Mi humilde papel en este proyecto comenzó un día cualquiera, uno de esos en que parece que no va ocurrir nada destacable, aunque en realidad nunca haya días así… Por supuesto, desde el descubrimiento de la Zona Negativa yo había estado al tanto de las investigaciones. Muchos años han pasado ya, y no deja de ir gente a explorarla. Como decía, un día sin importancia llamaron a mi puerta buscando cambiarme la vida, ofreciéndome formar parte de la siguiente expedición. Es una cosa que uno nunca piensa que pueda pasar, uno se limita a atender a los asombrosos descubrimientos, a ser un espectador, y al ver la oportunidad ante mí, me di cuenta de lo mucho que deseaba formar parte de aquello.
Al parecer, habían contactado conmigo porque tras un ataque de Blastaar, quedaba una plaza libre para alguien de mis conocimientos. ¿Blastaar? Eso no me intimidó. Los siguientes días fueron frenéticos, apenas fui consciente de lo muy deprisa que puede pasar el tiempo. El viaje no podía esperar y apenas tuve tiempo de mentalizarme. Me prepararon lo mejor que pudieron con tan poco tiempo, pero cuando la realidad misma se desgarró y el viaje comenzó me sentí completamente indefenso ante lo desconocido…
Apenas habíamos entrado en la Zona Negativa que tuvimos que hacer una parada enmedio de la nada, y hube de abandonar el vehículo para revisar un panel de la cubierta exterior. Entonces fue la primera vez que me enfrenté a lo ajeno que ese universo es al nuestro. Allí flotando pude ver nebulosas rojas y oscuros torbellinos que de sólo mirarlos te pueden volver loco. Aquella visión tan alienígena me hizo pensar en los muchos habitantes que vivían allí, pensé en Blastaar y en Annihilus volando hacia mí, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me incliné hacia el vehículo para hacer mi trabajo cuanto antes y poder volver a la seguridad del interior, pero ya no estaba allí… No sabía cómo había podido pasar pero allí me encontraba, solo, flotando sin rumbo en el espacio negativo. Me había asegurado de estar bien anclado antes de salir, pero algo había ido mal.
Miré a mi alrededor con impaciente desespero, pero no vi más que el infinito rojizo observándome. Y entonces le pude observar bien. Vi un millón de luces moviéndose a mi alrededor, y un millón de mundos que no deberían estar ahí, pero así era… No luché, me dejé llevar por la inercia, y seguí viendo: un millón de soles, un millón de formas de vida, un millón de fenómenos por descubrir, un millón de buenos momentos que ocurrir, un millón de oportunidades de ser feliz…
En aquel momento una mano me cogió del brazo y me devolvió al interior de la nave. Desconcertado, miré a mis compañeros, quienes me sonrieron y me dijeron lo que apenas estaba empezando a sospechar: el viaje acaba de comenzar.