Antes de nada, permitidme un momento de divagación personal. Con este artículo cumplo un mes como redactor en esta santa casa, y me doy cuenta de que hasta ahora no he tenido la ocasión de escribir unas pequeñas palabras sobre lo que ha sido llegar aquí. No soy un gran veterano, ni como lector de cómics ni como lector de esta web, y ha habido incontables ocasiones en las que los artículos que he leído aquí me han abrumado por el conocimiento y el bagaje cultural de sus redactores. En gran medida, si hoy sé más que hace cinco años sobre este mundillo es tanto por lo que he aprendido leyéndolos como por lo que me han picado para intentar llegar a tener ese nivel. El azar ha querido que hoy pueda llamar compañeros a todos aquellos a los que leía a diario y que pase a formar parte de sus filas prácticamente a las puertas de una fecha tan señalada como la de su 20 cumpleaños, y aunque uno se siente un poco intruso, como el jugador que celebra el título tras haber disputado solamente los últimos 10 minutos de la final, la ilusión con la que se da vida a esta página y el recibimiento que me han dado ha sido más que suficiente para hacerme sentir parte de ello. Así pues, aquí va mi granito de arena para esta celebración. Consideradlo un pequeño artículo, a imagen de su novato redactor, que sirva como colofón para los magníficos trabajos de mis compañeros. Felicidades, Zona Negativa, te las mereces.
Punk Rock Jesus
Suele decirse que en la mesa de la cena no se debe hablar de política ni de religión. Los humanos somos un animal de hábitos, de límites y márgenes. Nos gusta que las cosas se amolden a nuestros esquemas, a los estándares que nuestra educación y nuestra experiencia han establecido como cánones de nuestras ideas. Y nos incomoda muchísimo que otras nuevas perturben ese equilibrio. Imagina nuestro cerebro como uno de esos juguetes para niños pequeños, con agujeros de distintas formas geométricas por los que hay que atravesar piezas con la misma silueta. Cada uno tenemos uno de esos huecos, y si intentas meter una pieza que no encaja, la reacción natural es rechazarla. Porque para que encajara tendrías que modificar ese hueco, y eso requiere mucho esfuerzo, sobre todo con esos dos temas. La obra de la que vamos a hablar es la pieza que Sean Murphy talló para molestar, para arrojar sin escrúpulos contra nuestras mentes y, quizás, hacer tambalearse alguno de esos huecos y añadirle un vértice nuevo. La irreverencia hoy tiene nombre propio y se llama Punk Rock Jesus.
Génesis
Sean Gordon Murphy nació en 1980 en Nassua, New Hampshire, y desde pequeño supo que le apasionaba dibujar, tanto como para no preocuparse por jugar con otros niños en el patio del colegio. Se graduó en el instituto Pinkerton de Derry, que gracias a Dios no era el Derry con payasos en las cloacas, y comenzó a formarse profesionalmente en las Escuelas de Arte de Massachusetts y Savannah. Para cuando se licenció ya había trabajado como aprendiz del caricaturista Leslie Swank, pero fue entonces cuando decidió poner toda la carne en el asador y viajar junto a un amigo con lo puesto a Hollywood, esa ciudad que cualquier artista confía en convertir en su catapulta y que la mayoría convierte en su fosa. Con el dinero justo para aguantar durante un tiempo, decidieron ahorrar en hoteles y dormir allá donde fuera posible, desde estaciones de descanso a una fábrica de limpieza de contenedores. Su amigo quería ser actor; él, vivir de sus dibujos. El eterno sueño americano.
Hay que decir que Murphy no partía de cero, en ese momento ya contaba con un encargo de Dark Horse para una miniserie llamada Crush, junto al guionista Jason Hall. Los pequeños trabajos iban llegando, el artista tenía fe en su talento y veía asequible llamar la atención de las grandes y, como mínimo, no tener que dormir más en la fábrica de contenedores. Pero como buen estadounidense siempre ambicionó una vida mejor: ¿y el seguro médico, y la universidad de sus hijos, y su jubilación? Ese tipo de seguridad se antojaba mucho más complicada de alcanzar trabajando con los juguetes de otro, así que desde muy pronto lo tuvo claro: quería crear sus propias obras. Kael fue el título provisional de su primer proyecto, una historia violenta sobre un miembro del grupo terrorista IRA. Pero aquel chico, aunque aún no sabía escribir una historia, sí sabía detectar si era buena, y aquello que había escrito no lo era. Lo tiró a un cajón y lo dejó reposar. Finalmente consiguió parir algo de lo que se sintiera más orgulloso, y de la mano de Oni Press publicaría en 2005 Off Road, una especie de buddy-movie universitaria de tres colegas en un 4×4. El primer paso estaba dado, ya era un autor.
Su carrera continuó, y tras distintos trabajos de arte conceptual para videojuegos y diversos encargos como Outer Orbit, otra miniserie de Dark Horse, o Batman/Scarecrow: Año Uno, Murphy terminó firmando un contrato en exclusiva con DC Comics y comenzó a labrarse una reputación sacando brillo a su lápiz en series como la mítica Hellblazer, la American Vampire de Scott Snyder o el Joe The Barbarian de Morrison. Pero mientras ese ascenso prometedor se forjaba, una serie de cambios ideológicos y experiencias engendrarían el germen de una nueva obra. Estaba naciendo Punk Rock Jesus.
Alabado sea el señor
Estamos en 2006. Para esa época Murphy, criado en la tradición católica, se había visto influido por dos puntos principales. Por un lado, su citado compañero de aventuras le había transmitido sus ideas ateas y su punto de vista científico del mundo. Por el otro, su investigación sobre las bases del IRA para aquella malograda primera obra le habían dado un punto de vista terrible sobre el uso que se podía dar a la fe religiosa. Dos hechos que dieron lugar a una gran revolución en sus ideas y desembocaron en un ateísmo rabioso. Así, al leer un artículo sobre clonación se disparó una pregunta en la mente del artista de New Hampshire: ¿quién sería el primer humano en ser clonado? Por supuesto: Jesucristo. Y quién no querría verlo.
Punk Rock Jesus surge como una fábula rabiosa y con ganas de ofender a los católicos, en un momento de creatividad furiosa de su autor, que por fin encontraba un lugar en el que su miembro del IRA pudiera encajar. Pero sus compromisos con DC crecían, los retrasos se acumulaban y el proyecto tuvo que postergarse. Para cuando Murphy retomó la historia y se la presentó a Vertigo, la eterna Karen Berger vio todo el potencial que aquello tenía. Ayudó al autor a dividir su guion de 200 páginas en una estructura serializada que permitiera lanzarlo en forma de miniserie de 6 números, y colaboró para enriquecer la trama y los personajes ideados por Sean. Así, el 11 de julio de 2012 llegaría a las estanterías el número uno de su herética obra.
Punk Rock Jesus narra la historia de cómo Orphis, una poderosa multinacional ubicada en un hipotético futuro cercano, decide montar J2, un grotesco reality show al más puro estilo de El show de Truman cuyo eje central se basa en seguir la vida del clon de Jesucristo, cuyo ADN es extraído del Sudario de Turín. Semejante disparate desencadenará todo un terremoto internacional entre escepticismo, fervor e indignación que pondrá al límite tanto la vida de este desvalido nuevo mesías como la de aquellos involucrados en el programa, desde la genetista responsable de la ejecución de la clonación hasta el exterrorista del IRA contratado para proteger las instalaciones donde crecerá el niño más famoso de la historia. Un niño que terminará rebelándose contra su figura de ídolo y convirtiéndose en un feroz activista contra aquello que le dio su razón de ser: la religión.
Recibida con fantásticas críticas y premiada con el IGN Award a la mejor miniserie, Punk Rock Jesus se convirtió en un celebrado título de Vertigo que lanza proyectiles a todo lo que se pone por delante y te deja un profundo poso en la mente al terminarlo. Porque es mucho lo que se trata en esta obra, y está masticado con cuidado. El barbecho al que Murphy se vio obligado a mantener a su obra le permitió madurar más y retomar su idea desde una perspectiva con más matices y variedad de puntos de vista fruto de su personalidad. Chris no es más que una muestra de su educación católica que termina saltando por los aires cuando al crecer descubre otro punto de vista y se siente engañado, la doctora Epstein muestra su respeto por el pensamiento científico y McKael, su afán por mantener la fe mientras el objetivo de dicha fe sea hacer lo correcto. Tampoco nos vamos a engañar: el mensaje es principalmente antirreligioso, pero hay una lectura que me parece mucho más interesante que la bondad o maldad de la fe cristiana, y es la del simple y puro poder.
Dime qué idolatras y lo convertiré en mi bandera
Murphy ha citado en entrevistas, dentro de sus muchas inspiraciones para esta obra, la campaña electoral de Estados Unidos para las elecciones de 2008. En aquella ocasión, en la que terminaría imponiéndose Barack Obama, hubo una personalidad del Partido Republicano que acaparó muchos titulares, y esa fue la candidata a la vicepresidencia del país, Sarah Palin. La gobernadora de Alaska fue una de las caras más mediáticas de aquella campaña, con un conservadurismo férreo, que incluía, por supuesto, unos valores cristianos como Dios manda, valga la redundancia. Ya fuera para construir un oleoducto en su Alaska natal o para enviar soldados a Irak, era alguien que siempre se amparaba en “la voluntad de Dios” para arengar a sus ciudadanos. Lo cual me lleva a la premisa que para mí capta a la perfección Punk Rock Jesus: la religión como herramienta, y no como fin.
En la conciencia popular siempre ha estado, por ejemplo, que Franco era del Real Madrid. Pero si uno busca información, se encuentra con que el Generalísimo hizo lo que pudo por ayudar tanto a los blancos como al Barsa y al Atlético. ¿Y por qué? Porque por encima de todo sabía que el fútbol debía funcionar, porque era un modo de mantener a la gente controlada. Si los vecinos hablan en el bar sobre el partido del día anterior, no tendrán tiempo para cuestionarse quién los domina. Para aquellos que ostentan el poder y quieren perpetuarlo, la religión nunca ha sido más que eso, un elemento de control, una manera de utilizar los puntos clave que mueven a las masas para arrastrarlos hacia donde les interesa. Ese es Rick Slate, el villanísimo de Punk Rock Jesus dispuesto a todo por mantener las mayores audiencias y ganancias para su compañía, esa Orphis (“serpiente” traducido del griego) que representa el mal absoluto. Slate es la mismísima síntesis de ese poder que se aprovecha de nuestras vacas sagradas para maximizar su estatus, y alcanza la cúspide de la brillantez en uno de sus diálogos finales, cuando su respuesta a “¿Crees en Dios?” es un simple y cortante “No seas ridícula”. Porque por supuesto, eso nunca tuvo importancia. Lo único importante siempre fue una cosa: la audiencia.
Fábricas de juguetes rotos
A lo largo de la obra, en diversas intervenciones del presentador de televisión que Murphy utiliza como recurso de cohesión narrativa se hace referencia a la cantidad de espectadores que sigue J2 en todo el mundo, cifrándola en 3000 millones de espectadores diarios. Mientras uno va leyendo y siendo consciente de la atracción de circo que va tejiendo Orphis alrededor de un pobre niño, en cierto modo llegas a sentirlo caricaturesco, exagerado, ficticio. ¿Cómo iba a llevarse a cabo semejante despropósito sin que nadie hiciera nada para evitarlo? Pero tristemente, cuando te paras a pensarlo detenidamente, una parte de ti sabe que es la parte más real de esta historia. La premisa más desoladora que nos arroja Murphy en este cómic no es la falibilidad del credo religioso o la maldad de las corporaciones. Es la facilidad con la que nosotros, la masa, contemplamos todo ello con connivencia en cuanto nos lo muestran a través de una pantalla, porque esa pantalla despersonaliza a quienes aparecen en ella, convirtiéndolos en relatos lejanos, ficciones en lugar de vidas, nicks en lugar de personas. Uno no puede sino recordar el caso Alcàsser, recientemente rescatado por Netflix, y su grotesca cobertura, de la que hoy hablamos con indignación pero que en su momento alcanzó audiencias descomunales. Punk Rock Jesus nos dice que hay muchas cosas malas ahí fuera, pero que lo peor es cómo la tele-realidad nos insensibiliza y nos convierte en cómplices, permitiéndonos encumbrar a ídolos para despedazarlos al día siguiente como si de cromos se tratase.
Probablemente uno de los arquetipos más habituales dentro de este mal, y que en esta obra se describe a la perfección con el personaje de Chris, es el del juguete roto de Hollywood. Si la vida entre cámaras y flashes es una prueba de fuego para la entereza emocional de cualquiera, cuando esa persona es un simple niño su futuro se convierte en la crónica de una muerte anunciada. Ese tiburón hambriento y sin escrúpulos que es el show business se ensaña sobre él, dirigiendo su imagen, sus palabras y sus pensamientos, midiendo cada gesto con su monetización como único objetivo en el horizonte y drenando todo lo que pueda sacar de su presa hasta que no quede más que una cáscara vacía que tirar a la cuneta para pasar a buscar un nuevo cachorro de estrella. Estrellas a las que el propio público adora, pero que analiza al milímetro y juzga sin compasión ante cualquier discordancia. Da igual si es una opinión desafortunada o la falta de ella, un cuerpo demasiado delgado o demasiado descuidado: esa despersonalización que sufre el espectador al ver a sus famosos deriva en una falta de piedad descarnada contra todos ellos. Aquí hablamos del personaje de Chris, pero podríamos estar hablando de cualquier chica o chico Disney, figuras sometidas a tal exposición y desconexión de la realidad que terminan convertidas en sujetos inadaptados, con una perspectiva distorsionada de la realidad y un profundo carácter autodestructivo. Una idea de invulnerabilidad como la que Chris muestra al final de la obra, tan sumido en su misión reivindicativa que obvia por completo el peligro al que expone tanto a sus seres queridos como a sí mismo, sumido en la burbuja protectora que te otorga el haber crecido como alguien intocable. La de Chris es la triste historia que vemos constantemente en los medios, la de personas convertidas en dioses por una industria despiadada para posteriormente acabar convertidas en parias por sus consumidores.
Fin de la emisión
Punk Rock Jesus es una de esas obras que remueve las entrañas, porque detrás de un planteamiento rocambolesco esconde un retrato de nuestra sociedad tan cruel como acertado. Una historia donde lo más inverosímil es el final de su villano, pues sabemos que en la vida real estos no suelen pagar por sus pecados. Una historia que nos recuerda que Dios puede ser cristiano, musulmán o judío, pero que el Diablo siempre ha sido y siempre será ateo.