Formato: PC, Mac
Edición España: Manuel Pazos & Daniel Celemín (2016)
Diseño: Manuel Pazos (Programación), Daniel Celemín (Gráficos) ; Antonio Giner y Daniel Celemín (Pantalla de presentación) ; Pantalla final (Juan Delcán) ; David Cañadas (Música)
«Ya al final de mi vida de pecador mientras, canoso y decrépito como el mundo, espero el momento de perderme en el abismo sin fondo de la divinidad desierta y silenciosa, me dispongo a dejar constancia sobre este pergamino de los hechos asombrosos y terribles que me fue dado presenciar en mi juventud, en la abadía cuyo nombre incluso conviene ahora cubrir con un piadoso manto de silencio…» Así comenzaba el relato del anciano monje benedictino
La historia de la novela es casi tan famosa como su complejidad: sobre la trama esencial de un relato detectivesco se construye el debate sobre la pobreza Cristo, se engarza el cisma de Occidente, se añade el conflicto entre el Imperio y el Papado y se metaforiza en torno al apocalipsis y el fin del mundo o, al menos, de un mundo en decadencia.
Corría el año 1987 cuando los ordenadores de ocho bits eran los reyes indiscutibles del mercado del software de entretenimiento en Europa. Spectrum, Amstrad, Commodore o MSX eran los nombres de las marcas que se habían consolidado y las productoras y desarrolladoras de videojuegos nacían, crecían y morían con pasmosa velocidad. En España, compañías como Dinámic, Topo, Made in Spain u
El revés de la no obtención de la bendición de don Umberto no impidió que el juego desarrollado por el programador
El juego se presenta como un bello homenaje al título original, aprovechando las capacidades de las nuevas máquinas y combinando la perspectiva isométrica modelo «Filmation» de aquel con un aspecto gráfico tomado directamente de la película. Así, los protagonistas principales –Guillermo, Adso, el abad Abbone, Jorge de Burgos, etcétera…- son caricaturas de sus intérpretes fílmicos. También se toma de la cinta su inquietante banda sonora, lo que añade a la mixtura la inquietante atmósfera conseguida por Annaud.
Aquellas personas que jugaran el título original o alguno de sus remakes posteriores, comprobarán que se han conservado las principales señas de identidad de aquel: el prólogo contado a través de un pergamino; la pantalla de inicio con la ilustración del anciano Adso en trance de escribir sus memorias; el tipo de letra empleado para los menús; la barra de «Obsequium» y el menú con los objetos a utiliza. Todo ello contribuye a dar al juego un indudable sabor clásico que llenará de nostalgia al jugador veterano.
Otro de los detalles a destacar de la versión clásica es su endiablada dificultad –signo y rasgo distintivo de los juegos españoles de la época-. La mecánica del juego implicaba respetar a pie juntillas las reglas de una abadía cuyo severo prior nos vigilaba con lupa. Sin embargo, muy pronto había que afrontar la necesidad de romper esas normas para poder encontrar las pistas que llevaran al desenlace final. En ese sentido, La Abadía del Crimen solventaba la poca duración en horas de su trama –común a todos los títulos de la época- con un grado de dificultad exacerbado y desesperante. La repetición constante de las rutinas hasta alcanzar la maestría y la paciencia del santo Job eran las únicas recetas para intentar revelar el misterio de la abadía en siete días. Aquí, afortunadamente, la dificultad ha dejado paso a otra suerte de complejidad donde tenemos más tiempo para explorar un mapeado bastante más extenso y de interactuar con más personajes. Remigio el cillerero, el deforme Salvatore o el vidriero Nicola forman parte de las felices adiciones que hacen del lugar un sitio más poblado.
En resumidas cuentas, se trata de un dignísimo trabajo de homenaje y reivindicación que, además, puede disfrutarse de forma gratuita. ¿Qué más se puede pedir? La afición veterana podrá suspirar con un poco de melancolía y la novata podrá echar un ojo a lo que se jugaba hace casi treinta años.
Vídeo del juego, por Enrique García