Edición original: Marvel Comics – octubre 1991 – abril 1992
Edición España: Panini Comics – octubre – 2018
Guión: Chris Claremont, Jim Lee, John Byrne, Scott Lobdell
Dibujo: Jim Lee
Entintado: Scott Williams, Art Thibert, Bob Wiacek,
Color: Joe Rosas
Portada: Jim Lee
Precio: 20,90 € (tomo en tapa dura de la línea 100% Marvel HC de 224 páginas)
Bajo el engañoso título de
En los días de la transición entre los ochenta y los noventa, la escudería-X y la franquicia arácnida eran los buques insignia de Marvel. En ella, trabajan un serie de autores que, en esos momentos, se pueden calificar sin ningún tipo de problema como dibujantes estrella. Así, tenemos a Todd McFarlane ilustrando una de las colecciones protagonizadas por Spider-Man, a Rob Liefeld transformando a los Nuevos Mutantes en Fuerza-X y a Jim Lee como lapicero titular de la serie protagonizada por la Patrulla-X. Si nos centramos en este último, veremos que el coreano-estadounidense lleva unos cuantos años trabajando en la casa de las ideas. Grupos como Alpha Flight o solitarios como el Castigador se han beneficiado de su talento, el cual atraerá definitivamente la atención del público, cuando le toque sustituir a Marc Silvestri en la ilustración de las aventuras patrulleras. Primero será un número suelto, en los días finales del «exilio» australiano del equipo; luego, los capítulos correspondientes a Actos de venganza; finalmente, el nombramiento como dibujante titular. Lee es, junto a los citados McFarlane y Liefeld, una de las sensaciones de la editorial. Sus trabajos están cambiando la estética del género y fascinando a una parroquia lectora que pasa por alto -o no quiere ver- las múltiples carencias que presentan los respectivos dibujos de estos caballeros. Da igual, porque su nombre y su presencia garantizan ventas crecientes y, a la vista de los números, se les otorga a cada uno el premio de una colección «de autor». Así, la cuarta cabecera arácnida será el Spider-Man de Todd McFarlane y su primer número venderá dos millones de ejemplares. A continuación, tendremos a Rob Liefeld, que transforma al alumnado superviviente de los Nuevos Mutantes en la soldadesca de X-Force, la cual vende tres millones de unidades de su primera entrega. Por último, llegamos a los tebeos recopilados en este tomo, el primero de los cuales venderá la escalofriante cifra de siete millones de ejemplares. Luego se sabría que, tras estos números millonarios -inéditos desde los días de la edad dorada- había algo de burbuja especulativa y de trucos de mercado (que luego se repetirían cosa mala, pero me estoy desviando del hilo principal) pero, aún con esta salvedad, hay que reconocer que aquellos autores vendían y, como decía mi «vídeo-clubero» de cabecera, el negocio es el negocio. Desde el punto de vista del guion, las dos primeras colecciones no van realmente a ningún sitio. Las capacidades literarias del futuro creador de Spawn dejan muchísimo que desear y Liefeld necesita en todo momento del complemento del eficaz Fabian Nicieza para que su trabajo se convierta en una narración mínimamente coherente. En el camino, guionistas veteranos como David Michelinie o Louise Simonson han sido sacrificados, en pro de lo nuevo, mejorado y muy rentable. El cambio de década parece traer consigo un cambio en el sector, en el que dibujantes jóvenes, con capacidad para hacer pósteres impactantes van a imponerse sobre escritores veteranos. En el caso de la Patrulla-X, Chris Claremont, que empezó en la franquicia como guionista asistente de Len Wein, en una colección rescatada del limbo de las reediciones, se veía, quince años después, escribiendo aquella misma cabecera, convertida en la joya de la corona de Marvel. El escritor estaba, gracias a su obra, en la cima, pero aquel era un lugar solitario y crecientemente hostil.
Al comienzo de la última década del siglo pasado, Claremont contemplaba cómo la serie que había heredado circunstancialmente, se había convertido en el corazón de una floreciente franquicia. Sin embargo, el éxito de su labor -con el concurso necesario de sucesivos dibujantes- había derivado en una pérdida progresiva del control sobre sus criaturas. Por mucho que él fuera el patriarca mutante, aquellos personajes eran propiedad de la editorial para la que trabajaba. Unos años antes, había visto cómo una de las historias más importantes por él escritas –la saga de Fénix oscura– había sido enmendada en buena medida, para lanzar un proyecto absurdo, como el Factor-X de Bob Layton y Jackson Guice. El desastre que supusieron los primeros números de la reunión de la Patrulla-X original permitió a Claremont volver a tomar el control, pero supuso una importante lección. Al mismo tiempo, maese Chris empezaba a plantearse iniciar una carrera como novelista por lo que, poco a poco, quedó patente que no podía hacer frente a cuanta cabecera llevaba la letra «X» en su denominación. Su propia labor empezó a resentirse y, poco a poco, las circunstancias exigieron que permitiera a otras personas entrar en sus dominios. Las aventuras de Factor-X pasaron a estar a cargo de Louise y Walter Simonson, colegas y amigos; el experimento humorístico de Excalibur -pensado para colaborar continuadamente con Alan Davis- se verá interrumpido por números de relleno y autorías de sustitución; la colección dedicada a Lobezno -donde el tono súper-heroico dejó paso a Terry y los piratas o Cuentos del mono de oro- pasará por varias manos, hasta la llegada de Larry Hama. La propia Patrulla-X, la niña de los ojos de Claremont, sufrirá también las consecuencias del exceso de trabajo. Después de La caída de los mutantes -que hubiera sido un fin de historia tan bueno como improbable- la serie siguió un proceso de deconstrucción, en el que el grupo fue reduciéndose hasta quedar reducido a la nada. El arco Disolución y renacimiento anunciaba un nuevo equipo, centrado en la isla Muir y compuesto por personajes cuya relevancia reciente era, como mucho, terciaria. El grupo apareció, pero no llegó muy lejos. Se anunció también la aparición de nuevos integrantes, como Júbilo o Sinergia. De estas, solo la primera llegaría, convirtiéndose en el equivalente noventero de Kitty Pryde -al menos, en lo que a la relación con Lobezno se refería-. Por primera vez en mucho tiempo, da la sensación de que la nave mutante carece de rumbo definido. El hilo argumental de la averiguación del destino de la Patrulla-X cuyos integrantes fueron dados por muertos en Dallas aún traerá aportaciones de interés, como la presentación de Gambito o el regreso de Charles Xavier desde el espacio. Cuando los acontecimientos se precipitan, en un encuentro contendido en la isla Muir, Claremont ya no firmará el capítulo final, que quedará en manos de Fabian Nicieza. En ese momento, el patriarca mutante ya ha asumido que su larga etapa al frente de la parroquia-X ha llegado a su fin.
La nueva estructura de la escudería mutante presenta dos cabeceras para la Patrulla-X, una para el X-Force de Liefeld y otra para el Factor-X de Peter David (que hará maravillas con unos personajes que, en principio, no parecían otra cosa que descartes). Por su parte, las aventuras en solitario de Lobezno y las de Excalibur mantendrán una cierta independencia. En ese momento, la hegemonía de los dibujantes estrella de la casa de las ideas es un hecho y Claremont, que ha visto caer a su colaboradora y amiga Louise Simonson, está cada vez más solo. El editor mutante, Bob Harras, está del lado de aquellos jovenzuelos que reportan a la empresa pingües beneficios y solo es cuestión de tiempo que haya un enfrentamiento. Pese a los años de servicio, resulta cada vez más evidente que su posición es más y más endeble; Whilce Portacio, un ilustrador que lleva varios años en Marvel -primero como entintador y luego como dibujante- se hace cargo la parte gráfica en la serie patrullera principal. Es colega de Jim Lee y, como en su caso, su trayectoria dibuja una línea ascendente -aunque ni de lejos tan pronunciada como la de su amigo-. Claremont estructura las colecciones por el sistema de reparto de cromos entre sus impuestos colaboradores y, así, aparecen los equipos oro y azul (en alusión a los colores de una versión del uniforme-X). El equipo oro se quedará con la colección veterana, en tanto que el azul protagonizará la nueva, que será el juguete de Jim Lee, que será elevado a la condición de co-guionista.
La situación, ya difícilmente soportable para Claremont, estallará cuando este exponga a Harras sus ideas para los próximos argumentos de la colección. Su propuesta es rompedora y pasa por un argumento en el que Lobezno muera y sea resucitado por la Mano, para convertirse en adversario de sus antiguos camaradas. El editor considera que la propuesta es inviable: el canadiense garrudo tiene su propia cabecera y la idea es muy radical. La respuesta a su negativa será un órdago a la grande: si no puede hacer lo que quiere, se va. Ya han sido demasiadas las ocasiones en las que Harras se ha puesto del lado del joven protegido y, muy probablemente, Claremont está forzando la ruptura, preferible al vía crucis al que se siente sometido. Una vez tomada la decisión, quedará la despedida: un amargo colofón para quince años de trabajo.
El primer arco argumental del tomo recoge los tres primeros números de la colección original, siendo el primero un especial de cuarenta páginas, con portadas múltiples y ediciones especiales. En ella se presentará la nueva estructura de la Patrulla-X, con la presentación de los equipos oro y azul. El profesor Xavier ha vuelto a una reconstruida mansión y contempla la interacción entre los dos grupos; mucho tiempo ha pasado desde que ejerciera su función de mentor y, todo hay que decirlo, su presencia aquí resulta un tanto superflua. Hace mucho que su alumnado -al menos, el que compone en ese momento las dos alineaciones patrulleras- ha madurado y puede seguir su camino pero, después de todo, parece que no hay Patrulla-X si no está por ahí su fundador. Claremont aún tiene tiempo de esbozar algo de evolución en sus personajes, especialmente en la figura de Cíclope que, durante sus últimos tiempos en Factor-X, ha alcanzado la paz con su pasado y afronta esta nueva etapa de regreso a los orígenes, haciendo gala de su confianza y liderazgo habituales, pero desprovisto de su tradicional matiz sombrío. Hank McCoy, la Bestia, hará saber a su antiguo profesor que el intrépido líder se ha vuelto un maestro del humor absurdo.
Mientras tanto, un Magneto que vuelve a militar en el bando contrario, vive aislado del mundo, en su vieja guarida del Asteroide M. Ha pasado por el Club Fuego Infernal y por una inusual alianza con seres de poder equivalente -bajo el control mediato del dios Loki-. Su último encuentro con la Patrulla-X fue una aventura con Pícara en la Tierra Salvaje, que deja patente cierta atracción entre ambos. Aquí, recibe la inesperada visita de un grupo de mutantes fugitivos, los cuales llegan a él para implorarle cobijo y ayuda. Hay un sector del colectivo que no le considera un villano, sino un salvador y, cuando un equipo perseguidor intente darles caza, el amo del magnetismo reaccionará, con el objetivo de enfrentarse a un mundo que considera enemigo de su especie. Esta decisión tendrá, en un personaje de nueva creación, un elemento detonante. El mutante Fabian Cortez se presenta como cabecilla de los huidos, los cuales se convierten en acólitos de Magneto. Así como Xavier tiene a su Patrulla-X, su viejo enemigo y más viejo amigo va a contar con un equipo de seguidores dispuestos a todo. Sin embargo, la lealtad de Cortez no carece de dobleces, pues manipulará a su anfitrión y benefactor, con el fin de ser la mano que gobierne en la sombra. Sus talentos harán ver a Magnus algo que nos retrotrae a los primeros meses de Claremont en la colección patrullera original, a los días en los que el personaje había sido revertido a la infancia y estaba bajo la tutela de Moira MacTaggert. Magneto considera que fue manipulado por la científica y que han intentado hacer de él una marioneta al servicio del sueño de Xavier. Esta percepción -correcta o no- encenderá la llama del conflicto en el poderoso mutante y provocará un enfrentamiento con el equipo azul de la Patrulla-X, el cual será derrotado en el encuentro y llevada al cuartel general de su oponente.
En la Tierra, el equipo dorado y Charles Xavier intentarán desarrollar una estrategia que les permita liberar a sus camaradas y derrotar al viejo adversario. La relación amistosa de los últimos tiempos con Magneto y el hecho de que este haya manipulado al equipo azul para que se pase a su bando -en lo que considera una contraprestación por lo que MacTaggert experimentó con él- son dificultades añadidas en una empresa donde el grupo oro está en posición de inferioridad. El desenlace de la historia llevará a un combate a tres bandas, a una traición por parte de un acólito mendaz y a la revelación de que, pese a lo que hiciera Moira, Magneto siempre había tomado sus decisiones conforme a su libre albedrío. La revelación viene aparejada con la confirmación de que su organismo se deteriora y sus días están contados. La evacuación del Asteroide M no traerá bajas para la Patrulla-X, pero Charles tendrá que despedirse de su mayor enemigo y su más viejo amigo, que prefiere enfrentarse a la muerte junto a sus acólitos como un tigre y no como un cordero. La historia de los mutantes claremontianos tiene, en la evolución del personaje de Magneto, uno de sus hilos argumentales más largos e interesantes. El escritor británico parece querer darle aquí un fin digno, pero es bien consciente del valor que tiene la muerte en la casa de las ideas, al menos, desde el regreso de Jean Grey. El tercer y último capítulo de la aventura lleva una emotiva despedida para el guionista, que ha estado tres lustros trabajando para convertir una colección bimestral en el principal valor de la empresa.
La historia demuestra que, aún reducido a la condición de dialoguista, Chris Claremont va a estar muy por encima de cuantos nombres firmen los guiones de la colección después de él. El primer capítulo es una presentación de lo que cabe esperar del nuevo orden patrullero, con los dos equipos en la mansión, bajo el control o mando principal de Charles Xavier. Como he dicho un poco más arriba, la presencia del profesor es difícil de justificar, habida cuenta de que las alineaciones reúnen a personajes con sobrada experiencia en el uso de sus poderes y el trabajo en equipo. Hace más de una década que Scott y Ororo han demostrado sus capacidades para el liderato, por lo que resulta un tanto absurda la restauración de esta figura de ayo y tutor. De forma paralela, vemos que, así como Charles necesita a sus antiguos estudiantes, Magnus prefiere la soledad de un asteroide que orbita el planeta Tierra. Así como aquel es respetado por aquellos que han recibido -así sea indirectamente, sus enseñanzas- este ha sido percibido como villano y amenaza. En su paso por el lado luminoso, ha sido más el albacea del legado de Xavier que el diseñador de un plan propio. Aquí, descubrirá que su nombre es símbolo de esperanza para algunos mutantes y decidirá actuar en consecuencia. Los Acólitos vienen a ser la Patrulla-X de Magneto pero, desgraciadamente, Claremont no tendrá ocasión de desarrollarlos como corresponde. En los años venideros, serán utilizados como oponentes sin personalidad, teniendo el personaje de Fabian Cortez el epítome de la planitud. Por último, el guionista brinda en su despedida un regalo para Lobezno, aquel hombre-X que empezara siendo detestado por la parroquia lectora y terminara convertido en estrella para la misma. Cuando un Magneto que afronta su muerte le invita a acelerar su deceso ejerciendo el papel que tan bien se le da (el de verdugo) Logan responde que, como héroe, tiene en la vida humana un límite que no está dispuesto a cruzar. En su primera escena memorable, el canadiense despedazaba a Kierrok e indicaba a sus colegas que era incapaz de controlar su furia homicida. En esta ocasión y, de forma un tanto forzada, muy probablemente por la escasez de espacio, Claremont nos indica que Lobezno ha conseguido dominar, por fin, su locura. Huelga decir que esto no durará nada de nada.
Los cuatro capítulos posteriores del tomo empiezan con el afrontamiento de las consecuencias del enfrentamiento con Magneto. Moira MacTaggart sufre horribles pesadillas, después de la traumática experiencia de ser raptada, llevada al espacio próximo y vejada, por lo que decide abandonar la escuela. Mientras tanto, asistimos a la primera cita entre Gambito y Pícara, en lo que será un prólogo temprano de una de las relaciones más duraderas de la escudería mutante. Esta cita -con Logan, Hank y Júbilo como carabinas- se verá interrumpida por un ataque orquestado por un villano creado por Chris Claremont y Marc Silvestri, en los últimos compases de su colaboración: Matu’o Tsurabaya. Este caballero oriental se presenta como un jefe de la Mano y tiene un especial interés en buscarle las cosquillas a Lobezno. Ya se le ha visto durante Actos de Venganza y, aquí, forma parte de la nueva oleada de adversarios de los equipos-X. Su maniobra de resucitar a un viejo enemigo de Logan, servirá para que se hurgue un poco en el oscuro pasado de este. Rojo Omega, el operativo soviético que ha regresado de la muerte, en un momento en el que la URSS ha colapsado, permitirá que Jim Lee -ya convertido en jefe indiscutible de la colección- aproveche algo de lo que Barry Windsor Smith ha enseñado en Arma-X para esbozar alguna idea de lo que Logan hacía antes de sus días de súper-héroe. Presentará un equipo en el que el canadiense hacía equipo con Dientes de Sable -ese enemigo al que siempre le ha unido algo más, pero sin saber exactamente qué- y con un personaje que también será presentado aquí, gozando de cierta popularidad en los años posteriores: Maverick. Entretanto, aquí, allá y acullá se van dejando caer escenas en las que se intuye el regreso de una parejita que llevaba cierto tiempo perdida: Longshot y Dazzler, pero eso quedará ya para entregas posteriores.
La marcha de Claremont determinó la necesidad de buscar rápidamente a un guionista que hiciera los diálogos y ayudara a dar cohesión a las propuestas de Jim Lee. El coreano-estadounidense tenía -y tiene- capacidad para dibujar imágenes espectaculares pero carecía -y carece- de una cualidad narrativa bien desarrollada. El escogido fue ni más ni menos que John Byrne, lo que añadía cierta dosis de morbo a la marcha del patriarca mutante. El británico-canadiense había sido el dibujante de una de las mejores etapas de la colección original, pero su marcha se había saldado con un enfriamiento de las relaciones entre ambos. Solo en un número especial, el ilustrador se avendría a poner los lápices para algunas páginas escritas por su viejo compañero de equipo. Ahora, el veterano dibujante ocupaba el puesto de aquel, por lo que, pensaron algunas personas, podríamos saber qué parte del mérito de aquella mítica etapa correspondía a Byrne. Sin embargo, las circunstancias eran bien distintas. Aunque maese John tenía aún bastante prestigio entra la afición, no se encontraba en su mejor momento y, después de todo, aquí estaba supeditado a las directrices de Lee. Su presencia se redujo a dos números, tras lo cual sería sustituido por un caballero que, según cuentan las crónicas, demostró sus cualidades literarias haciendo los diálogos de un número en un tiempo muy corto. Esta tarea coyuntural sirvió a su ejecutor, un tal Scott Lobdell, para convertirle en sustituto permanente de Byrne y, poco tiempo después, en guionista de la colección decana de la franquicia. Esa, sin embargo, ya es historia para otro día.
Los siete capítulos del tomo reflejan de modo inmejorable el final de una época y el principio de otra que, al fin y a la postre, se desarrollaría por caminos bien distintos de los que Marvel habían imaginado. Bob Harras había sacrificado a guionists veteranos y con oficio, en beneficio de jóvenes talentos que, si bien tenían un increíble potencial, aún estaban en diversos tonos de verdor. La imposición en los gustos del mercado del dibujo-espectáculo sobre la narración de una historia, unida a la progresiva hinchazón de la burbuja especulativa, auguraba unos tiempos en los que los dibujantes estarían por encima de los guionistas, siendo estos relegados a la condición de meros dialoguistas. Después de todo, esto era un negocio y las cifras cantaban y continuaron cantando, pese a que el nivel de las historias experimentó un severo bajón. Les enfants terribles de Marvel eran los dueños indiscutibles de unas colecciones que garantizaban cifras millonarias. Cuarentones como Claremont ya no eran necesarios pero, cuando la polvareda aún no se había terminado de aposentar, estas agasajadas estrellas anunciaron su marcha de la casa de las ideas y su intención de fundar una nueva editorial. Se había sacrificado al guionista y, ahora, el dibujante se mandaba a mudar. Visto con la perspectiva de los años, no deja de ser irónico pero, para lo que aquí interesa, cabe decir que Lee aún brindaría un par de arcos argumentales donde tendríamos al Nido, al Motorista Fantasma y a Mundo Mojo. En ellos, el señor Jim demostraría que le quedaba muchísimo por aprender del oficio de contar historias; el señor Scott anticiparía buena parte de lo que se le podría atribuir en los años venideros, cuando fuera el fiel ejecutor de los mandatos de su amigo Harras en la escudería mutante. Todo eso, sin embargo, debe quedar para otra ocasión.
Sería tremendamente injusto calificar negativamente los tebeos recopilados en este tomo. En honor a la verdad, hay que repetir la advertencia de que Claremont no era el de sus mejores tiempos pero, igualmente, hay que indicar que, en mi opinión, un Chris a medio gas sigue estando por encima de la inmensa mayoría de sus sucesores. Por lo que respecta a los comics que siguieron a su marcha, hay que resaltar el contraste entre dibujos espectaculares y guiones endebles. El baile de dialoguistas no ayuda, evidentemente, pero, por mucho que en la oficina mutante se empeñaran, Lee no era Claremont, como Liefeld no era Simonson. No obstante, hay aportaciones en estos tebeos que han quedado para la posteridad: las creaciones de Rojo Omega y Maverick; la relación entre Pícara y Gambito y, sobre todo, el hecho de que este equipo azul de la colección sería la base de la serie de animación que, en ese mismo año 1992, vería la luz. Puede que aquella Patrulla-X animada no estuviera, ni de lejos, a la altura de la versión coetánea de Batman, pero tampoco podemos olvidar que, en aquellos días donde no había ni se esperaba una película basada en un personaje marveliano que no diera risa o pena, esta serie animada dio a conocer la franquicia mutante a nuevas generaciones y a personas ajenas al sector de los tebeos. Cada generación tiene derecho a tener sus personajes, sus colecciones, sus series, sus leyendas y, para muchas de las personas que crecieron en aquellos años, la Patrulla-X era la los dibujos, la que en su versión en papel estaba escrita por Scott Lobdell y Fabian Nicieza, y dibujada por artistas que intentaban cubrir el gran hueco dejado por el tándem «Lee-Field». La franquicia mutante o, al menos, el sector patrullero, iniciaba un largo viaje hacia ninguna parte, donde quedaría patente que, por mucho que la empresa se empeñara, sus valiosos personajes perdían su encanto si no contaban con autores que supieran manejarlos. Esa, sin embargo, es historia para otro día.
Símbolo de una época
Guión - 6.8
Dibujo - 8
Interés - 6.8
7.2
Valor más metafórico que intrínseco
Para personas interesadas en la historia mutante y fans de Jim Lee
Totalmente de acuerdo con la reseña, yo me hice con este tomo por la nostalgia total y absoluta y recuerdo a mi infancia con esos dibujos tan espectculares de la época y la épica musiquilla de entrada. No es lo mejor de los x-men sin duda, pero es una buena historia a leer y entretenida aparte de disfrutar del dibujo, no espectacular pero si con la que para mí es mi alineación favorita con Gambito.
Es que aquí Gambito era dios. Con esta etapa es cuando empece con los X-Men y me quede flipado con el dibujo y los duros que eran todos los personajes jajaja, ahora seguramente lo vería con otros ojos
Magnífico repaso a la amarga despedida de ese autor que llevó a los mutantes a donde nadie antes se había atrevido…un aplauso Sr. Capote.
El opening de los dibujos animados de X-Men es grandioso… No sé qué tal habrá envejecido la serie; no era ni de cerca el Batman de Bruce Timm y Paul Dini, pero era un show muy digno.
Soy el primero en reconocer que no soy objetivo a la hora de valorar estos cómics ya que con ellos empecé a leer los X-Men y esta siempre será mi aliniación favorita, pero los tres primeros números recogidos en este tomo siguen estando entre mis historias mutantes favoritas.
Respecto a esta edición, creéis que el nuevo color aporta algo? Para mi mejora un poco el dibujo en los últimos números aquí recogidos (los entintados por Art Thibert) pero en general aporta poco y «oscurece» un poco el dibujo de Jim Lee. Lo que sí hay que reconocer es que el coloreado moderno no chirría con el dibujo de Lee, lo que demuestra la vigencia de su dibujo a día de hoy