Línea clara del s. XXI.
«¡No vamos a escribir ningún libro, sino a vivirlo!»
Cuando hablamos de la línea clara automáticamente nos viene a la mente la enorme figura de Hergé, seudónimo del belga Georges Prosper Remi (1907-1983), que no solo fue el creador de Tintín, una de las grandes series de aventuras del cómic mundial, sino que también fue el abanderado de una forma de entender el medio tanto en el aspecto gráfico como en el temático. En el apartado gráfico sus cómics se caracterizaban por el uso de líneas limpias para delimitar las figuras, que solían tener un toque caricaturesco, los colores planos y la ausencia de efectos de luces y sombras, mientras que argumentalmente se trataban de historias enmarcadas en el género de aventuras. Unas características que compartían las obras de algunos de sus ayudantes más destacados como Edgar P. Jacobs (Blake y Mortimer), Jacques Martin (Alix, Lefranc) o Bob de Moor (Barelli, Cori el Grumete). Una forma de entender el cómic que vivió una renovada segunda juventud a finales de los años setenta y principios de los ochenta gracias a autores que modernizaron esas pautas como Joost Swarte, Ever Meulen, Ted Benoit, Yves Chaland o el valenciano Daniel Torres. Hoy en día sigue habiendo obras y autores que se enmarcan en esa corriente creando historias que en algunos casos van adaptando esa forma de entender el cómic a los nuevos tiempos, además de hacer sentidos homenajes a sus predecesores y maestros. Una definición que casa a la perfección con que nos encontramos en Vértigo en Groenlandia, el cómic de Hervé Tanquerelle (Nantes, 1972) que acaba de publica Sapristi en España.
Vértigo en Groenlandia nos cuenta la historia de Georges Benoit-Jean, un dibujante de cómics en plena crisis creativa que se enrola en un largo viaje en barco a Groenlandia por mediación de Jørn Freuchen, un amigo escritor de libros de viaje que también es parte de la tripulación. Junto a ellos viajan un equipo de científicos y Ulrich Kloster, un artista alemán contemporáneo de fama internacional que quiere realizar una misteriosa instalación artística en los helado paisajes.
El dibujante de La banda de los postizos (Norma) y El último Atlas -de la que seguimos esperando que Ponent publique las dos últimas partes- firma tanto el guion como el dibujo de una obra que deja ver en cada página su amor por las historias de Hergé y sus herederos. Un homenaje que está presente en el propio nombre del protagonista que hace referencia tanto al creador de Tintín como a Ted Benoit, autor de joyas como Hospital o la serie de Ray Banana. Pero también está presente en la relación entre el protagonista con Freuchen que resulta muy similar a la que el joven periodista tiene con el Capitán Haddock y en muchas secuencias que nos traen mucho más que ecos de algunos de las más recordadas de las aventuras de Tintín. También vemos la influencia de los grandes clásicos de la literatura de aventuras fronterizas con Jack London a la cabeza. Sin embargo, la obra no se limita únicamente a ser una carta de amor a una forma de ver el medio ya que tiene entidad propia y sabe adaptar esas influencias clásicas al gusto actual prescindiendo de elementos que no han envejecido muy bien como los textos demasiado extensos y dejando que sea el dibujo quien cuenta la historia. Así mismo vemos como los fondos no están tan definidos como en los clásicos de la línea clara, ya que son un poco más abstractos y no distraen tanto la atención con detalles que no aportan nada a la trama. Pero eso no es óbice para que veamos una Groenlandia tan gélida, agreste y salvaje como el Tíbet que nos mostró Hergé. Ese resultado es tan bueno en gran parte gracias al extraordinario color de Isabelle Merlet que deja de lado algunos preceptos de la línea clara para ofrecernos unos colores que no son planos y en los que caben los juegos de luces y sombras. Aunque en un principio pueden resultar extraños maridan excepcionalmente bien con la preciosa y precisa línea que Tanquerelle usa para los personajes y elementos principales.
Tanquerelle nos propone una historia de aventuras llena de giros de guion inesperados en las que suceden un sinfín de peripecias con un ritmo endiablado y repleta de toques de humor, sobre todo físico. Unas características comunes con algunas de las obras más destacadas de la línea clara, pero también nos encontramos con muchos elementos de las historias de viajes iniciáticos con Freuchen ejerciendo como un muy peculiar y divertido guía. Pese a sus muchos defectos a él sí que podemos considerarlo como una figura paterna más o menos canónica. Sin embargo, no sucede lo mismo con el miedoso e inseguro Georges que está a años de luz de la idea del héroe pluscuamperfecto que acostumbra a protagonizar el cómic europeo más clásico. No es el único elemento que nos aleja de la estructura más habitual en cómic de aventuras, ya que tampoco nos encontramos con ningún villano que derrotar ni misión que cumplir, de forma que tenemos una historia con estética clásica, pero que no tiene nada de usual. Sin embargo, aunque hay momentos realmente muy bien conseguidos y llenos de frescura le falta esa chispa y genialidad de las grandes obras de la BD porque, pese a todo, no consigue quitarse de la sombra que la obra de Hergé ejerce sobre ella.
Además de esa parte de aventura y comedia desenfrenada en la obra también hay espacio para hablarnos sobre la amistad, la importancia de preservar los entornos naturales como Groenlandia y el arte, del que nos nuestra una imagen bastante crítica con sus elementos más snobs.
El mismo afán por servir como homenaje que vemos en el dibuja también está presente en el diseño de la edición de Sapristi que imita a las ediciones de los primeros álbumes de Tintín. Una edición de alta calidad con buen papel, tamaño y reproducción, que solo se podría mejorar con unas guardas con dibujos.
Vértigo en Groenlandia es una obra que homenajea a una forma de hacer tebeos, pero, en lugar de ser un simple ejercicio de nostalgia malentendida que hace que estemos ante un mal pastiche, Hervé Tanquerelle firma un trabajo que se atreve a modernizar esa forma contar historia llenándola de frescura. Una historia que no da ningún respiro al lector y sabe alternar la comedia con la aventura, aunque le falta esa capacidad de sorpresa y genio de las que Hergé era capaz de imbuir a sus obras.
Lo mejor
• Para los amantes de la línea clara es una delicia gráfica.
• Sabe ser más que un simple homenaje.
• El mensaje ecologista que transmite.
Lo peor
• A la historia le falta esos toques de genialidad que veíamos en los mejores trabajos de Hergé.