#ZNCine – Crítica doble de ¡Ave César!, de los hermanos Coen

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Aviso de Spoilers: La siguiente reseña contendrá algunos spoilers de poca importancia, pero que pueden desvelar algunos puntos del argumento de la película comentada.
 
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Dirección: Joel Coen y Ethan Coen
Guión: Joel Coen y Ethan Coen
Dirección de Fotografía: Roger Deakins
Música Carter Burwell
Reparto: Josh Brolin, George Clooney, Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Channing Tatum, Scarlett Johansson, Alden Ehrenreich, Frances McDormand, Jonah Hill, Christopher Lambert, Clancy Brown, Wayne Knight, Dolph Lundgren, Patrick Fischler, Robert Picardo, David Krumholtz, Fisher Stevens, Emily Beecham, Fred Melamed
Duración: 106 min
Productora: Universal Pictures / Touchstone Pictures / Mike Zoss Productions

 

Para no pocos cinéfilos el estreno de una nueva película de los hermanos Coen se revela como todo un acontecimiento recibido con fruición por aquellos que llevan siguiendo sus pasos desde que debutaran en 1984 con aquella ya lejana Sangre Fácil (Blood Simple). Después del melancólico homenaje a la música folk norteamericana de los años 60 que supuso aquella A Propósito de Llewyn Davis del año 2013 protagonizada por Oscar Isaac, Carey Mulligan, John Goodman, Garrett Hedlund o Justin Timberlake entre otros y que se consolidó como una de sus últimas grandes creaciones, Ethan Coen y Joel Coen vuelven a las carteleras de todo el mundo (a la española llegó el día 19 de Febrero) con su último trabajo detrás de las cámaras, el mismo que tuvo su puesta oficial en el pasado Festival Internacional de Berlín (donde fue bastante bien recibido) responde al título de ¡Ave César! y está protagonizado por un muy destacable elenco de primeras estrellas (entre ellos algunos habituales de la casa coeinana) como Josh Brolin, George Clooney, Scarlett Johansson, Jonah Hill, Ralph Fiennes, Channing Tatum, Tilda Swinton o unos inesperados Christopher Lambert y Dolph Lundgren. El recibimiento del largometraje ha estado bastante polarizado ya que no han sido pocos los que han elogiado las virtudes de este retrato del Hollywood de los años 50 por parte de los directores de Arizona Baby o El Gran Salto, pero tampoco se han callado las voces que han considerado Hail Caesar! no sólo una obra menor dentro de la carrera de los cuatro veces ganadores del Óscar, sino también un proyecto fallido que no consigue su cometido como producto cinematográfico. En Zona Negativa vamos a tratar de extrapolar este parecer con una doble reseña en la que encontraremos una opinión entusiasta con el último trabajo de los hermanos de origen judío y otra que no va a disimular su descontento con dicho proyecto. Luis Javier Capote tratará de hacernos ver los aciertos y hallazgos de ¡Ave César!, mientras Juan Luis Daza intentará convencernos de que son sus taras y carencias las que destacan en el último estreno de los consagrados guionistas y realizadores.

No es oro todo lo que reluce, por Luis Javier Capote Pérez

Antes que nada, debo empezar confesando que nunca me he considerado devoto del cine de los hermanos Coen. Al contrario de lo que me sucede con otros cineastas, el estreno de sus películas no generaba para mí especial interés y, en cierto modo, la decisión de ver Ave, César vino dada por el avance proyectado en las semanas precedentes y por la ausencia de una opción más halagüeña. Para mi sorpresa, me encontré con una cinta divertida en la que se homenajea, parodia y satiriza el cine hollywoodiense de los años cuarenta y cincuenta.

El período en el que se ambienta la cinta sitúa a la audiencia en los tiempos finales de la época dorada del cine de estudios. El séptimo arte se enfrenta a la aparición de la televisión, mientras la industria afronta los oscuros días del Macarthismo. Eddie Mannix (Josh Brolin) es un ejecutivo de unos grandes estudios que no tiene inconveniente en zambullirse en el reverso oscuro del brillante oropel de una fábrica de sueños. La escena inicial, en la que tiene que mantener la impoluta imagen de uno de los valores de su empresa, es un homenaje evidente al cine negro: narración en off, tipo duro con sombrero y gabardina, modales expeditivos… todo el tópico del investigador privado tipo Marlowe o Spade (ambos magistralmente interpretados por Humphrey Bogart, pero esa es otra historia). Sin embargo, esa mirada sórdida de la tierra de la fantasía evocó para mí otro clásico del cine de demoliciones de mitos como es El crepúsculo de los dioses. Así como en la cinta de Billy Wilder asistíamos al olvido en el que se sumían las rutilantes estrellas cuando dejaban de brillar, aquí los Coen van a meterse con las miserias de la industria, por medio del socorrido sistema de acumular tópico tras tópico.

Uno de los méritos que tiene para mí la cinta es el de que sus responsables se han esforzado en que las parodias no sean del todo evidentes. La situación, actitud y reacción de cada personaje evoca inevitablemente varias contrapartidas históricas, pero en lugar de hacerlo de forma simple (cada personaje ficticio se corresponde con alguien real) han quitado de un lado, puesto en otro, mezclado un poco más allá y en definitiva, compuesto un conjunto de hipótesis que hubieran hecho las delicias de los mentideros y publicaciones de chismorreos del Hollywood verdadero. Tomemos como ejemplo el doble papel que ejecuta Tilda Swinton: dos hermanas gemelas dedicadas al periodismo amarillo. La referencia evidente es la rivalidad entre Hedda Hopper y Louella Parsons, pero su relación fraterna hace que uno piense en la longeva enemistad entre Joan Fontaine y Olivia DeHavilland (que solamente terminó con la muerte de la primera).

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Pongo otro ejemplo: Hobie Doyle (Alden Ehrenreich) representa el proceso de «fabricación» de una estrella que llevaban a cabo los estudios. Por obra y gracia de la bendición del jefe supremo, un intérprete con lo justo para montar a caballo y jugar con revólveres se convertía en la estrella que debía sustentar una producción en las antípodas de su especialidad. Doyle representa a esa pléyade de actores de medio pelo que servía para pegar tiros en aquellas películas del oeste que se hacían con dos duros y dejaban patente su condición de cartón-piedra. La mayoría acabó sepultada entre los rollos de sus películas, pero alguno tuvo la suerte de llegar más lejos y lucir palmito fuera de la serie B. ¿Qué pinta un vaquero con espuelas de mentira y pistola «todo a cien» en una cinta de corte shakespeariano? Esa pregunta es la que se hace Laurence Laurentz (Ralph Fiennes) cuando, como buen trasunto de Sir Lawrence Olivier, ha de soportar con británica flema las ocurrencias de los estudios estadounidenses. Doyle es un hombre de la casa y hace lo que se le pide: ejecutar un papel que le sienta como un guante a un manco y salir con Carlotta Valdez (Verónica Osorio) la Carmen Miranda para la ocasión. Su escena de pareja, aderezada con la entrañable Glory of love es un bonito homenaje -¿buscado? ¿inintencionado?- a otra pareja del celuloide que acabó siéndolo en la vida real: Spencer Tracy y Katharine Hepburn.

Si centramos la mirada en el protagonista de la trama principal, el apolíneo Baird Whitlock (George Clooney) encontramos al galán arquetípico que lo mismo valía para una de romanos (el péplum o cine de sandalia estaba en su apogeo en esos días) que para cualquier otra superproducción. Su imagen de conquistador y su oscuro pasado remite directamente a un buen número de actores principales de esa época: de Clark Gable a Rock Hudson, pasando por Cary Grant… aunque su acartonada interpretación de oficial romano me haga pensar en Robert Taylor. Suyo es el peso principal de una historia que presenta a los intérpretes como marionetas de los estudios, pero no contentos con esto, los hermanos Coen se dedican a destrozar otros mitos como el de Esther Williams –a través de DeeAnna Moran (Scarlett Johansson)– o el de Gene Kelly –por obra y gracia de Burt Gurney (un sorprendente bailarín llamado Channing Tatum).

La cinta tiene momentos absolutamente geniales, como la discusión en torno a la naturaleza de Jesús en la que se enzarzan cuatro representantes religiosos que han de bendecir la imagen que del galileo va a reflejarse en la última gran baza del estudio. Los falsos avances de Ave, César recuerdan ahora a ese cine bíblico que, propinando todo tipo de patadas a la Historia, generaba pingües beneficios a la industria. La exageración con la que Whitlock / Clooney se enfrenta a la tarea de interpretar a un pagano que ve la luz de la fe verdadera no deja de ser una sátira de la forma en la que el citado Taylor o Stephen Boyd (el Mesala de Ben Hur) afrontaban papeles similares.

No puedo dejar pasar la ocasión para mencionar la forma en la que los hermanos Coen se refieren al colectivo de profesionales perseguidos por motivos ideológicos. La guerra fría y el temor a la infiltración roja dan pie a una serie de escenas un tanto surrealistas en las que se hace hincapié en el desequilibrio entre creativos y productores (algo que a día de hoy está bendecido en la legislación en materia de propiedad intelectual, pero esa es otra historia). Quizá sea el apartado en el que la sátira vuelve ligero un asunto que, en su momento, fue dramático, pero para volver sobre el tema solamente tenemos que esperar al próximo estreno de Trumbo.

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El filme se ceba en todos los aspectos sórdidos de una época en la que la fábrica de sueños quería extender su dominio al mundo real. El lado desagradable de la industria vuelve a explotar ese tono noir con el que, en la mejor tradición de Chandler, se cierra la historia, después de introducir películas dentro de esta película que va sobre hacer películas.

En resumidas cuentas, he pasado un rato divertido en el que no puedo dejar de destacar el reencuentro cinematográfico entre Christopher Lambert (que aquí hace las veces de director centroeuropeo que vive las mieles de la buena vida norteamericana) y Clancy Brown (que interpreta al actor secundario que acompaña a Clooney en su aventura de espada y sandalia). Quién habría de decir que Connor MacLeod y el Kurgan cruzarían de nuevo sus caminos –que no sus espadas- en una película de los Coen. Quién habría de decir que, como añadido a este no-duelo de titanes tendríamos a otro intérprete rescatado de lo más ignoto del cine de acción de serie zeta. Abran bien el ojo… que no le encontrarán.

El Juego de Hollywood, por Juan Luis Daza

Alguna vez tenía que pasar, pero un servidor guardaba la esperanza de que el fatídico día no llegara nunca. Por primera vez en mi vida como cinéfilo y fan de los hermanos Coen una de sus películas me decepciona casi en su totalidad. Por desgracia ¡Ave César! se revela para el que suscribe como el trabajo más deficiente de los autores de obras maestras como El Gran Lebowski, Fargo, Muerte Entre las Flores (Miller’s Crossing) o No Es País Para Viejos, algo impensable viniendo de dos de mis autores favoritos dentro de los últimos treinta años del cine estadounidense y que previamente jamás me habían decepcionado tanto con uno de sus proyectos. Una producción que tratando de seguir la estela de otras comedias menores de los guionistas y cineastas de origen judío como Crueldad Intolerable, el remake de Ladykillers de Alexander MacKendrick o Quemar Después de Leer (dejaremos a un lado la atípica Un Tipo Serio, que estaba hecha de otra pasta) se queda a mitad de camino en el proceso fallando en algunos de sus más importantes apartados y exponiendo en pantalla un conjunto cinematográfico indigno del talento de los titanes del séptimo arte que lo han perpetrado. Poco importa que el reparto cuente con nombres capitales del actual Hollywood como Josh Brolin, George Clooney, Scarlett Johansson, Jonah Hill, Ralph Fiennes, Channing Tatum o Tilda Swinton, es la labor de los autores detrás de la propuesta la que se mueve entre lo fallido y lo inesperadamente deficiente. A continuación trataré de incidir en cuáles son los motivos por los que ¡Hail, Caesar! es la película más endeble de toda la copiosa filmografía de la pareja de hermanos ganadores de cuatro premios de la academia.

La última obra de Ethan y Joel Coen sigue los pasos de un personaje que existió realmente, Eddie Mannix (Josh Brolin) el mediador de una gran productora de Hollywood llamada Capitol (en la vida real lo era de la Metro Goldwyn Mayer) que durante los años 50 trabaja para llevar a buen puerto el rodaje de un peplum de temática religiosa titulado ¡Ave César! que protagoniza la estrella Baird Whitlock (George Clooney). Cuando el actor principal es misteriosamente secuestrado los captores piden por el rescate cien mil dólares que Mannix deberá reunir lo antes posible para que la superproducción por la que está velando no acabe en un desastre. Esta trama central es la que vertebra (o eso intenta al menos) el núcleo narrativo de Hail Caesar! y si al mismo le echamos un vistazo rápido podría parecernos un mix entre la visión del Hollywood dorado de la pletórica Barton Fink, la historia sobre secuestros de El Gran Lebowski y el relato conspiranóico y con reparto de relumbrón de la ligera Quemar Después de Leer. El problema es que esta producción de 2016 no llega ni a vislumbrar la magistralidad con la que la cinta de 1991 protagonizada por John Turturro diseccionaba la meca del cine y sus entresijos, carece casi en su totalidad del soberbio humor socarrón del film encabezado por Jeff Bridges y ni siquiera sabe driblar con simpatía con su naturaleza de comedia ligera para el lucimiento de su casting como el largometraje comandado por Frances McDormand, George Clooney, Brad Pitt o John Malkovich entre otros.

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Es desconcertante que dos de los mejores guionistas del cine americano actual como los Coen den forma a un libreto tan deficiente en ¡Ave César!. Una trama central que no ancla con solidez el núcleo de la narración, personajes que tienen breves y poco definidas intervenciones (los de Scarlett Johansson y Channing Tatum), gags con un humor impropio de lo autores de comedias brillantes como O Brother! o Arizona Baby siendo alargados hasta lo extenuante (el de Hobie Doyle intentando hacer bien la escena para el director Laurence Lorenz en principio tiene su gracia, pero se extiende tanto en el tiempo que acaba agotando al espectador, al igual que número musical de los marineros protagonizado por un esforzado Burt Gurney que se eterniza hasta lo alarmante) subtramas que no parecen ir a ninguna parte y que aparentan no haber sido pulidas debidamente, el poco aprovechamiento que se hace de secundarios típicamente coenianos (esos comunistas que aunque tienen sus momentos de gloria en pantalla podrían haber dado mucho más de sí) y un desfile de tópicos que convierten la trama de secuestros y rescates en un continuo déjà vu dan al traste con las buenas intenciones del último film de la factoría Coen. En este sentido si la escritura que sirve como base al relato no está bien solidificada la película se entrega a los engorrosos brazos del subrayado, lo plomizo y la impostura. Poco importa que los personajes que hacen acto de presencia sean identificables con la impronta de sus creadores, que los roles protagónicos estén bien perfilados y que la sátira, el grand guiñol y el humor negro marca de la casa haga acto de presencia durante esos 106 minutos de metraje que parecen 180, el barco comienza a hundirse poco después del primer tercio, justo cuando empiezan a notarse las costuras de un guión que más que por sus autores parece escrito por un becario venido a menos que Ethan y Joel han contratado para la ocasión y que malentiende el tono y la conceptualidad narrativa que hizo famosos a estos como cineastas.

Por descontado que no todo son fallos en ¡Ave César!, pero ni siquiera sus virtudes pueden salvar los muebles a los Coen. El reparto está a la altura, destacando sobre el resto un rocoso Josh Brolin com Eddie Mannix y un histriónico George Clooney como Baird Whitlock. A ellos les cubren las espaldas una divertida Scarlett Johansson (que tiene sólo dos míseras escenas en su regreso al mundo de los Coen después de su intervención en la muy superior El Hombre Que Nunca Estuvo Allí) una estirada Tilda Swinton con doble papel, un Channing Tatum bailarín y con tramposa sorpresa final, Ralph Fiennes memorable como director de cine británico, Alden Ehrenreich revelándose como un competente cómico inexpresivo al más puro estilo de Bill Murray y en roles muy episódicos podemos identificar a rostros como los de Jonah Hill o unos Christopher Lambert y Dolph Lundgren que nunca hubiéramos imaginado en una película de los Coen. El problema es que aunque todos los actores hacen una magnífica labor dando vida a sosias de personalidades reconocidas del celuloide americano de aquella época (Esther Williams, Ronald Reagan, Victor Mature, Lawrence Olivier, Carmen Miranda…) sus personajes deambulan perdidos por las inconsistentes tramas que pueblan y que no hacen justicia a la potencialidad humorística que la mayoría de ellos contienen y casi nunca consiguen explotar adecuadamente por culpa de la ya mencionada escritura deficiente del guión. Aunque si una virtud debemos destacar en una pieza como Hail Caesar! esa es indudablemente el acertado e interesante retrato que hace del Hollywood de los años 50. Los autores del remake de Valor de Ley o Un Tipo Serio dan una visión tan desmitificadora (esos representantes relgiosos que sólo ponen trabas al retrato de Jesucristo que hace el peplum ficticio que da nombre a la película) como entrañable de la edad de oro del cine ofreciendo su particular mirada hacia representantes, directivos, montadores (grande una también breve Frances McDormand), actores, periodistas, nunca de manera brillante como lo hicieron en la kafkiana y mucho más profunda Barton Fink que también mencioné a inicio de la reseña, pero con el suficiente acierto como para convertirse en uno de los pocos bálsamos que proporciona la cinta.

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Después de más de treinta años de carrera por primera vez debo admitir que una obra de los hermanos Coen no merece para mí ni el aprobado, aunque quedándose el borde del mismo. Es una pena que una historia que aunque desde su misma concepción ya apuntaba a ser un producto tan menor como alimenticio para Ethan y Joel haya resultado ser una producción tan decepcionante, autoindulgente y descompensanda a pesar de estar estelarizada por un puñado de actores que revientan taquillas en el Hollywood actual. El problema más grave de ¡Ave César! no es la endeblez de sus distintas tramas, la falta de consistencia a la hora de interconectar las mismas o el desaprovechamiento de lugares, personajes y temas que podrían haber ofrecido pasajes de comedia de alto voltaje, sino que su escueto metraje se hace pesado y considerablemente reiterativo debido a su falta de ritmo y paupérrimo desarrollo. Esta última obra de los Coen no sólo palidece ante otras producciones cómicas de porte liviano dentro de sus filmografía como Crueldad Intolerable, Ladykillers o aquella Quemar Después de Leer que aún con sus carencias consiguía hacer a todo tipo de espectadores con sus personajes exagerados y su rocambolesca trama de espionaje y servicios secretos, también se presenta como la obra menos conseguida de las diecisiete a las que han dado forma dentro del mundo del largometraje. Con todo una sola mancha no puede ensuciar el soberbio historial de unos cineastas que con las dos piezas inmediatamente anteriores a esta mostraron estar en plena forma después de muchos años de rodaje como cineastas personales e intransferibles en Hollywood, título que esperemos sigan manteniendo gracias a sus próximos proyectos que con toda seguridad volverán a recuperarnos a los genios que nos ofrecieron tratados sobre el miedo a la página en blanco, el honor entre mafiosos, la avaricia del ser humano y de cómo los parias heredarán la tierra entre partidas de bolos y copas de ruso blanco.

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Jose Maria Vicente
Autor
4 marzo, 2016 19:56

Coincido con los dos. Es una película fallida que quiere abarcar demasiado y se pierde, resultando en gags con un hilo conductor endeble, pero qué bien me lo he pasado con cómo se parodia la edad dorada de Hollywood.

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Lector
6 marzo, 2016 11:31

llevan una racha los cohen,que no se yo… 🙁