El guionista Len Kaminski necesita ayuda:
“Bien. He ido dejando esto demasiado. Al menos ahora puedo contarlo: LA HORRIBLE VERDAD. El año pasado tuve un accidente que me dejó en silla de ruedas – y acabé atrapado en un centro de acogida muy turbio (traducción muy libre de crooked). Eso fue hace 8 meses. En este tiempo, han agotado las coberturas de mi seguro médico y a continuación pasaron a vaciar mi cuenta bancaria y desviar mi pensión de discapacidad a su cuenta. He perdido todo mi dinero, mis ingresos, mi apartamento, todo. Como resultado, no me dejan salir ya que ni tengo un hogar al que volver ni recursos para conseguir uno nuevo. Así, sigo en el vientre de la bestia. Sigo en una silla de ruedas. Asqueado de este horrible lugar. Cumplí 60 aquí dentro. De ninguna manera quiero morir aquí… así que estoy creando una página en GoFundMe. Estará pronto. Consejo, asesoría o cualquier tipo de ayuda es bienvenida”.
Desde Zona Negativa, lanzamos una iniciativa recuperando sus obras más emblemáticas escritas para Marvel. Kaminski escribió para otras editoriales pero hemos decidido centrarnos en su paso por la Casa de las Ideas no solo por el mayor impacto de sus cómics marvelitas sino porque el lector español apenas ha tenido contacto con su obra en DC, Acclaim/Valiant o Chaos! Comics.
Si quieres colaborar en la campaña lanzada por Kaminski, puedes hacerlo a través de este enlace.
Durante sus apariciones en la colección de Spiderman, Veneno fue presentado como un villano con una especie de código de honor. Puede que tanto Eddie Brock como el simbionte alienígena estuviesen empeñados en vengarse de Peter Parker, pero jamás le harían daño a una inocente como Tía May, por ejemplo. Esta faceta se siguió potenciando cuando empezó la carrera en solitario del personaje, compuesta por una concatenación de miniseries que se inició con Veneno: Protector letal. Convertido entonces en el “protector letal” de los más desfavorecidos de la ciudad, Veneno pasó a ser un antihéroe que sólo hacía daño a “los malos” que perjudicaban a su gente. Por muy amenazante que pareciese, por muy violento que fuese su comportamiento y por mucho que fanfarronease con ir por ahí comiéndose el cerebro de sus enemigos, lo cierto es que durante aquellos años el simbionte no probó los sesos. Al menos hasta que en 1996 llegó Veneno: El hambre, la miniserie escrita por Len Kaminski y dibujada por Ted Halsted (acompañado por las tintas de Scott Koblish y el color de Tom Smith) en la que la criatura alienígena no pudo resistir más la necesidad de devorar uno de estos tiernos órganos.
Una historia de Veneno
La pareja formada por Eddie Brock y su simbionte era tremendamente popular durante la década de los noventa, pero eso no quiere decir que sus cómics fuesen buenos. Suele decirse que, entre todas las miniseries que protagonizó en aquella época, Veneno: Protector letal es la mejor además de la más conocida. La hemos reseñado varias veces en Zona Negativa (en concreto aquí, aquí y aquí) y las valoraciones de nuestros redactores nunca han sido muy entusiastas. Lo cierto es que, leída hoy en día, resulta bastante mediocre. Por tanto, si esta era la mejor, imagina cómo serían las demás. Veneno: Pira funeraria, Veneno: La locura, Veneno: El enemigo interior, Veneno: El macero… Cada una era peor que la anterior, como si el personaje estuviese atrapado en una espiral descendente hacia los abismos más insondables de la mediocridad.
Pero incluso entre todas aquellas historias más o menos olvidables, sólo recomendadas para los lectores más acérrimos, se puede rescatar alguna que merece la pena. Entre tanto exceso noventero y tanta frase lapidaria mal escrita hubo autores que quisieron hacer algo distinto; algo que alejase al protector letal del género superheroico y lo acercase a otros géneros en los que podía encontrarse mucho más cómodo. Ahí es donde entra Veneno: El hambre, una serie limitada de cuatro números que puede encontrarse en el tomo 100% Marvel HC. Veneno 7: El hambre/Fauces y garras, recopilada junto al crossover que enfrentó a nuestro protagonista contra Lobezno.
El guionista Len Kaminski era uno de los currantes de la Marvel de entonces y lo mismo escribía a Iron Man que se lanzaba con Morbius. Esa flexibilidad es la que le permitió sacar a Veneno durante un momento de su papel de antihéroe, que ya estaba empezando a estar desgastado, y llevárselo al género de terror. Veneno: El hambre es, en efecto, una historia de terror en la que se visitan algunos de los tropos habituales de dicho género, como las instituciones mentales y la caza de monstruos. Esto se hace desde una óptica indudablemente noventera, pero lo que es más curioso es que Kaminski no se conformó con este acercamiento al terror: también quiso llevar su historia al género… ¿romántico?
Una historia de terror
Veneno: El hambre se abre con un Eddie Brock que recorre las calles más oscuras como si se tratara de un muerto viviente. Camina ausente, anestesiado, contemplando un mundo devorado por la suciedad en el que la maldad campa a sus anchas. Su percepción está claramente alterada y por eso ve a las personas que le rodean como siniestras y monstruosas parodias de sí mismas. El simbionte parece estar manipulando su forma de ver el mundo, pasándola por un filtro retorcido y oscuro. Está claro que algo no va bien, en definitiva. Veneno siente algo en su interior, una necesidad que no es capaz de definir. Algo nuevo. Algo terrible.
Una trifulca con unos matones de tres al cuarto hace que Eddie pierda el control del simbionte cuando el ser alienígena olfatea la cabeza de uno de los heridos y percibe el aroma del cerebro que esconde su cráneo. Entonces Veneno mata al pobre desgraciado y se come sus sesos, saltándose su norma de sólo hacerle daño a “los malos”. Muy alterado, Eddie recrimina a su “otro” lo que acaba de hacer, pero el hambre que siente el simbionte es demasiado grande, demasiado imperiosa. El propio simbionte decide separarse de su huésped humano para lanzarse a buscar más cerebros que devorar, dejando al pobre Eddie tirado en un callejón como si fuera un trapo viejo.
Con esta premisa tan potente empieza la miniserie. El simbionte está fuera de control y siente un imparable impulso por devorar cerebros. Mientras tanto, Eddie acaba encerrado en el peor manicomio imaginable, donde se convierte en paciente del peor científico loco imaginable. El hospital psiquiátrico Innsmouth Hills de Long Island, además de contener una evidente referencia a la literatura de H.P. Lovecraft en su nombre, es el típico manicomio que te encontrarías en una película de terror: un antiguo edificio gótico aislado en mitad del bosque y rodeado por altos muros que hacen que resulte muy complicado escapar. Sus pacientes llevan camisas de fuerza y están encerrados en habitaciones acolchadas, oscuras y llenas de humedades, mientras que los celadores son hombres crueles e insensibles, casi inhumanos. Su director es aún peor: el Doctor Thaddeus Paine es un viejo arrugado que no tiene reparos en experimentar con seres humanos. Para operar usa unos guantes metálicos con cuchillas acopladas al más puro estilo Freddy Krueger y, además, también se come el cerebro de sus sujetos experimentales siguiendo la receta de su colega el Doctor Hannibal Lecter.
Mientras Eddie está ingresado y sometido a terribles torturas, su conexión con el simbionte le permite experimentar en primera persona su frenesí asesino. La criatura está desquiciada, matando a todo el que se interpone en su camino en busca de un cerebro que consiga saciar su hambre. Toda la historia está impregnada por un tono enfermizo y en eso tiene mucho que ver su dibujante, Ted Halsted, que se prodigó poco en Marvel más allá de un par de historias de Veneno. El estilo de Halsted es caricaturesco y retorcido. Cada una de sus páginas transmite inquietud y desasosiego, tanto por su uso de las composiciones desequilibradas y abruptas como por los detalles con los que adorna los márgenes cuando vemos a través de los ojos del simbionte. Las viñetas de esas secuencias están rodeadas de esperpénticas estructuras de carne y vísceras, como si los zarcillos del simbionte se entendiesen a lo largo del papel. La forma de plasmar al propio simbionte renuncia a sus proporciones humanas habituales y lo muestra como un ente gigantesco de aspecto insectoide cuando se ha separado de Eddie. La interpretación que hace el artista de la criatura alienígena es decididamente la de un monstruo salido de una película de terror.
De hecho, si el número en el que Eddie está encerrado en el manicomio recuerda a Pesadilla en Elm Street 3: Los guerreros del sueño (1987), el siguiente recuerda a Aliens (1986), Species: Especie mortal (1995) o incluso a Depredador 2 (1990). En ese punto, el terror se mezcla con la acción y la historia pasa a convertirse en la típica “caza del monstruo” cuando Eddie escapa del hospital y se adentra en las alcantarillas persiguiendo al simbionte. Pero como estamos hablando de una historia de 1996, lo hace equipado con un fusil de asalto que lleva acoplado tanto un lanzagranadas como un lanzallamas y un machete. Es un arma ridícula, totalmente inverosímil, pero muy en la onda de lo que se llevaba aquellos años. Era la época del auge de Image Comics, después de todo, y la estética paramilitar estaba muy arraigada en el cómic de superheroes americano. De ahí que en estas páginas veamos a Eddie cubierto de mugre, con el pelo largo, vestido con un chaleco de kevlar, un pantalón de camuflaje y unas gafas de visión nocturna. Y portando esa arma tan estúpida, claro.
A la historia aún le queda un último giro terrorífico y es que el Doctor Paine permitió que Eddie escapase para que le condujese hasta el simbionte, al que secuestra antes de que pueda reunirse con su huésped. El último número de la serie, por tanto, tiene a Eddie infiltrándose en plan comando en el hospital para rescatar a la criatura antes de que el diabólico médico pueda usarla para materializar sus perversas fantasías. Una vez juntos de nuevo, ambos castigan a Paine otorgándole la misma hambre que había enloquecido al simbionte durante los números anteriores, en una escena que puede recordar a lo que le hace Jean Grey a Mente Maestra justo antes de transformarse en Fénix Oscura en la célebre saga homónima. El responsable del manicomio, que antes se dedicaba a comer cerebros por pura perversión, se transforma de esa forma en una especie de zombi que ansía comer ese órgano como un adicto desea la sustancia a la que está enganchado. En él ya no queda ni rastro de su elegante maldad; sólo un hambre desesperada, primaria y brutal.
En cierto sentido, Veneno: El hambre se puede leer como una metáfora sobre la adicción, pero no se refiere exactamente al consumo de sustancias. Se trata más bien de una metáfora sobre el amor tóxico y sobre las relaciones de dependencia, pues más allá de todas sus evidentes referencias al terror, lo que subyace es un romance. Un romance insano, sí, pero romance al fin y al cabo.
Una historia de amor
Si volvemos al primer número y en lugar de leerlo como una historia de terror lo hacemos como una historia romántica nos encontraremos con una sorpresa. Esta es, en efecto, la historia de una pareja que ya no funciona como antes. Esa pareja es la formada por Eddie y el simbionte, por supuesto, que antes había funcionado como una máquina bien engrasada pero ahora está en crisis. Esto no es algo que se muestre de forma sutil. De hecho, es todo lo contrario. Recordemos que estamos hablando de un cómic de 1996 y que en aquellos años la sutileza brillaba por su ausencia en los tebeos superheroicos. Si hubiese alguna duda al respecto de que Eddie y el simbionte son algo así como una pareja romántica, esa secuencia en la que ambos van al cine y se cogen de la mano mientras pasan la película es más que suficiente para descartarla.
Pero claro, algo no va bien. Eddie parece haber perdido la energía que tenía antes y por eso deambula por las calles como un muerto viviente, mientras que el simbionte tiene hambre. Quiere más. Necesita más de lo que Eddie puede darle… y por eso le abandona. Lo que en principio el guion justifica como una “carencia de vitaminas”, que lleva al extraño ser a ansiar los deliciosos fluidos cerebrales de otros humanos, se puede leer también en clave de pareja. El simbionte ya no obtiene lo que desea de Eddie y por esto necesita tomarse un tiempo para explorar otras posibilidades.
Eso no lo dice este humilde redactor, sino que el propio guion lo explicita con unos cuadros de diálogo que no se cortan un pelo. Kaminski escribe lo siguiente en el primer número, poniendo en boca de Eddie lo que todos estamos pensando: “No soy tonto. Sé lo que dicen. Las cosas que nos llaman. Asesino. Loco. Pero sólo hacemos daño a los malos. Lo que le asusta a la gente no es lo que hacemos. Es lo que somos. Lo que somos juntos es lo que les da miedo”. Poco más adelante, añade: “Lo compartimos todo. Pensamientos, sentimientos, un propósito. No es humano, pero me ha dado cosas que ninguna novia habría podido darme”.
No obstante, la suya no es una relación sana, desde luego. Ninguna de las dos partes se toma bien la ruptura, pero sin duda Eddie es el que se lleva la peor parte. Curiosamente, el huésped del simbionte ha acabado dependiendo tanto o más que él de la unión que ambos compartían. En el tercer número, justo antes de que Eddie decida hacer de Rambo en las cloacas, hay otro cuadro de texto que destaca por carecer de toda sutileza. Dice lo siguiente: “Mi nombre es Eddie Brock y antes tenía una relación simbiótica con un alienígena. Cuando el otro se fue, se llevó una parte de mí con él. No puedo vivir sin él. Ni con eso en lo que se ha convertido. Me acuerdo de una camiseta que me regaló mi exmujer hace mucho tiempo. Decía: si amas algo, déjalo libre; si no vuelve contigo… dale caza y mátalo”.
La toxicidad de la relación entre esta peculiar pareja se muestra también de forma clara en otro diálogo interno de Eddie: “Ya sabéis lo que pasa. Alguien intima contigo, baja la guardia… te cuenta sus secretos, te muestra sus flaquezas… y, entonces, cuando tenéis una discusión… sabes justo dónde pegarle la puñalada”. Incluso el componente sensual -quién sabe si también sexual- de la relación se deja claro en el texto. “Desde que las cosas se estropearon, me he pasado las noches en vela pensando en estar de nuevo envuelto por el otro”, afirma Eddie. Más adelante, tras haber hecho las paces con ese otro al que tanto añoraba, Eddie exclama: “Así, nene… envuélmente con esos tentáculos… agárrate bien… ¡y prepárate para el rocanrol!”
Cuando Veneno vuelve a estar completo experimenta un auténtico éxtasis. Es más, lo vemos cantar felizmente mientras mutila y masacra a los matones del malvado Doctor Paine. Es una especie de catarsis en la que la violencia actúa como sustitutivo del sexo. Si esto fuese una película de acción en la que el musculado héroe rescata a su amada de las garras del villano, esta sería la escena del apasionado beso entre ambos. Pero aquí no hay beso, sólo descerebrada violencia noventera.
¿Aún no ha quedado claro que lo que hay entre Eddie y el simbionte es amor? ¿Aún no crees que ambos están enamorados el uno del otro? Kaminski incluso lo justifica con una explicación científica para fulminar cualquier resquicio de duda. Decíamos antes que la causa del hambre desproporcionada del alienígena se debía a una “carencia de vitaminas”, pero esto no es del todo cierto. Las pesquisas del antagonista de la miniserie, el caricaturesco Doctor Paine, desvelan más adelante que su problema es en realidad una carencia de fenetilamina, una sustancia química real que segrega el cerebro y que está muy relacionada con la producción de dopamina, noradrenalina y serotonina, los neurotransmisores que regulan nuestro estado de ánimo y nos hacen sentir felicidad. También es una de las sustancias que influyen en la química del enamoramiento. La acción de la fenilalanina es similar a la de las anfetaminas, ya que produce la sensación de euforia y exaltación que acompaña al propio enamoramiento. Esta sustancia se segrega en grandes cantidades en los primeros días del enamoramiento, aunque va disminuyendo con el tiempo.
Resulta que el cerebro de Eddie ya no segregaba la suficiente y por eso sus percepciones estaban tan alteradas y su estado de ánimo tan deprimido. Por eso ya no podía darle lo que necesitaba al simbionte. Es decir, que todo este tiempo el problema del pobre alienígena es que necesitaba un poco de amor. Su hambre era en realidad un deseo de renovar su anquilosada relación para que volviese a ser apasionada y excitante. Y, si eso no era posible, al menos necesitaba encontrar un buen sustitutivo.
¿Sabías que el cacao y el chocolate negro contienen mucha fenetilamina y que por eso su consumo se relaciona con la felicidad y el bienestar? Hay quien piensa que el chocolate es incluso un sustitutivo del amor y del sexo. Veneno: El hambre se cierra precisamente con Eddie regalándole al simbionte una caja de bombones con forma de corazón. Habla Eddie de nuevo: “El tiempo pasa y la mayoría de las cosas se estropean. Si tienes la suerte de encontrar algo bueno, algo que merezca la pena, haces lo que sea por conservarlo. Si das algo por sentado, tarde o temprano acabas perdiéndolo. No pienso volver a cometer ese error. Lo gracioso es que el chocolate es una buena fuente de la fenetilamina que necesita el otro, así que mientras me acuerde de comprarle un regalo de vez en cuando… viviremos felices para siempre”.
Está claro que ceder a un frenesí alimenticio, comerse un puñado de cerebros y enfrentarse a un científico loco no es la mejor manera de insuflarle nueva vida a una relación, pero a Eddie y a su otro les basta. El suyo no es un amor ejemplar ni tampoco sano, pero parece auténtico. Además, no hay muchas parejas así en el cómic mainstream. Y lo que es más importante: no hay muchas historias en las que Eddie y el simbionte se presenten de forma tan descarada como una pareja romántica. Puede que fuese producto de los excesos propios de la época en la que nació, pero Veneno: El hambre es una anomalía muy divertida. Quizá no pretendía nada más que impactar a los impresionables lectores de finales de los noventa con una historia sobre un hombre enamorado de un terrible monstruo del espacio exterior… o quizá Kaminski le coló a la editorial un romance gay oculto dentro de una historia de terror sin que nadie se diese cuenta.
Después de todo, casi desde sus orígenes el terror ha sido uno de los vehículos más importantes para narrar historias con un cierto componente homosexual. Podríamos hablar sobre cómo la figura del monstruo siempre ha sido un excelente análogo para la otredad, para el que es diferente, para la persona homosexual en definitiva (y no sólo para el homosexual, de hecho, sino también para todas las personas de géneros y sexualidades diversas en su conjunto). Podríamos hablar sobre Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy (1985), en la que el monstruo se alimentaba de las inquietudes sexuales de un adolescente gay para torturarlo con pesadillas. Podríamos hablar sobre el triángulo amoroso de El ansia (1983), sobre el poco convencional matrimonio de Entrevista con el vampiro (1994), sobre el sorprendente progresismo de La semilla de Chucky (2004) o sobre los osados temas de Jennifer’s Body (2009), por mencionar unas pocas de las muchas películas de terror con un notable subtexto queer. Finalmente, podríamos recordar esta frase que dice Eddie: “Lo que le asusta a la gente no es lo que hacemos. Es lo que somos”.
Es muy posible que Veneno: El hambre haya sido una historia de terror queer durante todo este tiempo, aunque nunca nos hayamos percatado de ello. Pero bueno, quiénes somos nosotros para juzgar el amor que hay entre un hombre y su simbionte. Si ellos son felices, nosotros somos felices.
Una historia de Len Kaminski
Decíamos al principio que Len Kamisnki era uno de los currantes de la Marvel noventera y lo cierto es que esa es la mejor manera de describirle. No era una estrella. No gozaba de la fama ni del prestigio de otros autores con los que trabajó en aquellos años. Por tanto, es poco probable que veamos sus trabajos recopilados en lujosos tomos a precios abusivos. De no ser esta una historia de Veneno, quien sí goza de gran popularidad, quizá ni siquiera la habríamos visto reeditada en nuestras librerías. Si esperas ver reeditado lo que hizo con otros personajes como Morbius, el Doctor Extraño o el Motorista Fantasma 2099 más vale que no te hagas muchas ilusiones, porque no tiene pinta que recuperarlos esté entre las prioridades de la editorial. Así es como el trabajo de los currantes queda enterrado y olvidado, porque recuperarlo ya no es rentable y las copias originales están presas en la biblioteca de algún completista u olvidadas en alguna página de ventas de segunda mano. Sí, todos esos cómics están enterrados en alguna parte del servicio digital Marvel Unlimited, pero si nadie llama la atención sobre ellos van a pasar desapercibidos. Generaciones enteras van a ignorarlos.
Quien esto escribe no es la persona más indicada para juzgar un tebeo de los noventa, ya que los cómics de aquellos años son su debilidad, pero incluso en el peor de ellos siempre hay algo que rescatar. Veneno: El hambre está muy lejos de ser una obra maestra, pero ofrece una historia entretenida, bien escrita y con un mensaje ciertamente curioso. Es un tebeo del montón, pero eso no quiere decir que merezca ser olvidado. Como tampoco merece ser olvidado su escritor, que hoy vive una situación terrible tras haber sufrido un accidente que le postró en una silla de ruedas y que le dejó sin casa y sin dinero.
Cerramos así nuestra pequeña iniciativa solidaria, llamando de nuevo la atención sobre la situación actual de Len Kaminski e invitando a nuestros lectores a colaborar económicamente con su causa si es posible (una vez más, este es el enlace a la campaña de recaudación). Porque detrás de todos los cómics, incluso del más mediocre de los tebeos noventeros, hay personas. Personas con sus historias, con sus problemas y sus necesidades. Personas que merecen cuidados. Personas que merecen amor. Personas que nunca deberían ser olvidadas.