ZN 20 años – Saint Seiya: El lienzo perdido

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Edición original: Akita Shoten 2006-2011
Edición España: Ediciones Glénat 2008-2013
Guión: Kurumada Masami, Teshirogi Shiori
Dibujo: Teshirogi Shiori
Entintado: Teshirogi Shiori
Portada: Teshirogi Shiori
Precio: 7,50 € (cada volumen)

 
Prólogo: la razón de esta elección

Cuando se inició la organización de los fastos del «viejésimo» aniversario de Zona Negativa y se planteó la participación en la forma de un artículo, varias fueron las opciones que surgieron en mi atribulado cacumen. Al final, me decanté por volver sobre mis pasos y hablar, una vez más, sobre El lienzo perdido, la precuela no canónica que Teshirogi Shiori realizó del manga ideado por Kurumada Masami. Después de todo, había sido una de las primeras reseñas que publiqué en esta página. De hecho, un rápido vistazo al archivo digital permite comprobar que fue la quinta y que apareció el 31 de mayo de 2010. Por otra parte, no hace tanto que Mònica Rex García ha coordinado una monumental entrada dedicada a la franquicia «saintseiyana» y, de nuevo, volví a hablar de esta historia, tanto en su versión en papel como en su adaptación animada. Así pues ¿por qué reincidir nuevamente en una serie que gira en torno a una idea que, desde hace tiempo, está dando fuertes señales de agotamiento? Los motivos son diversos y, hay que confesarlo, la debilidad por el anime -que no por el manga- han pesado pero, también, porque hay un cierto paralelismo entre los motivos que llevaron a Teshirogi a plantear El lienzo perdido y los que movieron al padre fundador de esta página a montarla: el cariño hacia aquellos tebeos que les habían hecho soñar.

¿Has sentido alguna vez tu cosmos?

La historia de este manga narra los acontecimientos de la guerra sagrada del S. XVIII entre Atenea y Hades. Este enfrentamiento, mencionado de pasada en la serie principal, se convierte en el hilo conductor de un relato que profundiza en otro dato apuntado por Kurumada en el duelo final entre Saori Kidoh y sus caballeros de bronce y el dios heleno del inframundo: solo el Caballero de Pegaso ha sido capaz de causar daño al amo de la muerte. Estos apuntes, que plantean la hipótesis de un ciclo perpetuo de enfrentamientos entre las deidades olímpicas, con la presencia determinante de un concreto santo de bronce, son las piedras angulares sobre las que Teshirogi edifica una historia en la que, siendo claramente identificables los signos distintivos de la franquicia, existe el suficiente grado de originalidad como para que la parroquia vuelva a interesarse por una historia que, mostrando en su línea canónica una aburridora y cansina repetición, tiene aquí un soplo de aire fresco que, en buena medida, justifica y explica su renacimiento a mediados de la década pasada.

Teshirogi convierte el anti-climático combate final entre Atenea y Hades, con el factor decisivo de la presencia de Seiya, en la base de su historia. Partiendo de la premisa de que las divinidades necesitan de un ser humano que actúe como su receptor, asistimos a una jugada en la que la diosa de la guerra y la sabiduría intenta romper el ciclo perpetuo de enfrentamientos y reencarnaciones, haciendo que las tres piezas recurrentes de la generación correspondiente al S. XVIII se críen como infantes en un orfanato europeo de la época. ¿Puede el amor que surge entre Tenma, Alone / Aarón y Sasha ser más fuerte que el sino que les corresponde? Una apuesta arriesgada, la cual servirá de base para nuevas diferencias.

La autora aprovecha el potencial de muchos de los conceptos creados por Kurumada -y pasados por el tamiz animado del equipo comandado por Araki Shingo e Himeno Michi- para arar unos campos que, prácticamente, están sin cultivar. Hay ciento ocho espectros en el ejército de Hades y ochenta y ocho caballeros en el bando de Atenea. Como se verá, hay figuras poderosas cuya presencia se repetirá, merced a los atractivos del diseño o al impacto de sus primeras apariciones, pero la artista deleitará a la parroquia lectora con nuevos personajes, los cuales se ganarán un merecido puesto en el favor popular. Al menos, en lo que se refiere a las huestes del señor del más allá.

Parecido no es lo mismo

Teshirogi demuestra su condición de seguidora adicta de la serie original, en la medida en que asume, desde un primer momento, que, dejando aparte al Caballero de Pegaso, los personajes más populares son los caballeros de oro. Los doce guerreros que combatieron al quinteto protagonista durante la batalla del Santuario van a llevar el peso de la acción, convirtiendo a Tenma, la reencarnación de Pegaso de esta historia, en testigo de sus hazañas. Además, asume la tarea de «redimir» a aquellos que tenían un papel más ingrato en el relato original y lo hace desde un primer momento. Así, Albafica de Piscis se convierte en el botón de muestra de una decisión creativa que será constante. Si en el manga de Kurumada teníamos a un personaje con un carisma casi nulo, aquí su predecesor brinda un combate épico, en el que se desarrolla la naturaleza de los caballeros que combaten bajo el signo de los dos peces. La apariencia -salvando las grandes distancias entre los estilos gráficos de uno y otro dibujantes- es similar; las técnicas de combate tienen la misma base y, sin embargo, Albafica consigue un interés como nunca lo alcanzó Afrodita. Tres cuartos de lo mismo se puede decir de Manigoldo de Cáncer, el antecesor de Máscara Mortal. Ambos comparten, aún más, las similitudes exteriores y el primero tiene ese carácter despiadado y un tanto cruel del segundo. Sin embargo, Teshirogi explica esa forma de ser, apuntando elementos del pasado del caballero, al tiempo que le convierte en un desenfadado sinvergüenza, de los que se ganan la simpatía de la gente. No es extraño que, en uno y otro caso, el anime Soul of Gold aprovechara estas aportaciones para dar a Afrodita y Máscara Mortal la oportunidad de tener unos rostros más amables.

Allá donde los personajes originales ya contaban con mayor solidez en cuanto a su popularidad, la autora se las arregla para dar otra vuelta de tuerca y brindarnos arcos argumentales memorables. Así, toma la relación entre los caballeros de Sagitario y Capricornio -explorada con cierta profundidad en algunas obras de complemento y enlace entre el manga y el anime originales- y convierte al portador de Excalibur del S. XVIII en un digno predecesor de Shura. Por su parte y, respecto al arquero dorado, homenajea el papel de Aioros, en tanto que protector de Saori Kidoh y convierte a Sísifo de Sagitario en el descubridor de Sasha, la niña llamada a ser reencarnación de Atenea en ese tiempo. El resultado final, en conjunto, presenta una sucesión de arcos argumentales en los que cada caballero de oro tiene la ocasión de brillar con luz propia, literal y metafóricamente hablando.

Sin embargo, no sería justa la omisión de otros homenajes con los que la autora deleita a, quienes como ella, gustan mucho del manga primigenio y demuestran tener enciclopédico conocimiento del mismo. Con esto, me refiero no solo a la historia contenida en el tebeo en cuestión, sino a las particularidades de su creación y desarrolla, así como la de sus adaptaciones. De esta forma, decide que uno de los compañeros de acción de Tenma de Pegaso sea Yato del Unicornio, pues la encarnación contemporánea de este caballero -el arrogante Jabu- iba a ocupar ese papel originariamente. Por otra parte, recuerda que ciertas armaduras de bronce -las del cuarteto que eclipsaría a Seiya, con una excepción- no habían tenido portadores desde los tiempos mitológicos (expresión recurrente en toda la franquicia, por cierto) de modo que no las vemos, salvo en un caso. Ello no quita para que, teniendo entre los protagonista a Dokho de Libra, le veamos combatir no pocas veces a pecho descubierto y asumiendo riesgos mortales, como su discípulo de los tiempos actuales.

Cuando la discípula supera al maestro


The lost canvas
es un ejemplo de una situación que, en modo alguno, es extraña en el seno del noveno arte: el hecho de que alguien que continúe la labor iniciada por otra persona, acabe superando en el balance general a esta última. Con esto, no quiero ni puedo decir que Teshirogi haya batido a Kurumada en su propio terreno, pues sin los conceptos creados por este no tendríamos los trabajos de aquella. Sin embargo, no se puede olvidar el detalle de que este manga surgió en paralelo a otro, Next Dimension, en el que el autor retomaba la historia original, dando su versión de las aventuras de Tenma y Alone. Las comparaciones son odiosas pero, con todo el cariño que se le pueda tener, el estilo de Kurumada, tosco y ya un tanto desusado, se da de bruces contra las versiones remozadas salidas de los lápices y las tintas de Teshirogi. Los intentos de separarse de las pautas de una obra que ya está cerrada han traído como consecuencia que los experimentos creativos hayan traído como resultado una sensación de estar asistiendo a más de lo mismo, así como la percepción de que el autor no sabe hacia dónde encaminar los pasos de la historia. Tal parece que don Masami esté intentando reciclar las ideas del fallido proyecto de serie peliculera iniciado -y abruptamente concluido- con Tenkai-hen mientras se mueve por el conocido territorio de las carreras por los doce templos -al estilo de Arriba y abajo y la amenaza de Hades. Bien es cierto que sus problemas de salud han sido un serio contratiempo en el desarrollo del manga, pero este hecho de fuerza mayor dio como resultado que The lost canvas sea ya una obra cerrada y con tebeos derivados, en tanto que Next dimension permanece aún en desarrollo.

Teshirogi demuestra que el amor lector, un buen manejo de la materia prima existente y un sobresaliente talento gráfico pueden combinarse para dar como resultado una obra que, sin ser original en sus premisas, sí puede serlo en su desarrollo y que los recursos narrativos que hicieron célebre el tebeo del que trae causa su trabajo, pueden ser reutilizados sin que resulten repetitivos. The lost canvas es, al final, un acto de cariño que una autora que fue antes lectora, dedica a una de sus series favoritas y comparte con quienes también crecimos con las aventuras de Seiya, Shiryû, Hyôga, Shun, Ikki y compañía.

Epílogo: yo confieso…

Hasta aquí, mi aportación particular a los fastos del vigésimo aniversario de esta página, que considero parte de mi hogar. La elección es un reflejo de mis querencias lectoras. Es una obra imbricada en una franquicia por la que tengo muchísimo cariño, del tipo que solo pueden generar las que dejan huella durante tu infancia y tu adolescencia. Es de una autora cuyo estilo de trabajo, tanto literario como gráfico, me encanta. Su talento como dibujante es incontestable y, como guionista, demuestra a la vez respeto y cariño por los cimientos sobre los que construye, en lugar de pretender jugar a cambiarlo todo, para que todo quede como estaba. Quienes hayan seguido mis aportaciones en esta página, verán que mis inclinaciones y gustos se mueven, para las críticas positivas y negativas, utilizando este criterio como una de las varas de medir.

Antes de este manga hubo otras obras derivadas de Saint Seiya. También tuvieron sus adaptaciones animadas, las cuales tuvieron mejor suerte que la de este lienzo perdido. Sin embargo, a día de hoy, ninguna de las mismas ha alcanzado el nivel de impacto e influencia que The lost canvas. Ojalá, ahora que la franquicia vuelve a dar signos de agotamiento, otra persona pueda tomar el testigo y encender, una vez más, la llama del cosmos.

P. S. No pude colarla en la entrada colectiva. Ahora sí ¡dentro vídeo!

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