ZN: Mis Diez Cómics Favoritos (Parte 1)

Cuesta creer, en el mercado en el que nos movemos, que hubo un tiempo pretérito en el que eran dos las únicas colecciones vengativas todos los meses. Además de la cabecera titular, que sumaba por aquel entonces más de trescientas entregas y pasaba de mano en mano con una facilidad asombrosa, existía la cabecera hermana donde, curiosamente, residían los miembros del grupo más carismáticos y que alcanzó las cien entregas antes de dar paso a una versión más noventera y olvidable del grupo. Los primeros cómics Marvel que degustó un servidor fueron aquellos, concretamente la etapa de Roy Thomas. Años después comprendería que no son los mejores cómics de Thomas (su etapa en Avengers con Buscema en los años sesenta sigue siendo, a todas luces, la mejor etapa del grupo) ni los mejores cómic siquiera de AWC (los firmados por John Byrne poco antes dando un vuelco a la serie pueden considerarse los mejores), pero a todo lector siempre le impactan sus primeros pasos en el medio y este caso no podía ser una excepción. Disputas internas, fichajes de segunda fila, vengadores fundadores, identidades secretas, uno de los mejores Ojo de Halcón jamás escritos, villanos lamentables, el irascible USAgente, un dibujo cumplidor y caracterizaciones interesantes, todo ello rodeado de un interesante halo de clasicismo que sirvió para engancharme a los cómics de por vida y a los vengadores para siempre. Todo ello, sin olvidarnos de su coetánea Tormenta Galáctica (que aquí en España se editó como una miniserie aparte dada la cantidad de colecciones que implicaba), un muy potable crossover noventero evocador de la guerra Kree-Skrull original del propio Thomas. Será difícil ver reeditada en nuestro país a corto o medio plazo la etapa completa de los Vengadores Costa Oeste (el año pasado se reeditó un Marvel Gold inicial que no ha recibido continuación por el momento), pero para alguien que creció y vivió aquella etapa en primera persona (con la posterior agonía al presenciar la reconversión a Force Works) la recordamos con nostalgia.

Vaya por delante que no me considero un seguidor ni un completista fanático de Superlopez. De hecho, reconozco haber leído pocas aventuras (más bien las historias sueltas que venían en el añorado Pequeño País) y haber comprado ninguna. Sin embargo, dos de los capítulos de la particular trayectoria vital de nuestro peculiar Superman patrio me atraparon nada más poner la vista sobre ellos. Me refiero, por supuesto, a aquellas dos entregas co-protagonizadas por el Supergrupo (El Supergrupo y ¡Todos contra uno, uno contra todos!). La memoria me falla y no consigo recordar si su primer visionado fue en antiguos álbumes de Bruguera o si en cambio fue en los volúmenes reeditados por Ediciones B durante los noventa. Sea como fuere, estas dos historietas (las cuales, por cierto quedaban inconclusa, aunque desde luego ese es el menos importante de los detalles) realizadas por Francisco Perez Navarro (guión) y Jan (dibujo, creador de Superlopez) y repletas de tópicos, peleas continuas por el liderazgo del grupo, homenajes por doquier, humor patrio y una inolvidable visita pasada por agua al banco en busca de crédito (ríete de la crisis de hoy en día) perduran en mi memoria. Aquel castizo pero entrañable Capitán Hispania (con tantas dosis de El Guerrero del Antifaz como del Capitán América), Bruto (resultado de ponerle un pañal, WTF, y un cuadro con alcayata a la espalda a La Cosa de los 4F), La Chica Increíble y sus no menos ídem rulos y sprays rociadores, el desmontable Latas (ríete tu de Ultron) o El Mago (versión más chabacana y juerguista del Doctor Extraño) formaban una alineación inolvidable que tan pronto se ponían a discutir entre ellos como montaban una timba de cartas con los primeros que se pasaban por allí. Las pasadas navidades se publicaron dos nuevos tomos del Supergrupo, pero el temor clásico a quedar defraudado por revisitaciones a la infancia (como quien se ve un capítulo de los Fruitis hoy en día…) me impidió hacerme con ellas. Aunque, quien sabe, un día de estos en un ataque de nostalgia…

Un servidor tiene una especial predilección por cualquier aventura que narre un viaje de auto-descubrimiento, con su bien construido momento catárquico donde el protagonista experimenta una epifanía que le cambia la vida para siempre. Este enfoque dista de ser algo original y novedoso y ha sido empleado como premisa en distintas modalidades artísticas ya sea en el cine (desde Los Puentes de Madison a Pequeña Miss Sunshine) a, como no, el cómic. En este campo, la obra que más ha marcado a un servidor es la reciente obra magna de David Mazzucchelli: Asterios Polyp. Asterios es un hombre de mediana edad que vive una vida que no le llena. Profesor y arquitecto del montón, mujeriego desde la adolescencia, su vida no tiene rumbo. Un incendio en su apartamiento le va a llevar a un viaje a un pueblo del corazón de los Estados Unidos que le hará escapar de la realidad y plantearse su vida, a la vez que mediante flashbacks conocemos la historia de su relación con Hana. En esta obra, galardonada con el Premio Eisner a Mejor Album y a Mejor Autor Completo en 2010, David Mazzucchelli da el do de pecho en cuanto a dibujo se refiere y sorprende a propios y extraños con un cambio de registro completamente radical a lo que pudiéramos tener en mente todos los aficionados que habíamos babeado previamente con su Daredevil en Born Again o su Batman en Año Uno (ambas obras con Frank Miller). De hecho, es tal el nivel de maestría, detalle y de empleo de caracterización de cada persona en el dibujo a través de su personalidad y circunstancias, consiguiendo una identificación entre percepción y naturaleza nunca antes vista en un comic. No quería concluir sin recomendar otras obras del mismo corte (salvando las distancias en formas pero no en fondo). Se trata de Las Calles de Arena, de Paco Roca, Cenizas de Alvaro Ortiz o Daytripper de los brasileños Fábio Moon and Gabriel Bá.

Cambiamos de tercio para hablar ahora de una de las obras del noveno arte más reconocidas de la producción europea en toda su historia, muy de moda esta semana por el estreno del nuevo álbum. Los personajes creados por René Goscinny y Albert Uderzo hace más de cincuenta años aterrizaron en nuestro país hace lustros, formando parte de la generación de historietas con la que crecieron nuestros padres, entre las que se encontraban además el Tintín de Hergé, el Lucky Luke de Morris (formando estos tres el exponente básico de la cosecha franco-belga del siglo XX) u obras patrias como El Capitán Trueno o El Corsario, ambas de Victor Mora, y, más tarde, el Mortadelo y Filemón de Ibañez. Todas estas obras, y alguna otra, tuve la fortuna de degustarlas de la biblioteca personal paterna. El acceso a tan temprana edad a un fondo ilimitado de historietas, entretenimiento puro y duro, humor y diversión supuso para mi persona una exposición lo más parecida posible a la Biblioteca de Alejandría. Pero entre todas aquellas historias, las que más me llamaban la atención y a las que siempre regresaba inevitablemente eran las de Astérix y Obélix, tan válidas para una tarde de domingo como para hacer más llevadero un día de cama por enfermedad. La sucesión de tópicos (desde los batiburrillos recurrentes enfrente de la pescadería hasta el destino inevitable que corrían los piratas nada más aparecer en cada álbum siempre con divertido resultado), unos diálogos descacharrantes, unos nombres propios muy peculiares, secundarios de auténtico lujo, destinos de aventuras llenos de topicazos y dos protagonistas (sin olvidarnos de Ideafix) que encarnan unos valores que trascienden más allá de las viñetas. Entre los veinticuatro álbumes que firmaron conjuntamente Goscinny y Uderzo antes de la muerte del primero de ellos destaco por encima del resto dos obras: El Combate de los Jefes (1966) y La Cizaña (1970), con un divertido tercer lugar en el pódium a Obélix y Compañía (1976). ¡Qué tiempos…!

Si algunos puestos más arriba mencionábamos de pasada el crossover Tormenta Galáctica, aquí vamos a poner más énfasis en otros de los crossovers de aquella época. Guionizados por el gran Jim Starlin, con dibujo inicialmente de George Perez (en la primera saga) y posteriormente del omnipresente Ron Lim (en el resto), la trilogía del Infinito fue compendium de aventuras publicadas en 1991 (Guantelete del Infinito), 1992 (Guerra del Infinito) y 1993 (Cruzada del Infinito). Cuando empiezas a leer cómics a tan tierna edad, no buscas precisamente una profundidad en la lectura o un desarrollo emocional de personajes ni medianamente profundo. Las ganas para comprar un cómic (y releerlo y volverlo a releer hasta desgastar las grapas) es directamente proporcional al número de héroes y villanos que salen en su interior. Y eso, en la trilogía del infinito, ocurre de principio a fin. Protagonistas de nuestro mundo, entidades cósmicas todopoderosas, seres por encima del bien y del mal (o puramente malos, como el Magus, o puramente buenos, como la Diosa), portadas triples desplegables (babas), reuniones de varios grupos de héroes, infinidad de secundarios, muerte de la mitad del universo y… ¡el gran Thanos! Todos ellos detrás de un pequeño guante con seis poderosas gemas. ¿Se puede pedir algo más? Jim Starlin, posiblemente el heredero más digno de Jack Kirby en cuanto a enfoque cósmico se refiere, ya había desarrollado grandes obras maestras durante los veinte anteriores años así que en esta ocasión aumenta el grado comercial de sus historias en estas sagas poniendo una aventura poco enrevesada al servicio de los aficionados, sin olvidarse de generar avances significativos en el tratamiento de sus dos personajes fetiche: Adam Warlock y Thanos de Titan. Como curiosidad, cabe destacar que por aquel entonces ya brillaban con luz propia dos personajes también creados por Jim Starlin que ahora están a punto de debutar en la gran pantalla (en distinto grupo y un poco cambiados, a decir verdad): Drax El Destructor y Gamora. Algo tendrían aquellos cómics…

En un medio de casi un siglo de vida, no existe un manual perfecto para crear un universo superheroico desde la nada. Muchos lo han intentado porque, al fin y al cabo, crearlo es fácil. Lo difícil es alimentarlo, construirlo, poblarlo y, sobre todo, hacer que el camino sea entretenido, dándole una entidad propia. Que consigan esto último no hay tantos ejemplos. Stan Lee lo hizo él solito (con permiso de Kirby) en su día con el Universo Marvel. Alan Moore es incapaz de empezar a escribir una obra si no tiene construido el universo (y realidades paralelas) de arriba a abajo en su cabeza previamente. O Dave Sim se recrea en el proceso mientras hace sufrir al bueno de Cerebus. Pero entre todos ellos, que bien podrían estar en esta lista (los peculiares ratones aventureros de Top Ten bien lo merecerían) hay uno que ha sabido capturar mi atención: el Astro City de Kurt Busiek, Brent Anderson y Alex Ross. El respeto, cariño y admiración por el noveno arte que profesan y vierten estos tres profesionales en cada uno de los guiones, páginas, diseños o portadas realizadas para este proyecto emanan directamente en dirección al corazón del aficionado. No en vano Kurt Busiek es el “fan definitivo”. Uno de nosotros. Nuestro lider. A lo largo de ocho álbumes (cuya última edición, de Norma Editorial, es sobresaliente y sobresaliente, a la altura de la obra), Kurt Busiek presenta Astro City, el hogar de héroes como Samaritano, El Confesor (y su Monaguillo) y tantos otros héroes, de primera y segunda fila, que luchan tanto con sus némesis particulares como por llevar una vida adelante. La ciudad cobra vida por todos, tanto en pasado, presente y futuro, y cada uno de los detalles en forma de las referencias ocultas u homenajes respetuosos que podemos encontrar en sus páginas no hacen sino incrementar el disfrute por centímetro cuadrado. Con un ritmo pausado, una predilección por los números autoconclusivos siempre condensados, una línea temática y una alta dosis de nuevos personajes por episodio, el lector pronto estará enganchado a las aventuras de los habitantes de Astro City. Recientemente Busiek ha retomado su obra tras varios problemillas de salud y lo ha hecho en el sello Vertigo, así que bienvenido sea. Probadlo, que os encantará. A mí me ocurrió pronto, lo reconozco, y quizás no sea siquiera la mejor obra de Kurt Busiek, pero el momento y el lugar también ayudan a que una obra en particular se consagre entre nuestras favoritas. Astro City lo es.

Bajo mi punto de vista y sin ningún género de duda, 52 es la mejor obra que ha publicado DC Comics en el presente siglo. Incluso, siendo generosos, podemos ampliar el rango de tiempo hasta la última década del siglo pasado y no nos equivocaríamos. Liderados por Stephen Wacker, el equipo de guionistas compuesto por Grant Morrison, Mark Waid, Geoff Johns y Greg Rucka, además de una legión de dibujantes con Keith Giffen a la cabeza (además de las sobresalientes portadas de J. G. Jones), se sacaron de la manga esta serie aprovechando el escenario post-Crisis Infinita. La historia narraba las aventuras paralelas de un grupo de secundarios de lujo del universo DC durante el año siguiente a las Crisis de Johns con la particularidad (y dificultad añadida) de que la acción se narraba en tiempo real. Cada cómic incluía el contenido relacionado a una semana y las tramas y subtramas avanzaban continuamente, llegando a un punto de eclosión en el que el sentido de la maravilla estaba garantizado. Cada guionista era responsable de sus propios personajes (fetiches en algunos casos) pero todos aportaban ideas y desarrollos formando un conjunto de historias perfectas y exponenciales. Así pues, protagonistas tan disperses y distintos como Booster Gold, Ralph Dibny, Black Adam, The Question y Renee Montoya, Animal Man, Starfire, Adam Strange, Acero, Lex Luthor, Lobo, Will Magnus o Batwoman tomaban la palabra para demostrar que los secundarios de DC Comics son tan importantes como su sagrada trinidad. Todos ellos sin excepción brillan con fuerza a lo largo de 52, aunque para un servidor las historias más entrentenidas fueron la de Booster Gold, la de Ralph Dibny y la de (¡cómo no!) The Questions, la cual alcanza un punto casi lacrimógeno en sus momentos finales. Con estos personajes, además, queda justificado que cuando a buenos guionistas y dibujantes les dejas hacer lo que saben desde el respeto a historias pasadas y construyendo sobre una continuidad previa, el resultado puede ser espectacular. Sin embargo, la lección que algunos han aprendido de esta obra acaba y empieza con el número del título, alcanzando un punto obsesivo enemigo de la calidad. Recientemente esta obra ha sido editada en cuatro volúmenes por parte de ECC Ediciones que os recomiendo que compréis. Pero eso sí, en la medida de lo posible evitad leerlos del tirón. Esta obra, como las antiguas con las que crecimos, está hecha para leer semana a semana y saborear cada momento. Grande 52.

A estas alturas poco queda por decir de la obra de Bill Willingham y Mark Buckingham. Buque insignia de la línea Vertigo en su tercera generación de títulos, son ya 139 los números que se han publicado en USA (129 en nuestro país) desde que la serie debutara allá por 2002. Un servidor tuvo la oportunidad de leer los cincuenta primeros números de la serie de un tirón (¡era imposible parar!) y desde aquel momento los personajes quedaron grabados a fuego en la retina y en el corazón. Willingham consigue desde el principio ofrecer una vuelta de tuerca respecto a los personajes populares de los cuentos infantiles (o no tan infantiles) y a las figuras del folklore popular que hemos conocido desde niños, donde nada es lo que parece. Desde El Lobo Feroz hasta Blancanieves pasando por Cenicienta, Caperucita Roja o Pinocho, todos ellos desfilan por las páginas de la serie bajo una nueva perspectiva que les permite encajar a la perfección en las tramas de la serie, que varían desde la soap-opera más desternillante hasta la épica absoluta sin vuelta atrás, sin olvidarse del thriller político, las obligadas sesiones de espada y brujería o enternecedores momentos románticos. La transición de un género a otro está completamente equilibrada con las tramas y subtramas de fondo de la serie, haciendo evolucionar a los personajes de forma reconocida desde el primer momento y llenando la serie de gags recurrentes y cameos delirantes en todo momento. Cada lector tiene enseguida la oportunidad de elegir a su personaje favorito de entre un amplio reparto que es manejado a la perfección. Obviamente, gran parte del acierto y del éxito de Fábulas reside en la calidad artística de Marc Buckingham. Veterano del medio (no en vano dibujó/dibujará el Miracleman de Neil Gaiman), su entrada en el segundo arco argumental de la serie supone un incremento de la calidad en el producto y en su acabado (con sus originales enmarcados). En la trayectoria editorial de una serie (sin olvidar sus muchos spin-offs) que lleva en el mercado más de diez años es normal que se aprecien subidas y bajadas. La Marcha de los Soldados de Madera todavía resuena como la mejor saga de la serie y tras la decepcionante (por las expectativas depositadas) Gran Guerra parece que Fábulas no ha vuelto a ser lo que era. Una muerte absurda y un crossover fuera de lugar bajaron el nivel de calidad a un ritmo vertiginoso y aunque tras ello se han detectado signos de mejoría, todavía queda camino por recuperar. ¡Pero que nos quiten lo bailao! Una de las mejores historias.

En este lugar de la lista (así como en los ocho anteriores y el reservado último puesto eran opciones que tenía claras desde el principio) es donde me entran las dudas. Me hubiera gustado incluir el Invincible de Robert Kirkman (¡y Cory Walker!), el 100 Balas de Brian Azzarello y Eduardo Risso, los X-Factor de Walter Simonson o mis queridos Thunderbolts. Incluso por un momento he estado a punto de incluir los cómics Amalgam o aquellas miniseries de Acceso Total y Acceso Ilimitado que tanto me impactaron en mi infancia (leyendo y releyendo). Sin embargo, al final me he decidido por el Flash de Geoff Johns. Y rápidamente aclaro que me refiero a su primera etapa, cuando era Wally West (“mi Flash”) el que portaba el manto escarlata de los velocistas de DC Comics. Todo comenzó con Wonderlad, la saga ilustrada por Angel Unzueta, y a partir de ahí fue una montaña rusa emocional (a toda velocidad, por supuesto). Nuevas aplicaciones ingeniosas de los poderes, un reparto de secundarios con carisma desbordante, unos números auto-conclusivos centrados en villanos (ríete tu del Villains Month) de primer nivel y verdaderamente emotivos, subtramas continuas, un nuevo Zoom (como nunca lo habíamos visto), dibujos sobresalientes de Scott Kolins (quien se superó a sí mismo como nunca había hecho ni nunca volvería a hacer), mundos alternativos, detectives ingeniosos, un mini-Mephistazo adelantado a su tiempo con Hal Jordan de protagonista, un aborto y un embarazo retroactivo, la llegada de Howard Porter como sustituto de lujo, la gran guerra final con varias bandas dando guerra, visitas de velocistas del más allá y nostalgia desbordante por todas y cada una de las páginas. En más de 60 números, Geoff Johns firmó una de las mejores (o la mejor) etapa de Flash afianzando al personaje entre uno de los valores más importantes de DC Comics y despejando cualquier duda que todavía podía existir sobre su precedesor, abrazando con fuerza el título de único y verdadero Flash. Qué pena que algunos no pensaran lo mismo y en un ejercicio de eterno regreso al statu quo hubiera que traer de vuelta a Barry Allen primero y, más tarde, cargarse de un plumazo a Wally West. Al menos, siempre podremos releer esta etapa y recrearnos en una de las mejores obras de Johns (admito que su JSA está un pelín por encima, aunque se desinfla al final) en DC Comics.

Faltaría a la verdad si no incluyera esta obra entre mis favoritas. Con el cambio de siglo y la primera gran superproducción cinematográfica Marvel al frente, Planeta decidió publicar el primero de muchos coleccionables como contendores de grandes y legendarias etapas de cómics Marvel. En un mundo donde no existían omnibuses y megarecopilatorios (no en vano, los recopilatorios fórum de tapas de colorines y precios rebajadísimos eran una extinta tradición con la que muchos crecimos), aquel nuevo formato (bueno, bonito y barato… y encima semanal) fue una compra obligada para mi generación. Con una parte de nuestra limitada paga, teníamos acceso a una bilbioteca mágica y a todo un universo de ficción mutante desconocido hasta entonces para nosotros. De forma cronológica y en un crescendo continuo de calidad argumental y artística, asistíamos a la formación de la nueva Patrulla-X (¡Segunda génesis!), a los problemas ignífugos de una joven Jean Grey, al protagonismo carismático de un joven canadiense de mala leche, a una batalla por el amor y el universo en la Luna, una visita de unos amigos del futuro (curiosamente Días del Futuro Pasado estaba ambientada en 2013), un viaje a Japón lleno de cambios radicales, la aparición de Kitty Pryde, una lenta transformación del equipo, un protagonismo digno de las mujeres mutantes, amoríos varios del pobre Scott Summers, el primer acercamiento de Magneto al lado de los buenos, todo un mundo de extraños en las alcantarillas (con un destino nada halagüeño), los recelos de los vecinos del norte de los USA, centinelas y más centinelas, peleas de bar, escoceses locos, alguna que otra muerte traumática, ¡Longshot!, un increíble viaje a Asgard (en una de las aventuras preferidas de un servidor) y por último una caída de la que tardarían en reponerse. Más de 130 cómics originales de los X-Men contenidos en 45 entregas a cargo de autores de la talla de Chris Claremont, Dave Cockrum, John Byrne, John Romita Jr., Arthur Adams, Paul Smith, Alan Davis, Marc Silvestri… Aquí no estaba toda la etapa de Claremont al completo (llegaría más tarde en otro coleccionable), pero si la parte más importante y personal de ella. En definitiva, una auténtica gozada que marcó a generaciones y que aún resuena hoy en el imaginario colectivo con una de las mejores etapas Marvel. O la mejor.