Edición original: Marvel Comics – enero – 1997
Edición España: Comics Forum – octubre – 1997
Guión: J. M. DeMatteis, Len Wein
Dibujo: Pablo Raimondi
Entintado: Al Milgrom
Color: Scott Rockwell
Portada: Pablo Raimondi
Precio: 375 pesetas (número único en grapa de cuarenta páginas)
Hay tebeos que resultan interesantes, memorables o entrañables, no tanto por la historia que cuentan o la calidad del dibujo, sino por circunstancias más extrínsecas que intrínsecas. En esta ocasión, toca hablar de un bonito ejemplo de esa situación, en la forma de un cómic en el que dos guionistas veteranos recuperaron para la causa a un personaje que llevaba largo tiempo en el limbo y, además, rindieron homenaje a la memoria de un colega prematuramente desaparecido. Ahora que una valquiria -¿Valquiria?- se asomará por la tercera entrega de las aventuras cinematográficas de Thor, me ha parecido buena idea revisar este número especial, en el que
Pongámonos en situación: la historia de la
Hace veinte años, la casa de las ideas vivía inmersa en las consecuencias de la crisis del sector. La maniobra comercial Heroes Reborn había puesto a cuatro de sus franquicias más antiguas en manos de dos hijos pródigos que, habiéndose marchado para fundar sus propias empresas, volvían como mesías para intentar recuperar las cifras de ventas de antaño. Esta decisión, había cortado de cuajo las planificadas líneas argumentales de todos los personajes cedidos, al tiempo que había dejado hueco para la salida de nuevas colecciones y la recuperación de viejos conceptos. Uno de los personajes afectados por esta cesión de propiedades era Thor, que antes de la batalla contra Onslaught estaba embarcado en un proceso de búsqueda y restauración del caído panteón asgardiano. Warren Ellis, primero y William Messner-Loebs después, habían humanizado al tronador, a costa de exiliarle en la Tierra y luego hacerle partícipe de una revelación: una vez más, su padre Odín había actuado de forma manipuladora y le había utilizado como pieza de importancia en uno de sus planes. El destino del reino divino estaba por encima de sus integrantes, de manera que el padre de todos escondió a sus súbditos bajo una apariencia mortal, forzando a su hijo a emprender una búsqueda que, por designios editoriales, continuó sin él en la cabecera Los Dioses Perdidos. Thor debía acompañar a los Vengadores en su nueva etapa, comandada por Rob Liefeld, de modo que su misión debió ser tomada por otros personajes, que se esforzaron por recuperar del olvido a las deidadas asgardianas.
En este escenario, un antiguo guionista de las aventuras de los Defensores se embarcó en la tarea de recuperar un ilustre mito nórdico, cuyas aventuras había narrado en el pasado J. M. DeMatteis aprovechó la oportunidad que le daban la predisposición a los experimentos y la existencia de una colección que recuperaba dioses vikingos caídos, para traer de vuelta a la Valquiria. Para ello, contó con la colaboración de otro ilustre guionista del no-grupo como era Len Wein y usó varios conceptos que ya había usado previamente con notoria profusión, como la percepción humana de la muerte o la tentación de caer en la desesperación.
En un mundo que ha perdido a sus principales defensores, una joven llamada Barbara Norris intenta tener una vida normal. Tiene una casa, amistades y trabajo, pero en sus momentos de soledad, piensa que puede estar perdiendo la razón. Imágenes carentes de lógica aparecen en su mente, en los momentos más insospechados: un caballo alado, un reino mágico, una poderosa guerrera… locuras ¿o quizá no? Cuando alguna de esas evocaciones aparezca ante ella, tomará el sendero que la llevará al entendimiento, pero también a un peligro mortal. Así como los espíritus de sus coterráneos asgardianos se han escondido en cuerpos humanos, el suyo se ha unido al de alguien que, quizá, podría ser su antiguo recipiente terrícola, quizá una malhadada casualidad o quizá, otra de las manipulaciones de Odín. La fuerte personalidad de la Valquiria se irá abriendo paso a través de la atormentada psique de Barbara, para renacer en la plenitud de su bizarría y enfrentarse al manipulador en la sombra, que buscaba ganar a costa de sumir a Norris y a su huésped en la desesperanza.
Mientras lleva a la parroquia de la mano, en este proceso de reaparición y renacimiento, DeMatteis aprovecha para reflexionar acerca de las relaciones entre la vida y la muerte. Uno de los síntomas que llevan a Barbara a pensar que ha perdido la razón es el hecho de que pueda percibir claramente la cercanía de la parca. Este talento, vinculado a la condición de buscadora y recolectora de difuntos en combate, lleva a la joven a empatizar de forma peligrosa con las personas que pronto han de fenecer. La muerte es el fin inevitable de toda vida, pero no por ello es menos dolorosa o agobiante. Al mismo tiempo, Val asume como parte de su regreso la asunción de su antigua misión de guía de los difuntos, pero su parte guerrera la llevará a luchar contra el luctuoso sino cuando sea menester, en tanto que su sabiduría secular la llevará a asumir el mismo cuando sea inevitable. Una conversación, a guisa de epílogo, con un amigo enfermo de SIDA –mal que en aquellos años aún era percibido como una pena capital en la mayor parte de los casos- lleva a don Jean Marc a exponer una visión determinista y esperanzada del tránsito de la vida a la muerte. Al igual que en El alma del cazador, el guionista prefiere apostar por la creencia de que el deceso es solo una nueva fase de la existencia, aportando con esta fe un consuelo a la hora de la pérdida.
En la parte gráfica, hay que indicar que la labor lapicera corrió a cargo de
Como dato final, hay que indicar que el cómic se dedicó a la memoria de