Hace poco más de dos años teníamos de vuelta en los cines a los Cazafantasmas, el mítico grupo nacido de las mente de Dan Aykroyd, gran aficionado a lo paranormal, que se confabuló con algunos de sus compañeros del Saturday Night Live para traernos uno de los grandes éxitos de la década de los ochenta. Tras una decepcionante secuela estrenada en 1989, y a pesar de sobrevivir en cierta manera a través de la explosión de merchandising, una serie de cómics o de una potable serie de animación (que repasábamos en nuestro especial en Zona Negativa dedicado a los Cazafantasmas con motivo de su 30 aniversario), la saga se fue a dormir el sueño de los justos hasta 2016, año en el que Paul Feige intentó revivir el sueño de Aykroyd a través de otro grupo de talentosas mujeres llegadas de la comedia y que fracasó a nivel general tanto a nivel de público como de crítica. Pero quien vio realmente la oportunidad de traer de vuelta a la franquicia aprovechando la oleada de revivals de otros tiempos fue Jason Reitman, hijo del desaparecido Ivan Reitman, responsable de las dos primeras películas, que con Cazafantasmas: Más Allá supo aunar de manera muy inteligente el relevo generacional sin dejar de lado ni mucho menos el legado de la saga, con la familia de Egon Spengler tomando protagonismo y volviendo a reunir al equipo clásico para honrar al tristemente fallecido Harold Ramis. El moderado éxito de la película estrenada en unos aún renqueantes cines sufriendo los coletazos finales de la pandemia, y su final abierto a un esperado regreso del grupo a Nueva York, hizo que la secuela pusiese la directa y ahora tenemos a esta Cazafantasmas: Imperio Helado que nos llega a la cartelera esta semana, con un Jason Reitman que permanece como coguionista, dejando las labores de dirección a Gil Kenan, que ya nos trajo la notable cinta de animación Monster House en 2006. ¿Habrán conseguido reproducir la fórmula que tan buenos resultados logró en 2021? Pasemos a verlo.
La verdad es que esta Cazafasmas: Imperio Helado me ha puesto las cosas muy fáciles para hablar de ella, mucho más de lo que lo hizo la anterior cinta, que me tuvo dando vueltas a la crítica hace un par de años, debatiéndome entre si me había gustado más de lo que parecía o si sencillamente había mordido la zanahoria que me ponían delante como fan que soy de la primera cinta de 1984; y es que, como hacía en aquel entonces, reconozco que adoro la primera Cazafantasmas, una de las cintas fundacionales de mi amor por el videoclub, y su irrepetible mezcla de comedia absurda y terror muy bien llevado que me enamora cada vez que oigo esas Ondas Martenot que me siguen poniendo los pelos de punta. El problema es, precisamente, que ese extraño rayo no volvió a poder meterse en la misma botella desde entonces, ni siquiera cuando invocaron al fantasma de Egon para lanzar por una supuesta última vez los rayos de protones juntos; la omnipresencia del equipo original y la mitología de la primera cinta ya eclipsaban al mediocre elenco contemporáneo en Afterlife, y vaya si lo hace en esta innecesaria y decepcionante secuela que pierde el componente emocional de legado que hacía llevadera y daba sentido a la película de Jason Reitman.
Y eso que esta Imperio Helado contaba con buenas cartas para lograr, al menos, un digno entretenimiento, pero la película ni siquiera intenta actualizar el concepto mismo de los Cazafantasmas, sino tan sólo contentar de la manera más básica posible a los aficionados a la saga. Por eso tenemos ahí al desfasado coche volviendo a recorrer las calles de la Gran Manzana sin rumbo ni sentido desde el primer minuto, con el absurdo equipo formado por la familia Spengler llevando un imposible e inexplicado negocio que hace equiparar la verosimilitud de la película fundacional de 1984 a un documental. Pero, incluso dejando el cerebro a la entrada del cine (algo imprescindible cuando hablamos del blockbuster estándar de 2024) para al menos disfrutar con un liviano entretenimiento, esta Cazafantasmas: Imperio Helado se empeña en ser mala película de manera obcecada, desperdiciando una curiosa mitología de su nuevo villano con un desastroso guion que demuestra, una vez más, el pequeño milagro que fue la película original de Ivan Reitman a la hora de hacer encajar la comedia en una trama fantástica. Aquí, desgraciadamente, no funciona ni lo uno ni lo otro: por un lado, la cinta se empeña en poner un componente emocional que desentona completamente en la propuesta con la aburrida trama al estilo Casper de la fantasma amiga del personaje interpretado por Mckenna Grace, y por el otro la comedia hace aguas con un Paul Rudd perfectamente intercambiable con cualquier otro papel de su carrera (¿es Rudd el inexplicable Steve Guttenberg de nuestra generación?), y añadidos insufribles como el personaje de Kumail Nanjiani, que, a excepción de The Big Sick, no da una desde que terminó Silicon Valley en su incursión en Hollywood. Sumándose a la lista de desaprovechados encontramos también a un Patton Oswalt anecdótico y, cómo no, a la presencia inevitable de un Bill Murray al que no entiendo cómo convencen una y otra vez de volver de su retiro de jugar al golf y participar de vez en cuando en alguna película de Wes Anderson. Cada vez que vemos a los integrantes originales de Los Cazafantasmas, con un aún entregado a la causa Dan Aykroyd, un inane Ernie Hudson o una Annie Potts que suple la dignísima ausencia de un Rick Moranis al que por suerte es imposible sacar de su retiro, nos recuerda que no hay relevo posible en esta nueva entrega de la saga, haciendo extrañísima e incómoda la simultaneidad de los dos equipos.
Y es que es imposible intentar proponer algo nuevo cuando toda la energía de la película se basa en un agotador ejercicio de nigromancia para con la película fundacional, desde la aparición del fantasma de la biblioteca a la liberación de los fantasmas de la unidad de contención, pasando por la presencia de William Atherton (hacer alcalde al tipo más idiota de la ciudad es lo único que tiene de cómico esta entrega, y desgraciadamente lo que la hace más relevante en nuestra época) o la desvencijada estación de bomberos. Pero, y aquí viene el quid de la cuestión que, sinceramente, no necesitaba tanta palabrería como la que os he soltado, esto ya no es 1984, ni 1990, ni siquiera los principios de los dosmiles. Es 2024, y en una década hemos visto regresar una vez más de manera infumable a cada icono del cine de hace décadas, negarle la jubilación a un anciano Terminator, reabrirse por vigésima vez Parque Jurásico trayendo incluso de vuelta a su elenco original… multitud de ejemplos tan insultantes como esta nueva entrega de Cazafantasmas, que ni siquiera sabe cómo ser una película ligera y sin pretensiones y se empeña en provocar vergüenza ajena que ni siquiera es divertida, algo que entendía a la perfección un Bill Murray en la cúspide de su pasotismo y su talento para la comedia cuando se dejó pringar de mocos en aquel pasillo del Hotel Sedgewick, o cuando intentaba vencer a una deidad sumeria en la azotea del edificio en el que vivía la chica que se estaba intentando ligar.
Una escena me vino a la mente cuando asistía a este despropósito de película que puede dar una idea de cómo han cambiado las cosas, y fue en una de las múltiples ocasiones en los que la película te bombardea con la sobreexposición de la trama, esta vez con la originalísima forma de una animación para explicarnos el origen del villano: recordaba cómo en la primera película, con los Cazafantasmas encerrados en los calabozos, Egon y Stantz explicaban la mitología de Gozer, Venkman cantaba canciones bíblicas para asustar a los presos y Winston pedía un abogado aparte. Eran otros tiempos, y a pesar de pecar de nuevo de ser un señor mayor con una pataleta sobre películas que ya eran consideradas reguleras hace décadas… demonios, me fastidia sobremanera que los estándares estén tan bajos hoy en día con películas que ni siquiera saben ser reguleras. Para ejemplificarlo incluso mejor, ni siquiera Nueva York, un auténtico emblema para la saga, es la misma, ni sabe ser el mismo escenario sucio y decadente por el que correteaban haciendo el ridículo Aykroyd y compañía en los 80 o intentaban combatir su mala hostia en forma de mocos en la secuela. Ahora Nueva York es sólo una trampa para turistas, un escenario vacío como esa estación de bomberos que tuve la suerte de poder visitar cuando fui a la ciudad hace unos años, o la apabullante biblioteca que no necesita revivir de manera burda a sus leones guardianes de piedra para recordar el miedo de aquel primer plano tras el logo de Columbia Pictures; a la ciudad, que sigue siendo teniendo mala hostia y sigue siendo decadente, pero en un sentido mucho peor que el de 1984, le ha pasado lo mismo que a estos Cazafantasmas, los nuevos y los viejos: su espíritu hace tiempo que fue atrapado por el capitalismo más salvaje y por intentar recuperar para el turista (o el espectador de multisala) la imagen de algo que ya no existe, por mucho que se intente traer de vuelta de la peor manera posible y con el mínimo talento imaginable. Es revelador que esta Cazafantasmas: Imperio Helado se estrene la misma semana en la que hemos visto regresar a los mutantes animados en X-Men’97, una serie que lleva la nostalgia en su propio título pero que, a diferencia de los Cazafantasmas, la utiliza como trampolín para seguir siendo relevante en vez de como un recurso fácil que acabe siendo un bloque de cemento en sus pies como le ocurre a esta Frozen Empire. Más que una sesión de espiritismo, esta saga necesita un buen exorcismo que erradique de una vez la idea de traerla de vuelta: de manera irónica, se ha convertido en su propio fantasma que se niega a ir hacia la luz.
Dirección - 4
Guion - 3
Reparto - 4
Apartado Visual - 6
Banda Sonora - 5
4.4
Cazafantasmas: Imperio Helado es una pérdida de tiempo, una innecesaria secuela al cierre nostálgico que fue la anterior película. Una comedia de terror que ni hace gracia ni da miedo, y que tan sólo sirve para seguir viviendo de los réditos del pasado.