Edición original: Voyage avec Bill (Glenat, 2010).
Edición nacional/ España: Viaje con Bill (Glenat, 2010).
Guión, Dibujo y Color: Matthias Schultheiss.
Formato: Tomo cartoné, 288 págs.
Precio: 29’95€.
Hace apenas dos meses ya tuvimos por aquí un primer acercamiento a la personal obra del alemán Matthias Schultheiss, concretamente con el álbum que lo presentó en sociedad en nuestro país: Turno de noche. Decíamos entonces que “destila en algunas páginas una extraviada belleza naturalista, momentos que saben comunicar el relax de una vida apartada de esa gran ciudad probablemente menos opresiva de lo que pretendía el autor”. Viaje con Bill es muy diferente de Turno de noche, tanto gráfica como argumentalmente y, sin embargo, podría esgrimirse como la prueba de que nadie escapa de sí mismo. Con los mismos aciertos y los mismos defectos que veíamos en aquélla tropezamos, unos aumentados, otros menguados, aunque ahora -podría decirse- en otra “tonalidad”, más reposada y mística.
Bill, un joven que ha perdido ambas piernas en la guerra, no se resigna a la invalidez y se echa a la carretera en busca de una señal, de un mensaje que -confía- le llegará pronto, por cauces inexplicables. En esta tesitura lo encuentran Luke y Tweety, un padre y su hija que aprovechan las vacaciones escolares para recorrer las interminables autopistas norteamericanas, sin un propósito demasiado claro. Los viajeros hacen migas. Comienza así un itinerario que descenderá del naturalismo de los hoteles de carretera a los fabulosos abismos marítimos en busca de la magia que se esconde aún en nuestro mundo.
Articulada en 14 partes con títulos como “Amistad”, “Fuerzas oscuras” o “La penitencia”, Schultheiss arrastra a sus tres personajes a una misión fantástica, de esas en las que solo creen los locos y los niños. La estructura de la “road movie” le presta los ropajes modernos a la vieja representación del viaje iniciático, donde Bill ha de afrontar sus miedos presentes, pasados y futuros para transfigurarse en un nuevo ser. También sus compañeros cambiarán, aunque de formas más convencionales, sujetos a la memoria y la leyenda. Bill, empero, es la materia de esas memorias y leyendas.
El tebeo es ambicioso. Arranca con morosidad costumbrista, algo petulante, amagando la enigmática historia de un padre y de una hija, con ternura, también cierta frialdad, y, de pronto, gira en otra dirección. Bill entra en escena y el onirismo, primero, y el esoterismo y la fábula, después, se enseñorean de las páginas. Se notan, probablemente demasiado, los esfuerzos del autor por concebir un “cuento tradicional”, enseñanza incluida. Para ello saquea de las más variadas fuentes: el King de El resplandor, el Melville de Moby Dick, el Saint-Exupéry de El principito, el Wenders de Alicia en las ciudades, etc.
Como a su compatriota el cineasta Wim Wenders, a Schultheiss le fascina ese género tan norteamericano de la “road movie”, aunque llevado a terrenos más íntimos y personales, de aventura interior. Los desafíos que encaran sus personajes rara vez tienen causas externas, al revés que en la tradición norteamericana, donde las peripecias, aunque tengan un correlato íntimo, provienen siempre de un reto planteado “desde fuera”. La road movie, en fin, se presta mal a la alegoría, al descenso a los infiernos («A las puertas del infierno», se titula el capítulo 9º) que plantea Schultheiss quien, al ser europeo, se encuentra más cómodo en temáticas extraídas de La Odisea o La divina comedia. Tampoco ayuda una simbología poco transgresora, casi hollywoodiense, con la rescatada figura del chamán a la cabeza.
Una vez más, la obra seduce por su apartado gráfico, poco acomodaticio, aunque sin entrar tampoco en la vía de la experimentación. Llama la atención la partición de una toma en dos viñetas, con el intersticio blanco coincidiendo con el pliegue del encuadernado, recurso aquí bastante prolífico, acentuando las vistas contemplativas. Como en Turno de noche, Schultheiss emplea el color imaginativamente. Los trazos son sueltos, como de boceto, una suerte de storyboard de libro de viajes, perfectos para la historia. Prefiere sacar los textos de las ilustraciones a los márgenes blancos, sobre todo los diálogos, que reproduce en una sucesión de frases bastante mecánica. La técnica potencia ese efecto de libro de viajes ilustrado, de proyecto anotado, a medio terminar. El procedimiento pueda resultar familiar a otras propuestas (la excelente ¿Por qué odio Saturno?, por ejemplo).
Probablemente, hay demasiados capítulos. El frecuente corte de la narración perjudica el ritmo, dando la impresión de que se avanza a trompicones; muchos tampoco tienen demasiada justificación o autonomía. El último episodio, “Memoria”, cierra la trama con unos atractivos ecos sobrenaturales.
Al final, Viaje con Bill queda entre dos aguas. Nadie puede negar su interés, pero es difícil que arrebate.
Gran Reseña y en la que coincido casi al 100%. Me compré este tomo de saldo en una de las tantas tiendas en Barcelona que tienen fondo editorial descatalogado, ya que al hojearlo el dibujo me gustó y buscaba leer algo diferente a los que tengo habitualmente en casa del tipo superheróico.
El dibujo me gustó y la historia tiene pasajes muy buenos y otros más pasables o de relleno. Un quiero y no puedo. Al principio me gustaba mucho, pero en su último tercio ya la cosa empezó a perder fuelle e interés, cayendo en los tópicos de éste tipo de historias y sin aportar gran cosa a excepción de algunas ilustraciones muy logradas.
No es un título imprescindible y tampoco aporta nada nuevo al género, aunque es entretenido de leer. Al menos no tuve la sensación de haber perdido el tiempo mientras lo leía…
no tiene mala pinta, aunque ni la crítica ni el comentario que la sucede anima demasiado a hacerse con él.
de cualquier manera, se agradece la crítica, javier.
Gracias, Elokoyo! Me alegra que coincidamos.
The drummer, no está mal ‘Viaje con Bill’, pero más como curiosidad que como «obra imprescindible», ya me entiendes.