adivina- puso en cada viñeta. También, por la variedad y originalidad de los contenidos que su guión articula, así como por la riqueza simbólica de los mismos. Sin duda, no es habitual que una historia futurista de tono apocalíptico haga de África su escenario de elección y, al hacerlo así, pueda permitirse confrontar con naturalidad temáticas tan desgraciadamente familiares para el Continente Negro como los monopolios de explotación de los recursos minerales, la hipocresia de las operaciones humanitarias, una identidad contaminada por el imaginario occidental, la mezcolanza de cristianismo y animismo o la relación antitética entre progreso tecnológico y respeto por la tribalidad y la sacralidad de la naturaleza. No sólo eso, sino que en Dayak Adamov se atreve también con el pensamiento de los padres del psicoanálisis, al desarrollar la trama a través del enfrentamiento de dos mellizos que, cual arquetipos junguianos, simbolizan respectivamente la cara luminosa y oscura de una misma moneda y se ven inmersos en un juego de espejos parental de resonancias edípicamente freudianas. Iconográficamente, esa partida de ajedrez entre hermanos enfrentados que sólo podrá saldarse con un sacrificio que posibilite el futuro, se sirve mediante las que son las principales virtudes de Adamov como ilustrador. Es decir, su capacidad para comunicar grandeza y amplitud escenográfica, al servicio aquí de esa batalla entre naturaleza y tecnología; su gusto por la fealdad y lo repugnante que, en la parte final de la historia, logra conjurar realidades de una fisicidad orgánica muy a lo David Cronenberg; y la facilidad con la que retrata el bullicio, la algarabía y la vida. Se agradece, pues, que sea precisamente ésta la obra escogida por Glénat para el formato Integral Deluxe porque, aunque el formato de «integral novela gráfica» perjudica un tanto el esplendor visual original de El viento de los dioses y La emperatriz roja, el estropicio hubiese sido mucho mayor de aplicarle ese tamaño reducido a una obra tan esplendorosamente atractiva como Dayak.

Después de todo lo dicho, cabe únicamente identificar los motivos por los que un cómic tan generoso en hallazgos como éste no es del todo redondo… y la explicación se me resiste de tantas como son sus virtudes. Tal vez suceda que su tono narrativo melodramático, teatral, afectado, como es norma en relatos de esta índole, grandilocuentes y excesivos, ambiciosamente corales y adictos también al frenesí del desafío aventurero, marca distancias para con el lector, centrifugándole de la entraña de unos personajes realmente prometedores pero que, en algunas ocasiones cruciales, acaban resultándonos demasiado ajenos. Un resquicio menor que no debe hacer que desmerezcamos los muchos logros de Philippe Adamov en este trabajo gráficamente magistral y argumentalmente singular. Que ustedes gusten.

La emperatriz roja, Jean Dufaux y Philippe Adamov; Ediciones Glénat; 216 págs., color, 24 €.

Llegamos finalmente a la tercera de las obras a reseñar; posiblemente la más atemperada y equilibrada pero, también, la menos amable. Encontramos aquí a un Adamov nuevamente magistral en una amplia gama de sentidos, pero que da muestras de descuido poco profesional al cometer algunos fallos de raccord reiterados y llamativos. Jean Dufaux, el guionista que le acompaña en esta ocasión, es conocido por obras como Murena , Djinn y Rapaces, siendo un escritor muy dotado y versatil aunque, a veces, con excesiva predisposición al efectismo, la trampa argumental y unos finales forzadamente descorazonadores. Parte de eso vuelve a darse en La emperatriz roja, una extensa saga en la que asistimos a la silente contienda que se da entre el emperador y la emperatriz de una Rusia futurista y decadente; contienda en la que, curiosamente, ambos contrincantes destacan por su pobre catadura moral. De hecho, tampoco ninguno de los personajes que se situan en uno u otro bando se caracteriza por su nobleza, siendo el único rastro de relativa integridad la devoción con la que el cíborg Rostan y Adja la sirvienta contemplan a su emperatriz, en lo que constituyen las escasas pizcas de humanidad que puntean una historia sobre la perpetuación del despotismo aunque cambien perros y collares. Por supuesto, este viaje a través de una Rusia de nuevo zarista, bajo el dominio de un emperador que se yergue sobre los restos del pasado comunista del país, le da alas a Adamov para retratar al detalle un imaginario variopinto donde cosacos asaltan trenes de vapor cual indios del far-west, grupos de ninjas cruzan las heladas estepas y, en el palacio, la iconografía cristiano-ortodoxa enmarca la dionisiaca vivacidad de nobles y cortesanos. También el guión está plagado de detalles, formales y de contenido, que dan fe de la destreza narrativa de Dufaux, de su facilidad para el lirismo y de su fértil imaginación, capaz de conjurar situaciones y criaturas de lo más eclécticas sin que por ello el conjunto narrativo pierda su coherencia. Es cierto, sin embargo, que por momentos la historia llega a crecer tanto que los sucesos que cada uno de los muchos personajes protagonizan no dispone del espacio para dilatarse lo suficiente ante el lector. Eso, asociado al hecho de que ésta es una propuesta de sarten y brasas, donde todo cambia para permanecer igual (y donde igual equivale a fatal), provoca que como espectador uno se quede un tanto frío. Admirado ante la fecundidad gráfica de Adamov, preguntándose cual será la resolución de las muchas maquinaciones de los protagonistas, integrando con resignada aquiescencia el mensaje fatalista de Dufaux… pero frío al fin y al cabo al faltar en el argumento aquella luz que, aparte de alumbrar, conforte. Y es que la emperatriz es inmisericorde con sus súbditos… y Dufaux lo es con nosotros.

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Buddy Bradley
Buddy Bradley
1 marzo, 2012 13:06

Me interesa mucho Adamov, pero es una pena que dos de las tres obras reseñadas hayan sido publicadas a tamaño reducido. De momento solo tengo apuntada Dayak, que a saber si las otras dos no las vuelven a publicar a tamaño adecuado, como ya ha hecho Glénat con otros integrales.

Josele
Josele
1 marzo, 2012 14:44

Ya que hablaron someramente sobre Las Aguas de Mortelune, sería genial que la llegasen a publicar completa.

Guildartz
Guildartz
1 marzo, 2012 14:47

148 págs., color, 24 €. 152 págs., color, 29’95 €. Ya pueden ser buenas…

Mmr
Mmr
Lector
1 marzo, 2012 16:18

Yo boicoteo los minitomos de Glenat (EDT) y la culpa no es del tamaño sino de un politica editorial desastrosa. Compre «El principe de la noche» y pocos meses después sacaron la edición de luxe (o a tamaño normal).
¿Por qué debería arriesgarme a comprar el minitomo de «La emperatriz roja»? Si tiene buenas ventas podrían editarlo a mayor tamaño, pero ¿cómo puede tener buenas ventas si los posibles compradores esperan por si hay una mejor edición en poco tiempo?
Lo dicho, un círculo vicioso debido a una politica editorial con bastantes pocas miras.

JAVIÉ
JAVIÉ
Lector
1 marzo, 2012 16:41

Me interesa mucho el tomo de Dayak.
 
Me ha gustado mucho el siguiente parrafo:
 
Como tantas otras obras en las que un ilustrador debuta como autor completo, Dayak supone el culmen gráfico de su creador, a la par que vehicula un relato ambiciosamente relevante, interesante y curioso… pero no del todo bien resuelto.
 
 
Ahí es nada,se puede decir mas alto,(en mayusculas y negritas),pero no mas claro.
 
Y me ha gustado este parrafo por un motivo principal,he conocido ya a varios autores que al publicar su primer tebeo como autor completo han querido abarcar mas de lo que podían,buenos trabajos graficos,una premisa muy interesante,pero mal resuelta por la poca experiencía en los guiones,incluso conozco alguno que me ha comentado personalmente,si hubiera sabido lo que se ahora,hubiera delegado mas en el guión y en el color,no digo nombres para que no se enfaden.
 
 
Dejando a un lado las cuestiones tecnicas,como historía me parece que la citada DAYAK,contiene muchos de los elementos que yo busco en un tebeo y que hace tiempo que no encuentro,asi que muchas gracias por reseñarla,que como siempre digo,si no fuera por esta sección,casi con total seguridad se me hubiera pasado.

JAVIÉ
JAVIÉ
Lector
1 marzo, 2012 19:12

Por lo demás, como bien apunta mi querido Javie (ay, qué día aquel en que Carlos Vermut nos unió),
 
 
Joder Toni,lo que me he reido al leer esto,hacía años que no pensaba en eso,Carlos Vermut,ahi es nada.
 
Durante mucho tiempo pensé que igual era un problema mio de comprensión,ya que normalmente hasta ese momento,siempre me había parecido que tenías un gusto exquisito para esto del comic,aparte de un conocimiento muy superior al mio dicho sea de paso,he probado a releer cosas que odiaba como aquel Banyan rojo que publicó Dibbuks y que fue centro de muchos debates y la conclusión sigue siendo la misma,no me gusta a ningun nivel,ni grafico ni mucho menos la historía,eso si,las criticas ya no son tan exaltadas,que uno va cumpliendo años y va aprendiendo a domar a la bestia. 🙂

jose manuel
jose manuel
Lector
1 marzo, 2012 19:18

Saludos. Le emperatriz roja, fue publicada por Glenat en formato grande en el año 2000. Fueron cuatro tomos, que son los que yo tengo. El viento de los Dioses, también fue publicado en formato grande con tapa dura.

nachof
nachof
Lector
1 marzo, 2012 19:48

jose manuel, tienes razón. Yo me compré hace poco los 4 tomos de La emperatriz roja, no recuerdo por cuánto pero era una cifra similar al tomo reducido de Glenat. En cambio, de El viento de los dioses, es literalmente imposible encontrar los números 3 y 4… y mira que los he buscado. No he leído Dayak, pero me cuesta gastarme 30€ en 3 tomos.

Alex Cruz
Lector
1 marzo, 2012 20:06

Philippe Adamov, el new Moebius fast-track.

Davidg
Davidg
Lector
2 marzo, 2012 0:01

Dayak es una obra que me atrae desde su publicación. Después de esta reseña gana puntos. Me la apunto para el SALON de BCN. las otra las tengo reducidas. Coincido que no es el mejor tamaño para un gran dibujante como Adamov, pero siendo una segunda edición, debo reconocer que ha sido una suerte que las volvieran a editar. Porque o eso o nada para los que llevamos pocos años leyendo BD.