Hermann, uno de los grandes autores del cómic histórico, nos ofrece una nueva entrega de Bois-Maury. Parece que la sombra del caballero Aymar de Bois-Maury se extiende durante el tiempo e influye a sus descendientes, esta vez en el Flandes de mediados del siglo XVI, bajo el dominio del rey Felipe II y controlado férreamente por el Duque de Alba.
Hermann es uno de los grandes creadores del cómic francobelga. Heredero de las maneras gráficas de Jijé y de la pericia narrativa de Greg, guionista con el que trabajó en Bernard Prince y Comanche, Hermann ha llegado a convertirse, con el tiempo, en uno de los más brillantes artesanos de la historieta mundial.
A partir de relatos que dosifican con habilidad características propias de los géneros más populares, Hermann se las ingenia para pasearnos por las épocas y los escenarios que tiene interés en retratar para el lector. Bien se trate de Brasil (Caatinga), Sarajevo (Sarajevo Tango) o África (Missié Vandisandi), de la Edad Media o de un futuro degradado, los detalles históricos, sociales y morales que Hermann presenta calan en nosotros sin subrayados molestos, envueltos en el agradecido vehículo que suponen batallas, huidas y conspiraciones.
En el apartado gráfico Hermann se ha convertido en un referente para sus contemporáneos y para las generaciones venideras. Su estilo, curiosamente, presenta signos de parentesco con el de un dibujante británico de gran consideración: Frank Quitely. Como en Quitely, sus personajes raramente nos resultan agraciados, menos aún las mujeres, pero la capacidad de Hermann para escoger el encuadre preciso y dotar de peso y dinamismo a esos personajes es asombrosa. En su etapa de apogeo, no muy lejana en el tiempo, Hermann perfiló además un acabado plástico de gran belleza, pintando directamente sobre lápiz y consiguiendo una gama de colores tremendamente sugerentes.
De entre su producción, dos obras destacan por su prolongada pervivencia, Jeremiah (Dolmen) y la que hoy nos ocupa, Bois-Maury. En esta última serie, con los años, Hermann nos ha llevado de la mano a lo largo y ancho de la Edad Media, haciendo un retrato de individuos y situaciones de lo más variopinto. Sorprende siempre su capacidad para sumergirnos en situaciones nuevas a cada entrega, ricas en matices y en personajes que nos son desconocidos pero que Hermann logra que reconozcamos a las pocas páginas. Sus obras siempre son corales pero, a la vez, tremendamente densas en el retrato que hace de los protagonistas de cada aventura. Hermann consigue que lo difícil parezca fácil y que su discurso se esconda tras de los atractivos atavíos de la aventura.
Afortunadamente, en la presente entrega de Bois-Maury, Hermann vuelve a escribir, después de varias obras en las que ha trabajado sobre guiones de su hijo. Y lo hace para sumergirnos en el interior de un cuadro de Pieter Bruegel.
A partir de la contemplación de este fresco del siglo XVI de tintes apocalípticos, Hermann construye una historia – por un lado autocontenida, por el otro abierta a nuevos desarrollos – que se ubica en la Europa doliente por la persecución del protestantismo a manos de la Iglesia de Roma.
El punto de partida, el cuadro, con todos sus componentes fantásticos, obliga a que el autor explore contenidos poco usuales en su producción. Pero lo hace sin traicionarse a sí mismo ni traicionar la obra que tiene entre manos. Como ya hemos dicho, Hermann es un verdadero artesano. Digamos ahora que también es un gran malabarista. De los que hacen que lo difícil parezca fácil. Y ésta, su obra, aunque no el mejor de sus trabajos, alcanza un nivel que está muy por encima de la extensa oferta historietística que encontraremos por ahí. Muchos personajes, cada uno con su propia historia, confluyendo en un inesperado desenlace final.
Chapeau, maestro.
Nota: Salvo el cuadro de Bruegel, el resto de ilustraciones incluidas en esta reseña no se refieren a esta obra sino a Las Torres de Bois-Maury 11: Assunta, momento en el que, para mí, Hermann alcanza su culmen como dibujante.
Desde luego Assunta es el mejor desde un punto de vista pictórico aunque, si no me equivoco, el que da el color es su hijo, no Hermann.
Pues diría que no. En los créditos de ese album sólo aparece Hermann y en los que aparece su hijo, éste se ocupa sólo del guión… creo 😀
Bueno, para mí puede que otros álbues anteriores fuesen más vistosos, más «pictóricos», pero aquí el color (igualmente directo) se matiza, busca su condición narrativa en el tono del relato. Puede llamar menos la atención (menos ¡¡¡UAU!!!), pero no distrae, y sí potencia lo narrado. De eso se trata, así que, para menda, este álbum es de lo mejor de Hermann en años.
Y la historia muy bien, como siempre en esta magnífica saga que, si os gusta lo histórico (ahora más de moda que nunca, Hermann lleva con Las Torres desde los primeros ochenta), no podéis dejar de leer.
Sobre autorías, juraría que Hermann colorea personalmente, y su hijo, y sólo en los últimos años, co-guioniza o guioniza, según álbumes (y lo prefiero sin retoño, por cierto). Pero digo de memoria.
Para mí también ha sido de los mejores «hermann» de los últimos años.