SOBRE DESTINOS
Como explicamos en la primera parte del repaso a este cúmulo de variantes argumentales que constituye Destinos, donde analizábamos las siete primeras entregas, esta serie plantea un dilema y se dedica a rastrear las posibles respuestas al mismo a lo largo de sus 14 álbumes.
Frank Giroud, curtido guionista francés conocido por series poliédricas como El Decálogo o Secretos, riza el rizo en esta ocasión para presentarnos a Ellen, una acomodada madre de familia, alma mater de una oenegé dedicada al Continente Negro, que en su juventud se vio implicada en un atraco de motivaciones políticas en el que fallecieron varias personas. Sin que nunca nadie sospechase de su participación en dicho atraco, ahora las circunstancias han querido que otra persona sea condenada por tal crimen y se halle en el corredor de la muerte. Ellen aparenta estar felizmente casada con un prometedor abogado inglés y sus retoños la necesitan, especialmente su conflictivo hijo Dylan, pero la acosa el sentimiento de culpa ante la posibilidad de que otra persona pague con su vida por un crimen que ella cometió.
¿Debería entregarse para salvar a Jane o rehuir esa responsabilidad en pro de la que la ata a su familia?
A grandes rasgos, el itinerario azul analiza qué sucede cuando Ellen decide entregarse, mientras que en el itinerario rojo la vemos evadiéndose de sus responsabilidades y escondiéndose en África de forma un tanto autodestructiva.
Como la otra vez, avancemos paso a paso para ver qué nos ofrece cada libro.
LIBRO A LIBRO
Destinos 8: El juicio, Denis Lapière y Olivier Berlion; Ediciones Glénat; 48 págs., color, 13’95 €.
Grandes eran las expectativas que tenía para con este número, dado que Denis Lapière es un guionista que, cuanto menos cuando ha estado acompañado por Rubén Pellejero, ha firmado obras de gran interés del estilo de Un poco de humo azul.
Tengamos en mente que, después del delirante montaje al que Ellen fue sometida en Paranoia (tomo 4), en este capítulo se mantiene firme en su deseo de entregarse a la justicia para que Jane quede libre; con la esperanza también de que diversas circunstancias atenuantes le ahorren a ella la silla eléctrica.
A partir de esta premisa, Lapière hilvana un relato intrigante que, en un principio, parece querer hurgar en el sistema judicial norteamericano y en las particularidades de los jurados populares, para luego abandonarse en las cómodas y convencionales corrientes del género. Y es que, desde un principio, Lapière plantea cierto interrogante que no resolverá hasta el final del cómic, y ese mismo interrogante dará alas al lector para que avance interesado en la trama. Al principio, aupado por el indudable oficio literario del escritor y su uso de la voz en off. Después, interpelado por el esbozo de análisis de la realidad de los jurados populares que inicia el guionista, como si se inspirase en aquella excelente opera prima de Sidney Lumet que fue 12 hombres sin piedad. Al final, ya toda la carne vendida, asumiendo con ligera desilusión que el francés acabó dedicándose únicamente a sacarle algo de punta a un espacio de transición argumental, puro tramite para llegar a otro lado. El cómic no es malo y lo único que puede reprochársele es que las motivaciones de aquellos que manipularán al jurado para que Ellen se libre de la pena de muerte son demasiado surrealistas, pero no consigue trascender su manifiesta vocación de producto de consumo, sin más pretensión que la de ser entretenido y demostrar algo de estilo, cuando cabría esperar bastante más de su guionista… y de la situación que retrata si nos atenemos a sus referentes.
Poco contribuye Olivier Berlion a paliar esa sensación de convención que transmite esta octava entrega, puesto que su mayor virtud reside en tener una narrativa funcional y poco más, careciendo luego de la contundencia gráfica necesaria para que su dibujo impacte.
Destinos 9: Family Van, Philippe Bonifay y Loïc Malnati; Ediciones Glénat; 48 págs., color, 13’95 €.
Si el octavo tomo adquiría tintes de trámite, la opción que se nos presenta en este noveno álbum como alternativa a aquel resulta de lo más excéntrica.
Aquí, después de la impostura vejatoria del tomo cuatro, Ellen no se entrega a la justicia sino que, extremamente disgustada con su marido, emprende un viaje de morosa cadencia hacia la casa paterna. Obligada a hacer auto-stop, su senda se cruzará con la de unos neo-hippies (furgoneta volkswagen incluida) que la ayudarán a reencontrarse con el placer de vivir y facilitarán que haga las paces con su esposo. Lamentablemente, cuando llegue a casa de sus progenitores, descubrirá que ella no es la única que está en un brete: su padre ha fallecido mientras ella se hallaba en ruta y un acosador inmobiliario no deja de importunar a su madre y a su tía. Los acontecimientos se precipitarán para que Ellen acabe, al final de este número y como sucedía en el anterior, con sus huesos en la cárcel.
Lo singular de la propuesta se ve potenciado por las ilustraciones de Loïc Malnati, quien en esta mini road-movie da muestras de una personalidad gráfica fuerte, rehuyendo la utilización de grises y la modulación de las líneas en beneficio de una línea clara figurativamente realista de resonancias pop.
Destinos 10: El muro, Florent Germaine y Sébastien Goethals; Ediciones Glénat; 48 págs., color, 13’95 €.
El Muro proviene del tomo 5 (El fantasma), entrega que en nuestro anterior post destacábamos por encima de las demás. Pues bien, aunque haya algún aspecto del guión un tanto delirante, lo cierto es que este capítulo no desmerece demasiado del anterior y tiene varios puntos de interés. Contribuye a ello Sébastien Goethals, un dibujante con resonancias a compatriotas nuestros como Javier Pina que escoge muy bien los encuadres y confiere expresividad, profundidad y dinamismo al tebeo.
Argumentalmente hablando, la entrega conecta bien con su antecesora, detalle que no siempre debe darse por supuesto en la serie. A la par, consigue aportarle cosas nuevas a la historia que son verdaderamente significativas, otra obviedad que no logran todos los álbumes. Completando el cuadro, la trama está bien llevada, con las dosis suficientes de drama, tensión, intriga y emotividad; por no hablar de la sorpresa final. Así pues, nos hallamos ante un cómic de digna factura que resulta relevante para el conjunto narrativo y en el que Ellen enfrenta un destino peor que la muerte, por pecados pasados mucho menos estridentes que su participación en un homicidio pero igualmente demoledores. No todos los engarces argumentales encajan a la perfección e, incluso, se dan ejemplos de claro reduccionismo a la hora de retratar ciertos márgenes de nuestra sociedad y el rol que los individuos pueden ejercer sobre ellos a través de su implicación solidaria, pero la historia palpita lo suficiente como para resultar destacable dentro del desigual conjunto que constituye la serie.
Destinos 11: El ancestro, Matz y Joseph Béhé; Ediciones Glénat; 48 págs., color, 13’95 €.
Otro ejemplo de derrotero argumental exótico lo encontramos en este tomo 11, donde retomamos la trama roja (y africana) para descubrir cuál es esa profecía que hace referencia a Ellen.
Para ello, la narración se desplaza hasta el colonialismo del siglo XVIII con el fin de seguir los pasos de un negrero que se aprovecha de las rivalidades tribales en beneficio propio y con grandes dosis de cinismo. Supuestamente, se trata de un antecesor de Ellen que es responsable de la gran desgracia que cayó sobre el pueblo Mazimkwa. La historia, autocontenida, ágil y entretenida, nos explica el por qué de la maldición que ahora pesa sobre su linaje y cómo el pueblo Mazimkwa asedió al antecesor de nuestra protagonista a lo largo y ancho del planeta. No contentos con la muerte de éste, necesitan ahora acabar con Ellen (y con alguna que otra persona debido a una sorpresa que nos reserva el guión) para que sus antepasados puedan descansar en paz, motivo por el cual acabamos el cómic con nuestra chica a punto de ser «ajusticiada».
Joseph Béhé es el encargado de las ilustraciones y apuesta por un acabado de lápiz sin entintar completado con acuarelas. El resultado es evocador y cálido, a la par que expresivo, en buena medida por su renuncia a los cánones figurativos más ortodoxos en pro de un estilo con reminiscencias de autores como Tha, Alfons López o Klaus Janson.
Destinos 12: La prisión, Frédéric Richaud y Eugenio Sicomoro; Ediciones Glénat; 48 págs., color, 13’95 €.
También La prisión tiene un marcado aire «marciano» puesto que, aunque empieza como un típico drama carcelario, deriva posteriormente y de forma acusada por marismas menos convencionales, convirtiéndose en una suerte de variante de productos siempre tan sugerentes como La isla del doctor Moreau de H.G. Wells o la más moderna La isla de Michael Bay.
Precisemos que esta entrega puede proceder tanto del tomo ocho, donde Lapière enviaba a Ellen a la cárcel después de que ésta se librará de la pena de muerte, como del tomo nueve, que acababa con Ellen también detenida después de su excursión hippy hasta su casa paterna. Así comienza este cómic, de la mano de un interesante Eugenio Sicomoro que, con su grafismo rotundo y denso, pintado también directamente sobre el lápiz, nos sumerge con facilidad en un escenario de claustrofóbicos acosos entre presidiarias. Menos brillante que aquellos, pero algo emparentado con estéticas tan poderosas como las de Jesús Blasco y Francisco Solano López, Sicomoro se luce en este registro «entre rejas» y también después cuando, por mediación de su marido, Ellen es trasladada a un revolucionario complejo rehabilitador donde, supuestamente, las más modernas técnicas de reconducción psicológica les son aplicadas a un variado grupo de presas. De entrada, todo aparenta prometedoramente luminoso pero, si fuese así, ¿dónde estaría la gracia? Para padecimiento de nuestra protagonista, pronto las cosas van a torcerse y Ellen emprenderá un particular descenso a los infiernos de la manipulación mental por la vía de la ciencia que dará con sus huesos en un manicomio, en una escena final de tremenda fuerza gracias, otra vez, al trabajo de Sicomoro.
Destinos 13: La venganza, Pierre Makyo y Rubén Pellejero; Ediciones Glénat; 48 págs., color, 13’95 €.
Si es de Pierre Makyo (El país del fin del mundo) y Rubén Pellejero (El silencio de Malka) no puede ser malo, pero me atrevo a decir que La venganza hubiese podido ser todavía mejor de no tratarse de una obra de trámite para sus dos autores.
Recordemos que en este discurrir argumental teníamos a Ellen a punto de fallecer a manos de una tribu africana que en su día habían lanzado una maldición sobre su linaje. Makyo y Pellejero harán que entre en acción un misionero cristiano que intercederá por ella, pero de forma nada convencional: bien relacionado con los Mazimkwas y habiendo quedado el brujo de la tribu en deuda con él, el misionero reclamará el derecho a iniciar un viaje místico junto a Ellen para dilucidar hasta qué punto es ella responsable de la desgracia que un día se abatió sobre este clan del Continente Negro. Travesía de índole psicodélico-espiritual, Ellen logrará conservar su vida… de nuevo a costa de su cordura como sucedía en el tomo anterior, en un alarde narrativo por parte de Makyo y Pellejero que deja con ganas de más.
Por un lado, Makyo se preocupa de integrar en este capítulo en particular todos los elementos relevantes, todas aquellas claves, que se supone alberga el relato en su conjunto. Al mismo tiempo, le aporta a ese conjunto nuevos personajes de indudable fuerza, empezando por ese misionero prêt-à-porter abierto al animismo que también alberga sus propios demonios. Pero en muchos momentos parece encorsetado en extremo, obligado a utilizar a unos protagonistas que no son suyos en una historia de la que no controla ni principio ni final.
Pellejero, por otro lado, se maneja con soltura en esos registros oníricos que ya utilizara en Aromm, obra que se diría debió inspirar a quien fuese que decidiese su asignación a este episodio en concreto de Destinos. Tampoco afirmaría que ésta es su mejor obra, puesto que en ciertos momentos su color resulta un tanto desleído y otras veces resuelve algunas viñetas con un exceso de simplificación. A pesar de eso, no puede negarse que sus páginas evidencian su calidad de maestro indiscutible ni tampoco que su retrato de África es el más vivo, cuidado y creible de cuantos nos ofrece la serie.
Así que, a pesar de todo lo comentado, nos hallamos ante una de las mejores entregas de Destinos no tanto por el empeño de sus creadores como por su profesionalidad, que sobre todo merece ser admirada por el trabajo de nuestro compatriota.
Destinos 14: Ellen, Frank Giroud y Michel Durand; Ediciones Glénat; 64 págs., color, 13’95 €.
¡Por fín otro tebeo que puede ensalzarse sin cortapisas!
De nuevo los padres de la criatura, Frank Giroud y Michel Durand, unen esfuerzos para cerrar esta historia que empezara 13 episodios atrás y, como en aquel primer número, se hace patente que las virtudes como ilustrador de Durand sacan petróleo de cualquier terreno. De hecho, no es que el guión de Giroud sea malo. Él, mejor que nadie, sabe de dónde viene y a dónde va la historia y, además, se permite el lujo de tener más páginas que el resto de autores para rematar su faena, circunstancias que le posibilitan adoptar un comedimiento narrativo intrigante y significativo que a otros guionistas de la serie les ha estado vedado y que insufla peso a lo narrado. Además, cuando pone todas las cartas sobre la mesa (y se queda con nosotros), manifiesta perfectamente unos privilegios que sólo el maestro de ceremonias podía tener y aprovechar, ofreciendo unas claves de interpretación de la serie que los lectores, a estas alturas, han estado esperando como agua de mayo porque… ¿cómo era posible que tantas posibilidades distintas (y algo inconexas) desembocaran en un mismo lugar? Pero, por más que ese final medio emparentado con Lost o Flashpoint abra distintas relecturas más anecdóticas que destacables, el verdadero artista de este circo es Michel Durand. Sólo él consigue que esta Ellen perdida en un psiquiátrico australiano, a punto de cerrar por causa de la especulación inmobiliaria, resulte conmovedora. Sólo él es responsable de que el nuevo director del centro, que tanto se interesa por ella, sea verdaderamente encantador… y que tanto su colega como el mismo edificio sean «de verdad». El apabullante dominio que Durand tiene de la caracterización, de la escenografía y del montaje convierten las 64 páginas de esta última entrega en toda una delicia narrativa de las que se ven pocas… y, dado que las trampas de Giroud nos lo permiten, bien valdría la pena que, aunque sólo fuesen éstas, nos hiciésemos con las dos entregas dibujadas por este ilustrador nacido en Quimper en 1957.
Y es que…
VALORACIÓN GLOBAL
…los resultados ofrecidos por las distintas entregas de la serie son enormemente irregulares, oscilando entre lo interesante, lo anecdótico y lo absolutamente prescindible. Desgraciadamente, abunda más esto último, detalle probablemente propiciado por una planificación argumental que, aunque posibilista, maniataba en exceso a un plantel de colaboradores también excesivo. Mucho mejor hubiera sido, seguramente, que el propio Giroud se ocupase de toda la serie para así dotar de cierta coherencia y garra a cada número… si es que eso era viable considerando que parte del planteamiento de Destinos residía en explorar lógicas contrapuestas y, en algunos casos, aberrantes.
Pero es que, además, hay trampa. Porque, aunque el algoritmo argumental ofrece unos itinerarios muy concretos, lo cierto es que no siempre casan bien entre ellos ni tampoco son inamobibles. Es decir, llegados al final uno se percata de que, si lo desea, podría saltar con bastante soltura del primer número al último sin pasar por ninguno de los demás. Esos dos números que contienen el corazón de Destinos y que además están dibujados por Durand. Luego, si uno quiere ir más allá, como quien se lee las series colindantes del macroevento comiquero del año, puede rastrear la senda que pasa por el segundo, el quinto y el décimo número, la línea argumental menos dilatada y más redonda en su conjunto. Estirando más, puede probar con la ruta africana a través de los números tres (puro trámite), seis, once y trece. Más allá de eso, creo que el resto de álbumes sólo son aptos para coleccionistas acérrimos, que imagino que haberlos… haylos.
- Archivo Va D BD: Especial Destinos 1ª parte.
- Archivo Va D BD.
- Reseñas sobre BD.
¿Qué tal está el Decálogo, del mismo autor, y que me atrae a priori más?
Pues como éste, con algún número brillante (el dibujado por TBC… creo que es el tercero) y otros menos destacables. Curiosamente, en el Decálogo los nombres implicados tienen menos pedigrí, pero el nivel medio es más alto que en Destinos. Sin embargo, en Destinos, los números de Michel Durand (1 y 14) son tan recomendables como ese número de TBC de El Decálogo.
En la misma linea, unos numeros muy buenos, otros entretenidos y otros aburridos.
Aunque el decalogo es una sola historia, no varias. o bueno, 10 historias independientes con el nexo comun de un libro desde nuestros dias hasta su origen.
Para hacer una valoracion mejor deberia releermelo, porque lo segui a medida que salia y pierdes un poco el hilo entre tomo y tomo.
Pero vamos, no me parece una mala compra tampoco.
Thanks, Sr Boix!
Vaya, justo a la vez. Si el numero de TBC, el cuarto, es el mejor, El 1 y el 2 tambien estan bien.
Vaya, veo que todo el mundo coincide… Creo que de BD a lo único que le echaré un vistazo próximamente será a El Gran Muerto de Loisel, a ver qué tal 😉
Como este es el post del BD dejo aquí mi pregunta.
¿Alguien ha leido el Konungar de Sylvain Runberg y Juzhen?, he visto algunas paginas y tiene una pinta estupenda, sería interesante si alguien pudiera añadir algun dato sobre la obra.
Un saludo.
TBC es un autorazo. Su Evropa está bastante bien y su Fábulas de Bosnia es excepcional.
Javié, ¡¡y yo que creía que tenía en ti a un fiel seguidor!! Ahora resulta que no me lees. Ya hablamos de Konungar hace dos meses y aquí te dejo enlace al post:
https://www.zonanegativa.com/?p=39703
Toni, siento una verguenza tan grande que no soy digno de llamarme persona, me voy a un rincón sucio y oscuro a comer un trozo de pan con agua.
Por suerte para mi dignidad, la reseña fue escrita la ultima semana de febrero, la cual coincidio con una escapadita romantica y merecida junto a mi señora, ya me extrañaba a mi que se me hubiera pasado, voy con ella ahora mismo. 😉