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RESEÑAS

3537Weimar: Dos investigacions de Jan Karta (1925-1933), Roberto dal Pra’ y Rodolfo Torti; 001 Ediciones; 128 págs., BN, 14 €.

Como bien se desprende del prologo que ha realizado Pepe Gálvez para la presente edición, a algunos este Weimar: Dos investigaciones de Jan Karta (1925-1933), por primera vez a nuestra disposición en castellano, nos retrotrae a otro tiempo: una época todavía comandada por las revistas de cómic adulto donde descubríamos con asombro y fruición las propuestas de gente como Franco Saudelli (La hija de Wolfland), Massimo Rotundo (No hay piedad), Milazzo y Berardi (Marvin, el detective) o Leopoldo Sánchez (Bogey). Coincidencias estéticas y temáticas que hermanan a esta obra con aquellas, de forma lógica puesto que todas ellas son hijas de un mismo momento y de semejantes aspiraciones. Género -negro la mayoría de las veces- al servicio de relatos modulados, nada estridentes, de trasfondo socialmente comprometido. Así sucede también en estos dos relatos protagonizados por un detective privado bruñido de un cierto romanticismo que debe lidiar con una Alemania que abraza con fuerza progresiva el ideario nazi, de tal manera que Jan Karta, como buen metomentodo, se convierte para nosotros en testigo de excepción de pequeños sucesos que dan razón de una época convulsa en la que se daban los primeros pasos hacia un horror de proporciones inhumanas, también tratada en las excepcionales Berlín de Jason Lutes y Berlín 1931 de Felipe H. Cava y Raúl F. Calleja. Esa voluntad de testimoniar un periodo histórico de gran relevancia mediante la obra de género, junto con el melancólico ritmo narrativo que Dal Prá le imprime al argumento y el grafismo ágil -de equilibrados blancos y negros- con el que Torti se esmera en retratar fielmente los escenarios del momento, hacen de Weimar: Dos investigaciones de Jan Karta (1925-1933) un producto destacable. Sin duda no está a la altura del Marvin de Milazzo y Berardi. Probablemente no sea tan redonda como No hay piedad de Mignacco y Rotundo. Y tal vez por eso Weimar permanecía todavía sin editar en España, a diferencia de esas obras que le fueron más o menos contemporáneas. Pero, como después de leer el trabajo de Dal Pra’ y Torti lo cierto es que uno toma conciencia de que «ya no se hacen cómics como estos», no podemos hacer otra cosa que darle la bienvenida entre nosotros.

3537El devorador de historias, Fabrice Lebeault; Planeta DeAgostini; 80 págs., color, 10’95 €.

Este sorprendente Devorador de historias comparte algunas características con la que ha sido una de las películas del verano, Orígen, puesto que en ambos casos nos hallamos ante productos que utilizan un recurso argumental «razonable» desde el que entremezclar dos géneros narrativos distintos y, al hacerlo así, se permiten incluso alguna que otra insinuación metatextual. Las coincidencias acaban ahí, por supuesto, dado que los géneros que manejan las dos propuestas son totalmente diferentes, jugándose en El devorador de historias con el folletín y el terror gótico. La obra, por lo tanto, no deja de resultar fresca en ningún momento, estrambótica en ocasiones dados los referentes que maneja, y también -de forma curiosa- agradablemente cercana al lector a pesar de los rocambolescos derroteros por los que evoluciona la trama. Sin duda, contribuyen a ello ciertos aspectos formales que demuestran la validez de Fabrice Lebeault, este autor francés poco o nada conocido en España. Todo en el apartado visual de esta historieta alcanza resultados notables, desde su mismo grafismo -emparentado con la línea clara y con autores como Paco Roca o Ty Templeton– que aquí conjura con gracia y rigor personajes y ambientación, hasta su acertada aproximación a la simbiosis icónico-literaria que debe presidir cada página de un tebeo para que éste fluya con el ritmo adecuado.

El guión, aunque lo que hemos dicho hasta ahora podría sugerir lo contrario, también se presenta trufado de méritos. Por un lado, el mismo constructo argumental se resuelve con éxito, tarea nada fácil si tenemos en cuenta que Lebeault debía mantenerse fiel a los tópicos de los dos géneros de su elección, fusionarlos con naturalidad y, sobre todo, a partir de ahí contar algo interesante. Por otro lado, esos elementos de interés, que quedan bien integrados en el guión, los constituyen tanto las vicisitudes interiores de los protagonistas como el bello ensayo metatextual que alcanza todo su lirismo en la última viñeta, en un salto imposible al vacio… o hacia nuestro corazón… si la obra ha conseguido finalmente hacerse un hueco en él.

3537No moriré cazado, Alfred; Astiberri Ediciones; 120 págs., color, 17 €.

Recientemente, en una entrevista radiofónica a un escritor catalán, se bromeaba sobre el hecho de que la primera frase de un cuento es importantísima, pero que la segunda lo es todavía más. Sin duda Guillaume Guéraud, el autor de la novela en la que Alfred se ha basado para realizar esta cómic, debe de ser un gran cuenta cuentos a juzgar por el arranque del relato, puesto que ya sus primeras frases, acertadamente traducidas por Lucía Bermúdez Carballo y hábilmente confrontadas con las imágenes de Alfred, bastan para que necesitemos arremeter hasta el final con la lectura de este libro. Es ésta una obra obsesiva, de personajes psicológicamente lisiados por un entorno crónicamente enfermizo, a los que empezamos a contemplar con cierta curiosidad que podría bordear lo morboso, para luego acabar ubicándonos y tomando partido… no adelantaré junto a quién.

Inicialmente, Alfred nos situa en una pequeña y subdesarrollada aldea francesa que diríase emparentada con aquellos puebluchos que allá por los años ochenta presentaba Didier Comès (La Belette) con acerada crueldad. Villorrios de gente miserable que se esfuerzan por hacerse la vida imposible unos a otros para garantizar que la infelicidad propia sea también compartida. El grafismo de Alfred, por supuesto, es muy distinto del de Comès, y de entrada se hace extraño contemplar al dibujante de Por qué he matado a Pierre o La desesperación del mono en un registro cercano al de Mattotti (Estigmas), Teddy Kristiansen (Es un pájaro) y Ciryl Pedrosa (Tres sombras). Pero lo cierto es que la nueva apuesta estética de Alfred funciona notablemente bien, tal vez porque su relato tiene tanto en común con las comunidades moribundas de Comès como con el retrato sociológico que realizaba Étienne Davodeau en La mala gente y la prospección en la mente de un chaval que imprevisiblemente se convierte en un asesino que presentaba Stephen King en Rabia. Así, ese dibujo entre naif y sucio se adecua convenientemente a una trama con diversas caras y distintos objetivos temáticos, justificando la adaptación de una novela que se adivina de gran fuerza e interés para construir una historieta también de gran calado.

Y es que, de la misma manera que sus primeras frases nos atrapan, también su desenlace se apodera de nosotros y nos mantiene, tiempo después de haber finalizado su lectura, presos de esa ventana que sus autores han abierto para nosotros. Una ventana por la que lanzarnos cuesta abajo, a trompicones, obcecados por el brío de su narrativa, hacia un abismo que puede resultarnos sorprendentemente inteligible.

3537Rey rosa, David B.; 001 Ediciones; 48 págs., color, 15 €.

Aunque Rey Rosa esté basado en una obra de Pierre Mac Orlan, se diría que es una propuesta muy propia de un creador como David B., según lo que el mismo autor nos explicó sobre sus entretenimientos de infancia en la imprescindible Epiléptico editada aquí por Sins Entido. Es este Rey Rosa un cómic febril, alocado y pasional, en el que el aspecto gráfico cobra gran parte del protagonismo para sumergirnos -literalmente- en un cosmos maravillosamente agridulce, hipnóticamente bello, por donde corretean unos piratas malditos al estilo del Davy Jones que ha popularizado la saga Piratas del Caribe de Disney. Sin embargo, desde su segunda página las correrías de estos bucaneros made in France adquieren un cariz distinto a los de la tetralogía cinematográfica, acrecentándose todavía más esa tonalidad distintiva a partir del momento en que estos filibusteros fantasmagóricos empiezan a hacerse cargo de un niño humano. De repente, con este hallazgo ya deducible por la portada del tebeo, Rey Rosa se convierte en un imán para el lector infantil, subyugado por la posibilidad de «verse liderando» a través del protagonista a una horda de simpáticas calaveras siempre a punto para la aventura. Pero, a la par, ese cruce de itinerarios «existenciales» entre unos fantasmas que desean la muerte definitiva y un bebe para el que esos no-muertos serán su única referencia de vida, genera una situación temática paradójica y poética que David B. explora con acierto hasta su más lógica conclusión; una que un niño no logra entender, pero que un adulto sabrá valorar con cierta sonrisa agridulce en sus labios.

3537Los desesperados, Mezzo y Pirus; Ediciones Glénat; 104 págs., color, 19’95 €.

Victor Mezzo y Michel Pirus llegaron a España a través de la Colección Brut de La Cúpula y, por aquellas fechas, dicha colección (Brut = «sucio» o «en estado puro») parecía nacida para ellos. El contrastado blanco y negro del primero, alienada su belleza por un trazo que con firmeza retrataba personajes rudos y grotescos, alimentaba unas historias hirientes y descorazonadoras, siempre hurgando en la depravación y la miseria más noir. Reconozco que después de Un mundo extraño les perdí la pista, y no ha sido hasta la publicación por parte de Glénat de Los desesperados en un lujoso tomo que me he percatado de cuán bien les sienta a esta pareja autoral el color y el formato generoso en dimensiones. Cierto es que después, revisando un retapado de la revista Viñetas donde se serializó esta misma historieta, me he dado cuenta de que en una y otra reproducción el color difiere muchísimo. Mientras que en Viñetas un papel de lo más blanco reproducía unos colores ofensivamente chillones, en el álbum de Glénat todo adquiere un tono mortecino que -aunque tal vez no responda al deseo inicial de sus autores- resulta sumamente atractivo y casa perfectamente con lo que se cuenta.

Y lo que se cuenta es, simplemente, una road-movie de frontera en la que un puñado de desgraciados aspiran a una vida distinta a costa de traicionarse los unos a los otros en el transcurso de un gran robo a un banco. Como dice Santiago García, muchos clichés, hilvanados con artesanal eficiencia, invocados por un grafismo soberbio y personal. Unos, dirán, se trata de un refrito de vicisitudes ya contadas muchas veces por creadores mucho más vanguardistas que este par de franceses; gentes como David Lynch, Charles Burns o Tarantino, a los que Mezzo y Pirus fagocitan con esmero y pericia. Otros, replicarán, debe agradecerse aparezcan relatos trenzados de forma inteligente, impregnados de un calor tangible y de un sudor pegajoso, protagonizados por gente que transita en los límites entre la vida y el género, ilustrados de forma auténtica y cautivadora. Ustedes deciden 🙂

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Raúl Martin
Lector
30 septiembre, 2010 14:39

Me ha llamado la atención El Devorador de Historias y Los Deseperados (Killers me gustó en su momento, cuando servidor estaba muy influenciado por Pulp Fiction). A David B le tengo ganas, y hay a la venta un ejemplar de Epiléptico cercano a mí. ¿Realmente es tan imprescindible? Lo digo porque otras temáticas de vuelta a la infancia como Blankets no me han convencido del todo. Aunque sí BDs como Los Combates Cotidianos ¿Se trata David B. de un autor para todos los gustos o sólo para un lector más tipo underground? Es que Epiléptico es un tochazo…

curioso
curioso
Lector
30 septiembre, 2010 15:53

a mi tambien me ha llamado la atención los desesperados!
que siga rulando la bd!
saludos

davidg
davidg
30 septiembre, 2010 17:19

Has conseguido que al fin me decida a comprar No moriré cazado. Siempre lo he tenido entre los posibles pero tu reseña se une a otras de tono similar y entrára para el próximo presupuesto comiqueril. Ya que se mencionan, Los combates cotidianos de Larcenet está pero que muy bien. Las alabanzas que recibió en su día me parecen más que justas y lo recomiendo encarecidamente. Y si se me permite anotar algunos títulos para otra Va de BD ahí van: Los Impostores, Purgatorio, Theodore Poussin, Dios en persona,…
Saludos,
Davidg
 

Ocioso
Ocioso
Lector
30 septiembre, 2010 17:35

Yo también recomiendo Los combates cotidianos, aunque sea en formato reducido.
Y los títulos que comenta davidg que no sean para una próxima Va D BD, que sean para la Va D BD de mañana mismo. Algunos están caletitos en las librerías y necesito un último empujón para animarme a comprarlos.

dennel
dennel
30 septiembre, 2010 18:08

El devorador de historias es un homenaje al folletín en plan desenfadado de lo más entretenido.

JAVIE
JAVIE
Lector
30 septiembre, 2010 21:52

Tengo algunas dudas sobre qué puede ofrecerme WEIMAR a nivel grafico,es decir,soy un enamorado de la tematica belica,especialmente todo lo que respecta a la segunda guerra mundial,me parece fascinante toda esa liturgia fascista acompañado por ciudades destruidas,uniformes alemanes,tanques…En fin,como El devorador de historias es un material que será mio en breve,la unica incognita es la que te planteaba al principio,es decir:
 
 
¿Me gustará el dibujo o por contra tendré que adivinar que mancha negra es un nazi y cual un arbol?

JAVIE
JAVIE
Lector
1 octubre, 2010 3:07

¿Había policías en la alemania pre/Hitler?
 
Siempre pensé que el ejercito tendría tomadas las calles,una especie de estado de sitio.
 
Me apunto tus recomendaciones e indagaré un poco mas sobre el dibujante,menudo alegrón me he llevado al verte de nuevo por aqui,un abrazote maquina.

zape
Lector
1 octubre, 2010 4:47

Lo primero que una cosa era el ejercito y otra los nazis. Antes y despues del ascenso de Hitler las calles estaban dominadas por los camisas pardas, las SA, es decir la «Sección de Asalto», que causaron verdaderos estragos y eran paramilitares, una suerte de milicia del partido, motivada e hiperviolenta. La República de Weimar fue el periodo de entreguerras, un extraño estado de calma tensa que mezclaba hedonismo, efervescencia artística, crisis político-económica y furia post y pre bélica causada, principalmente por la humillación que suposieron los tratados de paz que finiquitaron la IGM.
Evidentemente había policía, aunque su labor fue cada vez más y más dificil con el crecimiento del nuevo régimen. Una buen peli al respecto es El diablo ataca de noche, que dirigió Robert Siodmak en 1957, sobre la investigación que un honesto agente de policía sin filiación nazi emprende alrredeor de la figura de una asesino en serie.

ACR
ACR
1 octubre, 2010 18:51

Toni, si no es demasiado, ¿te importaría decirme si merece la pena el de Weimar? O algún cómic de ese estilo que me recomiende alguien.
 
Gracias de antemano.

Ramius
Ramius
4 octubre, 2010 16:18

A mi el de Weimar me pareció un truño, no merece la pena.
Si os interesa la temática género negro – Alemania nazi hay una serie de novelas escritas as por Phillip Kerr que están muy bien, todas protagonizadas por un detective privado que abandonó la policía de Berlín cuando las SS asumieron el control. Hasta ahora hay 6 y abarcan el periodo prebélico («Violetas de Marzo» y «Pálido Criminal») la ocupación aliada de Alemania («Réquiem Aleman» y «Unos por Otros») y el exilio en Sudamerica («Una llama misteriosa» y «Si los muertos no resucitan»). Están bastante bien escritas e intercalan en sus tramas personajes reales como Goering, Himmler, Heinrich, Otto Skorzenni…